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Mar adentro
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Libro electrónico276 páginas2 horas

Mar adentro

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Éste es el tercer volumen de la colección de tres libros titulada ‘Lámpara para tus pasos’.

Con esa capacidad suya de ofrecer meditaciones breves pero profundas, sólidamente fundamentadas, pero de lectura fácil y sabrosa, la autora va invitando al lector a releer textos de las Lecturas que se proclaman el domingo en Misa (en este caso las que corresponden al ciclo litúrgico C), para comprenderlos mejor, relacionarlos con su propia existencia y poder decirle, como el salmista, al Señor:

“Lámpara es Tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119, 105)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 may 2017
ISBN9781370999316
Mar adentro
Autor

Alejandra María Sosa Elízaga

Alejandra María Sosa Elízaga, es mexicana, licenciada en Comunicación Social, pintora y escritora, católica, autora de 22 libros que reflejan su gran amor por la Palabra de Dios, su apego al Magisterio de la Iglesia, presentan temas profundos escritos en un lenguaje muy accesible, no exento de humor, y tienen siempre como objetivo ayudar a los lectores a vivir y disfrutar su fe. Entre sus obras más gustadas están ‘Para orar el Padrenuestro’, ‘Por los caminos del perdón’, ‘Ir a Misa ¿para qué? Guía práctica para disfrutar la Misa’, ‘Desempolva tu Biblia’, ‘¿Qué hacen los que hacen oración?’ y ‘Docenario de la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús’. Todos sus libros cuentan con Nihil Obstat e Imprimatur concedidos por la Cancillería de la Arquidiócesis de México.Desde 1990 se dedica a escribir, a dar cursos de Biblia (dos de los cuales ofrece gratuitamente en www.ediciones72.com), charlas y retiros.Desde 2003 escribe cada semana en ‘Desde la Fe’ Semanario de la Arquidiócesis de México.

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    Mar adentro - Alejandra María Sosa Elízaga

    Este es el tercer volumen de la colección de tres libros titulada ‘Lámpara para tus pasos’.

    Con esa capacidad suya de ofrecer meditaciones breves pero profundas, sólidamente fundamentadas, pero de lectura fácil y sabrosa, la autora va invitando al lector a releer textos de las Lecturas que se proclaman el domingo en Misa (en este caso las que corresponden al ciclo litúrgico C), para comprenderlos mejor, relacionarlos con su propia existencia y poder decirle, como el salmista, al Señor:

    "Lámpara es Tu palabra para mis pasos,

    luz en mi sendero" (Sal 119, 105)

    Amor, no temor

    I Domingo de Adviento

    ¿Cuándo sobresaltaría a unos alumnos que su maestra entrara de pronto en su salón de clases? Cuando salió un momento pidiéndoles que se quedaran sentados en sus pupitres, portándose bien y se pusieron a echar relajo, a rayonear el pizarrón y a correr y brincar por toda el aula.

    ¿Cuándo consideraría un joven, cuyos papás tuvieron que salir de fin de semana, que sería el peor momento para que cancelaran el viaje y regresaran? Cuando avisó en ‘facebook’ que había ‘reventón’ en su casa, y la tiene llena de desconocidos pachangueros que están y la están dejando en un estado deplorable.

    ¿Cuándo no querría un empleado que terminara el viaje de negocios de su jefe? Cuando se la ha pasado sirviéndose de la caja chica con la cuchara grande.

    Queda claro que nos da miedo que nos ‘agarren’ portándonos mal, sobre todo si quien llega cuando menos lo esperamos tiene autoridad para sancionarnos por ello.

    Reflexionaba en esto al leer que este Primer Domingo de Adviento, en el Evangelio que se proclama en Misa (ver Lc 21, 25-28.34-36) pide Jesús, refiriéndose al día de Su Segunda Venida: "Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

    Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre" (Lc 21, 34-36).

    El Señor nos advierte que un día tendremos que comparecer ante Él, así que no nos conviene dejar que nuestra mente se entorpezca por "los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida".

    Llama la atención que menciona aparte de los vicios, la embriaguez, siendo que solemos considerarla también un vicio, pero es que tal vez lo que quiere enfatizar es que no se refiere sólo a la embriaguez provocada por el alcohol, sino a todo lo que implica la embriaguez como actitud, aplicado en un sentido espiritual: falsa euforia (alegrarnos sólo por los bienes de la tierra, que son transitorios, y no por los del cielo, que duran para siempre); desaprensión (que no nos importe caer en el pecado), libertinaje (usar mal nuestra libertad; volvernos esclavos de nosotros mismos, de nuestros malos hábitos); violencia (no amar al prójimo), inconsciencia (no darnos cuenta de la presencia de Dios), convertirnos en seres tambaleantes (no cimentados en la roca firme que es el Señor) que no saben lo que hacen y por lo tanto pueden hacer lo que sea, desde un penoso ridículo (olvidar su dignidad de hijos de Dios), hasta un delito grave (tropezar y caer en toda clase de pecados).

    Se nos llama a evitar la embriaguez, no sólo física sino espiritual, de modo que estemos siempre alerta, lúcidos, conscientes de lo que hacemos.

