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Un pasado conflictivo
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Libro electrónico180 páginas2 horas

Un pasado conflictivo

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Información de este libro electrónico

Judy Arledge se había ofrecido a llevar al pequeño Robin hasta Napier para que se quedara unos días allí, a cargo de su tío Ryan Ellison. Sin embargo, no lo hubiera hecho de saber lo que la esperaba.
Ryan era un hombre profundamente amargado y, en aquel lugar, todo el mundo sabía que tenía prohibida la entrada de mujeres en su casa. No obstante, Judy no solo había entrado sino que se veía obligada a quedarse contra su voluntad porque el pequeño parecía inconsolable ante la idea de quedarse allí solo entre desconocidos.
De todas formas, para ser un hombre que odiaba a las mujeres, estaba perpetuamente rodeado de ellas: primero apareció Cynthia, la exmujer de un amigo, y luego Verna, la madre de Robin y, entonces, Judy empezó a considerar la posibilidad de que el niño no fuera precisamente el sobrino de Ryan...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ago 2021
ISBN9788413758626
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    Un pasado conflictivo - Miriam Macgregor

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1998 Miriam MacGregor

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Un pasado conflictivo, n.º 1439 - agosto 2021

    Título original: A Most Determined Bachelor

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1375-862-6

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL NIÑO le tiró de la manga a Judy.

    –¿No ha venido a buscarnos el tío Ryan? –preguntó preocupado.

    Los ojos azules de Judith Arledge escrutaron la multitud que llenaba el pequeño aeropuerto de Napier, en Nueva Zelanda. Un murmullo de amigables conversaciones vibraba en el aire mientras la gente saludaba a sus amigos o parientes, que acababan de desembarcar del avión. Era hermoso ser recibido con entusiasmo, pensó con cierta nostalgia, pero luego se preguntó por el hombre que se suponía tenía que haberla ido a buscar a ella y a Robin. ¿Dónde estaría Ryan Allison?

    –Será mejor que nos sentemos a esperar –dijo resignada, tomando a Robin de la mano para llevarlo a dos asientos vacíos.

    –¿Dónde esá el tío Ryan? –inquirió el pequeño con tono quejumbroso.

    –Quizá se haya entretenido con algo. Estoy segura de que no tardará en llegar.

    «Eso espero», añadió Judy para sí. De otro modo, no sabría ni qué hacer ni a dónde ir. Buscando consolarse con algo, recordó las palabras de la madre de Robin. «Estoy absolutamente segura de que Ryan irá a buscarte», le había prometido Hilda Simmons cuando hizo los preparativos con Judy para trasladar al pequeño de Christchurch, en la isla norte, a Napier, en la isla sur.

    –Pero… ¿cómo lo reconoceré? –le había preguntado Judy, dubitativa. No estaba del todo contenta con la tarea que le habían encomendado, y no por primera vez se preguntó si no se habría sentido obligada a aceptarla. Pero al menos eso le había proporcionado un corto período de alejamiento de Chirstchurch, algo que realmente necesitaba.

    Hilda Simmons había sido muy explícita con ella. Y había esbozado una sonrisa burlona cuando le respondió:

    –No te preocupes, lo reconocerás enseguida. Ryan Ellison entrará en el aeropuuerto como si fuera su propietario. Todas las mujeres se volverán a mirarlo. Es un hombre que destacaría en medio de una multitud. Supongo que será su éxito el culpable de ese aire de autoconfianza que tiene.

    –Pero… ¿cómo es? –había insisitido Judy.

    –Alto, de hombros anchos, cabello castaño rojizo. Pero no necesitas preocuparte de que no te reconozca… es a Robin a quien buscará. El hijo de Verna… ¿entiendes?

    En aquel preciso instante, la voz de Robin interrumpió sus reflexiones.

    –Judy… ¿el tío Ryan es tío mío de verdad, o es como el tío Alan?

    La chica se movió incómoda en su asiento.

    –Puedes olvidarte del tío Alan –le dijo con firmeza–. Ya no volverás a verlo.

    –¿Por qué? –inquirió sorprendido.

    –Porque no es una persona de fiar –se obligó a permanecer tranquila–, así que, por favor, no vuelvas a mencionar su nombre… nunca más. En cuanto al tío Ryan… no estoy segura de que sea tu tío de verdad –se daba cuenta de que el niño sabía muy poco de sus parientes, y de que por alguna razón su madre y su abuela le habían educado en un ambiente demasiado protegido, a salvo de todo riesgo–. Es posible que «tío» sólo sea un título de cortesía –añadió.

