Me abracé a la fe: Y Dios restauró todo lo que se había perdido
Por Iris Román
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Me abracé a la fe - Iris Román
"Ildes e Iris Román son un ejemplo vivo de que aunque parecía que no había oportunidad de restaurar su matrimonio, la Palabra de Dios junto a la fe de una persona, va por encima de todo pronóstico humano; aquí la lógica y el razonamiento no caben, ni aplican cuando la fe enciende el motor y la pelea es de Dios. Este libro tocará tu corazón. En ocasiones te molestarás, llorarás y hasta sufrirás junto con Iris, pero después verás el poder sanador de Dios a través del perdón. Verás cómo esa decisión produjo sanidad y una nueva esperanza de vida, no solamente a un matrimonio sino también a unos hijos que anhelaban el amor de sus padres.
Me abracé a la fe te llevará a entender que la fuerza, la fe, el coraje, la confianza, la conquista y la victoria viene cuando tenemos un corazón y un espíritu firme en aquel que hace todo posible. Lo que Dios une, nada lo podrá separar. El verdadero amor nunca deja de ser (1 Corintios 13:7-8). Este libro activará tu fe y te llenará de esperanza".
REYNALDO Y NORMA SANTIAGO
PASTORES DE LA IGLESIA CASA DE ADORACIÓN
SU MAJESTAD JESÚS
VEGA ALTA, PUERTO RICO
"Cada día marcaba un nuevo reto, una nueva prueba de fe. El haber vivido con ella gran parte de lo que está narrado en estas páginas no bastó para reconocer el control de Dios en cada situación, por difícil y confusa que pareciera. Luego de leer Me abracé a la fe, veo un plan perfecto de Dios en cada lágrima derramada, en cada quebranto de corazón. Solo puedo darle gloria a Dios por la restauración que solo en Él se puede alcanzar y esa misma experiencia que ha sido de fortaleza en mi mismo matrimonio".
JORGE ROSADO
GERENTE DE VENTAS DE CANZION EN PUERTO RICO
Las primeras palabras que escuché de Iris fueron: ‘Dios está en el asunto’. Mi primer encuentro con este libro fue ‘el final’ de la historia: su esposo con ella, alabando a Dios. Fue difícil creer que al salir de su casa esa noche, con el borrador del libro bajo mi brazo y muchas lágrimas en el rostro, se iniciaba un camino de logros en mi vida. Sí, definitivamente Dios está en el asunto y doy testimonio del ministerio de Ildes e Iris Román, mis líderes tan queridos
.
VALENTINA ATKINSON
LÍDER DEL MINISTERIO UN DÍA CON IRIS
IRIS ROMÁN
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Me abracé a la fe por Iris Román
Publicado por Casa Creación
Una compañía de Charisma Media
600 Rinehart Road
Lake Mary, Florida 32746
www.casacreacion.com
No se autoriza la reproducción de este libro ni de partes del mismo en forma alguna, ni tampoco que sea archivado en un sistema o transmitido de manera alguna ni por ningún medio– electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otro–sin permiso previo escrito de la casa editora, con excepción de lo previsto por las leyes de derechos de autor en los Estados Unidos de América.
A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Edición por: Ofelia Pérez
Diseño de la portada: Justin Evans
Director de diseño: Bill Johnson
Copyright © 2013 por Iris Román
Todos los derechos reservados
Library of Congress Control Number: 2012955892
ISBN: 978-1-62136-143-5
E-book ISBN: 978-1-62136-153-4
Impreso en los Estados Unidos de América
13 14 15 16 17 * 5 4 3 2 1
Dedicatoria
Porque la fe es por el oír
Y el oír por la Palabra de Dios ...
Porque creíste a Dios
Y viste con ojos de fe ...
Porque me diste la fe
Y me inundaste de apoyo .
Porque a nadie creía
Pero tú profesabas el milagro ...
Porque más que una madre,
Fuiste mi amiga ...
A ti mami, dedico este libro.
Contenido
Prólogo por Rey Matos
1 ¿Por qué me dejó sola?
2 Una razón al descubierto
3 ¿Cuál es mi victoria, Dios?
4 La tormenta nos sacudió
5 Abandono económico
6 Primera señal de cambio
7 ¿Quién era el que perdía?
