Sin Carátula
Por Yamil Garcia
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Sin Carátula - Yamil Garcia
10:25.
CAPÍTULO 1
DE MALDITA, A BENDITA NOCHE
Comenzando entre tragos y risas, en un bar colombiano de New Jersey, entre música bailes y risas, en un segundo, todo quedó paralizado con gritos ensordecedores. La música. y todos, quedaron paralizados, al ver que mi amigo estaba en la entrada siendo apuntado por hombres y sus tres armas de fuego. Mi amigo, en silencio, se mantuvo paralizado, mientras que los tres sujetos, con odio, le gritaban por qué causa venían a matarlo. Uno de ellos, el cuarto cómplice, los esperaba en un viejo carro rojo encendido, mientras esperaba que sus compañeros armados terminaran el trabajo, ninguno ocultando su rostro, sino que explícitamente se mostraban cara a cara como asesinos violentos, sin darle importancia a los testigos que los observaban.
Salí corriendo, y solo escuchaba el: ¡¡¡NO!!! De un grito desesperante de una de las mujeres del interior. Pero salí y tiré la puerta abruptamente, parándome en medio de las armas y mi amigo, haciéndome escudo entre él y esos sicarios, aunque me doblaba la altura, ellos me miraban con rabia, insultándome, pero nada entendía, porqué eran muchas palabras en gritos desesperantes a la espera del estallido inminente de una bala. Mi mirada puesta fijamente en ellos, con mi trago en mano, comencé a gritar insultos a ellos, pero como hechicero, comencé a maldecirlos con decretos aprendidos, lanzando contra el piso abruptamente el trago que tenía entre las manos, no mostrando intimidación y atándolos con maldiciones de brujerías. Ellos me miraban con odio, pero a la vez, sin comprender mi actitud de amenazas sin arma. Oyendo esos decretos de maldición, era como si supieran del ocultismo; el que estaba en el auto era el que dispararía, pensé por un momento, porque era el único a quien no le tenía mi mirada puesta fija. Oía los gritos de los que estaban corriendo escondiéndose, otros que me llamaban del interior, me pedían que reaccionara, y los asesinos que vinieron por llamada venganza, me tenían en una especie de transe que, al no quitar mis ojos de los suyos, no sabía a quién atender. Pero me quedé mirándolos con odio.
Yo solo dije: - A él no lo matan, primero me matarán a mí, porque no lo veré muerto
. Ellos me mandaban a salir rabiosos, pero les contestaba a puro grito de maldición, airado y desesperado, más que ellos mismos.
Viéndome sin armas y tan joven, a la vez indefenso, pues mi edad jamás nadie la calculaba por lo joven que siempre me veía comparado a mi real edad. Ellos solo reaccionaron diciéndole a su víctima, (mi amigo): - Te escudaste
tras el niño, y él no es culpable de nada, pero ya estás advertido, llegó tu tiempo.
Yéndose los tres, huyeron en el auto.
El que conducía, salió inmediatamente, mientras todos se mantenían a la defensiva, apuntándonos con las armas, mientras se alejaron sin un solo disparo, y desaparecieron al doblar la esquina de un viejo edificio.
No nos dejaron volver a entrar al bar, y literalmente se quedaron adentro todos con el dueño, temerosos con el probable regreso de los sicarios. Literalmente nos botaron del lugar, exigiéndonos que nos fuéramos, encerrados todos y observando por uno de los cristales del bar.
Mientras les llevaba la contraria a sus consejos. Veía como el dueño apagaba las luces y ayudaba a salir poco a poco a la gente de su interior, para que se marcharan por la puerta de atrás de su bar.
Mi amigo, me exigió que nos fuéramos, al igual que el dueño, que nos gritaba con desprecio. Yo saqué un cigarrillo, y dije después del cigarrillo: -Nos vamos. Era como si literalmente yo fuera otra persona, y ni mi amigo en ese momento, sabía cómo tratarme. Él estaba en un estado paralizado, y ni hablábamos.
¿Estaba asustado? ¡Claro, muchísimo! Pero con la hechicería activada, sabía que tenía que tener un lapso de tiempo para manejarme coherentemente. Además, debía mostrarme hasta el final sin terror, aunque realmente no sabía ni el por qué de tal reacción. Ni yo mismo me entendía. Nos fuimos del lugar, y llegando a casa de mi amigo, con miedo, se recostó a llorar como un niño en la cama. Lo abracé aun temblando de miedo, pero se levantó y me empujó seriamente, diciendo: - ¡Jamás lo vuelvas a hacer, jamás me vuelvas a defender, pues quedé como cobarde ante ellos!
Sorprendido, creí que lo que me merecía era un agradecimiento, no un reclamo, pero me quedé serio y callado observando su rostro irreconocible, pues él estaba desfigurado en llanto. Hablaba caminando de lado a lado, acentuando su seriedad fríamente, achicando sus ojos, mientras analizaba callado qué paso era el correcto