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El Secreto Del Mar: Trabajo y pasiones a bordo de los barcos de crucero
El Secreto Del Mar: Trabajo y pasiones a bordo de los barcos de crucero
El Secreto Del Mar: Trabajo y pasiones a bordo de los barcos de crucero
Libro electrónico235 páginas6 horas

El Secreto Del Mar: Trabajo y pasiones a bordo de los barcos de crucero

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Información de este libro electrónico

Creo que la mayor parte de ustedes me considera ser muy afortunado a causa de mi trabajo. Un trabajo que en casi dieciocho años me ha dado la posibilidad de visitar ampliamente el mundo y sobre todo de conocer nuevas personas y culturas. Esa es la idea que la gente tiene de nosotros los marítimos, especialmente de aquellos que como yo trabajan a bordo de los buques de cruceros, pero en realidad no hay nada que es más equivocado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ene 2019
ISBN9780244154691
El Secreto Del Mar: Trabajo y pasiones a bordo de los barcos de crucero

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    Vista previa del libro

    El Secreto Del Mar - Marco La Mesa

    Terminado de ser imprimido el 20 enero 2019

    Primera Edición

    Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares y hechos son el producto de la imaginación del autor y se utilizan ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas o acontecimientos reales es pura coincidencia.

    Código ISBN 978-0-244-15469-1

    Copyright 2019 Marco La Mesa

    El Secreto del Mar

    Trabajo y pasiones a bordo de los barcos de crucero

    Marco La Mesa

    A Mi Familia,

    A Rabinal

    A mí querido amigo Pasquale,

    Cuya alma pueda descansar en paz.

    PRÓLOGO

    Creo que la mayor parte de ustedes me considera ser muy afortunado a causa de mi trabajo. Un trabajo que en casi dieciocho años me ha dado la posibilidad de visitar ampliamente el mundo y sobre todo de conocer nuevas personas y culturas. Esa es la idea que la gente tiene de nosotros los marítimos, especialmente de aquellos que como yo trabajan a bordo de los buques de cruceros, pero en realidad no hay nada que es más equivocado.

    La idea de escribir este libro nació aproximadamente hace varios meses, durante mi último embarque antes de las vacaciones, hablando con algunos de mis colegas a bordo de los tiempos pasados durante una cena. Desde entonces muchas cosas han cambiado. Hoy hay más ordenamientos inherentes a los horarios de trabajo, la duración de las vacaciones entre un embarque y otro y sobre todo se ha obtenido más respeto por la persona en cada individuo. Los buques para mí han sido maestros de vida, me han dado la posibilidad de conocer mejor yo mismo y forjar mi carácter y sobre todo le debo a los buques si he coronado mi sueño de poseer una casa toda mía y de poder vivir en otra parte del mundo. ¡Pero sólo Dios sabe el precio que he tenido que pagar por este! He sufrido mucho la soledad, he tenido que lidiar con personas que han herido mis sentimientos, lejos de mi familia a la cual no podía pedir ayuda y de la cual sobre todo intentaba de escapar, imputando a todo y todos de ser la causa de la situación del momento. Al mismo tiempo también he encontrado unas personas amigas, cuyo recuerdo lo traigo todavía hoy en mi corazón.  El único con el que hablaba y me franqueaba cada noche era mi diario.  Era el único con el que hablaba a corazón abierto y le recontaba  todo de mí, sin ningún secreto o vergüenza. El septiembre pasado me encontraba en Baliwag, en el norte de las Filipinas, donde vivo y lugar donde he terminado este libro. Estaba haciendo el traslado por mi casa vieja  hacia la nueva y abriendo las diferentes cajas, he reencontrado todos mis diarios, desde el primer de septiembre 1997, el año en que he empezado a trabajar a bordo. Era un chico tímido, siempre unido a las faldas de mi madre y con la mentalidad que lo que decía mi padre era algo sacrosanto.  Pensaba sólo al trabajo y al estudio y todos ignoraban mi sueño de tener una familia toda mía, una familia distinta del normal, sin ninguna especie de perjuicio.  Después de  dieciocho años ese sueño por fin se ha realizado y es aquí en Baliwag que he construido mi familia y donde vivo, hace seis años. He releído todos mis diarios y fue como si hubiera revivido de nuevo estos últimos dieciocho años.  Cuando regresé a bordo, he tenido todo impreso en mi mente y después de aquella cena, comencé la elaboración de este libro, con el fin de compartir con todos ustedes mis experiencias que no siempre fueron agradables y que la realidad era muy diferente de la actual. No sé si repetiría todo eso habiendo la posibilidad de volver atrás. Es cierto que los buques me han dado dinero con que he podido hacer mis inversiones, poder y carrera en el campo hotelero, pero el precio que he pagado, sin embargo, ha sido muy alto. Mi personalidad ha cambiado asís del resto mi identidad. Me ha faltado por muchos años el soporte de mi familia. No he podido asistir a ninguna ceremonia familiar y asistir mi padre por dos veces, en fin, de vida en el hospital. Esta es la cosa que lamento de más. Todo el odio que era en mí está por fin calmado y he comenzado a vivir la segunda parte de mi vida con más serenidad. Sigo siempre a trabajar a bordo, pero los contratos son mucho más cortos, solo cuatro meses y con dos de vacaciones. Pienso retirarme aquí en Baliwag en pocos años, tratando de encontrar un trabajo en tierra para mantenerme ocupado y al mismo tiempo ocuparme de mis maravillosos gatos. Han sido años duros que sin embargo han dado sus frutos. No quiero desalentar con este libro las personas a emprender la carrera marítima, como he hecho yo, pero sólo quiero destacar la importancia de la familia. ¡Los años perdidos con nuestros familiares no vuelven cierto atrás! 