    –¿Qué es «cortesía»?

    –«Cortés» significa «educado», «amable» –le explicó con tono paciente–. Como tú sólo tienes seis años, y él es un hombre maduro, es más cortés que le llames «tío».

    –¿Tú también eres madura, Judy?

    –Con veintitrés años debería serlo –sonrió–, aunque estoy empezando seriamente a dudarlo –se preguntó entonces cómo una persona madura habría podido dejarse engañar por un hombre como Alan Draper. Debería haberlo previsto desde el principio.

    –¿Iré al colegio en Napier?

    –No, querido. Estamos en julio. Los colegios siguen cerrados por las vacaciones de invierno. Tu abuela dice que últimamente has tenido bronquitis, y como Napier es un lugar más cálido que Chirstchurch, pensó que sería prudente alejarte de los vientos de la fría isla. Por eso le pidió al tío Ryan que te dejara pasar algún tiempo con él.

    –¿Qué es «bronquitis»?

    –Una tos de pecho muy fuerte. ¿No la has tenido?

    El crío negó con la cabeza, y Judy frunció el ceño, pensativa. Veía mucho a Robin. Prácticamente todos los días se escabullía por el agujero de la valla que dividía la propiedad de su abuela y la de los padres de Judy, y sin embargo ella no había percibido en ningún momento que tuviera bronquitis. Por el contrario, parecía disfrutar de una salud excelente aquel chico que devoraba las galletas y los zumos de naranja que tan a menudo Judy le ofrecía. De hecho, era su amabilidad hacia aquel chico lo que la había colocado en su presente situación.

    Un día, sentado en la cocina con ella, Robin le había dicho con toda naturalidad:

    –Mi abuela está muy, muy enfadada. Está tan enfadada que está a punto de llorar.

    Judy lo había mirado asombrada. Podía imaginar a Hilda Simmons enfadándose, pero que estuviera al borde de las lágrimas era algo imposible de concebir. ¿Debería ofrecerle su ayuda? Al mismo tiempo vacilaba, temiendo que Hilda lo interpretara como una intromisión en sus asuntos privados. Y sin embargo la idea de que estuviera tan disgustada la afectaba mucho, sobre todo cuando era una viuda de edad avanzada cuya hija, la madre de Robin, se hallaba ausente.

    –¿Por qué está así tu abuela?

    –Porque la señora Fulton no va a hacer lo que ella quiere que haga.

    –¿Podría ayudarla yo de alguna manera?

    –No sé…

    Judy tomó una decisión en aquel momento. En un impulso, le dijo a Robin:

    –Termínate el refresco, que vamos a ir a ver a tu abuela.

    Robin no había exagerado sobre el grado de disgusto de su abuela.

    –Robin me ha dicho que quizá necesite que la ayuden… –empezó a decir Judy.

    –¡Oh, desde luego que necesito ayuda! –exclamó Hilda Simmons. Era una mujer alta y fuerte, de dominante aspecto. Habitualmente la gente terminaba por hacer lo que ella le exigía, pero en aquel caso no parecía haber tenido mucho éxito–. Esa Fulton me ha dejado en la estacada –continuó con tono dolido–. Es una de mis compañeras de bridge. Iba a ir a Napier y me había prometido que se llevaría a Tony con ella. Iba a dejarlo con Ryan… pero ahora ha tenido que cancelar su viaje.

    Judy se había preguntado quién era aquel Ryan, justo cuando Hilda pasaba a descargar su ira sobre su hija:

    –Verna ha sido muy egoísta al irse a esquiar al comienzo de las vacaciones –se quejó–. No tiene ningún derecho a cargarme con la responsabilidad de Robin. Ella sabe que su comportamiento me está sobrepasando. Sabe que no puedo permitirme que mis actividades resulten afectadas a causa de un crío tan sumamente travieso…

    Aquellas últimas palabras fueron acompañadas de una sombría mirada hacia Robin, que la escuchaba con gesto hosco.

    –Sería horrible que le diera una de sus rabietas delante de mis compañeras de bridge –añadió Hilda, realmente horrorizada ante aquella perspectiva.

    Judy no respondió. Tenía a Hilda Simmons por una mujer capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Ni siquiera encontraba difícil imaginársela descargando la responsabilidad de Robin sobre cualquier otra persona. En cuanto a sus «actividades», apenas abarcaban las partidas vespertinas de bridge que reportaban unos pocos dólares a obras de caridad. Pero incluso así, las siguientes palabras de Hilda no pudieron menos que impresionarla:

    –Bueno… antes me preguntaste si había algo en que pudieras ayudarme. Pues sí, hay algo. Podrías llevarte a Robin a Napier y dejarlo con Ryan Ellison.

