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Libro electrónico254 páginas4 horas

¿Te has encontrado con Jesús?

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Este libro es el segundo de cuatro volúmenes de una colección titulada ‘Fe y vida’. Contiene artículos breves que abordan temas de la vida cotidiana, casi siempre iluminados por textos bíblicos que se proclaman en Misa. Con su manera de decir cosas profundas, pero de manera sencilla, su autora relaciona la vida y la Palabra, para ayudar al lector a descubrir qué sabroso es no sólo leerla sino saborearla, porque nutre y fortalece, habla al corazón y lo llena de paz, gozo y esperanza.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 abr 2017
ISBN9781370755486
¿Te has encontrado con Jesús?
Autor

Alejandra María Sosa Elízaga

Alejandra María Sosa Elízaga, es mexicana, licenciada en Comunicación Social, pintora y escritora, católica, autora de 22 libros que reflejan su gran amor por la Palabra de Dios, su apego al Magisterio de la Iglesia, presentan temas profundos escritos en un lenguaje muy accesible, no exento de humor, y tienen siempre como objetivo ayudar a los lectores a vivir y disfrutar su fe. Entre sus obras más gustadas están ‘Para orar el Padrenuestro’, ‘Por los caminos del perdón’, ‘Ir a Misa ¿para qué? Guía práctica para disfrutar la Misa’, ‘Desempolva tu Biblia’, ‘¿Qué hacen los que hacen oración?’ y ‘Docenario de la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús’. Todos sus libros cuentan con Nihil Obstat e Imprimatur concedidos por la Cancillería de la Arquidiócesis de México.Desde 1990 se dedica a escribir, a dar cursos de Biblia (dos de los cuales ofrece gratuitamente en www.ediciones72.com), charlas y retiros.Desde 2003 escribe cada semana en ‘Desde la Fe’ Semanario de la Arquidiócesis de México.

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    ¿Te has encontrado con Jesús? - Alejandra María Sosa Elízaga

    Este segundo volumen de la colección de cuatro libros titulada: ‘Fe y vida’, trata temas de la vida cotidiana, casi siempre iluminados por los textos bíblicos que se proclaman en Misa, a lo largo de un año litúrgico, en este caso, del correspondiente al ciclo A.

    Con ese estilo característico de Alejandra María Sosa Elízaga, que sabe decir cosas profundas en pocas líneas, y a veces hace reír y a veces pone un nudo en la garganta, estas reflexiones, de no más de dos o tres páginas cada una, son ideales para leer una diaria.

    Su objetivo es relacionar la vida y la Palabra, para ayudar al lector a descubrir qué sabroso es no sólo leerla sino saborearla, porque nutre y fortalece, habla al corazón y lo llena de paz, gozo y esperanza.

    ¿Cuándo será ese cuando?

    ¿Cuándo será ese cuando?

    Es la pregunta que resuena en el fondo de nuestro corazón cuando leemos la visión para ‘días futuros’ que describe el profeta Isaías: "De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra" (Is 2, 4).

    ¿Te imaginas? ¿Que llegue un tiempo en el que ya nadie se ‘adiestre para la guerra’?, ¿un tiempo en el que se fundan todas las armas y ese material se use para el provecho y bienestar del ser humano?

    A algunos nos parece desesperantemente lejano ese día; a otros quizá imposible de alcanzar. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo en guerra. No hay lugar en el planeta en donde no se esté llevando a cabo, en este mismo instante, mientras lees esto, algún conflicto armado.

    Nos parece normal que los noticiarios nos traigan imágenes de tanques blindados recorriendo las calles; gases lacrimógenos dispersando multitudes; cadáveres tirados en las plazas; mujeres y niños de ojos grandes y asustados que se asoman cautelosos detrás de una ventana rota o de las ruinas de su casa, o huyen apresurados a un destino incierto en algún país vecino, sin llevar más que lo que traen puesto, dispuestos a convertirse en refugiados que lo han perdido todo -hogar, familia, empleo y esperanza- a causa de una lucha armada de la que son víctimas indefensas.