    Marco La Mesa

    Capítulo I

    Ya han pasados casi dieciocho años, pero todavía lo recuerdo como si fuera ayer aquel primero septiembre del 1997, día en que he empezado mi vida a bordo de los barcos de crucero. Todo inicio una tarde de julio mientras fui por la noche, trabajando en mi turno como portero en el apartotel Parco Salario en Roma.  Apenas acabé la escuela superior para intérpretes y traductores, y aunque ya tenía un trabajo, estuve continuamente a la búsqueda de otro, de una solución para poder irme de mi casa e iniciar a vivir mi vida en el modo en que siempre había querido y deseado. Esta mi decisión además era dictada en aquel tiempo por una situación familiar y económica no muy floreciente. Mi padre se había  metido  en deudas hasta el cuello, por elecciones

    equivocadas y demasiada confianza en lo próximo, y  había arrastrado en el abismo a la familia entera. Se dice que pasar del mal al bien nos acostumbramos fácilmente, pero es el caso contrario como el mío, que deja perennemente las señales por los años a venir y que te hace entender y apreciar las cosas en el entero de su valor.  Compré el Messaggero, cosa que ya hacía habitualmente cada viernes cuando publicaban los anuncios de trabajo, y estaba hojeándolo sentado al banco de la recepción. Mi sueño era llegar a ser un auxiliar de vuelo, sueño que todavía tengo hoy, que desafortunadamente para mí no podrá jamás realizarse a causa de la edad. Hojeando las páginas de los anuncios, he aquí que mis ojos notaron en un pequeño panel a bajo que una sociedad de catering con sede a Génova estaba seleccionando personal de insertar en la propia plantilla para colocarlo a bordo de los barcos de crucero.

    Eran los años en que el mito de Love Boat todavía estaba vivo y encendido en la mente de los italianos, se publicitaban cruceros en continuación, años en que las grandes compañías de cruceros italianos iniciaron a varar los grandes barcos. Decidí de escribir el número de fax sobre un trozo de papel con la intención de mandar mi currículo la tarde siguiente. Y así hice. Llegado de nuevo al Parco Salario por mi turno de trabajo, hacia la una de la madrugada, marqué el número de fax y lo mandé. No tuve muchas esperanzas en mí, ya que había recibido hasta entonces siempre respuestas rechazos de todas las sociedades o compañías a los que solicité empleo. El fax imprimió luego sobre papel térmico el recibo de la transmisión. Lo además estaba hecho, tenía sólo que esperar una eventual llamada.  La mañana siguiente hacia las nueve, mi celular sonó. Contesté y una señora llamada Helke, con fuerte acento alemán, me dijo que había recibido mi currículum y que lo había encontrado interesante y me invitó por un coloquio a Génova en cuanto posible.  La cosa me asombró y me dejó perplejo al mismo tiempo, también porque no me esperaba que tomaran tan pronto contactos conmigo.  Le contesté que habría pensado un poco y que Génova estaba bastante lejana de Roma y que con los turnos por la noche no habría logrado presentarme al coloquio. Helke me contestó de contactarla en cualquier momento en el caso hubiera cambiado idea y me dejó su número privado. 

