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Magníficat: Un Dios que nunca dejó de considerar a las mujeres
Magníficat: Un Dios que nunca dejó de considerar a las mujeres
Magníficat: Un Dios que nunca dejó de considerar a las mujeres
Libro electrónico195 páginas2 horas

Magníficat: Un Dios que nunca dejó de considerar a las mujeres

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MUJERES QUE ROMPEN REGLAS, Y SE LAS ARREGLAN PARA SALIR A LA LUZ.
PROVOCADORA, ÍNTIMA, FURIOSA Y AMANTE; DEBBIE LE PONE VOZ A ESTAS MUJERES MIENTRAS PATEA EL TABLERO DEL PATRIARCADO BIBLIOCENTRISTA.
"Las palabras de los sabios son como aguijones", advirtió el predicador de la antigüedad. Palabras pronunciadas que no son tan apacibles como uno podría esperar. Las personas sabias hablan y de inmediato se estimula la acción. O puede ser también que las comunidades actúan y las maestras y los maestros capturan la sabiduría escondida. Palabra y acción, acción que puede no ser placentera. Y no podría serla pues es Debbie Blue quien pronuncia esas palabras desde su tarea como predicadora, como pastora fundadora de House of Mercy, su comunidad de fe en St. Paul, Minnesota.
Debbie dio un paso más, precisamente en la línea del predicador de antaño. Ella se dio a la tarea de recopilar sus dichos, sus sermones, y como resultado tienes este libro en tus manos. De este libro podemos decir, sin temor a equivocarnos, que su contenido es "como clavos hincados".
Aguijones, clavos… no estamos ante un imaginario pacífico. Menos aún si lo que tenemos aquí son 15 preguntas de calibre que se le plantean al patriarcado. Este libro es una colección de 15 sermones que giran en torno a las mujeres. "Las mujeres en la Biblia rompen un montón de reglas, se plantan en resistencia al imperio, desobedecen normas culturales, crean problemas supremamente buenos (y, a veces, no tan buenos). Ellas son humanas, genuinamente humanas. Son mujeres que nos permiten capturar atisbos de posibilidades de transformación (no siempre, pero sí con frecuencia). Nos encontramos hoy por hoy en un tiempo y en un lugar en la historia de este mundo en el que necesitamos oír sus historias".
HAY UNA HISTORIA OCULTA TRAS EL RELATO DOMINANTE, PATRIARCAL DE LA FE CRISTIANA. ES LA HISTORIA DE LAS MUJERES, DE SU DIOS, DE SU RESISTENCIA.
Debbie Blue, pastora, predicadora y autora, en Magníficat: Un Dios que nunca dejó de considerar a las mujeres, nos desafía a esas "posibilidades de transformación" fiel a su estilo. Ella y las mujeres en estas historias, sus recursividades, bailes, alegría de vivir, irreverencias, solidaridades, dolores, risas y rabias nos recuerdan de manera constante que el ordenamiento opresor actual no es más que "patriarcado en harapos".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2021
ISBN9781637530191
Magníficat: Un Dios que nunca dejó de considerar a las mujeres
Autor

Debbie Blue

Debbie Blue (MA, Yale Divinity School) is one of the founding pastors of House of Mercy, a church in St. Paul, Minnesota, that was once named the Best Church for Non-Church Goers . The church is regularly featured on Minnesota Public Radio and is known nation-wide as one of the first and most enduring emergent congregations. Rev. Blue's sermon podcasts are listened to by subscribers around the world, and her essays, sermons, and reflections on the scripture have appeared in a wide variety of publications including Life in Body, Proclaiming the Scandal of the Cross, Geez, The Image Journal, and The Christian Century, where she also frequents as a guest blogger.

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    Magníficat - Debbie Blue

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    Historias que desgarran: Raquel y Lea

    Labán tenía dos hijas; el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor era Raquel. Los ojos de Lea eran débiles, pero Raquel era hermosa y de buen parecer. Jacob amaba a Raquel, y dijo: Te serviré por siete años por tu hija Raquel. Labán le respondió: Es mejor que yo la dé a ti antes que a cualquier otro hombre; quédate conmigo. Así que Jacob sirvió siete años por Raquel, que a él le parecieron cual si fuesen pocos días por el amor que le tenía.

    Tiempo después, Jacob le dijo a Labán: Dame a mi esposa para que yo pueda unirme a ella, pues mi tiempo se ha cumplido. Entonces Labán reunió a todos los hombres del lugar, e hizo una gran fiesta. Pero al llegar la noche él tomo a su hija Lea y la trajo a Jacob; y este se llegó a ella. (Labán le regaló a su hija su esclava Zilpa para que fuera su sierva). Y he aquí que en la mañana, era Lea; y Jacob le dijo a Labán: ¿Qué es lo que me has hecho? ¿No te serví por Raquel? ¿Por qué me engañaste?. Labán le dijo: No es la costumbre en nuestro país dar en matrimonio a la menor antes que a la primogénita. Completa las semanas por la otra y te la daré así como te he dado (su hermana) a cambio de que me sirvas por otros siete años. Jacob así lo hizo y completó las semanas requeridas por ella; y Labán le dio por esposa a su hija Raquel. (Labán le regaló a su hija Raquel su esclava Bilha para que fuera su sierva). Entonces Jacob se llegó también a Raquel, y él amaba a Raquel mucho más que a Lea, y le sirvió a Labán por otros siete años.