    Los países más desarrollados y poderosos del mundo tienen una economía basada en la guerra: en vender armas y equipo bélico. Se gasta más dinero en artefactos capaces de aniquilar al ser humano que en alimentos para nutrirlo, ropa para vestirlo, casa para protegerlo, medicinas para curarlo. Es escandaloso el monto del presupuesto que las superpotencias dedican a la destrucción de supuestos enemigos.

    Lo curioso es que todos los que hacen la guerra lanzan grandes discursos en torno a la paz; la enaltecen, la prometen, actúan como si de veras les importara que ésta por fin floreciera en este mundo tan lastimado, pero la verdad es que no hacen nada para construirla, todo lo contrario.

    En este estado de cosas, lo que dice Isaías despierta una gran nostalgia en el corazón. ¿Cuándo será ese cuando?, ¿cuándo sucederá que estas palabras bíblicas no sólo estén escritas en una escultura en las afueras de la ONU, sino inscritas en lo profundo de la conciencia de los que ahí deciden los destinos del mundo?

    La respuesta quizá nos incomode, y es ésta: la paz no es asunto que compete sólo a los demás; no es tema exclusivo para los dirigentes de las naciones. Nos atañe a nosotros también. A ti y a mí.

    Un país en guerra está formado por individuos en guerra, por personas que acumularon suficiente odio en su corazón como para salir a matar. Y ¿cómo fue que surgió ese odio? De a poquito. Día tras día. En cantidades suficientemente pequeñas como para que quienes lo albergaban no sintieran preocupación y siguieran creyéndose personas de bien; pero como siempre sucede cuando alguien permite que anide el odio en su interior, éste creció, y se volvió contagioso, y pronto se convirtió en estímulo para la violencia, en justificación para vivir matando.

    Lo vemos todos los días: los dirigentes firman la paz y la gente de sus pueblos no cesa las agresiones.

    ¿Cómo puede desterrarse tanta negrura del alma?, ¿qué hacer para que reine por fin la paz que hoy nos promete el profeta Isaías? El Papa Juan Pablo II ofreció una respuesta estremecedora: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.

    En un maravilloso discurso que pronunció el Día Mundial de la Paz (el 1º de enero del año 2002) nos dijo que con frecuencia había reflexionado acerca de cómo se puede restaurar el orden moral y social, y que tenía la convicción de que "la paz es fruto de la justicia, esa virtud moral y garantía legal que asegura el respeto de los derechos y responsabilidades y la justa distribución de beneficios y cargas. Pero como la justicia humana es frágil e imperfecta, sujeta como está a las limitaciones y el egoísmo de individuos y grupos, debe incluir y ser completada por el perdón que sana y reconstruye las atribuladas relaciones humanas desde sus cimientos.

    Esto se aplica a toda circunstancia, grande y pequeña, a nivel personal o más ampliamente, internacional. Más adelante afirmó el Papa: La sociedad está muy necesitada de perdón. Familias, grupos, estados, la comunidad internacional entera necesita del perdón para poder ir más allá de la esterilidad de mutuas recriminaciones...En la capacidad para perdonar se encuentra la base sobre la cual podrá construirse una sociedad futura, marcada por la justicia y la solidaridad."

    El Papa puso el dedo en la llaga y la bola en nuestra cancha. Nos avisó que no podemos cruzarnos de brazos esperando que otros arreglen este maltrecho mundo; que no podemos sentirnos espectadores cuando estamos llamados a jugar un papel importantísimo: construir la paz, primero en nuestro interior, luego en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestra nación, en nuestro mundo.

    Sólo si cada ser humano toma este reto como un llamado personal, podrá cumplirse la visión que nos narra Isaías.

    Las palabras de profeta son sólo una poética fantasía; son una realidad que es apenas proyecto, y que nosotros podemos y debemos comenzar a edificar.

    Dame paciencia, pero ¡¡ya!!