    Aquella mañana cuando volví a mi casa por mi turno de descanso, no logré dormir, pensé y repensé que quizás aquélla habría sido la ocasión justa para ir e iniciar a vivir mi vida.  El único problema era ir a Génova y hacerse reemplazar por dos días en el Apartotel. Hablé con Roberto, uno de mis colegas de trabajo y le pregunté de cubrir mis turnos por dos días, diciéndole que habría debido ausentarme por un par de días sin dar demasiadas explicaciones. Roberto contestó mi solicitud. Volví a llamar Helke y fijé la cita. Estuvo muy contenta de mi llamada.  Me comunicó todas las informaciones necesarias y el lugar para la prueba de selección. 

    Además, les dije a mis padres que tenía que partir por un par de días por una entrevista de trabajo. La mañana siguiente cogí el tren por Génova, dónde allí llegué en la primera tarde.  La primera cosa que hice fue buscar un hotel por la noche y logré encontrar uno cerca de Piazza Príncipe, pero más que un hotel, lo definiría una pensión de poco precio.  Era lo que podía permitirme, por cuyo no tenía al final  una gran elección.  Arreglé mis cosas decidiendo también dar una vuelta al puerto, porque era mi primera visita de la ciudad, siempre pensando del día después.  La noche fue larga e insomne, planeando cómo comportarme durante la selección y los eventuales coloquios.  Por fin la mañana llegó. Bajé a la recepción a buena hora, pagué la cuenta y fui a un bar allí cercano para desayunar.  Por fin cogí un taxi en dirección de San Pier d’ Arena, que era la dirección que Helke me dio.  Llegado a destino, me encontré en un sitio que no me esperaba.  Estuve en una especie de dársena portuaria con camión continentes yernos comestible de todos los lados, con un exagerado tráfico de fork-lifts en todo el sitio. Casi tuve el temor de encontrarme en el lugar equivocado.  Abrí mi bolso y controlé de nuevo la dirección para estar seguro de encontrarme en el sitio justo.  Luego también vi a otras personas que estaban reunidas allí y creo en mi misma situación.

    Me acerqué a una chica y pregunté si por casualidad se encentraba allí por el coloquio. La chica con una sonrisa me dijo que sí, por cuyo yo me puse en cola con el grupo y a todo junto pasamos por la plaza para subir luego a la tercera planta, si no recuerdo mal. Aquí se encontraban las oficinas de la compañía de catering con que tomé contacto. En total estuvimos acerca de una quincena. Nos hicieron acomodar en una habitación alrededor de una grande mesa rectangular. La Señora Helke se presentó y nos comunicó algunas informaciones de carácter general inherente a la compañía armadora con que habríamos tenido que trabajar en la posición de recepcionistas, una vez superada la prueba de selección.  La primera cosa que algunos de nosotros preguntaron, como por lo demás podía parecer natural, fue la remuneración salarial. Mil y cincuenta dólares americanos por el primer contrato, equivalentes a algo más de un millón y seiscientos mil de las viejas liras.  Mi salario a la época era de un millón y doscientas mil liras, por cuyo el sueldo ofrecido por mí ya era más que bastante, considerando que tenía ya empeñado ochocientas mil liras al mes por tres años para devolverlas a Findomestic. Enseguida dos candidatos se levantaron y se fueron diciendo que no estaban interesados. Dentro de mí pensé: Mucho mejor, por lo menos tengo algunas posibilidades más.  Iniciamos luego la prueba de selección real, en otras palabras, aquella de conocimiento de los idiomas extranjeros. Nos dieron un texto de traducir bastante simple inherente a la descripción del nuevo barco de la compañía armadora que solicitó la selección. Luego pasamos a la prueba oral con una serie de conversaciones atadas en el ámbito hotelero en inglés, francés y alemán o español. 

    Me sentía bastante seguro de aquel punto de vista ya que experiencia hotelera ya la tenía, como por lo demás un bueno conocimiento de los tres idiomas. Aprender los idiomas extranjeros siempre ha sido mi pasión desde las escuelas superiores y al momento puedo hablar y escribir correctamente cinco idiomas. Llegó la hora de almuerzo y la conclusión de las pruebas. La última cosa que quedaba, era un coloquio individual con Helke.  El almuerzo fue a nuestra carga y nos dijeron que en las vecindades se encontraba un bar donde habríamos podido comer bocadillos si quisiéramos.  Hacia las dos y treinta de tarde, volví a la oficina para sustentar por fin el último coloquio, antes de recoger el tren hacia Roma.  Me hicieron acomodar en una habitación, dónde con Helke estaba sentada una otra persona, una mujer de acerca de treinta y cinco, cuarenta años, alta, y esbelta que sin duda no sería pasada inobservada a los ojos de nadie. Su nombre era Verónica. Ella fue muy amable, me invitó a sentarme e empezamos nuestro coloquio. Me preguntó si tenía un motivo particular para querer embarcar y como me esperara que fuera la vida a bordo de un barco de crucero. Mi respuesta fue clara y concisa: ¡Creo que sea muy diferente de Love Boat! Verónica me contestó con una sonrisa: ¡Este indudablemente!

