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Dios a Nuestro Lado
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Libro electrónico214 páginas2 horas

Dios a Nuestro Lado

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Este es el tercer volumen de la colección de tres libros titulada ‘Reflexión dominical’, en la que Alejandra María Sosa Elízaga, autora de más de treinta obras de tema religioso, ofrece breves comentarios sobre alguno de los textos bíblicos que se proclaman en Misa, sea las Lecturas, el Salmo o el Evangelio dominical, durante el año litúrgico correspondiente al ciclo C.
Escrito con esa manera suya de decir las cosas, sencilla pero profunda, nos ayuda a relacionar la Palabra de Dios con nuestra vida cotidiana y nos ofrece ricas reflexiones que se pueden leer en domingo, para seguir saboreándolas durante la semana.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 dic 2019
ISBN9780463101773
Dios a Nuestro Lado
Autor

Alejandra María Sosa Elízaga

Alejandra María Sosa Elízaga, es mexicana, licenciada en Comunicación Social, pintora y escritora, católica, autora de 22 libros que reflejan su gran amor por la Palabra de Dios, su apego al Magisterio de la Iglesia, presentan temas profundos escritos en un lenguaje muy accesible, no exento de humor, y tienen siempre como objetivo ayudar a los lectores a vivir y disfrutar su fe. Entre sus obras más gustadas están ‘Para orar el Padrenuestro’, ‘Por los caminos del perdón’, ‘Ir a Misa ¿para qué? Guía práctica para disfrutar la Misa’, ‘Desempolva tu Biblia’, ‘¿Qué hacen los que hacen oración?’ y ‘Docenario de la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús’. Todos sus libros cuentan con Nihil Obstat e Imprimatur concedidos por la Cancillería de la Arquidiócesis de México.Desde 1990 se dedica a escribir, a dar cursos de Biblia (dos de los cuales ofrece gratuitamente en www.ediciones72.com), charlas y retiros.Desde 2003 escribe cada semana en ‘Desde la Fe’ Semanario de la Arquidiócesis de México.

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    Dios a Nuestro Lado - Alejandra María Sosa Elízaga

    Presentación

    Este es el tercer volumen de la colección de tres libros titulada ‘Reflexión dominical’, en la que Alejandra María Sosa Elízaga, autora de más de treinta obras de tema religioso, ofrece breves comentarios sobre alguno de los textos bíblicos que se proclaman en Misa, sea las Lecturas, el Salmo o el Evangelio dominical, durante el año litúrgico correspondiente al ciclo C.

    Escrito con esa manera suya de decir las cosas, sencilla pero profunda, nos ayuda a relacionar la Palabra de Dios con nuestra vida cotidiana y nos ofrece ricas reflexiones que se pueden leer en domingo, para seguir saboreándolas durante la semana.

    I Domingo de Adviento

    Libre (1era de 4 reflexiones para Adviento)

    "

    Tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo único…" (Jn 3, 16).

    Estamos comenzando el Adviento, cuatro semanas previas a Navidad, y como parte de las meditaciones propias de este tiempo, sería bueno que reflexionemos sobre el amor del Padre que nos envío a Jesús, y sobre el amor de Jesús, que aceptó venir a hacerse Hombre, para rescatarnos del pecado y de la muerte, en una palabra sobre el amor de Dios.

    ¿Qué podemos decir? Desde luego ya sabemos que es eterno, pues Dios mismo es eterno, pero ¿qué más podemos considerar?

    Con base en lo que escribió san Paulo VI en su genial Carta Encíclica Humanae Vitae, el Papa San Juan Pablo II comparaba el amor conyugal con el amor divino , y destacaba de éste cuatro características, decía que es libre, total, fiel y fecundo.

    Tomemos una por semana en este Adviento, no sólo para considerar cómo es el amor divino, sino también para motivarnos a hacer un propósito concreto con relación a nuestra manera de vivir el amor con nuestra familia, compañeros de escuela o de trabajo, amigos y vecinos. Ello nos permitirá hacer del Adviento un buen tiempo para disponer el alma a celebrar el Nacimiento del Señor.

    Empecemos con la primera:

    Libre

    El amor de Dios es libre. ¿Qué significa eso?

    El diccionario define ‘libre’ como lo ‘que no está bajo el dominio de alguien o de algo; que no tiene obstáculos, límites o restricciones; que no está obligado.’

