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Manantiales de vida en el espíritu
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Libro electrónico223 páginas2 horas

Manantiales de vida en el espíritu

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Esta obra presenta un itinerario de fe, de profunda espiritualidad, a partir de la experiencia de los diversos relatos de la Biblia, de los encuentros con Jesucristo. Un programa de sanación interior con énfasis en la liberación de las malas conductas y proceso fecundo para la decisión real en asumir una vida sólida, bien fundada en la luz que e

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento21 ene 2021
ISBN9781640867987
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    Manantiales de vida en el espíritu - Mons. Rodrigo Romano

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    Manantiales

    de Vida

    en el Espíritu

    Mons. Rodrigo Romano

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable sobre los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2020 Mons. Rodrigo Romano

    ISBN Paperback: 978-1-64086-797-0

    ISBN eBook: 978-1-64086-798-7

    Índice

    Introducción

    I. Siguiendo a Cristo

    II. Renuncia, camino hacia la fe

    III. El inolvidable amor de Dios.

    IV. El Amor y su Incondicional Potencia

    V. Contemplando la Restauración

    VI. Mar Adentro hacia el Nuevo

    VII. El llamado a la Verdadera Entrega de la Vida

    VIII. El Encuentro Inesperado

    IX. El Poder de la Bienaventuranza

    X. El Encuentro, Camino de Justicia y Sanación Interior

    XI. La Luz Te Llevará a Ser Persona Integral

    Acerca del Autor

    Dedicatorias

    Introducción

    «Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura». Hebreos 10,22.

    «D e este modo, cercados como estamos por una nube de testimonios, tiremos hacia fuera todo el pecado que nos asedia. Corramos con perseverancia para el combate que a nosotros está designado, con los ojos puestos en el altor y consumador de la fe, Jesucristo, el señor de los señores , rey de reyes en vista del gozo que se le ofrecía, él soportó la cruz sin hacer caso de ignominia y por su gracia, está sentado a la derecha del trono del padre». (Hebreos 12).

    Al empezar este trabajo espiritual, más que todo, nuestro objetivo es acercar lo más posible que sea, nuestra naturaleza humana a la sobrenatural potencia de la Santísima Trinidad. Cristo es eternamente nuestro ideal de perfección y somos invitados a crecer a su estatura. «…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar, emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo…» (Hebreos 4,13). En los mejores momentos de la vida, cuando nos encontramos inspirados para vivir la abundancia de gracia y de hechos, amar a todos, querer a todos, buscando siempre el bien en todo, no podemos encontrar un mejor ejemplo de lo que significa la comunión íntima con Cristo, que es el despojamiento de nuestros propios intereses para unirnos plenamente, la gracia de un relacionamiento de verdadera comunión. Los más dignos hombres de todas las épocas, los patriarcas, los reyes, los profetas, los apóstoles, los mártires, los santos y santas, verdaderos testigos y campeones de la fe, todos estos solamente pudieron sobresalir por alcanzar el brillo de la gloria inmarcesible de Dios a través del alcance del objetivo primordial de la búsqueda incansable de la comunión.

    Cristo encarnado revela a la humanidad el rostro humano del Padre y la eterna e infinita capacidad de Dios de sobre bajarse para acercarse en lo más íntimo de la creación, a fin de rescatar y devolver la sobrenatural dignidad en Cristo. «Todos los que fuisteis bautizados en Cristo están revestidos de Cristo». (Gálatas 3:27). «El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a la cual aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». (Filipenses 2,6-8).

    Así como el arcoíris exhibe en su potencia la suavidad de los diferentes colores y encanta desde los ojos más pequeños hasta los más grandes, porque su belleza está en el reflejo que exalta los rayos solares, así cada ser humano en plenitud de dignidad, es invitado por la gracia de Dios a hacer de su cuerpo y de su alma un plasma exultante capaz de reflejar los rayos potentes de la belleza espiritual de Cristo. Esto nos invita a darnos un paso definitivo hacia el descubrimiento de realidades nuevas, a ser parte del descubrimiento de la nueva potencia que existe dentro de cada ser, que solamente por la gracia, puede ser tocada a partir del deseo personal de cambio y superación de sí mismo hacia lo mas excelente.