    El coloquio duró por acerca de quince, veinte minutos, con la usual frase de despedida: Le haremos saber lo más pronto posible, cosa de una semana. 

    Entre yo pensé: ¡He aquí otro agujero en el agua! ¡Pude al menos ahorrarme el dinero del billete y evitar pérdidas de tiempo! Me despedí de ellos, bajando de nuevo en el primer piso y cogí un taxi en dirección de Piazza Príncipe nuevamente para coger el primer tren hacia Roma.  Esperé acerca de una hora en la estación de Génova. Pensé y repensé a todo lo que hice y contesté, convenciéndome que esta vez había pasado la entrevista. Una semana era larga de esperar, pero no podía  hacer nada. Nunca he sido un tipo paciente y también hoy para mí cada espera, también de un solo minuto, me pone enervante.  Cuando el tren llegó en proximidad de Civitavecchia, mi celular sonó.  ¡Sabía que fue Helke, no podía ser de otra manera, no esperaba otras llamadas, hice de todo para pasar aquella selección!  Me merecía una mención por todo eso. Contesté, y era realmente Helke que me comunicó de haber superado todas las pruebas de selección y que se habría hecho sentir sucesivamente con otras puestas al día.  Interpreté por fin todo eso como una señal de la suerte, la reconquista de situaciones precarias que caracterizaron mi vida oscura en aquellos años, la respuesta para todas mis frustraciones.  Llegué a casa y no dije nada a ninguno porque tenía que volver en al apartotel para turnar por la noche. Mi madre me preguntó cómo había ido el coloquio y le contesté que habría recibido noticias en el arco de una semana o abajo de allí.  Aquella tarde en mi trabajo fui bastante alegre y relajado, de buen humor come no me sucedía de algún tiempo. Lo peor era pasado, la selección quedó bien, se estaban abriendo las puertas a una nueva vida y carrera. ¡Tenía sólo que esperar!  Habría tenido que acabar mi turno por la tarde a las seis de la mañana siguiente pero alrededor de las once Roberto me llamó por teléfono preguntándome de reemplazarlo por el turno por la mañana, ya que tuvo un empeño repentino. Acepté, ya que ya le debía un favor. 

    A las nueve de la mañana he aquí que el celular sonó de nuevo. Esta vez era la señora Verónica que me comunicaba la fecha de embarco por la semana próxima.  Quedé petrificado porque no creía que todo eso pudiera ocurrir tan pronto.  Manifesté naturalmente mi apreciación y contesté que no pudiera embarcar si no en un mes de distancia, ya que tenía que dar las dimisiones de mi trabajo actual, siendo a regular contrato.  Verónica fue muy comprensiva y me dijo que no hubo problema y que lo primero de septiembre habría tenido que embarcar en el puerto de Bari.  Llamé mi padre al trabajo y le dije que había sido empleado y que ya recibí la confirmación y la fecha de embarque. Me preguntó si tuviera intención de aceptar.  Mi respuesta fue un limpio y decidido, sin pensar dos veces.  Hubo un instante de silencio del otro lado del teléfono. Mi padre probablemente entendió que también llegó para mí el momento de alejarme de casa. Fabrizio, el director del apartotel no tomó de buen ojo mi solicitud de dimisiones. Casi me suplicó de quedarme, pero rechacé. Aquel mes de agosto pasó en un golpear de ojo.  Fui una vez más a Génova, esta vez con el coche y Mario, mi cuñado me acompañó. Tuve de nuevo un encuentro con Verónica por los últimos detalles y para obtener la dirección de la casa de moda dónde retirar mis uniformes antes del embarco. Además, me comunicó informaciones sobre los procedimientos de seguir y sobre la documentación de bordo necesaria. 

    Como siempre Verónica fue muy gentil y tolerante y también hoy la recuerdo con grande cariño y consideración.  Me preguntó si tuviera que hacerle alguna pregunta antes de salir. Le pregunté

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