Pasión sin freno
Por Dani Wade
4/5
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Presley Macarthur siempre había sido poco atractiva, algo que su madrastra le recordaba constantemente. Sentía pasión por los caballos y, cuando un negocio fallido la dejó a merced de Kane Harrington, el rico propietario de una nueva e importante cuadra, Presley se vio sometida a una transformación sensual que nunca hubiera imaginado.
Kane quería utilizar a Presley para ganarse un lugar legítimo en el exclusivo mundo de la cría de caballos. Sin embargo, lo que estaba empezando a sentir por ella no era nada conveniente. Él ya lo había perdido todo en una ocasión, ¿estaría dispuesto a volver a arriesgarse y hacer que la apasionada metamorfosis de aquella mujer fuera completa?
Dani Wade
Dani Wade astonished her local librarians as a teenager when she carried home 10 books every week—and actually read them all. Now she writes her own characters who clamor for attention in the midst of the chaos that is her life. Residing in the southern U.S. with a husband, two kids, two dogs, and one grumpy cat, she stays busy until she can closet herself away with her characters once more.
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Pasión sin freno - Dani Wade
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Katherine Worsham
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión sin freno, n.º 2148 - junio 2021
Título original: Unbridled Billionaire
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-432-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
–¿Puedes llevarme a dar un paseo por el jardín?
Kane Harrington miró hacia los enormes ventanales en forma de arco que daban al jardín de la parte trasera de Harrington House. A medida que el sol se ponía, la oscuridad iba envolviéndolo todo.
–Me parece que ya no hay suficiente luz para eso.
La pequeña descarada, Joan, si recordaba bien su nombre, se le acercó un poco más.
–No me importa.
«A mí, sí».
Como también les importaba a todas las mujeres solteras, y a sus madres, que tenían la esperanza de conseguir unos minutos de su tiempo. Después de todo, era el único que seguía soltero. Por eso se había convertido en el centro de atención aquel día de puertas abiertas en la casa y las cuadras que habían organizado su hermano Mason y él para las familias importantes de la zona. De repente, después de cuatro horas de evento, estaba empezando a sentir cansancio.
–Lo siento, querida –le dijo a Joan–, pero acabo de recordar que tengo que hacer una llamada de trabajo importante esta noche. Ahora mismo vuelvo.
Rápidamente, se fue por el pasillo hacia el enorme despacho de la casa, que estaba en la zona privada. Aunque Kane tenía allí un escritorio y su ordenador para trabajar, no vivía en la finca con Mason y su prometida, EvaMarie.
Cerró la puerta, se sentó en el escritorio y suspiró, acordándose del motivo por el que había evitado los actos sociales durante aquellos últimos años. Para su consternación, tenía un físico que atraía a más mujeres de las que hubiera deseado. Era moreno y atractivo. Además, en cuanto se había hecho público que su hermano y él habían heredado una gran fortuna, el número de pretendientas había aumentado exponencialmente.
Él había accedido a hacer aquel esfuerzo con tal de que su presencia llamara la atención de las chicas guapas y sus familias hacia las cuadras que acababan de fundar. Para llevar a cabo aquel proyecto no solo necesitaban dinero; además, su padre se había asegurado de que tuvieran mucho de eso. También necesitaban crearse una buena reputación entre los auspiciadores y agitadores del circuito de las carreras hípicas allí, en el país de la grama azul de Kentucky. Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que todos mencionaran su apellido en los eventos más importantes del año que tuvieran relación con la Triple Corona.
Después de haber podido pasar unos minutos a solas…
Lo que le sorprendía era lo aburridas que resultaban las mujeres que había conocido aquel día. Aquel flamante multimillonario estaba buscando un pequeño desafío, un comentario descarado o, demonios, cualquier cosa que se saliera un poco de la norma… Pero aún no lo había encontrado. Por otro lado, detectaba perfectamente unas actitudes calculadoras que no hacían más que revolverle el estómago.
Distraídamente, hizo clic en el icono de su correo electrónico y echó un vistazo a los mensajes. La pantalla se llenó con la combinación habitual de anuncios y respuestas comerciales. Vaya, por mucho que revisara su bandeja de entrada, nunca dejaba de llenarse.
De repente, el nombre de Vanessa Gentry le llamó la atención, y el mundo se detuvo durante unos segundos eternos. Lo reconoció, por supuesto, incluso después de varios años. Es un poco difícil olvidar a la mujer que había estado a punto de ser su suegra. Inmediatamente, en su mente apareció la imagen de ella con su hija, ambas riendo con las cabezas juntas. Madre e hija se parecían mucho, aunque a Vanessa se le había puesto el pelo plateado bastante pronto. La melena de su hija Emily, por el contrario, todavía era negra como la noche. Kane se entristeció al recordarlo.