    Que Dios nos ame con un amor libre, implica que nos ama incondicionalmente, es decir sin exigirnos primero que cumplamos ciertos requisitos para amarnos. Como Él mismo lo afirma, nos ama aunque no lo merezcamos (ver Os 14, 4).

    Eso nos permite deducir que ya que no hay nada que podamos o debamos hacer para ganarnos el amor de Dios, tampoco hay nada que podamos hacer para perderlo. ¡Contamos siempre con Él!

    Saberlo es una grandísima fuente de consuelo, pero ojo, no es un permiso para pecar, al fin que Dios no nos dejará de amar. Que no podamos perder el amor de Dios, no asegura que no podamos perder nuestra salvación. Si lo rechazamos, si nos alejamos, aunque no se canse de buscarnos, nunca va a obligarnos a pasar la eternidad con Él. Es que otra característica del amor de Dios es que no se impone. Aún sabiendo que ello va a lastimarlo, nos concede la posibilidad de rechazarlo.

    ¿De qué otra cosa está libre el amor de Dios? Del egoísmo. A diferencia de nosotros, que fácilmente caemos en la tentación de amar por conveniencia, Dios no nos ama para ver qué nos saca, qué beneficio obtiene o qué capricho se le antoja que le cumplamos. Nos ama sin cálculos, sin esperar obtener nada a cambio.

    El amor de Dios es libre porque nadie lo obliga a amarnos, nos ama por Su propia voluntad, la iniciativa es Suya, como afirma san Juan: "Dios nos amó primero" (1Jn 4, 19), como dice, coloquialmente, el Papa Francisco: Dios ‘nos primereó’.

    Cabe ahora preguntarnos, ¿sabemos seguir Su ejemplo? ¿Amamos a los demás con un amor como el de Dios, libre de condiciones, imposiciones, manipulaciones, chantajes y egoísmos?

    Como propósito para esta primera semana de Adviento, pidamos al Señor que nos ayude a descubrir en qué estamos fallando al amar, y que nos dé Su gracia para aprender a amar como Él, con verdadera libertad.

    II Domingo de Adviento

    Total (2da de 4 reflexiones para Adviento)

    No lo vas a encontrar en la Biblia, porque Jesús no lo dijo: ‘los humanos son un desastre, vamos a desaparecer la tierra del universo’. ‘los humanos son un desastre, voy a pedir a Mi Padre que les mande otro diluvio’; ‘los humanos son un desastre, mejor me volteo para otro lado y hago como que no me entero.’

    Quizá hubiera podido pensar la primera parte, porque ¡vaya que somos un desastre!, pero definitivamente no pensó la segunda, nunca consideró desaparecernos de un plumazo, ni hacerse de la vista gorda. ¿Qué fue lo que hizo? Lo comentamos la semana pasada, aceptó venir a salvarnos (ver Jn 3, 16).

    Ello implicó, de entrada, renunciar a los privilegios de Su condición divina.

    Él que estaba por encima del tiempo, se sometió al tiempo, al desesperantemente lento transcurrir de segundos, minutos horas, días, meses, años.

    Él, que estaba fuera del espacio, asumió un cuerpo, con toda su fragilidad, su capacidad de sentir frío, hambre, sed, cansancio, dolor, pavor, tristeza.

    Él, siendo Rey del Universo, eligió nacer humilde y discretamente, ser envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

    Él, que podía haber empezado Su ministerio de manera apantalladora, lo inició caminando entre pecadores que acudían a ser bautizados en el Jordán.

    Él, que podía haberse sentado en los escalones del Templo a enseñar a Sus alumnos, salió a buscarlos y recorrió incansablemente los caminos predicando, curando, enseñando.

    Siendo inocente, asumió padecer por nosotros, y no un dolor leve: sufrió al máximo, el dolor de verse alejado de Su Padre, el dolor de asumir nuestros pecados, el dolor de verse traicionado por un amigo y abandonado por todos, el dolor de ser flagelado, abofeteado, escupido, coronado de espinas, cargado con la cruz, y crucificado.

    Asumió nuestra muerte para que pudiéramos tener vida eterna, ¡eterna!, ¡quiere pasar con nosotros toda la eternidad!

    Su amor por nosotros es total. Si fuéramos mil veces más gentes en el mundo, no nos amaría menos, y si sólo existiéramos tú y yo en todo el planeta, no nos amaría más. Nos ama todo lo que nos puede amar, sin reservarse nada.

