EL MILAGRO DE LA RESURRECCIÓN
Lo primero que nos llama la atención cuando leemos los Evangelios es lo tardío que fueron sus textos, porque se redactaron entre el último cuarto del siglo I y el primer cuarto del siglo II, es decir, cuando hacía mucho años que Jesucristo había sido crucificado. No se explica convincentemente esta demora y por qué, quienes mucho tenían que decir, guardaron un cauteloso silencio, de no ser que en el siglo I estuviera muy desprestigiada la labor del cronista o que, la creencia en el fin del mundo, persuadiera a los autores de escribir libros que nadie iba a leer.
EL CUARTO EVANGELISTA
No en vano, Papías, obispo de Hierápolis, prefería la tradición oral a la escrita, aunque fue sensible a dos textos que hablaban de la vida de Jesús: un escrito de Marcos –en arameo–, que recogía las noticias y los recuerdos del apóstol Pedro; y otro de Mateo, de discursos más largos, más exacto que el primero, cuajado de anécdotas y escrito en hebreo. Lo que caracterizaba a estos dos Evangelios era el haber bebido ampliamente de la tradición oral aún viva a su alrededor.
El tercer
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