8 Es difícil ser padre lejos de casa
9 Nuevo estado civil
10 Adiós ¿definitivo?
11 Aguas amargas
12 No hay justo desamparado
13 No te burles de mí
14 Casada otra vez
15 Comienzos del futuro
16 Duda y decepción
17 El Señor restaurará todo lo que has perdido
18 La impactante revelación de Dios
19 Fe y bendición más allá del dolor
Epílogo
Cartas al lector
Notas
Sobre la autora
Prólogo
Siempre he dicho en mis conferencias que para destruir un matrimonio hacen falta dos, pero para restaurarlo solo hace falta uno que crea en lo que Dios ha declarado, y se mantenga firme.
Este testimonio poderoso lo confirma. Nadie ha dicho que será fácil, pero hay promesas de Dios de que no te desamparará. Cada una de esas promesas se ven cumplidas en este libro y creo firmemente que son para ti también.
Iris Román lo cuenta todo, cosas que a veces se escuchan solo en consejerías, que causan dolor, tristeza y heridas permanentes en el corazón. Pero no se queda ahí. En un relato apasionado y muy bien desarrollado nos lleva a ver su vida destruida por el hombre que amaba, y una poderosa restauración.
Solo Dios puede convertir una tristeza tan grande en la mayor de todas las alegrías.
REY MATOS, AUTOR DE SEÑOR, QUE MIS HIJOS TE AMEN,
LA MUJER EL SELLO DE LA CREACIÓN Y CUANDO EL
SEXO NO ES SUFICIENTE
1
¿Por qué me dejó sola?
En realidad, ¿a qué me aferraba? ¿Sentía pena por mí o temor a lo que debía enfrentarme sola? Ahora veía cambiado a mi esposo. Su cambio era notable. ¿Qué era lo que más le había molestado? ¿Acaso era la situación económica, mi nuevo embarazo o mi aspecto físico?
Mi aspecto físico podía explicarlo. Había comenzado a servir al Señor en una iglesia cuya doctrina religiosa exigía que el aspecto físico mostrara la santidad interna. Ahora tenía que verme diferente: cejas abultadas, faldas (nunca pantalones), nada de maquillaje, pelo largo. Mi nueva religión no aceptaba otra apariencia.
Tratar de explicar su abandono llenó mi cabeza. Había razones; yo lo sabía. También sabía que personalmente tampoco me sentía satisfecha con mi matrimonio, pero siempre pensé que todo se resolvería cuando juntos compartiéramos mis inquietudes religiosas, cuando juntos sirviéramos a Cristo.
Miraba el tiempo en retrospección. Cada imagen dolía. ¡Cuánto habíamos alcanzado, cuántas luchas, cuánto amor, cuántos cuidados! Me sentía desorientada. Leía aquella carta una y otra y otra vez. Ildes ya no volvería. Ya nunca seríamos felices. ¡Al infierno la casa, los tres niños, mi embarazo al infierno su esposa!
¿Qué sentía él? Penetrar sus pensamientos, sus ideas, era imposible, pero era mi mayor anhelo. No era sorpresa lo que ocurría. Dolía, pero sabía bien que Ildes estaba diferente. Había orado buscando respuesta de parte de Dios y Él había sido claro: la separación sería inminente.
Acontecerá también en aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad hacia el mar oriental y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno. Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre
(Zacarías 14:8-9).
Oré mucho. Solo pedía que no ocurriera lo que decía allí: separación. Es difícil describir aquel dolor. ¡Pero cómo dolía! Responder mentalmente a mis preguntas aguijoneaba mi alma. Mis ojos no cesaban de llorar. Todo me recordaba mis siete años de felicidad y aquel 21 de agosto mi esposo decidía que ya nunca más sería feliz junto a nosotros.
21 de agosto de 1983
Iris:
Últimamente no hemos tenido una vida feliz, sea por mi culpa o por la tuya. He llegado a la conclusión de que ninguno de los dos entiende lo que quiere el otro. Hemos pasado siete años juntos con los mismos problemas de siempre. En este punto ninguno de los dos estamos contentos y creo que no lo estaremos más.
Decidí irme, pero en ningún momento abandonaré a mis hijos. Siempre estaré pendiente a ellos por cualquier cosa que les falte.
Lo único que quiero de ti es que nunca les inculques rencor u odio hacia mí.