    Pero no sólo para poder ‘comparecer seguros’ ante el Señor, sino sobre todo para ser capaces, como pide san Pablo en la Primera Lectura (ver 1Tes 4,1) de vivir "como conviene para agradar a Dios".

    Que nuestra principal motivación no sea la de evitar el castigo.

    Qué triste sería que se porten bien esos niños sólo para que no los dejen sin recreo, ese joven sólo para que sus papás no le quiten el coche, ese empleado sólo para que no lo corran.

    Cuánto mejor sería que su motivación para portarse bien fuera, en el caso de los niños, que quieren a su maestra que es tan buena y paciente con ellos; en el caso del joven, que ama a sus papás y no quiere desilusionarlos; en el caso del empleado, que no quiere defraudar a su jefe, al cual le está muy agradecido por haberle dado chamba.

    El motor que nos mueve a obrar no deber ser el temor sino el amor.

    Vivir agradando a Dios porque lo amamos, porque le agradecemos la vida, los dones y bendiciones con que nos colma cada día.

    Quien vive así no sólo vive sin temor a que el Señor lo llame a cuentas de repente, sino también disfruta más plenamente la existencia, puesto que vive conforme a la voluntad de Aquel que lo creó y que sabe qué le conviene, qué lo hace feliz.

    Y desde luego no hay que olvidar que al final obtendrá una recompensa que supera cuanto pudiera imaginar.

    Cabe suponer la gran alegría que sentirían esos alumnos que se portaron bien si la maestra volviera de la dirección a avisarles que por su buena conducta les dieron permiso de organizar una posada; la que experimentaría ese joven, que se portó bien, al ver que sus papás, agradecidos con él porque se portó responsablemente, volvieron trayéndole un regalazo; la que embargaría a ese empleado, al que su jefe al ver lo bien que se encargó de la oficina en su ausencia, lo ascendiera y le aumentara el sueldo.

    Pues todas esas alegrías no se comparan con la que experimentarán quienes vivan agradando a Dios, pues además de haber vivido gozosamente y en Su amistad, podrán "comparecer seguros ante el Hijo del hombre", y recibir la mayor recompensa que Él les puede dar: seguir disfrutando de Su compañía, toda la eternidad.

    De vuelta

    II Domingo de Adviento

    Como un niño que se echa a andar, entretenido con lo que va encontrando, y cuando acuerda ya se ha alejado demasiado de su hogar y no tiene idea de cómo regresar, y la vuelta se le ha llenado de obstáculos que le parecen insalvables: la bajadita que descendió correteando se ha convertido en una empinada subida; los senderitos que recorrió son tantos y tan parecidos que ya no sabe cuál seguir y además ha oscurecido y se ve rodeado de impenetrables sombras, tal vez así somos nosotros.

    Quizá nos hemos dejado distraer por muchas cosas que nos han salido al paso y cuando menos lo pensamos nos damos cuenta de que sin saber cómo nos fuimos apartando paso a pasito del Señor.

    Tal vez un día sin orar se nos convirtió en un mes; faltamos un día a Misa y nos acostumbramos a ya no ir nunca; dejamos de confesarnos; de leer la Palabra, de asistir a charlas o a retiros, de platicar con Dios.

    Y cuando nos damos cuenta y queremos dar marcha atrás, tal vez nos encontramos con una montaña que nos lo impide: una montaña de orgullo, de pretextos, de flojera, de ocupaciones a las que les hemos dado prioridad.

    Retornar parece imposible.

    Pero entonces llega el Segundo Domingo de Adviento, y descubrimos que Dios nos facilita el regreso.

    En la Primera Lectura dice el profeta Baruc (ver Ba 5, 1-9) que "Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra".

    ¿Por qué ordenó eso Dios? Para que Su pueblo pueda "caminar seguro", porque Él lo guiará de regreso.

    Dice el profeta que habían salido "llevados por los enemigos"; también nosotros nos extraviamos no sólo por nuestra cuenta sino porque el enemigo, el demonio, se la ha pasado animándonos a tomar rutas equivocadas. Y ¡vaya que lo ha conseguido!

    Pero lo bueno es que Dios no nos abandona. Ha venido a rescatarnos. Y tiene el poder para quitar todo obstáculo que nos impida tornar a Él.

    Con Su gracia echa abajo nuestras montañas, rellena nuestros vacíos, y, como anunció el profeta que Dios haría con Su pueblo, nos guía a la luz de Su gloria y nos escolta con Su misericordia y Su justicia.

    Apenas empezamos titubeantes a caminar de regreso y descubrimos que Él ha venido a nuestro encuentro con los brazos abiertos, dispuesto a colmarnos de Su amor y perdón.

    Ahora depende de nosotros aceptar Su ayuda. ¿Cómo? Por ejemplo, aprovechemos Su gracia haciendo una buena Confesión; vayamos a Misa a recibir Su abrazo, Su Palabra, a Él mismo en la Eucaristía; apartemos un ratito cada día para dialogar sabrosamente con Él en la oración.