    Cuando sientes que te hierve la sangre porque enfrentas una situación que te incomoda, molesta, desespera o enfurece y te dan ganas de dar de gritos, o salir corriendo o estrangular a alguien, quizá te ha sucedido que levantas el teléfono ‘rojo’, el de las ‘emergencias’, para pedirle a Dios: ‘¡¡dame paciencia!!’, y como segundos después de esta petición ves que sigues en las mismas, que no bajó de las alturas una nube de celestial paciencia para envolverte y serenarte mágicamente, le reclamas a Dios, como quien habla a quejarse a uno de esos lugares que ofrecen servicio a domicilio: ‘Tú dijiste: ‘pedid y recibiréis’ (Lc 11,9) entonces ¡cumple!¿qué pasa que no me mandas lo que te pedí?, ¡llevo rato esperándolo y no llega!, es para hoy, ¿eh?; ¡me estás quedando mal!, te pedí paciencia y la necesito ur-gen-te-men-te, mándamela pero ¡¡¡yaaaaa!!!’

    Nos molesta esperar. Los bancos ponen televisiones y las empresas música en sus teléfonos para hacer más llevadera la larga espera a que someten a sus clientes. Los productos que más éxito tienen son los que ofrecen resultados ultra-rápidos: la medicina que te cura de volada; la computadora más veloz; el método de adelgazar más acelerado.

    Pero la verdad es que por más que luchemos contra ello la vida nos somete necesariamente a muchas esperas, y cuando esto sucede no sabemos reaccionar, queremos que todo se solucione ¡de inmediato! y si no es así, volvemos los ojos hacia Dios y exigimos que entonces nos dé paciencia, y que sea ¡instantánea! Pero las cosas no funcionan así, la paciencia no se obtiene de ese modo.

    San Pablo habla de "la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras (Rom 15,4) es decir, que la Palabra de Dios puede darnos la paciencia que necesitamos. Y antes de que alguien se ponga a hojear apresuradamente la Biblia pensando que en alguna página puede encontrar una especie de ‘conjuro’ para pedir paciencia automática y obtenerla, hay que seguir leyendo lo que dice San Pablo: que es Dios la fuente de toda paciencia y consuelo" (Rom 15,5).

    Si relacionamos ambas afirmaciones: que Dios es fuente de paciencia y Su Palabra nos da paciencia, podemos concluir que quien quiera obtener este don tan preciado y necesario, puede lograrlo si se acerca a Dios a través de Su Palabra. ¿Qué significa esto? Que en la medida en que vas leyendo y conociendo la Sagrada Escritura, vas descubriendo que Dios tiene todo en Sus manos, que todo sucede por algo, que en todo interviene para bien, que Sus tiempos no son nuestros tiempos ni Sus caminos nuestros caminos así que de nada sirve angustiarse o enojarse si las cosas no suceden como y cuando nosotros queremos, pues Dios, desde Su infinita sabiduría, tiene todo bajo control y si Él permite que algo suceda es porque así nos conviene, aunque de momento no lo consideremos así.

    Conocer a Dios a través de los relatos bíblicos es conocer a un Dios paternal, amoroso, providente, que está siempre dispuesto a darnos todo cuanto de verdad necesitamos (que no es lo mismo que cuanto creemos que necesitamos).

    Así, conforme te vas adentrando en el conocimiento de Dios, va creciendo tu confianza en Él y va creciendo tu certeza de que todo lo que pasa es por algo y, con Él a tu lado, es siempre para bien. De esa manera, sin darte ni cuenta, te llega la paciencia. Y si tienes que esperar a que se resuelva algo que tarda demasiado para tu gusto, si te toca enfrentar una situación enojosa, grande o pequeña, no te impacientas, la vives con la seguridad de que el Señor se encarga de ella y todo se irá resolviendo cuando y como Él disponga.

    Vivir así te permite no sólo no hacer corajes, sino incluso agradecer las situaciones difíciles, las esperas largas que te toca enfrentar y que antes te exasperaban porque ahora les encuentras sentido y las puedes aprovechar (para crecer en humildad, en amor; para orar por los demás...).

