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Desear lo prohibido
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Libro electrónico144 páginas2 horas

Desear lo prohibido

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Información de este libro electrónico

Sus sentimientos eran tan intensos que no se podía resistir.
El millomario Raoul Benoit permitió que Alexis Fabrini, la mejor amiga de su difunta mujer, se convirtiera en la niñera de su hija solo por una razón: la bebé merecía amor y atención. Él no lo merecía… porque tenía que pagar por sus pecados, lo que significaba mantenerse lejos de Alexis, por mucho que la deseara.
Lo menos que Alexis podía hacer era ayudar con la niña. Pero no podía meterse en la cama de Raoul. Había vivido con un amor no correspondido durante demasiado tiempo… ¿qué importaba un poco más?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ago 2014
ISBN9788468745732
Desear lo prohibido
Autor

Yvonne Lindsay

La típica Piscis, Yvonne Lindsay, autora best sellers del USA TODAY, siempre ha preferido las historias de su cabeza al mundo real. Casada con su novio a ciegas y con dos hijos adultos, se pasa el día creando las historias de su corazón y le encanta leer o viajar cuando no está trabajando. A Yvonne le encanta recibir noticias de sus lectores.   yvonnelindsay.com yvonne@yvonnelindsay.com Facebook.com/YvonneLindsayAuthor.

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    Desear lo prohibido - Yvonne Lindsay

    Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2014 Dolce Vita Trust

    © 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

    Desear lo prohibido, n.º 1996 - agosto 2014

    Título original: Wanting What She Can’t Have

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-4573-2

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Sumário

    Portadilla

    Créditos

    Sumário

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Publicidad

    Capítulo Uno

    Raoul entró en la bodega bajo la mirada atenta de Alexis, que lo estaba observando. El sol de última hora de la tarde se filtraba por las ventanas del extremo contrario de la habitación e iluminaba las motas de polvo que flotaban en el aire, cargadas del aroma de las uvas. Pero Alexis no se fijó en la belleza artística de la escena; estaba concentrada en el hombre que avanzaba sin ser consciente de su presencia.

    Raoul había cambiado. Había cambiado mucho. Estaba notablemente más delgado y había renunciado a su antigua elegancia en favor de unos vaqueros rotos, una camiseta desteñida y un pelo que, por su aspecto, se debía de cortar él mismo. Además, era obvio que no se había afeitado en varios días.

    Sin embargo, Alexis no se llevó ninguna sorpresa. La apariencia de Raoul constataba lo que el dolor hacía con una persona: reducir la importancia de las obligaciones diarias, que afrontaba sin interés, y reemplazarla por la indiferencia.

    ¿Cómo podía ayudar a un hombre que, al parecer, había renunciado a la posibilidad de ayudarse a sí mismo?

    El peso de la tarea que había aceptado le resultó súbitamente insoportable. Ella, una mujer que nunca rechazaba un desafío, empezaba a pensar que, en esta ocasión, se enfrentaba a un problema superior a sus fuerzas.

    Echó los hombros hacia atrás e intentó sobreponerse a sus dudas. Bree había acudido a ella en un momento de desesperación; como si supiera lo que iba a pasar, le había escrito una carta para rogarle que, si le sucedía algo malo, cuidara de su marido y de la niña que estaba a punto de dar a luz.

    Ahora no tenía más opción que cuidar de ellos. Bree había muerto antes de que Alexis se comprometiera a nada, pero eso carecía de importancia. En el fondo de su corazón, sabía que estaba en deuda con su difunta amiga y que no le podía fallar. Aunque implicara ponerse en la línea de fuego del hombre por el que se sentía atraída desde que sus caminos se cruzaron por primera vez.

    Raoul se detuvo ante una mesa con muestras de vino. Después, dejó el bolígrafo y la libreta de notas que llevaba encima y se giró hacia ella con una expresión de sorpresa que desapareció al instante.

    —Ah... hola, Alexis.

    —He venido tan pronto como lo he sabido. Siento haber tardado tanto. Es que...

    Alexis no terminó la frase. ¿Cómo explicar que había transcurrido casi un año sin que ella se enterara de la muerte de su mejor amiga? ¿Cómo explicar el motivo por el que no le había dado ni su nueva dirección de correo ni el número nuevo de su teléfono móvil? Obviamente, no le podía confesar que había roto todos los lazos con Bree porque no soportaba que fuera feliz con el hombre de sus sueños.

    Respiró hondo e intentó controlar un sentimiento de amargura.

    —He estado viajando mucho desde que mi negocio empezó a ir bien —siguió diciendo—. La carta de Bree ha estado todo este tiempo en casa de mis padres... pero me temo que no la vi hasta hace unos días.

    —¿La carta de Bree? ¿Qué carta?

    —La que me escribió cuando estaba embarazada.

    Alexis se preguntó si debía decirle que Bree le había pedido que cuidara de él y de su hija; que, de algún modo, había adivinado que la enfermedad cardíaca de su familia le iba a arrebatar la vida durante el parto.

    —Así que has vuelto —dijo él.

    Ella asintió.

    —Sí. Fui a casa de mis padres porque mi madre se puso enferma. Falleció poco después, en Navidades.

