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El regalo de la Palabra
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Libro electrónico232 páginas3 horas

El regalo de la Palabra

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Este libro es el tercero de cuatro volúmenes de una colección titulada ‘Fe y vida’. Contiene artículos breves que abordan temas de la vida cotidiana, casi siempre iluminados por textos bíblicos que se proclaman en Misa. Con su manera de decir cosas profundas, pero de manera sencilla, su autora relaciona la vida y la Palabra, para ayudar al lector a descubrir qué sabroso es no sólo leerla sino saborearla, porque nutre y fortalece, habla al corazón y lo llena de paz, gozo y esperanza.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 abr 2017
ISBN9781370825103
El regalo de la Palabra
Autor

Alejandra María Sosa Elízaga

Alejandra María Sosa Elízaga, es mexicana, licenciada en Comunicación Social, pintora y escritora, católica, autora de 22 libros que reflejan su gran amor por la Palabra de Dios, su apego al Magisterio de la Iglesia, presentan temas profundos escritos en un lenguaje muy accesible, no exento de humor, y tienen siempre como objetivo ayudar a los lectores a vivir y disfrutar su fe. Entre sus obras más gustadas están ‘Para orar el Padrenuestro’, ‘Por los caminos del perdón’, ‘Ir a Misa ¿para qué? Guía práctica para disfrutar la Misa’, ‘Desempolva tu Biblia’, ‘¿Qué hacen los que hacen oración?’ y ‘Docenario de la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús’. Todos sus libros cuentan con Nihil Obstat e Imprimatur concedidos por la Cancillería de la Arquidiócesis de México.Desde 1990 se dedica a escribir, a dar cursos de Biblia (dos de los cuales ofrece gratuitamente en www.ediciones72.com), charlas y retiros.Desde 2003 escribe cada semana en ‘Desde la Fe’ Semanario de la Arquidiócesis de México.

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    El regalo de la Palabra - Alejandra María Sosa Elízaga

    Este tercer volumen de la colección de cuatro libros titulada: ‘Fe y vida’, trata temas de la vida cotidiana, casi siempre iluminados por los textos bíblicos que se proclaman en Misa, a lo largo de un año litúrgico, en este caso, del correspondiente al ciclo B.

    Con ese estilo característico de Alejandra María Sosa Elízaga, que sabe decir cosas profundas en pocas líneas, y a veces hace reír y a veces pone un nudo en la garganta, estas reflexiones, de no más de dos o tres páginas cada una, son ideales para leer una diaria.

    Su objetivo es relacionar la vida y la Palabra, para ayudar al lector a descubrir qué sabroso es no sólo leerla sino saborearla, porque nutre y fortalece, habla al corazón y lo llena de paz, gozo y esperanza.

    ¿Cómo te prepararás?

    Cuando escuchas la palabra ‘Navidad’, ¿qué es lo primero que viene a tu mente?

    Hice esta pregunta a adultos y niños en una reunión. Éstas fueron sus variadas respuestas:

    Los romeritos; la rosca de frutas secas que hace mi mamá; los buñuelos; el ‘gastadero’ loco de los regalos; el ‘oso’ de que este año toca ¡agh! ir a cenar a casa de mi familia política; ¡lo que voy a pedirle a Santa Claus’!; lo rico que huelen los arbolitos naturales; las flores de nochebuena; el ponche; las pachangas de la oficina; las ‘guarapetas’ con los cuates; que me lleven a ver la iluminación al centro; poner el nacimiento; que siempre estoy ‘frito’ pues o no sé qué regalar o no tengo con qué comprarlo; el agotamiento; las aglomeraciones; la lata de todo lo que hay que preparar; el tiradero que hay que levantar a la mañana siguiente; el recalentado; los fastidiosos villancicos de las luces de casa del vecino que no se callan nunca; las ‘porquerías’ que me regalan; los ‘atracones’ y los kilos de más; la tristeza por los que ya no están; las ganas de irme lo más lejos posible y volver cuando todo haya pasado.

