Una Norteamericana en Roma
Por Claudio Ruggeri
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La vida está hecha de encuentros y en este libro se cuenta uno de ellos. Una historia sencilla, de las que se pueden escuchar entre las mesas de un bar en una tarde de verano.
Claudio Ruggeri
Claudio Ruggeri, 30岁。出生于Grottaferrata (罗马)。现为从业人员,前裁判员。他遍游各地,在美国呆了很久,2007年回到意大利。写作是一直以来他的最大爱好。
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Una Norteamericana en Roma - Claudio Ruggeri
Martes 27 de julio de 2010
Empezaré a contaros esta historia no desde el momento en que comenzó o cuando se acabó, sino desde que me la contaron.
Era una tarde de verano, hacía 35 grados a la sombra y la mitad de la ciudad ya estaba de vacaciones. Yo vivo en Grottaferrata, una de esas localidades que se describen en los panfletos como «risueña ciudad de los Castelli Romani».
La vida pasa lenta en ciudades como la mía, en las que todavía hay mucha gente que trabaja en pequeñas tiendas de barrio y donde las familias salen de excursión los domingos.
No recuerdo bien por qué, pero ese día era víctima de un cansancio crónico y tenía un fuerte dolor de cabeza, cosa rara en mí. Teniendo en consideración que en esa época ni siquiera trabajaba, no entendía el motivo de que estuviera tan maltrecho.
A media tarde me di cuenta de que estaba acabando los cigarrillos y dado que por aquí los bares cierran a las ocho de la tarde, me pareció oportuno no perder demasiado tiempo. Me cambié la camiseta y poco después salí de casa.
Normalmente cuando quiero darme prisa evito ir al bar de deportes que está detrás de mi casa. No es que tenga nada en contra de este tipo de bares, es solo que la gente suele estar allí durante horas en las sillas de la terraza, formando una especie de gran tribuna. Es bastante fácil encontrar a algún conocido que te ofrece un café y luego te hace preguntas y que más tarde te enreda en debates... y que te hace olvidar que además de pasar por el bar, también tenías que comprar el pan para la cena y pagar un par de facturas en el banco...
Mi madre ya lo sabe, cuando le digo que voy al bar a tomar un café ya no espera que vuelva en un cuarto de hora, el tiempo se hace indefinido.
En cuanto cogí los cigarrillos y pedí un café, noté que en una de las mesas exteriores había un ejemplar del Corriere della Sera, periódico difícil de encontrar en este tipo de bares. Con curiosidad me senté en una de aquellas sillas, a la espera del café y empecé a hojearlo. Ni siquiera había llegado a la tercera página cuando descubrí quién lo había dejado allí. Era de un viejo amigo de mi padre, de nombre Massimo, que trabajaba como piloto en Alitalia y que finalmente estaba disfrutando de unos días de vacaciones en su casa.
—Perdone, ¿puedo?... —dijo indicando la silla. Tenía una manera de actuar muy particular, una mezcla entre Raimondo Vianello y Luca di Montezemolo, siempre conseguía arrancarte una sonrisa.
—¡Ey, Massimo, dichosos los ojos! —respondí yo.
—Hace unos días que estoy de vacaciones y...
—Bueno, ¿no vas a la playa, con el calor que hace?
—No, no —dijo él—. Cuando uno como yo consigue estar unos días en paz en el sofá o en el bar, se puede considerar un hombre afortunado. El último vuelo fue una locura —prosiguió—. Fue un palizón. Tengo casi 46 años y ya no tengo el cuerpo para hacer travesías transoceánicas de 15 horas y luego volver a casa como si nada.
—Te entiendo —dije, aunque no era verdad.
Después de las primeras formalidades, empezamos a hablar de cosas un poco más comprometidas: su reciente divorcio, sus hijos que ya lo consideraban un extraño y demás. En resumen, todos los efectos colaterales de cuando dos personas deciden que se han soportado más que suficiente y se van cada una por su lado.
Me preguntó por mí, por cómo estaba y si tenía algo interesante entre manos y para ser sincero, no tenía gran cosa. Se lo dije. Hablamos de que al final lo realmente importante, lo que de verdad hace que te enamores de una mujer no es el hecho de que consiga impresionarte, ya sea con los progresos en su carrera o gracias a un buen aspecto físico o algo así. Lo que realmente hace que no