ILDES¹
Era rutina estallar en llanto delante de una taza de café o apoyada sobre una firme y dura pared. Dolía y aumentaba aún más el dolor cuando mis hijos también preguntaban: ¿Por qué papito ya no viene antes de que nos acostemos? ¿Por qué se va tan temprano en la mañana y no lo vemos? ¿Por qué lloras tanto? ¿Cuándo veremos a papito?
. Mi carne se desgarraba por dentro, muy adentro. Ese desgarre me hacía sangrar internamente según mi corazón palpitaba. Yo intentaba aceptar que mi esposo, que era mi carne, ahora como carne era arrancado de muy adentro de mi alma. Solo así puedo describir mi gran pérdida de aquel momento.
Bíblicamente hablando, el matrimonio es una pareja que forman una sola carne. Así se siente el dolor de la separación: como si te arrancaran parte de tu cuerpo, sin importar qué miembro, a sangre fría, sin tranquilizantes, sufriendo la misma agonía día tras día. Se suma el otro dolor de enfrentar tu vida ahora sin parte de ti, sin ánimo, y con espera de cuándo va a cesar esa agonía.
Aquel 21 de agosto llamé a papi y le conté lo sucedido. Él tal vez entendía como hombre y contestaría algunas de mis preguntas: No le doy tres meses fuera de la casa
, dijo. Mi padre dijo tres meses
, ¡y yo me moría aquel mismo día! Mi esposo siempre fue especialmente cariñoso conmigo. Sus palabras tiernas, su buen humor llenaban mis días. Sus problemas en el trabajo no nos afectaban directamente. Pero yo siempre exigía tiempo. Cada vez eran más y diferentes los torneos de este u otro deporte. Nuestras deudas eran muchas. Los niños siempre necesitaban esto o aquello. ¡Oh, Dios, cómo se fue llenando el globo de nuestras vidas! Había que buscar un escape. ¿Era irse el más sencillo? Para él lo fue Yo quedé sola con tres niños, mucho dolor y terribles problemas.
2
Una razón al descubierto
Quería saber qué mantenía a mi esposo fuera de la casa. Como esposa sabía que me había amado y sabía lo que amaba a mis hijos. Sin embargo, los meses pasaban y mi esposo no regresaba.
Una tarde, después de la escuela, la esposa de Luis, primo de Ildes, fue con su niño a casa. Nunca iba, pero aquel día tenía noticias qué llevar. Mi hermana me estaba arreglando el cabello y como conversación de rutina, la visitante me trajo las malas nuevas:
¿Qué razones te da Ildes para estar fuera de la casa?
, preguntó Milly, y en su pregunta cargaba todo el veneno, listo para explotar.
Dice que necesita un tiempo fuera
, le contesté con voz temblorosa, con deseos de que no confirmara mis dudas.
Eso es lo que él te dice, pero Ñeky (la hermana de mi esposo) dice que tiene una mujer
.
Mi corazón palpitaba con tanta velocidad que pensé que todos lo escuchaban. Miraba al piso con deseos de que no notaran mi contrariedad. Mi tensión interna era tal que disimularla parecía falsedad. Movía mis quijadas por lo nerviosa que estaba y rechinaba los dientes, pero como caldera que acumula calor y no estalla, continué la conversación como si ella no hubiera dicho nada. El saberse reemplazada trae sinsabores y complejos. Me sentía en desventaja. Mi embarazo me hacía sentir gorda. La ropa que tenía que usar, los achaques, mi rostro sin maquillaje todo estaba en mi contra.
Aquellos tiempos de torneos de mi esposo y su falta de tiempo ocultaban algo tras ellos. Él quería estar fuera de la casa. Los niños le abrumaban. Tenía más y más reuniones. Se compraba ropa especial, se curaba los pies que tenían hongo viejo, hongo de siempre. Se llevaba ropa extra a su trabajo, se puso a dieta con un compañero
. Todo encajaba.
Quería hacerme la ciega, pero veía más.
Un día, cuando aún no sabía que estaba embarazada, la compañía tuvo una actividad en un parque. Mi esposo nos llevó y mi hermano Jorge nos acompañó. Los niños se estaban divirtiendo, pero mi esposo se había desaparecido. Me había dicho que tenía a su cargo unos eventos. Sin embargo, cuando ya el tiempo se me hizo largo, fui tras él. Después de largo rato, lo encontré conversando placenteramente en un banco con esta mujer. Cuando me vio se asombró, se levantó y caminó hasta mí. No me dejó llegar al banco. Era muy normal que mi esposo se relacionara con diferentes mujeres profesionales y que nos presentara, pero no fue normal que hasta se enojara porque yo le pedí que me la presentara.