    Pudiera usted preguntarse entonces: ¿Cómo llegar a este nivel una vez que la mente y corazón están tan dispersos y la vida de nosotros tan recorrida por prisas, cansancios, fatigas, opresiones, temores, enfermedades y perturbaciones? La verdad, la respuesta no es tan compleja como la pregunta es sencilla, imitar a Cristo es asumir exactamente el compromiso de seguir sus enseñanzas. El camino empieza con querer con todo el pensamiento y disposición de fuerza interior que lo proporcione, empezar un proceso de desbloqueo de la mente y de todos los prejuicios que se tienen para acercarse a una verdad plena que excede en toda la verdad que le ha conducido durante toda la vida. Estoy convencido que para muchas personas la vida no ha sido fácil, sobre todo porque han tenido que defenderse solos y ahora, descubrir a Cristo tan poderoso, tan abastecedor, tan generoso, tan cuidador, nos causa susto y miedo de soltarnos totalmente. Tal asombrosa experiencia y descubrimiento, es como el hombre que al subir a la cúspide de la montaña, se da cuenta que después de vencer todos los obstáculos de la escalada, se le hace difícil y casi imposible saltar hacia el vacío.

    Conocer a Cristo nos mueve a un desafío de salto, no al vacío, sino a la plenitud rebosada que nos llevará a vaciarnos de nosotros mismos para entonces empezar una nueva plenitud que excede nuestros deseos, nuestra voluntad, nuestros pactos personales y nuestros objetivos; nuestros miedos e incertidumbres, nuestras propias expectativas, mientras escalábamos dicha montaña. Imagínate con un vaso lleno de tierra y sucio entre tus manos, es inevitable el deseo de limpiarlo porque es propio de nuestra naturaleza, buscar la limpieza, la conformidad, la estética placentera de satisfacción, aunque ésta no se encuentre en los niveles y patrones generales. Incluso puedo decir que hasta la persona que vive en el mayor desorden en el acumulo de cosas, busca en este estado de desajuste su punto de ajuste y orden en el desorden. Someterse a Cristo significa dejar que todo lo impuro sea deshecho por el toque de lo que hay más puro por la intervención de la gracia de Dios, nadie puede cambiar si no está definitivamente decidido a recibir el golpe del Espíritu Santo. Es cierto y verdadero que por nosotros mismos no se puede, estamos atrapados por una suciedad que viene del propio pecado que se instaló originalmente sobre nuestra propia existencia y así nos dominó poniéndonos bajo el yugo del propio Satanás. «Por tanto, como por un sólo hombre, entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». (Romanos 5,12).

    I. Siguiendo a Cristo

    «Sed pues imitadores de Dios, como hijos bien amados». Efesios 5,11.

    «Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu».

    2 Corintios 3,18.

    La imitación de Cristo reflejada en el ayuno de Jesús de los 40 días en el desierto, nos enseña directamente que el ayuno no fue solamente una victoria sobre el cuerpo humano de Jesús, sino más bien, fue una victoria sobrenatural capaz de verse reflejada en la batalla de Cristo contra las asechanzas, engaños y encantamientos de Satanás. «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre y vino a él el tentador y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, le puso sobre el pináculo del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque escrito está: A sus ángeles mandará cerca de ti y en sus manos te sostendrán para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos y le dijo: Todo esto te daré si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó y he aquí, vinieron ángeles y le servían». (Mateo 4, 1-11).

    El ser humano íntegro que quiere seguir a Cristo, no puede escatimar el compromiso de la batalla y el derecho eficaz de la victoria. Seguir a Cristo no significa apenas darse cuenta de la intención de los ataques de Satanás y sus astutas formas de someternos a la ignominia y negación de los valores espirituales, porque los que seguimos a Cristo constantemente estaremos sujetos a que Satanás nos confronte y trate de llevarnos por la fuerza de sus engaños. El seguimiento de Cristo nos conduce por la fe a la victoria capaz, fiel y verdadera contra toda la trampa, enredos y maquinaciones malignas de este espíritu infernal de división, que tiene por objetivo destruir a los hijos de Dios. De verdad tú puedes ser feliz y la felicidad empieza con darse cuenta de que sí puedes, que sí tienes dentro de ti una fuerza inexorable que te llama a ser mejor persona, sobre todo ahora que puedes entender la fuerza del amor dentro de ti mismo, esto es la experiencia de después de la catarsis, que es vaciarse hasta lo más profundo y llenarse poco a poco alcanzando autonomía, libertad y felicidad en la fe. Sólo puede ser feliz quien vive este proceso de manera consecutiva, pero también de forma gradual, en niveles maduros, sin un sólo instante dejar de ser llevado a cabo este mismo proceso de manera concreta y real.

