Libro electrónico153 páginas2 horas
El amor más hermoso
Por Trish Wylie
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Información de este libro electrónico
En el momento más duro de su vida, Kane Healey entendió que si se amaba a alguien había que dejarlo libre y decidió enfrentarse al futuro solo.
Siendo muy joven, Rhiannon descubrió que estaba embarazada, pero Kane se había ido sin saber que había dejado atrás un magnífico milagro…
Ahora tenían la oportunidad de enmendar los errores del pasado. ¿Aprovecharía Kane el baile de San Valentín para declararse a la mujer que siempre había amado?
Siendo muy joven, Rhiannon descubrió que estaba embarazada, pero Kane se había ido sin saber que había dejado atrás un magnífico milagro…
Ahora tenían la oportunidad de enmendar los errores del pasado. ¿Aprovecharía Kane el baile de San Valentín para declararse a la mujer que siempre había amado?
Autor
Trish Wylie
By the time Trish Wylie reached her late teens, she already loved writing and told all her friends one day she would be a writer for Harlequin. Almost two decades later, after revising one of those early stories, she achieved her dream with her first submission! Despite being head-over-heels in love with New York, Trish still has her roots in Ireland, residing on the border between Counties Fermanagh and Donegal with the numerous four-legged members of her family.
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El amor más hermoso - Trish Wylie
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Trish Wylie
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El amor más hermoso, n.º 2189 - diciembre 2018
Título original: Her One and Only Valentine
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-074-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Capítulo 1
UNA raqueta de tenis fue lo primero que encontró, aunque lo cierto es que le hubiera servido cualquier cosa. Parecía milagroso que hubiera oído el ruido con la tormenta que hacía fuera. Pero el hecho de estar pasando su primera noche en aquel caserón con la única compañía de su hija, y el grosor de aquellos muros, que amortiguaba el ruido de los truenos, habían aguzado los sentidos de Rhiannon MacNally. Estaba claro que había alguien en la casa. Lo supo con seguridad cuando llegó al último escalón y percibió un movimiento. Un escalofrío le recorrió la espalda. Ir a averiguar de quién se trataba no era probablemente la mejor idea que había tenido en su vida. Detestaba a las heroínas de las películas de terror, que siempre se metían en la boca del lobo. Pero, maldita sea, aquélla era su casa, y no estaba dispuesta a agazaparse en su dormitorio.
Así pues, pasando por alto la piel de gallina y el frío que se le colaba por los pies al contacto con el gélido suelo de pizarra, atravesó de puntillas el recibidor de espaldas a la pared, blandiendo la raqueta firmemente con ambas manos.
Se quedó paralizada, con el pulso latiéndole violentamente. Ahí estaba el ruido de nuevo, sólo que esa vez le había parecido oír claramente un traqueteo seguido de una apagada imprecación, como si alguien se hubiera golpeado contra un mueble de la cocina. Tragó saliva, se humedeció los labios con la lengua y se acercó sigilosamente hacia la puerta. Ésta se abrió justo en el momento en que acercaba la mano al picaporte. Conteniendo un grito, izó la raqueta, dispuesta a golpear a quienquiera que apareciera tras ella. La sombra se movió hacia Rhiannon y ésta, echándose a un lado, arremetió con fuerza enfilando la raqueta hacia donde consideró estaría la cintura del intruso, pero dispuesta a apuntar más abajo en caso necesario. Nada más oír el grito de dolor supo inmediatamente que se trataba de un hombre. Mascullando una maldición, él agarró un extremo de la raqueta y, torciendo el brazo de Rhiannon, la empujó contra la gélida pared.
–¡Pero qué diablos…!
Había cometido un gran error.
–¡Déjeme en paz! –protestó mientras forcejeaba con todas sus fuerzas–. He llamado a la policía; estará a punto de llegar. Así que más le vale largarse de aquí antes de que sea demasiado tarde.
Aquello era mentira. Lo cierto era que no había sido capaz de encontrar el móvil en la oscuridad, pero él no tenía por qué saberlo.
–¿Rhiannon?
El sonido de su propio nombre en un tono tan brusco y retumbante la inmovilizó. De pronto, percibió una fragancia que, tras colársele por la nariz, le atenazó la garganta. Aquel olor a canela y a algo más que le resultaba familiar y que reconoció inmediatamente.
Rhiannon conocía aquel aroma, aun después de diez años. No había conseguido olvidarlo, a pesar de sus intentos. ¡Y ahora él estaba en su casa! ¡Y la tenía atrapada contra la pared! ¡Aquello tenía que ser una pesadilla!
–¡Kane! –fue una afirmación más que una pregunta, pues sabía perfectamente quién era–. ¿Qué estás haciendo aquí?
El enorme cuerpo del hombre seguía apretado contra el de ella; su cálido aliento le hacía cosquillas en la frente. Aquel olor despertaba tantos recuerdos… Sintió rabia.
–¡Suéltame! –insistió.
–Sólo si me prometes no volver a atizarme con eso que tienes en la mano.
–Has tenido suerte de que no te diera con algo más grande y de que no apuntara más abajo. ¡Me has dado un susto de muerte! ¿Qué demonios haces aquí en mitad de la noche? ¿Cómo te las has arreglado para entrar? ¡No tienes derecho a entrar en esta casa!
Él adoptó un tono burlón.
–¿Y por qué no? A mí me han invitado a esta casa tantas veces como a ti en los últimos años. ¿Qué te hace pensar que no tengo cosas aquí que me pertenecen?
