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Libres en Cristo: La importancia del ministerio de liberación
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Libres en Cristo: La importancia del ministerio de liberación
Libro electrónico192 páginas2 horas

Libres en Cristo: La importancia del ministerio de liberación

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Hoy más que nunca, Dios quiere que sus hijos disfruten de una libertad espiritual completa. Sólo así podrán gozarse de la vida abundante que Él promete. Más importante aún, sólo así podrán cumplir con el propósito de Él para este tiempo. Paolo Bottari está convencido de esta verdad y ha dedicado su vida para ayudar a otros a ser libres en Cristo.Este libro le enseñará que el ministerio de liberación siempre debe acompañar al ministerio evangelístico. Ambos son parte de la misión de la Iglesia. Según nos indica el autor, al desconocer esta enseñanza se le ha quitado una parte al Cuerpo de Cristo. Como consecuencia de ello, se han criado hijos discapacitados espiritualmente. El propósito de este libro es recuperar muchas vidas que, por falta de ministración, viven enfermas, afligidas, sin gozo, atormentadas y atadas por el enemigo. Nuestra responsabilidad es ayudarles a encontrar esa libertad.

En las páginas de Libres en Cristo usted encontrará instrucción sobre cómo ministrar liberación y respuestas a preguntas tales como:

• ¿Qué diferencia existe entre una persona oprimida y un endemoniado?
• ¿Cuál es la diferencia entre la manifestación del Espíritu Santo y la de un espíritu demoníaco?
• ¿Todas las enfermedades físicas son ataduras espirituales?
• ¿Cómo podemos ser libres de las maldiciones generacionales?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 sept 2022
ISBN9781955682794
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    Libres en Cristo - Paolo Bottari

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    Dedico estas páginas a la Iglesia de Cristo, verdadera destinataria de la enseñanza que el mismo Señor me ha encomendado para ella.

    A mi amado Señor, mi Dios, quien me ha guiado a entender esta verdad.

    A mi amada esposa Margarita y a mis hijos, quienes me han apoyado constantemente en este ministerio.

    A mis pastores, Pablo Deiros y Carlos Mraida, por haberme alentado a escribir estas páginas.

    A mis amigos y colaboradores, Mario Tucci y Martha Dergarabedián.

    A Carlos Annacondia, por haber sido un instrumento de Dios y un ejemplo, tanto para mi vida como para la Iglesia de Cristo.

    Prólogo

    Cuando el ministerio mensaje de salvación estaba comenzando, sobrevino un tiempo muy especial para argentina. Las campañas comenzaron a agigantarse de forma tal que la tarea se había multiplicado. En cada reunión surgía un fenómeno que era real: las personas manifestadas con problemas demoníacos. En ese tiempo la Iglesia no estaba capacitada, no estaba preparada para enfrentar estos casos de manifestaciones demoníacas, y nosotros, como ministerio de la iglesia, tampoco lo estábamos. La voluntad y el deseo que poníamos para que las personas fueran libres era mayor a la autoridad que teníamos. Con mucho dolor, y luego de muchos fracasos, empezamos a ver frutos. Algunas personas comenzaban a ser liberadas, pero esto de ninguna manera nos conformaba, porque eran gotas de agua en medio de un inmenso río.

    Orábamos a Dios y le pedíamos la estrategia, la forma de poder ministrar con mayor efectividad. Estoy convencido de que Él nos ha enseñado muchísimo y aún nos falta mucho por recorrer y avanzar, pero deseamos que nos muestre cómo debemos actuar en cada caso en particular. El real y verdadero maestro en cada área ministerial es el Señor, nuestro Dios.

    Cuando en 1985 Pablo Bottari llegó para colaborar en el ministerio, durante muchas noches de campaña había cientos de personas manifestadas que necesitaban liberación.

    Gente con poca experiencia se encargaba de ellos, pero no se obtenían muy buenos resultados porque el conocimiento y la experiencia no eran suficientes. En ese momento, Pablo llegó como caído del cielo. Yo lo conocía porque él me cortaba el cabello. Era una oveja estancada en la iglesia, y la misma iglesia lo había enviado para que observara lo que estaba sucediendo en las campañas. Lo conocía como mi peluquero, y siempre, mientras trabajaba sobre mi cabeza, sus preguntas rondaban el tema de liberación.

    Así comenzó a trabajar en nuestra carpa. Día tras día ministró liberación; primero a uno, luego a dos y finalmente a cientos de personas. Había algo muy especial en él que es fundamental para el ministerio de liberación: la compasión. Si no hay compasión por las almas no podremos dedicarnos a ministrar, porque este ministerio es de compasión, de mucho sacrificio y de mucha oración. De otra manera no se puede ministrar en las vidas.

    Pablo comenzó a exteriorizar estas características: compasión, amor, esfuerzo, dedicación y tiempo. Comencé a observarlo porque tenía atributos muy importantes. Cuando la noche de campaña terminaba y llegaba la hora de ministrar, no quedaba nadie, todos desaparecían. Pero Pablo siempre estaba allí, ayudando con amor a las vidas oprimidas por el diablo, hasta largas horas de la madrugada.