    —Lo siento.

    Alexis supo que Raoul lo sentía de verdad, pero estaba hundido en su propio dolor y no tenía fuerzas para el dolor de los demás.

    —Cuando encontré la carta de Bree, llamé a su madre de inmediato —le explicó—. Estoy aquí para ayudarte con Ruby.

    —Ruby ya tiene quien la cuide. Su abuela.

    Ella asintió.

    —Lo sé; pero Catherine tiene que pasar por el quirófano, Raoul. Es importante que se opere de esa rodilla, sobre todo ahora, con Ruby cada vez más activa y...

    —Si es necesario, contrataré a una niñera —la interrumpió—. Catherine no debería preocuparse tanto. Se lo he dicho muchas veces.

    —Y tengo entendido que has rechazado a todas las candidatas que te ha propuesto —le recordó Alexis—. No has entrevistado a ninguna.

    Raoul se encogió de hombros.

    —Porque no eran suficientemente buenas.

    La actitud de Raoul la molestó. Sabía que Catherine estaba muy angustiada; la artrosis le causaba un dolor constante y le dificultaba la tarea de cuidar de la niña. Se tenía que operar tan pronto como fuera posible, pero no se podía operar hasta que Raoul encontrara a una persona que la sustituyera.

    Al negarse a elegir una candidata, Raoul estaba haciendo caso omiso de sus responsabilidades en lo tocante a su hija, su abuela y la propia memoria de Bree.

    —¿Y yo? ¿Yo soy suficiente?

    Los ojos marrones de Raoul se clavaron en ella.

    —No —contestó—. Definitivamente, no.

    Alexis intentó no sentirse dolida.

    —¿Por qué? Sabes que tengo experiencia al respecto.

    —La tenías —puntualizó él—. Si no estoy mal informado, ahora eres modista. Y no es lo que mi hija necesita.

    Ella pensó que estaba jugando con su paciencia. ¿Modista? Sí, aún diseñaba algunas de las prendas que vendía; pero, en general, dejaba ese trabajo a otras personas. Además, Raoul sabía perfectamente que había sido niñera primero y profesora después hasta que decidió dejar el empleo para abrir su propio negocio. Un negocio que se había ganado un espacio en las mejores boutiques del país y en algunas ciudades del extranjero.

    —Bueno, no te preocupes por mi trabajo como modista —declaró con ironía—. Catherine ya me ha contratado.

    —Pues yo te despido.

    Alexis sacudió la cabeza. La madre de Bree ya le había advertido de que Raoul le daría problemas.

    —¿No crees que Ruby estaría mejor conmigo que con una desconocida? A fin de cuentas, fui amiga de su madre y conozco a las familia.

    —Sinceramente, eso me da igual.

    Ella suspiró.

    —Catherine está guardando las cosas de Ruby en este momento —le informó—. Me ofrecí a pasar a recogerla por la mañana, pero ha preferido que se quede aquí esta noche.

    Raoul palideció.

    —¡Maldita sea! ¿Cómo quieres que te diga que me niego? No quiero que seas su niñera y, desde luego, tampoco quiero que ninguna de las dos os alojéis aquí.

    —Pues te tendrás que acostumbrar a la idea, porque a Catherine la operan mañana por la tarde. Ruby no se puede quedar en la casa de su abuela. Necesita estar en su casa, con su padre —replicó.

    Raoul se pasó las manos por el pelo, luego respiró hondo y apretó los puños, como si su paciencia pendiera de un hilo.

    —Está bien. Pero mantenla alejada de mí.

    Alexis parpadeó, desconcertada. Catherine le había comentado que Raoul no tenía mucha relación con su hija, que ya tenía nueve meses de edad; pero, a pesar de la advertencia, la reacción de Raoul la dejó atónita. Al fin y al cabo, Ruby era el fruto de dos personas que se habían querido con locura, como ella misma había tenido ocasión de comprobar.

    ¿Cómo era posible que despreciara a su propia hija? ¿Sería porque la culpaba del fallecimiento de Bree?

    Tras unos segundos de silencio, Alexis salió de la bodega y se dirigió a la casa, un edificio bajo y grande que se extendía por lo alto de una colina. Catherine le había dado la llave, además de unas bolsas con comida y cosas para Ruby, que quería guardar antes de que se presentara con la niña.

    Al pensar en ella Ruby sintió una punzada de dolor. Era evidente que la guapa, saludable y feliz niña había establecido un vínculo afectivo con la madre de Bree.

    Nadie podía imaginar que su corta vida estuviera marcada por la tragedia.Tras un nacimiento prematuro, que se complicó después por una infección, Ruby pasó sus primeras semanas de vida en una incubadora. Catherine le había dicho a Alexis que, en su opinión, los llantos de la niña habían destrozado la resistencia de Raoul, ya al borde de la desesperación por la muerte de su esposa.

    Desde entonces, Raoul se había desentendido de su hija y la había dejado en manos de su suegra. Ahora, Alexis se enfrentaba al difícil desafío de restablecer el vínculo entre Ruby y su padre.

    Era importante que lo consiguiera. Alexis sabía que se necesitaban el uno al otro.

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