La pregunta la desconcertó durante unos instantes. Sintió una oleada de pánico en la boca del estómago y respiró hondo varias veces. ¿No se estaría refiriendo a…?
Rhiannon dejó de forcejear. Suspiró profundamente mientras intentaba ordenar sus pensamientos.
–Brookfield es mi casa. Y no puedes entrar en ella cuando te venga en gana ahora que Mattie no está. Podrías haber venido a buscar tus cosas en plena luz del día o, mejor aún, hacer que te las enviaran.
De esa manera, ella no tendría que haberlo visto.
–¿Cómo has entrado? ¿Has roto la cerradura? Porque si lo has hecho…
–Tengo una llave.
¿Desde cuándo tenía él una llave?
–Pues dámela ahora mismo. Y haz el favor de soltarme.
Hubo una larga pausa antes de que se apartara de ella. Se estremeció al notar una corriente de aire frío donde antes había sentido la calidez del cuerpo masculino.
–Ahora en serio. ¿A qué has venido? Porque yo no te he invitado.
–Tenemos que hablar –explicó él tras una breve pausa.
Rhiannon lo miró sorprendida mientras se dirigía hacia la puerta. Hablar con él en la oscuridad la desconcertaba.
–No tenemos nada de qué hablar. Y aunque lo tuviéramos, que no es el caso, existe un aparato que se llama teléfono. Podrías haberme llamado en lugar de darme un susto de muerte en mitad de la noche. A esto se le llama allanamiento de morada, ¿sabes?
–No si se utiliza una llave. Se me ha pinchado una rueda; por eso no he podido llegar antes –explicó mientras Rhiannon palpaba la pared de la cocina en busca del interruptor.
–Me habían dicho que no estarías aquí hasta dentro de una semana.
¿Qué demonios le importaba dónde estuviera ella? Frunció el ceño al ver que la luz no se encendía a pesar de haberle dado al interruptor.
–Ya he intentado encenderla yo; debe de tratarse de un apagón.
Genial. Se echó hacia un lado y se golpeó la cadera con el borde del aparador, lo que le hizo gemir de dolor. Y allí estaba Kane otra vez, sosteniéndola entre sus brazos. Le iba a hacer falta un poco de luz si quería evitar tanto contacto físico fortuito. La lluvia golpeaba los cristales de la cocina. La voz de barítono de Kane retumbó junto a su oído, en un tono ligeramente irritado.
–¿No hay velas por aquí?
–Sí –respondió sacudiendo los hombros para desasirse de él. Más le valía que hubiera. Apartándose de él, palpó el aparador, abrió uno de los cajones y comenzó a remover su contenido con fastidio. No recordaba haber visto velas o cerillas en ninguna de las cajas que había desempaquetado aquel día, que se estaba convirtiendo en uno de lo más largos de su vida. ¡Pero tenía que haber en algún sitio! Brookfield llevaba siglos ubicada en una zona aislada. No podía creerse que fuera la primera vez que se producía un apagón durante una Nochevieja tormentosa. Oyó que Kane revolvía los cajones y, durante unos minutos, ambos se afanaron en la búsqueda de las velas en silencio. Por fin Rhiannon encontró lo que buscaba.
–Aquí están.
Se oyó un traqueteo desde el otro lado de la gran estancia.
–Tengo cerillas. Quédate donde estás; ya voy yo para allá.
Ella se quedó inmóvil, conteniendo el aliento y abriendo mucho los ojos, en un intento por verlo en la oscuridad. Pero no le hacía falta percibirlo con la mirada; su fragancia lo precedía. Él encendió una cerilla y acercó la llama a la vela que ella sostenía entre sus manos. La claridad repentina le hizo guiñar los ojos. Lo observó a la cálida luz de la vela. Había envejecido, al igual que ella, pero seguía conservando la áspera belleza de antaño. Evitarlo durante todo ese tiempo no le había resultado fácil, pero de alguna manera lo había conseguido hasta el funeral de Mattie. Y aquel día había tenido cosas más importantes en las que pensar, por lo que no había tenido tiempo de fijarse en su apariencia. Ya no le importaba. Pero en ese momento, estando tan cerca de él, no le quedaba más remedio que mirarlo.
En la semioscuridad sus ojos parecían de color negro, en lugar del azul zafiro que ella recordaba, pero su mirada seguía siendo tan insondable como lo había sido antaño.
–¿Quedan más velas?
La pregunta le hizo apartar la mirada, pero la imagen de él quedó grabada en su mente. Rhiannon supo que aunque aquella vela se apagara, ella seguiría viéndolo en su imaginación: el brillo de su cabello corto y castaño oscuro, que caía en mechones cortos sobre su frente; las cejas espesas, enarcadas mientras la miraba con detenimiento, las largas pestañas que enmarcaban sus ojos; la nariz recta y esa boca sensual cuyas comisuras se curvaban hacia arriba en un gesto burlón.
Iluminando el cajón, siguió buscando velas. Finalmente, y después de aclararse la voz, le preguntó en un tono gélido:
–Bueno, ahora dime qué quieres. Cuanto antes lo hagas, antes podrás marcharte.
–Ya te lo he dicho. Tenemos que hablar. La muerte de Mattie ha cambiado las cosas.
–No tenemos nada de qué hablar –intervino ella mientras un escalofrío le recorría la espalda. Más le valía no creer de verdad que tenían algo de qué
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