    Así fue que en la campaña de la ciudad de Córdoba, en Argentina, sentí de parte de Dios pedirle que se hiciera cargo de la carpa de liberación. Esta era una tienda de 18 m. de ancho por 70 m. de largo, y cada noche se llenaba de endemoniados. Allí era necesario tener mucha paciencia para trabajar, puesto que una de las cosas que nos preocupaba era el trato violento que se tenía con los endemoniados. Las personas que ministraban esas vidas, en su mayoría miembros de las iglesias de cada lugar que visitábamos, estaban horas tratando de liberar una vida, sin resultado alguno. Los gritos eran fuertes y los cuerpos eran maltratados por el diablo en cada manifestación, y finalmente no eran libres. Todo esto era el resultado de la falta de conocimiento, tanto nuestro como de las personas que nos acompañaban.

    Cuando nombré a Pablo Bottari como coordinador de la carpa de liberación, algunos pastores se opusieron; ellos decían que él no podía hacerse cargo de esta tarea porque no era pentecostal y porque no hablaba en lenguas. Decían que no era conveniente, porque Pablo era integrante de la iglesia de los Hermanos Libres, y las campañas que se llevaban a cabo eran en su mayoría con iglesias pentecostales. Sin embargo, les demostré cuál era el motivo que sentí de parte de Dios en poner a Pablo para desarrollar este trabajo. La característica de su persona es la mansedumbre, no sólo para ministrar sino también para enseñar a otros la forma en que se debía ministrar.

    Frente a los reclamos de estos pastores, mi respuesta fue clara y siempre la misma; no admití discusiones y finalmente lo comprendieron. Les decía que si los frutos del Espíritu eran únicamente hablar en lenguas, ¿qué sucedía con el amor, la templanza, la paciencia, la mansedumbre y todos los demás?

    Pablo tenía los frutos necesarios para esta tarea. Además, las personas endemoniadas eran libres cuando él las ministraba. Para mí, eso era suficiente carta de crédito y aval para ser el coordinador de la carpa de liberación del ministerio Mensaje de Salvación.

    Desde ese momento hasta 1996, Pablo fue el encargado de esa área dentro del ministerio. Cada día aprendíamos cosas nuevas y todavía seguimos aprendiendo. Por esa razón, en este momento considero a Pablo como una de las personas de mayor conocimiento en el mundo sobre liberación espiritual. Porque la experiencia no proviene solamente de lo que podamos leer o aprender de personas que entienden del tema. La autoridad que Pablo Bottari tiene proviene de la experiencia que adquirió en tantos años al ministrar cientos de casos diarios.

    En un tiempo como el que estamos viviendo, en que es necesario acelerar la predica del Evangelio, Pablo puede volcar todo lo que el Señor le ha dado a traves de la enseñanza, para que los que sientan pasión por las almas que sufren y están atadas, puedan aprender a ministrar liberación en poco tiempo, y de esa manera ayudar a tantos en necesidad.

    —Carlos Annacondia

    Evangelista y conferenciante Internacional

    Ministerio Mensaje de Salvación Argentina

    Prefacio

    Nunca como hoy los evangélicos en América Latina hemos gozado de tan grandes oportunidades para el testimonio de nuestra fe en Cristo. Las restricciones de ayer son cosa del pasado, y un nuevo interés por las cosas trascendentes parece atraer a muchas personas a nuestras iglesias y a la Palabra de Dios. No obstante, el creciente interés por el evangelio del Reino va acompañado por un incremento de seductoras imitaciones o deformaciones de su verdad y autenticidad. A los falsos maestros se agrega una nube de falsos testigos, quienes no escatiman promesas de salud, prosperidad y bienestar como resultado de sus maquinaciones espirituales.

    En verdad, el mercado religioso y espiritual es hoy un verdadero laberinto de las más variadas y dispares ofertas. Y entre los muchos oferentes se encuentran aquellos que, con sinceridad, confesamos a Jesucristo como Señor y le servimos como Rey.

    Nunca como hoy, también, hemos sido más conscientes de la proximidad del retorno en gloria de nuestro Señor. Sin entrar en el juego de una escatología «pop» ni en el ejercicio de un adventismo entusiasta, miles de cristianos coinciden hoy en calificar los días en que viviremos como «los últimos tiempos». Un nuevo sentido de urgencia y responsabilidad frente a los que todavía no conocen al Señor nos está moviendo a redoblar nuestros esfuerzos evangelizadores y misioneros, a fin de que todos tengan la oportunidad de ser salvos. Estos esfuerzos parecen estar confrontándose en la actualidad con una resistencia mayor y más descarada de las fuerzas de maldad, las que no están dispuestas a perder su poder sobre la vida de millones de seres humanos.