    Cuando todos terminaron hice notar que nadie -nadie- mencionó a Jesús, cuyo Nacimiento es ¡la razón de ser de la Navidad! Se justificaron: ‘pediste que dijéramos lo primero que nos viene a la mente, bueno, pues eso fue lo primero’.’

    Recordé esto al reflexionar en lo que dice el profeta Isaías en un texto en el que empieza preguntándole a Dios por qué nos ha dado la libertad de endurecer nuestro corazón y alejarnos de Él, y luego le expresa un hondo anhelo de su corazón: ¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con Tu presencia! (Is 63, 19).

    Si no fuéramos cristianos, esta petición nos sonaría completamente absurda. ¿Cómo pedir a Dios Todopoderoso que baje a la tierra?, ¿cómo atreverse a proponerle al Altísimo que descienda hasta nuestra pequeñez? Es inimaginable, impensable. Es más descabellado que si el último de los trabajadores de una empresa le dijera al dueño de ésta: ‘ojalá bajara Ud. a echarme una mano’. Es algo que simplemente no se concibe. Pero ¡sucedió! Y Dios no sólo no pasó esta súplica por alto ni se dio por ofendido, sino ¡condescendió a concederla! Dice Isaías:

    "Descendiste y los montes se estremecieron con Tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de Ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en Él." (Is 64, 2-3)

    Esto recuerda cuando Dios descendió para comunicarse con Su pueblo y la cima del monte se estremecía. Pero anuncia también algo que en tiempos de Isaías era apenas un anhelo, pero que para nosotros ya ha sucedido: Dios descendió. Se abajó, vino a vivir a nuestro valle, "puso Su morada entre nosotros" (Jn 1,14). Y las montañas se estremecieron bajo los pasos presurosos de María que, llevándolo en su seno, fue a visitar a su prima Isabel, y las entrañas de Isabel se estremecieron de alegría al reconocer en María a la Madre de su Señor (ver Lc 1,39-41), y cabría preguntarse: nosotros, ¿también nos estremecemos?, ¿nos conmociona que Dios se haya hecho tan cercano?, ¿nos sacude saberlo a nuestro lado? Desafortunadamente parece que no.

    Llama la atención que luego de anunciar que Dios descendió el profeta no exclame gozoso que a partir de ese momento todo cambió, que todo fue júbilo y paz, sino que reconozca que la gente siguió pecando, fue rebelde y que nadie invocaba el nombre del Señor (ver Is 64, 6). ¡Pareciera que se refiriera a nuestros tiempos! (esto fue lo que recordé tras la reunión aquélla). Dios se hizo hombre y para celebrarlo organizamos tremendo ‘fiestón’ en Su honor, pero ¡lo dejamos fuera!, ni invocamos Su nombre ¡ni nos acordamos de Él!

    Sin embargo, no todo termina ahí, pues eso sería muy ‘desanimador’. El profeta afirma algo que renueva la esperanza, y que sigue vigente: "Sin embargo, Señor...nosotros somos el barro y Tú el Alfarero" (Is 64, 7), como quien dice, a pesar de todo somos barro fresco todavía moldeable. ¿Qué significa esto? que no somos roca, que no somos inmodificables ni estamos condenados a ser siempre rebeldes o siempre pecadores: tenemos remedio, si nos atrevemos a ponernos en manos de Aquel que nos creó y dejamos que nos renueve y acaricie, lime lo áspero, repare las quebraduras y modifique todo lo que no sea como soñó que sería cuando nos dio la vida.