    Adviento, tiempo de conversión, de comprender que nunca estamos mejor que cuando estamos de vuelta con el Señor.

    Alégrense

    III Domingo de Adviento

    Del plato a la boca se cae la sopa’, dice un dicho, para significar que se puede perder algo que se creía ya seguro, por ejemplo una cucharada de rica sopa calientita, que por alguna causa se derrama justo cuando uno iba a tomarla.

    La gente hace todo lo posible para evitar perder algo bueno que espera; llega incluso a inventar rituales que supuestamente aseguran que lo consiga, como eso de que el novio no debe ver a la novia antes de la boda; que el que va a apagar las velitas de su tarta de cumpleaños y pide un deseo, no debe decir qué pidió o no se le cumple (de todos modos no se le iba a cumplir, pero está bien que no diga qué pidió, porque es un poco penoso para los invitados enterarse de que su deseo fue que ya se fueran, o al menos no se avorazaran sobre el pastel).

    Supe también de alguien que escribió en internet: ‘no quiero mencionar mi entrevista de trabajo porque se me seva’ (sic). Y me enteré de que de nada le sirvió no mencionarlo, porque de todos modos ‘se le sevó’ (doble sic), supongo que el que iba a ser su jefe leyó su cibertexto...

    Ya se sabe que todas esas prácticas supersticiosas no sirven para nada, pero evidencian una idea muy arraigada en la gente: que es riesgoso alegrarse por un bien que todavía no se recibe, porque como en este mundo nada es seguro, puede suceder que aquello no llegue nunca.

    Pero lo que aplica a las cosas del mundo no aplica a las cosas de Dios. Y por eso a este Tercer Domingo de Adviento en el que se atempera tantito el morado de este tiempo litúrgico y se cambia por rosa para expresar gozo, se le conoce como Domingo ‘Gaudete’, término latín que significa: ‘regocijaos’ o ‘alegraos’, tomado de la primera palabra de la Antífona de Entrada, que a su vez retoma una petición que plantea san Pablo en la Segunda Lectura:

    "Alégrense siempre en el Señor, se lo repito, ¡alégrense’(Flp 4,4), y más adelante añade: "El Señor está cerca" (Flp 4, 5).

    Qué oportuno recordatorio, porque el Adviento es un tiempo para alegrarse por lo que podríamos llamar la triple cercanía del Señor.

    La Primera Lectura nos remite a los tiempos antiguos, cuando la llegada del Salvador era solamente una gozosa esperanza, claro, firmemente anclada en la promesa de Dios, que por medio del profeta Sofonías invitaba a Su pueblo a cantar, a dar gritos de júbilo, a gozarse y regocijarse de todo corazón, porque: "el Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal". (Sof 3,15)

    Un gozo futuro que se cumplió puntualmente con la venida de Jesús, cuyo Nacimiento nos disponemos a recordar y a celebrar en unos cuantos días.

    Pero no para aquí la alegría, hay otro gozo que nos embarga en el Adviento, el de esperar la Segunda Venida del Señor.

    En ese caso, decir "el Señor está cerca", es anunciar que cada vez está más próxima ésa, que Jesús llamó la hora de nuestra liberación (ver Lc 21, 28).

    Y desde luego afirmar "el Señor está cerca" es también hacer referencia a que tenemos un Dios cercano, que está siempre con nosotros, que nos ama y que ha cumplido y cumplirá todo lo que nos promete.

    Así pues, cuando a los creyentes se nos invita a alegrarnos por algo futuro, podemos hacerlo con toda tranquilidad, porque tenemos la seguridad de que aquello llegará, pues depende de Dios y Él nunca nos defrauda.

    Él es el Novio que ya nos vio antes de la boda y de todos modos quiso casarse con nosotros; es Quien cumple nuestro mayor deseo antes de que se lo pidamos y no nos pide que no lo platiquemos, al contrario, que lo proclamemos a los cuatro vientos, porque lo que más anhela nuestro corazón y ya nos lo ha concedido, es gozar de Su amor y Su gracia; es el Jefe que nos contrata para Su viña aunque ya sabe que cometimos y cometeremos errores, y a todos nos paga generosamente y más de lo que merecemos.

    Conmueve ver que en este Domingo Gaudete la alegría no es sólo nuestra también es de Dios.

    En la Primera Lectura el profeta afirma: "Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta" (Sof 3, 17-18).

    Qué bello que no sólo nosotros nos alegramos de tener a Dios cerca, sino que Él se alegré también; ello aumenta nuestro gozo, porque ya sabemos que sólo quien ama es capaz no sólo de acompañar las penas, sino de alegrarse con las alegrías ajenas.

    Una vez más comprobamos el amor que Dios nos tiene, no sólo por Su cercanía, sino porque causa y comparte nuestra alegría.

    Dichosa por creer

    IV Domingo de Adviento

    Si nosotros hubiéramos estado en el lugar de Isabel, prima de María, cuando ésta llegó a visitarla, como narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 1, 39-45), y le hubiéramos dicho a María, como le dio Isabel, dichosa tú,

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