    ¿Yo?

    –Te pagaría, por supuesto. Eso te vendría bien, teniendo en cuenta que ahora mismo no estás trabajando. Me sentiría muy tranquila sabiendo que está a salvo con Ryan.

    –¿«A salvo»? ¿De qué?

    Pero Hilda ignoró su pregunta:

    –No le dejes que hable con desconocidos. Hay gente tan peligrosa por ahí…

    –Creo que se está preocupando de manera innecesaria, señora Simmons. Las azafatas harán ese trabajo. Hoy día viajan muchos niños solos a su cuidado. Son de toda confianza y…

    –Pero Robin no las conoce, mientras que a ti sí –replicó Hilda, apretando sus finos labios y haciendo gala de una maternal preocupación que en ella resultaba insólita.

    –Muy bien, me lo llevaré –suspiró Judy–. No empezaré a buscar trabajo hasta que vuelva a Christchurch.

    –Gracias, querida –repuso aliviada Hilda–. Y no te olvides de advertirle a Ryan de lo que pasa cuando el chico se pone así… Ya sabes lo que quiero decir…

    Hilda ya se había levantado y miraba pensativa a Judy, recorriendo con sus ojos oscuros su encantador rostro, con su nariz recta y sus labios gruesos. La melena rubia que se le rizaba alrededor de los hombros la hacía parecer aún más joven, con los escasos veintitrés años que tenía, y casi como si hubiera sido consciente por primera vez de su belleza, la mujer mayor le dijo con firmeza:

    –Por supuesto, no habrá ninguna necesidad de que te quedes en Napier. El ama de llaves de Ryan se hará cargo de Robin tan pronto como él se acostumbre a ella. Así podrás regresar al día siguiente.

    –¿Sí? Pero… ¿quién traerá a Robin de vuelta a casa?

    –Verna, naturalmente. Ya es hora de que reanude el contacto con Ryan. De hecho, hace «años» que debería haberse casado con ella –en los ojos de Hilda chispeó un brillo de furia–. ¿Pero lo ha hecho? No; para nada. Según su ama de llaves, está absolutamente dedicado a su negocio agrícola y se ha convertido en un auténtico terrateniente. Me dijo que es difícil saber si es él quien posee la tierra, o si la tierra lo posee a él. También me dijo que su casa tiene tanta vida social como la cueva de un ermitaño. Pero, por supuesto, Verna se encargará de cambiar todo eso.

    Robin interrumpió en aquel momento los recuerdos de Judy:

    –No creo que el tío Ryan se alegre de que vayamos a quedarnos con él. Por eso no ha venido a buscarnos.

    –¿Por qué dices eso? –lo miró curiosa.

    –Porque la abuela puso muy mala cara cuando habló con él por teléfono. Estaba enfadadísima. Y creo que el tío Ryan también. Judy –la miró suplicante–, ¿podríamos volver a casa… ahora?

    –No, querido, me temo que eso es imposible. Al menos, hoy no. Pero si el tío Ryan sigue enfadado con nosotros, regresaremos muy pronto –le prometió.

    Pero ya para entonces el aeropuerto se estaba vaciando de gente. Los equipajes ya habían sido recogidos, y fue en ese momento cuando Judy empezó a ser consciente del hombre que permanecía de pie observándolos. Debía de tener unos treinta años, mediría más de un metro ochenta y tenía los brazos cruzados sobre su ancho pecho. Sus miradas se encontraron durante varios segundos mientras el instinto le decía a Judy que aquel tipo era Ryan Ellison: un hombre que habría destacado en medio de una multitud, según Hilda Simmons. Aun así, no había esperado que fuera tan guapo, y mientras lo veía avanzar hacia ella, de pronto sintió que le flaqueaban las piernas. Sus ojos verdes barrieron su figura, y cuando habló, lo hizo con un tono vibrante, profundo:

    –¿No será usted la señora Fulton, y este pequeño Robin Bryant?

    –¿Yo la señora Fulton? No… me llamo Judith Arledge. Pero éste es Robin… supongo que usted será el señor Ellison –mientras él asentía, Judy continuó explicándole–: La señora Fulton no podía venir a Napier, así que convine con la señora Simmons en que yo traería a Robin. ¿No le informó del cambio de planes?

    –Desde luego que no –respondió con tono tenso.

    –¿Hay algún problema con eso? –preguntó Judy, observando preocupada su gesto ceñudo.

    –Es posible…

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