    Si quieres seguir a Cristo debes abrazar la obediencia como tu maestra interior, sólo ella podrá enseñarte el sentido sereno de la sumisión amorosa y del deseo de escuchar la enseñanza que viene de la boca de Dios de manera humilde, capaz de conducirte a la madurez responsable en sus hechos, pensamientos y percepciones. Jesús, a los fariseos, todo el tiempo les decía: «el que ve a mí ve al Padre, el que me escucha, escucha al Padre; nadie puede venir al Padre sino es por mí, yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14,6). Para una persona que quiere ser feliz y entiende que no hay felicidad sin inteligencia, observa la importancia estricta de ser obediente. La inteligencia sanada, educada y dirigida hacia Dios, nos hace descansar en la sabiduría que viene de los altos cielos, obviamente esta misma inteligencia iluminada por la sabiduría, nos conducirá dócilmente a los brazos de la obediencia de fe. Ser obediente no significa ser una persona impuesta a una sumisión ignorante, inmadura y ciega, la obediencia, cuando es instaurada por la fe en la mente del que desea seguir a Cristo, revela de sobremanera el carácter de la persona libre e iluminada, que asume obedecer y escuchar con docilidad, calma y gracia, la voz suave que viene de Dios. Entonces, si Dios me habla y lo puedo escuchar, es evidente el signo que Él, en su potencia, está conmigo y yo con Dios. ¿Cómo podré yo equivocarme? Las equivocaciones son exactamente las que nos hacen infelices, entonces podemos decir que el único camino para la felicidad es la obediencia sólida, madura, humilde y sencilla a la imitación de Cristo. El proceso de escuchar no solamente llena nuestro espacio de relación con Dios, sino que amplía definitivamente nuestra madurez y capacidad inconfundible para la construcción de nuevas relaciones nutridas por la luz de la verdadera alegría que hemos recibido en Cristo Jesús.

    Cristo, dulce y obediente hasta la muerte y a la muerte de cruz. ¿Pudieras imaginar lo que significó para Cristo la obediencia madura? Siendo él Dios, no escatimó de la gracia sobre él reservada, sino que se rebajó en profunda obediencia al misterio de Dios para salvar y engendrar, en la humanidad entera, la posibilidad eterna del rescate pleno y eficaz de la naturaleza creada, haciéndola nueva por el misterio de la cruz, por sus heridas, por el derramamiento de su preciosísima sangre, por su pasión amorosa, por su perdón de reconciliación; nos sacó del cautiverio de la oscuridad y rebeldía para hacernos capaces de ser introducidos en la Nueva Alianza para, definitivamente, asumir la nueva condición de herederos. Esto se llama: salvación.

    Si quieres realmente vivir esta felicidad obediente siguiendo a Cristo, necesitas aprender algo muy grande que deberás llevar contigo toda la vida, hablo directamente del espíritu de renuncia, de la capacidad de, en forma inteligente, rechazar lo que no te sirve, las preferencias pobres e infantiles, débiles y equivocadas de una vida llevada por placeres y desobediencia, para empezar ahora, poco a poco, aprender a hacer nuevas elecciones, tomar nuevas y contundentes decisiones, darte la oportunidad de evaluar todos los tramos de historia personal con el deseo de hacer nuevos arreglos y reparaciones. Como Jesús nos enseñó, no podemos seguir a dos señores, no podemos someternos a dos leyes, no podemos mezclar noche y día.