Aunque probablemente no debería hacerlo, abrió el correo y lo leyó mientras comenzaba a descargarse una fotografía.
Kane, sé que es una presunción por mi parte enviarte este mensaje, pero, después de cómo terminaron las cosas… Bueno, solo quería que supieras que todo va bien, y que Emily ha podido seguir adelante.
Kane se preparó, enderezando la espalda contra el respaldo de la silla. Al ver la fotografía, fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el pecho.
Él había pensado que, algún día, la bella mujer de la imagen sería suya y que nunca dejaría de quererla. Sin embargo, en aquel momento no sentía amor, sino debilidad e impotencia, las mismas emociones que lo habían atormentado por primera vez durante la enfermedad de su madre y su muerte por cáncer. Después, Emily había tenido el accidente, y eso había provocado que su instinto de protección se exacerbara. Ella no había aceptado su ayuda, porque lo había interpretado como una muestra de lástima.
Al lado de Emily, en la foto, había un hombre común y corriente, aunque con esmoquin y una flor en el ojal. Tenía un brillo de felicidad en los ojos. Por encima del hombro de Emily se veía el asa de la silla de ruedas. Así pues, todavía tenía al menos una parte del cuerpo paralizada…
Y era una hermosa novia para alguien que, aparentemente, podía satisfacer sus necesidades mejor que él, por mucho que lo hubiera intentado.
Sintió el golpe rápido y duro de la ira. Aunque no quisiera, debía aceptar que Emily tenía derecho a seguir adelante. No obstante, del mismo modo, él tenía derecho a permanecer ajeno a su vida y no verse obligado a recordar todo aquello en lo que no había estado a la altura.
Se puso de pie y salió al pasillo. Ni siquiera saludó a los pocos invitados con los que se cruzó; seguramente, su expresión facial no era especialmente amable en aquel momento.
Sabía lo que necesitaba para calmarse: la paz y la quietud que reinaban en el establo. La aceptación de los caballos. El olor a tierra, que lo vinculaba al presente. Y, aquel día, la realización del sueño al que nunca había estado dispuesto a renunciar, ni siquiera después de que su novia se cayera de un caballo y quedara parapléjica de por vida.
En el establo no había nadie, aunque poco antes habían hecho varias visitas para los invitados. Después de todo, aquel era el centro neurálgico de sus operaciones. Kane y Mason estaban orgullosos de la rehabilitación del edificio y de los caballos que habían empezado a alojar en los compartimentos. En cuanto entró en el pabellón, sus pasos se ralentizaron, su respiración de calmó y su pulso recuperó la normalidad.
Se detuvo y se deleitó con los sonidos suaves de los caballos, que lo llamaban al notar su presencia. Paseó pensativamente por el corredor central, lamentando que su padre no estuviera allí para compartir sus sueños.
De repente, oyó un grito ahogado y agudo que provenía del pasillo derecho. No estaba solo, como pensaba. ¿Acaso alguna parejita había decidido ir a jugar al establo en mitad de la fiesta? Él habría ignorado la cuestión, pero en aquella parte del establo era donde tenían a Sun, su nuevo semental, que había llegado el día anterior y que necesitaba tiempo y tranquilidad para adaptarse a su nuevo hogar.
Kane torció la esquina y se dio cuenta de que los ruidos provenían precisamente del box de Sun. Era la voz de una mujer, que hablaba suavemente al caballo. Además, la puerta trasera del establo estaba abierta de par en par y, a través de ella, se veía el brillo de un camión.
¿Aquella mujer quería robar al caballo?
Kane se escondió entre las sombras con curiosidad, y vio que el enorme semental estaba inmóvil, como si la voz de aquella mujer tuviera el poder de hipnotizarlo. Ella le hablaba continuamente mientras lo preparaba para transportarlo, sin dejar de acariciarlo con una mano firme que transmitía familiaridad y autoridad.
No iba vestida para robar un caballo. Llevaba unas sandalias elegantes y un vestido de tirantes de color azul. Tenía un cuerpo ligeramente musculoso.
Estaba de espaldas a él, y parecía una mujer guapa, aunque no demasiado llamativa. Si había estado en la fiesta, no la recordaba. Tenía el pelo del color del caramelo y llevaba una coleta. Él quería ver cómo era su cara, pero, primero, quería saber qué se proponía.
Estuvo callado, expectante, durante diez minutos. La mujer tenía una increíble facilidad para calmar a aquel caballo gigante, y estaba claro que su intención era llevárselo de allí.
Cuando ella terminó los preparativos, él decidió que era el momento de actuar. Salió de su escondite y se colocó delante de la puerta abierta del compartimento. El caballo levantó la cabeza al verlo, con inquietud, y ella posó una mano en su cuello y le habló en voz baja. Entonces, Kane preguntó:
–¿Qué ocurre aquí?
Presley se sobresaltó. Estaba