    Al contemplar la realidad inmediata en la que servimos, no se puede menos que tener las impresión de que Satanás y sus demonios se han tornado más agresivos, descarados y evidentes. Esta hiperactividad satánica sucede en un momento en que los cristianos nos conscientizamos más que nunca de la obra de nuestro enemigo. La propia comunidad de fe no es ajena a estas maquinaciones diabólicas, y en su seno todavía se puede constatar la manera en que el diablo y sus huestes hacen todo lo posible por quitar el gozo de la salvación y un sentido de deber a los hijos de Dios.

    Por cierto, todo ser humano está sujeto a la labor tentadora y seductora de Satanás, sea cristiano o no. No obstante, muchos creyentes que no viven llenos del Espíritu Santo conservan heridas, raíces de amargura, ataduras u opresiones de carácter espiritual, las cuales ponen de manifiesto su falta de victoria en Cristo y el hecho de que el diablo continúa haciendo reclamos sobre sus vidas. En el caso de quienes no creen, llena de dolor ver a seres humanos enajenados y en vías de destrucción por la obra nefasta del demonio.

    Frente a tales desafíos, la Iglesia no carece de recursos espirituales poderosos. Jesús les dio a sus seguidores potestad y autoridad no sólo para proclamar el evangelio del Reino, sino también para sanar enfermos y echar fuera demonios.

    Hoy, más que nunca, nos percatamos de cuánta falta hace ejercer tal poder y autoridad en el nombre de Jesús, para llevar a las personas a la libertad de Cristo. Si vamos a ganar al mundo para el Reino de Dios en esta generación, es importante que estemos dispuestos a pelear todas las batallas que sean necesarias. Entre ellas, los cristianos deberemos involucrarnos en el frente de la guerra espiritual, el ministerio de liberación y la tarea de sanidad interior.

    Pocos siervos de Dios han reunido tanta experiencia en estos campos como el pastor Pablo Bottari. En las páginas que siguen, él vuelca el resultado de más de una década de trabajo pastoral y consejería. Considerado uno de los expertos más destacados en América Latina en este campo, el pastor Bottari es la persona más adecuada para producir este material, que puede ser de gran ayuda para muchos que, en este tiempo, se han propuesto honrar al Señor con un ministerio enfocado en la totalidad de la persona humana. La lectura y estudio de este libro será un medio valioso para equipar al lector con las mejores herramientas para el cumplimiento de su ministerio.

    Es nuestra oración que en estos tiempo finales el Señor nos encuentre predicando el Evangelio con denuedo, trayendo sanidad en el nombre de Jesús a los que están enfermos, y rompiendo cadenas de opresión y destrucción en las vidas de aquellos que están afligidos por Satanás.

    —Dr. Pablo A. Deiros

    Pastor de la Iglesia Evangélica Bautista del Centro

    Buenos Aires, Argentina.

    Introducción

    En los últimos años, y debido al poderoso mover del Espíritu Santo, el tema de la liberación ha cobrado mucha actualidad. Es que es en el mover del Espíritu Santo donde se producen las maravillas y prodigios que acompañan a la predicación del Evangelio. Son las manifestaciones a las que se refirió Jesús cuando dio a sus discípulos la Gran Comisión:

    «Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán».

    —Marcos 16.15-18

    Lo que mueve mi corazón a desarrollar este tema —sobre el que se tejen y se entreveran tantas opiniones— es simplemente volcar lo que Dios me ha dado y mostrado a través de muchísimas experiencias ministrando liberación. Mi propósito es poner este ministerio en manos de aquellos a quienes verdaderamente les pertenece: los miembros de la Iglesia de Cristo. Bajo ningún punto de vista esta presentación es el resultado de la súper capacidad del hombre, sino que proviene de la maravillosa paciencia, de la misericordia y el amor de Dios para con nosotros.

    En el tema de liberación, que constituye un ministerio bastante intrépido, se han cometido no solo errores sino también horrores por equivocación. Se han hecho cosas tremendas. Yo no me excluyo de tal denuncia. He cometido errores, como otros también los cometieron y aún los cometen. Pero, evidentemente, después de golpearnos tanto la cabeza fuimos entendiendo qué era lo bueno, lo lógico, lo práctico. Colaborando en lugares donde se ministra liberación, a menudo los gritos de los manifestados se mezclaban con los de aquellos que liberaban, hasta el punto que por momentos costaba darse cuenta quiénes eran los manifestados. El mayor error que se cometía al principio era en perjuicio de las personas que eran llevadas a la carpa de liberación con fuertes manifestaciones demoníacas.

    A través de muchas oraciones, de lágrimas y de equivocaciones, el Señor nos dio la posibilidad no sólo de superar tantos errores sino también de descubrir una ordenada y eficaz forma de ministrar de acuerdo con la Palabra de Dios (Génesis 1;

    Hechos 6.1–7).

    Muchas veces tuve que caer de rodillas y rogar el perdón de Dios por haberme excedido en la ministración,

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