Había visto a esa mujer antes en un parque de pelota. En esa ocasión le había dicho a mi esposo que estaba cansada de estar sola los sábados y que lo iba a ver jugar con mis dos niños mayores. Él dijo que me aburriría, que mejor no fuera, que no habría esposas. Así mismo fue. Cuando llegamos al parque, solo estaba la amante de su compañero (quien se estaba divorciando) y también estaba esta otra mujer, secretaria de la misma compañía en la que trabajaba mi esposo, la misma que estaba sentada con él en el banco. Ella no tenía razón de estar allí, pero estaba. Hablamos y por coincidencia sabía hasta los cumpleaños de mis hijos.
A estas alturas yo quería confiar, pero mi mente corría. Otro día, hablando con la esposa de otro ingeniero (mi esposo era ingeniero con posición gerencial), con quien compartía la misma fe en Jesucristo, le confesé mis dudas. Ella me dijo: No te preocupes por esa secretaria. Me dice mi esposo que todos le tienen el ojo echado, pero que ella está saliendo con uno con quien hizo una apuesta: el que rebaje diez libras primero ganaría la apuesta y el otro invitaría a comer
. Esta muchacha, amiga mía, confirmó mis dudas. Yo había ayudado a mi esposo a rebajar las diez libras. Yo le hacía los platos especiales para que otra lo llevara a comer. Era aquella misma mujer de la que yo sospechaba. Las dudas estaban aclaradas.
La tarde que me enteré sobre mi esposo, su dieta y la apuesta fue la misma en que mi pastor me había pedido que compartiera algo en la iglesia durante la noche. Compartí sobre José, cómo se había mantenido fiel a Dios en las pruebas, los años de abundancia, los años de escasez y la promesa dada por medio de un sueño. Esa noche me habló Dios a través de mí misma.
Después de hacerle saber a mi esposo que sabía de su salida con la secretaria de su compañero, al otro día decidí ir a la compañía a hablar con ella, a sugerirle que no era correcto invitar a salir a los esposos de otras señoras. Mi esposo no me dejó entrar, pero yo me quedé en la caseta del guardia desde la 1:30 p. m. hasta las 4:30 p. m., esperando que la secretaria saliera. Algunos se dieron cuenta de que algo pasaba porque mi esposo no me dejó entrar. Al hablar con ella, esta me aseguró que mi esposo ni le gustaba, pero lo que hice fue suficiente para que mi esposo ya no durmiera en la casa por varios días.
Regresó una semana después, pero su frialdad, mal humor y desamor se convirtieron en una barrera. No lo atraía nada de lo que había en la casa. Me aseguraba, me juraba que no había nadie, pero si no, ¿por qué moría lo de nosotros? No hablaba; entraba y salía como sonámbulo. Habló de necesitar un tiempo. Oré a Dios y Dios me habló de separación.
El domingo siguiente, mientras mis hijos y yo estábamos en el servicio de la iglesia de la mañana, recogió todo lo que pudo de sus cosas. Escribió una nota (la que compartí anteriormente en el primer capítulo de este libro) y se marchó.
Aquella tarde de la visita de Milly se había abierto la brecha amarga. La contestación a mi pregunta sobre qué mantenía a mi esposo fuera de casa, estaba fríamente contestada. El veneno corría. El mal estaba hecho. ¿Quién lo desparramó? ¿Mi esposo, como enemigo de Dios, o Milly como instrumento del diablo? Milly nunca supo el daño que hizo; nunca más hablé con ella. Ella barrió esperanzas, rompió lazos, desató tormentas.
Mi hermana antes de salir me dijo: Milly no es tu amiga. Rompe con ella
. ¿Qué más da que fuera Milly, o Luis o Ñeky quien lo dijera? Todos podían callar y la verdad siempre llega.
¿Dónde estaba mi Dios? ¿Por qué me había dado promesas? No es lo mismo pensar que algo pasa, que el que te aseguren con certeza. Ahora mi esposo no era más mío. Ahora era de esa. ¿Cuántas cosas hacía con ella? ¿Qué cosas le decía, de las que antes yo era dueña? ¿Cuánto amor había en él para ella? ¿Qué podía hacer yo