    En cada Adviento cuentas con cuatro semanas para prepararte a experimentar el estremecimiento de saber que Dios descendió, que vino a vivir en este mundo, que nació en Belén porque te ama tanto que quiso venir a compartir tu condición humana. Tu preparación para ese acontecimiento puede ser un suplicio o un gozo, depende de ti. ¿Qué será lo que ocupe tu mente?, ¿qué moldeará tu camino hacia la Navidad? ¿El mundo con su agobiante carga de exigencias y frivolidad o las sabias y seductoras manos de tu amoroso Alfarero ?...

    Visitas

    Hay visitas que cuando se van te dejan con una sensación de paz, de alegría; disfrutas recordándolas porque revives la sabrosa charla, la risa sana, el consuelo que te dieron, lo mucho que aprendiste...

    En cambio hay otras que cuando se van casi casi dejan un fuerte olor a azufre. Te dejan inquieto, desasosegado, con un vacío interior; y no disfrutas recordándolas porque sólo se dedicaron a hablar mal de otros o a quejarse o a desparramar a su alrededor su visión negativa, mordaz y pesimista.

    En los días de Adviento y Navidad abundan las visitas, según cuentan San Mateo y San Lucas en sus Evangelios.

    El ángel visita a María; María a su prima Isabel; un ángel visita a José en sueños; muchos ángeles visitan a los pastores; los pastores a la Sagrada Familia; los magos de Oriente la visitan también y, por último, un ángel los visita a ellos y a José en sueños.

    ¡Cuántas visitas!, y en todas ellas ¡qué cosas tan iluminadoras se dijeron!, ¡qué deliciosos encuentros tan llenos de sencillez, humildad, gozo, buena voluntad y amor! Fueron experiencias que dejaron en quienes las vivieron -y en muchos más- una estela inagotable de luz, una serena felicidad.

    Hoy, como hace dos mil años, el nacimiento de Jesús también provoca visitas. En días previos a la Navidad -y en los posteriores también- con frecuencia nos vemos en la necesidad de ir a llevar un regalo, a dar un abrazo, a participar de un festejo, de una cena, etc. Cabe que nos preguntemos: ¿cómo son nuestras visitas?, ¿qué despiertan en quienes visitamos, qué les dejan resonando en el corazón?

    De nuestro paso ¿se podría decir lo mismo que se decía del bárbaro Atila, que ya no volvía a crecer la hierba porque su presencia era aniquilante? ¿Qué provoca nuestra visita?, ¿siembra discordia porque nos la pasamos criticando a propios y ajenos?, ¿desesperanza, porque sólo comentamos lo mal que está el mundo?, ¿malestar, porque vamos de malhumor?, ¿temor, porque los anfitriones se sienten juzgados y saben que nos la pasamos tomando nota de lo que chismearemos sobre ellos?, ¿incomodidad, por nuestro ‘acelere’?

    Una señora viuda lamentaba: ‘mi hijo y su familia sólo me visitan en Navidad, pero llegan corre y corre a sentarse apurados a la mesa y se van rápido porque tienen que ir a celebrar en casa de mi nuera; nomás vienen a saquear mi refri, se comen los bocaditos que tenía yo para la semana y se van, dejándome una pila de platos sucios y un regalo, por puro compromiso, que ni tiempo tuvieron de envolver’.

    ¿Cómo hacer para que nuestras visitas dejen algo positivo en los demás?

    Aprendamos de esos visitantes mencionados en la Biblia. Por ejemplo:

    Del ángel que visita a María aprendamos a motivar a los demás a estar alegres recordándoles siempre que el Señor está con ellos.

    De la visita de María a su prima aprendamos a ir al encuentro de los demás con espíritu de servicio, no para ver qué les sacamos, qué obtenemos para nosotros, sino qué podemos hacer por ellos (hay muchas familias necesitadas de ropa, cobijas, comidas calientitas, incluso de obsequios para poder regalar a sus seres queridos; qué bueno sería poder visitarlos para proporcionarles algo de lo que tanto necesitan, o incluso hacerles una ‘visita anónima’ para hacerles llegar lo que les hace falta sin que sepan de quién viene...).