    En esta segunda Semana de Adviento, en que continuamos con nuestra reflexión sobre algunas características del amor de Dios (libre, total, fiel y fecundo), dediquemos un tiempo a considerar que Dios nos ama a plenitud. Y luego démonos cuenta del efecto que ello tiene en nosotros: Su amor nos hace plenos y nos vuelve plenamente capaces de amar.

    En la Segunda Lectura del domingo pasado, san Pablo pedía que Dios nos llenara e hiciera rebosar de Su amor (ver Tes 3, 12-4,2). Este domingo dice que su oración por nosotros es que nuestro amor siga creciendo más y más. (ver Flp 1, 4-6.8-11).

    Nosotros, que solemos ser reservados, calculadores, medidos y mezquinos al amar; que amamos a cuentagotas, y con frecuencia queremos negociar poder dar a quien amamos sólo un cincuenta por ciento, esperando que la persona amada ponga el otro cincuenta por ciento, o peor aún, nos declaramos incapaces de amar, nos quedamos sin pretextos (‘¡no puedo dar más!’) cuando captamos que Dios nos ama de manera total, y que nos colma con Su amor para que podamos amar, con Él y como Él, al 100% a los demás.

    Hagamos el propósito, en esta Segunda Semana de Adviento, de imitar a Jesús, de quien celebramos en Navidad que vino a darse a Sí mismo, que no se reservó nada. Pidámosle la gracia para amar así, de manera total, perdonar de manera total, brindar a alguien nuestro apoyo o nuestra amistad, de manera total, sin reservas, sin ver qué sacamos. Para gloria de Dios, bien nuestro y de nuestros hermanos.

    III Domingo de Adviento

    Fiel (3era de 4 reflexiones para Adviento)

    En estos tiempos en los que muchas de nuestras relaciones personales se han vuelto efímeras, en los que las redes sociales nos permiten entrar momentáneamente en contacto con alguien de quien nos podemos deshacer con el simple clic de un dispositivo electrónico, en los que tanta gente se casa o se ‘arrejunta’ y no tarda en separarse, en los que ya nos acostumbramos a que los demás nos prometan lo que no van a cumplir, parece iluso hablar de fidelidad.

    ¿Qué es la fidelidad?

    El diccionario la define como ‘firmeza y constancia en los afectos, en las obligaciones y en el cumplimiento de los compromisos establecidos.’

    En ésta, la tercera de cuatro reflexiones en las que estamos considerando cuatro características del amor divino (libre, total, fiel y fecundo), es importante tener presente que cuando Dios se reveló a Moisés, se describió a Sí mismo como Dios fiel (ver Ex 34,6).

    Dios es fiel. Su amor por nosotros es fiel.

    ¿Qué significa eso?

    Que es firme, que no se tambalea ni se derrumba, que no es ilusorio, ni desaparece; que es sólido, confiable, que nos podemos apoyar en él, más aún, que podemos depender enteramente de él, y no quedaremos defraudados.

    Que es constante al grado máximo, porque es eterno. Dios nos ama desde siempre y para siempre (ver Jer 31, 3).

    Que nos cuida y nos procura siempre, que está constantemente derramando en nosotros Su gracia y Su ternura, que no es un amor veleidoso, de contentillo, que hoy existe y mañana desaparece.

    Que cumple lo que promete, aun cuando nosotros no le cumplamos lo que prometemos (ver 2 Tim 2, 13). Dios estableció con el ser humano una alianza de amor, y la ha mantenido a pesar de la infidelidad humana.

    Como fuimos creados por y para el amor, todos sentimos en el alma el ansia profunda de ser amados para siempre, de tener la seguridad de que no seremos repudiados, abandonados, que no sucederá que quien nos ama hoy, nos diga mañana que ya no somos dignos de su amor.

    El amor fiel de Dios sacia plenamente esa honda necesidad.

    Tenemos la tranquilizadora seguridad de que podemos contar siempre con él.

    Podemos decir, como el salmista:

    "Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos: firme es Su misericordia con nosotros, Su fidelidad dura por siempre. ¡Aleluya!" (Sal 117, 1-2).

    Gocémonos en la fidelidad de Dios, pero no nos conformemos con disfrutarla, hemos de hacer algo más: imitarla.

    Estamos llamados a ser fieles también. Fieles en nuestro amor a Dios,

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