    Es sorprendente lo fácil que resulta pararle el alto a la ira cuando se vive todo de la mano de Dios.

    San Pablo incluye la paciencia en su lista de ‘frutos del Espíritu’ (ver Gal 5, 22), es decir que la recibimos como regalo cuando se nos dio el Espíritu Santo en nuestro Bautismo; el asunto es que así como cuando abres un regalo en un cuarto oscuro no te das cuenta de lo que es ni lo aprovechas, pues necesitas abrirlo donde hay luz para poderlo apreciar, de la misma manera, para aprovechar lo que Dios te da necesitas acercarte a Su luz, dejar que te ilumine Su presencia, vivirlo todo bajo Su luminoso amparo.

    La paciencia no se puede obtener de golpe: es algo que va surgiendo de a poquito y va creciendo e instalándose en el alma como consecuencia de una relación con Aquel que es el mismo ayer, hoy y siempre. Tomemos por ejemplo a María. ¡Cuántas esperas tuvo que enfrentar y con cuánta paz y paciencia las vivió!

    Tómate un tiempo cada día para sentarte un momento a contemplar una imagen de María, nuestra Señora de la Paciencia, y pídele que ore por ti para que sepas vivirlo todo con una paz y paciencia que, como la suya, brote de tu cercanía con el Señor, tu conocimiento íntimo de la Palabra, tu absoluta confianza en Dios, tu Salvador...

    Guadalupana

    El altar mayor de una Basílica

    la modesta pared de una capilla

    un retablo en un convento

    un cuadro

    un postercito clavado con tachuelas en un muro

    un tatuaje

    la celda de una cárcel

    una vereda de un parque

    un mausoleo en un panteón

    la cripta más sencilla

    una medalla

    un Rosario

    un llavero

    una taza

    un libro

    un calendario

    un imán adherido al refrigerador

    el parabrisas de un taxi

    la defensa de un camión

    el guardafangos de un trailer

    la camiseta de un chavo banda

    un altarcito al pie de una curva de la carretera

    un nicho en una calle

    una repisa en un negocio

    una vitrina en un mercado

    en una gasolinera

    el mostrador de una papelería

    la fachada de una casa

    un grafitti bajo un puente

    una estampita en la cartera

    una escultura en un jardín

    un cartelito en la ventana

    todos muestran tu imagen

    llenan de ti mi vida cotidiana

    me recuerdan

    porque lo necesito ¡tanto!

    que estás tú aquí

    que eres mi Madre

    y me tienes en el cruce de tus brazos

    en el hueco de tu manto

    gracias

    porque quisiste venir

    a acompañar mis pasos

    a iluminarlos con tu mirada buena

    a conducirlos con tus manos orantes

    a mostrarme a Jesús

    fruto bendito de tu vientre

    y no te cansas nunca de invitarme

    a caminar contigo

    a encontrarme con Él

    Sueños no imposibles

    ¿Has soñado que vuelas? Yo sí, y es fantástico.

    El otro día soñé que me encontraba en la calle a uno de esos perros que son la pesadilla de peatones y ‘bicicletos’; me gruñía amenazador y cuando supuse que se disponía a atacarme, ¡que me elevo y me alejo volando! El canijo perro voló también pero más bajito que yo así que no me pudo hacer nada, juá juá.

    En muchas ocasiones he soñado que vuelo, que simplemente subo por los aires a voluntad (no tengo que poner ‘pose de superman’, con un brazo extendido y la rodilla opuesta doblada), y voy y vengo todo el tiempo que me da la gana, flotando por encima de calles, tejados, árboles...

    Lo curioso, es que cuando sueño que vuelo, no sueño que ello me asombre o que me dé miedo o que piense que de un momento a otro se me acabará la ‘pila’ y caeré en picada; y es que en los sueños puede suceder cualquier cosa y todo es normal. No así en la realidad. La realidad muchas veces destroza nuestros sueños.

    Pienso por ejemplo en José. Nos cuenta el Evangelio que cuando José descubrió que María estaba embarazada decidió dejarla en secreto. No concuerdo con

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