Cuentos del exilio
Por Poli Délano
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Cuentos del exilio - Poli Délano
Poli Délano
Cuentos
del exilio
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL
© LOM Ediciones
Primera edición, 2010
ISBN: 978-956-00-0165-8
ISBN Digital: 978-956-00-0741-4
Diseño, Composición y Diagramación
LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88
www.lom.cl
lom@lom.cl
Poli Délano
Nació en Madrid en 1936. Durante su infancia vive en varios países, principalmente en México y Estados Unidos, donde su padre, Luis Enrique Délano, se desempeña como cónsul de Chile en Ciudad de México (1940-46) y Nueva York (1946-49). Recibió el Premio Municipal en 1961 por su primer libro: Gente solitaria. Entre sus obras destacan Piano bar de solitarios, En este lugar sagrado, El hombre de la máscara de cuero, Como si no ocurriera nada, Solo de saxo, Humo de trenes y Muerte de una ninfómana (LOM, 1995). Sus cuentos han sido recogidos en diversas antologías y volúmenes.
La misma esquina del mundo
Uno
Cuando la mujer rubia de ojos claros tipo nórdica volvió a cruzar la calle desde el teléfono público al paradero de autobús, el hombre de aspecto agobiado que al pasar había querido perforarle la mirada y luego la siguió unos pasos, todavía estaba ahí. Entre los límites de la esquina, iba y venía nervioso y a la vez despreocupado, más o menos como si muchas burbujas calientes se agitaran en el espacio de su cráneo, y más o menos también como si nada pudieran contra él los apremios del tiempo. La lluvia –esos chubascones intensos y rápidos de las tardes de verano– se hacía tenue y en el comienzo del anochecer los altos neones multicolores de Insurgentes Sur intentaban reflejarse sobre el pavimento mojado. El hombre detuvo sus pasos junto a la mujer rubia de ojos claros. Un autobús hizo chirriar los frenos y sus pasajeros desertores empezaron a descolgarse amontonados. La mujer rubia, inquieta, pestañeante, se dirigió por fin al hombre.
–¿Me servirá éste para ir a la ciudad universitaria?
El hombre lanzó la vista hacia la fachada del bus.
–No –le dijo–. Dobla antes.
–¿Me podría decir cuál es el que tengo que tomar?
El hombre frunció el ceño.
–Uno que vaya por Copilco –dijo luego con cierta indecisión.
El bus arrancaba llevando su nueva carga y martirizando a la pequeña multitud de la esquina con la espesa y asfixiante humareda de su vómito y con ese despiadado rugido del escape libre.
–No eres mexicana ¿verdad? –preguntó el hombre mirándola.
–Soy uruguaya.
–Yo soy chileno –dijo él como en un saludo de colegas–. ¿Llevas mucho aquí?
–Apenas cuatro días, ¿tú?
–Ya casi un año... ¿Te viniste por...?
–Sí –dijo la mujer bajando la vista.
–Oye, tengo un auto a media cuadra y si quieres te llevo hasta la universidad. Olemos a sur, sabes.
–Bueno –dijo ella sin vacilar.
–Aventón
se dice aquí.
La mujer sonrió. Se alejaron de la esquina.
Dos
No sé, la verdad, qué bicho me picó para decirle al tipo que sí cuando se ofreció a llevarme, ya que no es nada común que yo acepte invitaciones de buenas a primeras, pero se me ocurre que quizás fueron sus ojos. Ni siquiera las veces que en Montevideo los choferes declaraban la huelga –hace ya tiempo– y no había manera de llegar