    Del ángel que visita a José aprendamos a animar a los demás a cumplir sus sueños y proyectos, a perseverar en medio de las adversidades.

    De los ángeles que visitan a los pastores, aprendamos a compartir con otros nuestra alabanza y gratitud hacia Dios, a ser portadores de Buenas Nuevas, a no dejarnos ‘ensuciar’ de mundo ni permitir que las dificultades nos ensombrezcan el espíritu, sino mantener viva la alegría de saber que Dios no sólo nos ha visitado, sino ¡se ha quedado a vivir con nosotros!

    De los magos aprendamos a recorrer el camino que nos separa de los demás para ir a compartir con ellos lo mejor de nosotros mismos y poner a su disposición nuestros dones, nuestras cualidades.

    De los ángeles que visitan a los magos y a José aprendamos a estar atentos para ayudar a otros a seguir caminos de vida, sendas buenas que les permitan desarrollarse y crecer espiritualmente.

    Por último, de todos ellos aprendamos que visitar consiste en salir de uno mismo para ir al encuentro de otro, ahí donde está, no sólo para atender su necesidad sino para llevarle la Buena Nueva de la presencia de Dios en su vida; compartir con él la fe, la esperanza y el amor, y ayudarlo a caminar de la mano del Señor.

    Si aprendes de todos ellos, harás de cada visita no un roce insípido, mundano o superficial en el que sólo participas ‘de cuerpo presente’, sino un encuentro de corazón a corazón, que se interesa genuinamente por el otro y está dispuesto compartirle lo más valioso que tiene: la certeza de que Dios está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, entonces descubrirás que tus visitas no sólo enriquecen a los demás, sino que a ti te dan, como a los magos, como a los pastores, la capacidad de seguir estrellas, de escuchar coros de ángeles en el silencio de la noche, de descubrir y compartir lo extraordinario en lo ordinario.

    El regalo de la Palabra

    ¿Cuál es el mejor regalo de Navidad que has recibido en toda tu vida?

    En una de estas tardes decembrinas, mientras disfrutábamos un ponche calientito (sin ‘piquete’), un pequeñito grupo de ‘cuates’ nos planteamos esta pregunta y en respuesta compartimos sabrosas anécdotas.

    Una en especial nos encantó a todos. La platicó el esposo de una amiga. Dijo: "Yo solía pensar que el mejor regalo era el más caro, el más apantallador, el que te dejaba boquiabierto considerando cuánta ‘lana’ se habría gastado el que te lo dio.

    Entonces en una Navidad cambió totalmente mi manera de pensar. Recibí el mejor regalo que me han dado y ni era caro, ni era apantallador, vamos, ¡ni siquiera era nuevo! Me lo dieron mis hermanas. Cuando lo abrí creí que se trataba de una broma.

    Aparentemente era un libro que venía dentro de una especie de estuche azul marino de piel tan gastada que ya estaba decolorada en algunas partes, y tenía un zipper que había perdido esa cosita de metal con la que uno lo corre y en su lugar tenía un hilachito. Lo abrí y descubrí de qué se trataba: era la Biblia de mi mamá.

    Sentí una emoción que no puedo explicar. Mi mamá había fallecido hacía unos meses, y yo tenía el gran anhelo de conservar algo personal de ella, algo que hubiera usado mucho, que fuera muy querido para ella, pero todo lo que venía a mi mente eran cosas de mujer que ni modo de pedir para mí: sus agujas de tejer, sus trastos de cocina, su ropa; así que no pedí nada y me quedé muy triste pero no dije ni una palabra.

    Y de pronto en esa Navidad, ¡me dieron su Biblia! Era una Biblia muy especial porque tenía anotaciones, dibujitos, comentarios, textos subrayados, algunas páginas estaban más gastadas de las esquinas, se ve que las leía y releía mucho; otras estaban marcadas por estampitas, fotocopias de

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