    Cada espacio de nuestra existencia, cada paso, cada sentido que percibimos o sentimos, cada aprensión, cada descubrimiento a lo largo de este proceso, al mismo tiempo que nos toca, nos provoca y el sentido de nuestro ser no está en los síntomas de las provocaciones sino en las consecuencias de las acciones a partir de nuestras elecciones; quien sabe ser provocado y es capaz de discernir la provocación de la luz de la obediencia al seguimiento de Cristo, por seguro sabrá al final hacer la mejor elección, no para perder sino para ganar, y ganar en Cristo Jesús.

    «También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes ha escogido y llamado. A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser como su Hijo y semejantes a él, a fin de que sea el primogénito en medio de numerosos hermanos. Así, pues, a los que eligió, los llamó, a los que llamó, los hizo justos y santos; a los que hizo justos y santos, les da la Gloria». (Romanos 8,28-30).

    II. Renuncia, camino hacia la fe

    «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame». (Lucas 9,23).

    Si quieres seguir a Cristo debes entender que la renuncia no es una opción hacia la miseria, hacia la insatisfacción o hacia lo peor. Si en un primer momento la renuncia te parece una pérdida, un acto de abandono al incierto, una vez examinadas las exigencias contenidas en el proceso de renuncia y que la misma sea puesta en marcha, experimentada, sentida y vencida, te dará fuerza, autonomía, libertad, felicidad en Cristo Jesús. El proceso de renuncia es uno de los mas tocantes en toda nuestra vida, porque renunciar es una tarea para los bravos, los fuertes y los capaces de reinventar y recrear empezando de nuevo. La renuncia es el cambio de visión, de terreno, de planes, de amistades, de focos, que antes eran muy importantes, pero ahora, a la luz de nueva vida, somos capaces de entender que algunas cosas perdieron y deben perder su protagonismo para que la nueva vida nos lleve esencialmente al verdadero crecimiento humano y espiritual .

    En todo mi ministerio sacerdotal he conocido innumerables personas con un profundo deseo de unirse a Cristo. Son personas maravillosas, dulces, amables, queridas, muy inteligentes, grandes profesionales, personas que tuvieron incluso victorias en sus vidas, pero todavía incapaces de renunciar en plenitud. Quisiera advertir que no existe renuncia parcial, no podemos renunciar 50%, exactamente a la mitad, la renuncia tiene que ser total y esto involucra los tres niveles de tu existencia, la dimensión del cuerpo y todos sus deseos, del alma y todos sus anhelos, del espíritu y todas sus invocaciones, esto se llama renuncia para la conversión. Seguir a Cristo es verdaderamente un proceso de «metanoya», que significa transformación. El apóstol Pablo supo traducir en palabras exactamente la esencia de su experiencia e intimidad con Cristo: «Ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí». (Gálatas 2,20).

    Para un camino tan exuberante de tantos desafíos que es el seguimiento de Cristo, cada hombre, cada mujer, cada ser humano integral, necesita nutrición, provisiones propias para la vida espiritual. El aspecto de la nutrición espiritual fue, durante todos estos siglos, materia esencial de la discusión alrededor de la fe, toda la Biblia, la palabra revelada de Dios, es un magnífico banquete para la nutrición esencial del pueblo de Dios. Sin embargo, gozar de esta nutrición, todavía para la gran mayoría de personas es acercarse a un campo desconocido al que muchos de nosotros aún tenemos miedo e incertidumbre de cómo empezar, dónde empezar y por qué empezar. A pesar de la necesidad de Dios, tenemos miedo de acercarnos a esta fuente de conocimiento, a este manantial fluyente de delicias divinas, misterio revelador de la tradición y de la gracia, suplemento de nuestra intimidad con Dios. Es comparado al niño que espera ansiosamente el verano para poder ir con sus padres al río y disfruta cada instante del viaje y añora el campamento, sin embargo, al asomarse a la orilla del río, encantado con su belleza, profundidad y potencia, se ve impedido de zambullirse y del rio disfrutar, prefiere seguir todas sus vacaciones jugando solamente en la orilla y apenas tirando piedritas. Viendo el mover de las aguas pasa todo su tiempo, pero sin darse la oportunidad de moverse en ellas.

    Es el miedo que nos impide la enseñanza, son los complejos, los prejuicios, los

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