    Cuando el Señor vio que Lea era aborrecida, él bendijo su vientre; pero Raquel era estéril.

    Génesis 29:16-31 (RSV)¹

    Reconocer la ambigüedad moral y abrazar la incertidumbre no forma parte de nuestros estilos de vida. Yo, al menos, no nací en Francia, ni en Bombay, ni en una tribu nómada, por lo que no sé qué hubiera podido haberse filtrado en la estructura de mi consciencia si yo hubiese vivido mis años formativos en otra parte. Quizás la diferencia no habría sido mucha. Quizás el temor a lo incierto o la incomodidad de lo ambiguo es algo profundamente enraizado en el misterio de lo humano, algo casi ineludible de lo que constituye nuestra conciencia.

    Ya sea, entonces, que se trate de algo propio de una cultura en particular o de la condición humana, a menudo siento que (a pesar de lo que conscientemente creo o me esfuerzo por creer) hay por ahí cierta gente realmente malvada, y no es que no sean personas muy distintas a nosotras y a nosotros. Yo y muchos más entre los míos, tú y yo, sabemos algo que esas otras personas no conocen; nosotros y nosotras nos aferramos a algo que nos es precioso, importante y bello, que esta otra gente no respeta en absoluto. Hay en mí una cierta dosis de indignación ante ese sector de la población que, al parecer, no tiene los más mínimos miramientos hacia lo que yo sé que es de importancia esencial.

    Soy consciente de que tengo una tendencia a fijarme en las creencias y los comportamientos ofensivos de otras personas, que en tiempos recientes se ha ido acrecentando a niveles de cierto fervor. No me pasa solo a mí. Basta con que se asomen por media hora a Facebook o Twitter. Las divisiones que genera la certidumbre hacen que la paz, el amor y la conducta civilizada parezcan estar lejanas durante estos tiempos.

    Tras reconocer que los algoritmos que rigen las plataformas de las redes sociales nos confinan a nuestras respectivas burbujas separadas las unas de las otras, me he esforzado por salir y buscar otras perspectivas que no sean las de mi tribu. A veces esas búsquedas disparan mis niveles de presión arterial. He descubierto que la gran mayoría de las personas está convencida de que su visión es la correcta, de que sus persuasiones son las más acertadas, y de que los de sus círculos son las mejores personas. Hay un abismo que separa a nosotros/nosotras de ellos/ellas. El panorama luce francamente carente de esperanza. ¿Qué rumbo se puede tomar?

    Si hay algo que, para mí, rompe la monotonía de los relatos, esos en donde hay buenos y hay malos tan claramente diferenciados que puedes saber de qué lado estar (y esa es una narración que no se rompe tan fácilmente), es una lectura atenta de la Biblia. Todo esto no deja de ser gracioso si se tiene en cuenta la reputación que se ha creado ese libro en algunos círculos en donde no se le tiene por un vehículo que pueda aclarar todo ese ordenamiento. Sin embargo, yo le encuentro sentido cuando digo que la Palabra de Dios puede contribuir, que de alguna manera nos reúne a todas juntas, a todos juntos, en lugar de separarnos a lo largo de líneas divisorias. En lugar de reforzar la estructura de buenos vs. malos, hay algo más: todos y todas somos malos, y somos redimibles, y estamos juntos y juntas en esto.

    Cada vez que vuelvo a leer estas historias acerca de patriarcas y matriarcas, una parte de mí se echa a reír. ¿A quién se le ocurre escribir esta clase de libro sobre los fundadores de una nación, de su religión y de su gente? Todos son tan malos. O al menos están muy distantes de lo que implica ser buenos, amables o heroicos.

    Si lo que ustedes buscan son historias menos ambiguas, moralmente hablando, acerca de héroes justicieros, gente buena y finales felices, les va a tocar ir a sitios diferentes a la Biblia. En estas narraciones fundacionales, ni siquiera Dios se nos aparece como un bueno sin ambigüedades. No hay un y fueron felices y comieron perdices. La Torá (el corazón de la Biblia hebrea) finaliza con Moisés, el más grande profeta y liberador, que otea a la distancia la tierra que Dios le prometió a su pueblo, y Dios le dice: Te dejo mirar todo esto con tus propios ojos, pero tú no entrarás a esa tierra.

    Moisés ha trasegado un peregrinaje largo, con frecuencia tortuoso, hacia la Tierra Prometida. Su labor ha sido intensa, dura y (en su mayor parte) fiel a Dios y a su pueblo. ¿De veras no se le va a permitir poner su pie en la tierra buena de la que fluye leche y miel? Está bien que algunas de estas historias sean curiosas, pero ¿esto? Te rompen el corazón.

    Si llegan a la Torá en busca de una paz, una felicidad y una bondad sin adulteraciones, se van a encontrar con dificultades de gran calibre. Esas historias parecen salirse de cauce para mostrarnos cuán inadecuados son sus protagonistas, cuán frecuentemente se muestran en su infelicidad, en sus muchos intereses por proteger, en la insatisfacción de sus vidas. Uno llega al punto de preguntarse si acaso todo eso no es más que parte integral del sentido general, una porción de lo que se está dando a conocer. Con todo, me parece que puede ser inadecuado resumir toda la narración compleja, desgarradora, extraña y a veces supremamente bella con un simple: Bien, Dios opera a través de la gente más quebrantada. Como si con eso se aportara un punto que, después de todo, fuera un premio de

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