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Cuentos del exilio
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Libro electrónico45 páginas36 minutos

Cuentos del exilio

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En los tres cuentos que componen este libro, podemos sentir la nostalgia por el sur y su mar que cada uno de los personajes lleva impregnada en la piel. Historias de pasados y presentes que se superponen; de tránsitos por una ciudad traslapada con la de la memoria; de sabores y olores como marcas de una pertenencia que se añora recuperar.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 jun 2016
Cuentos del exilio

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    Cuentos del exilio - Poli Délano

    Poli Délano

    Cuentos

    del exilio

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2010

    ISBN: 978-956-00-0165-8

    ISBN Digital: 978-956-00-0741-4

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Poli Délano

    Nació en Madrid en 1936. Durante su infancia vive en varios países, principalmente en México y Estados Unidos, donde su padre, Luis Enrique Délano, se desempeña como cónsul de Chile en Ciudad de México (1940-46) y Nueva York (1946-49). Recibió el Premio Municipal en 1961 por su primer libro: Gente solitaria. Entre sus obras destacan Piano bar de solitarios, En este lugar sagrado, El hombre de la máscara de cuero, Como si no ocurriera nada, Solo de saxo, Humo de trenes y Muerte de una ninfómana (LOM, 1995). Sus cuentos han sido recogidos en diversas antologías y volúmenes.

    La misma esquina del mundo

    Uno

    Cuando la mujer rubia de ojos claros tipo nórdica volvió a cruzar la calle desde el teléfono público al paradero de au­tobús, el hombre de aspecto agobiado que al pasar había querido perforarle la mirada y luego la siguió unos pasos, todavía estaba ahí. Entre los límites de la esquina, iba y ve­nía nervioso y a la vez despreocupado, más o menos como si muchas burbujas calientes se agitaran en el espacio de su cráneo, y más o menos también como si nada pudieran con­tra él los apremios del tiempo. La lluvia –esos chubascones intensos y rápidos de las tardes de verano– se hacía tenue y en el comienzo del anochecer los altos neones multicolo­res de Insurgentes Sur intentaban reflejarse sobre el pavi­mento mojado. El hombre detuvo sus pasos junto a la mu­jer rubia de ojos claros. Un autobús hizo chirriar los frenos y sus pasajeros desertores empezaron a descolgarse amonto­nados. La mujer rubia, inquieta, pestañeante, se dirigió por fin al hombre.

    –¿Me servirá éste para ir a la ciudad universitaria?

    El hombre lanzó la vista hacia la fachada del bus.

    –No –le dijo–. Dobla antes.

    –¿Me podría decir cuál es el que tengo que tomar?

    El hombre frunció el ceño.

    –Uno que vaya por Copilco –dijo luego con cierta indecisión.

    El bus arrancaba llevando su nueva carga y martirizando a la pequeña multitud de la esquina con la espesa y asfixiante humareda de su vómito y con ese despiadado rugido del escape libre.

    –No eres mexicana ¿verdad? –preguntó el hombre mi­rándola.

    –Soy uruguaya.

    –Yo soy chileno –dijo él como en un saludo de cole­gas–. ¿Llevas mucho aquí?

    –Apenas cuatro días, ¿tú?

    –Ya casi un año... ¿Te viniste por...?

    –Sí –dijo la mujer bajando la vista.

    –Oye, tengo un auto a media cuadra y si quieres te lle­vo hasta la universidad. Olemos a sur, sabes.

    –Bueno –dijo ella sin vacilar.

    Aventón se dice aquí.

    La mujer sonrió. Se alejaron de la esquina.

    Dos

    No sé, la verdad, qué bicho me picó para decirle al tipo que sí cuando se ofreció a llevarme, ya que no es nada común que yo acepte invitaciones de buenas a primeras, pero se me ocurre que quizás fueron sus ojos. Ni siquiera las veces que en Montevideo los choferes declaraban la huelga –hace ya tiempo– y no había manera de llegar

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