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Sin amor
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Libro electrónico155 páginas2 horas

Sin amor

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Información de este libro electrónico

Nada más verlo entrar en su despacho, Rosie percibió la invitación sexual que había en los ojos del magnate Kingsley Ward. Pero hacía ya mucho tiempo que Rosie había dado prioridad a su carrera por encima del amor. Por eso cuando Kingsley le dejó claro que la quería como parte de un acuerdo de negocios, Rosie se sintió indignada.
La propuesta inicial de Kingsley era una cuestión de negocios, no de placer. Pero Rosie era muy bella y parecía sorprendentemente inmune a sus encantos, por eso decidió hacer todo lo que fuera necesario para seducirla y convertirla en su amante.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jul 2018
ISBN9788491886358
Sin amor
Autor

Helen Brooks

Helen Brooks began writing in 1990 as she approached her 40th birthday! She realized her two teenage ambitions (writing a novel and learning to drive) had been lost amid babies and hectic family life, so set about resurrecting them. In her spare time she enjoys sitting in her wonderfully therapeutic, rambling old garden in the sun with a glass of red wine (under the guise of resting while thinking of course). Helen lives in Northampton, England with her husband and family.

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    Sin amor - Helen Brooks

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Helen Brooks

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Sin amor, n.º 1480 - julio 2018

    Título original: Mistress by Agreement

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9188-635-8

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Señorita Milburn? El señor Ward ha llegado para su cita de las diez –la voz de la secretaria de Rosalie no sonó por el interfono tan profesional como de costumbre y, después de haber conocido al señor Ward en una fiesta de negocios unas semanas antes, Rosalie comprendió por qué.

    Miró su reloj. Aún eran las diez menos ocho minutos.

    –Dile al señor Ward que espere unos momentos, Jenny, por favor.

    –Sí, señorita Milburn.

    Rosalie se apoyó contra el respaldo del asiento y sintió los agitados latidos de su corazón. Aquello era una estupidez. ¿Qué diablos le pasaba? Desde que Kingsley Ward había solicitado aquella cita con ella estaba alterada.

    Podría haber insistido en que viera a uno de sus socios en la firma de ingenieros técnicos en la que trabajaba, pero él se había negado. Por lo visto se la habían recomendado personalmente, y él siempre se fiaba de las recomendaciones personales.

    Rosalie miró nerviosamente en torno al espacioso despacho que, dada la cantidad de horas que trabajaba en él, era casi su hogar. Incluso se quedaba a dormir algunas noches en el sofá cuando la situación lo exigía.

    Se levantó y caminó hacia los ventanales que daban a Kensington mientras recordaba el día que conoció a Kingsley Ward. Fue en una fiesta que dio Jamie en su casa. Cuando entró en el amplio salón, y mientras miraba a las parejas reunidas en torno al anfitrión, su mirada quedó atrapada por unos penetrantes ojos azules que la observaban atentamente. Oyó que David, su acompañante, decía algo, pero fue incapaz de hablar. Entonces, el hombre que la miraba volvió la cabeza para contestar a algo que había dicho la mujer que llevaba del brazo. Rosalie tuvo que respirar profundamente para relajarse.

    –¿Te encuentras bien, Lee? –había preguntado David, ansioso–. ¿Qué te sucede?

    –¿Qué me sucede? Nada –Rosalie se obligó a sonreír antes de añadir–: Lo importante es cómo estás tú.

    David era un viejo amigo de la universidad que acababa de pasar por un doloroso y amargo divorcio. Aquella tarde era la primera que volvía a la escena social desde que su mujer lo dejó y se llevó a sus hijos a vivir con su nueva pareja. Sólo se animó a salir de su casa cuando lo llamó Rosalie porque siempre se habían sentido muy cómodos juntos.

    –Estoy bien –dijo David, que hizo un esfuerzo por sonreír–. Pero lo cierto es que nunca se me han dado bien estas reuniones sociales. Ann siempre era el alma de la fiesta.

    –Tonterías –dijo Rosalie con decisión–. Eres un acompañante estupendo y siempre lo has sido. Lo único que sucede es que últimamente has perdido un poco de confianza en ti mismo. Ahora vamos a circular por ahí sonriendo mientras tomamos uno de los magníficos cócteles de Jamie. ¿Sabías que ha conseguido camelar a uno de los chefs de Hatfield para que se haga cargo de la cena? Le ha ofrecido una pequeña fortuna para conseguirlo.

    –¿En serio? –David era contable, y aquello llamó su atención–. ¿Cuánto es una pequeña fortuna?

    –Pregúntaselo a Gabby; seguro que ella lo sabe –Rosalie llevó a David hasta donde se encontraba una de sus amigas más inquisitivas, que tenía fama de ser capaz de sonsacar de cualquiera la información que buscara.

    Estaba escuchando la conversación de Gabby y David cuando una grave voz con un ligero acento estadounidense dijo a su lado:

    –Rosalie. No es un nombre muy común. ¿Es de origen francés?

    Kingsley Ward era un hombre alto y fuerte al que el esmoquin le sentaba como un guante. Su rostro, de facciones duras y definidas, resultaba innegablemente atractivo. Su pelo negro y corto y unas densas pestañas enfatizaban el brillo azul de sus ojos. La intensa masculinidad que emanaba de él resultaba ligeramente intimidatoria; lo suficiente como para que Rosalie quisiera salir corriendo.

    En lugar de ello, alzó levemente la barbilla y recurrió a los recursos acumulados durantes sus treinta y un años de vida.

    –Mi madre era francesa –dijo.

    –Eso explica su elegancia.

    Si había algo que le desagradaba a Rosalie eran los hombres atractivos y aduladores que se consideraban un regalo de los dioses para las mujeres.

    No se dio cuenta de que su rostro reflejaba con toda claridad sus pensamientos hasta que la expresión de interés de Kingsley Ward se esfumó de su rostro.

    –Es evidente que he interrumpido una conversación en la que estaba muy interesada. Discúlpeme –dijo antes de alejarse.

    Rosalie se sintió avergonzada de sí misma, y odiaba aquella sensación.

    Pero, tal y como fueron las cosas, cuando llegó la hora de la comida acabó sentada entre David y Kingsley Ward. Este fue fríamente amable con ella, y encantador y divertido con el resto, cosa que ella se vio obligada a reconocer según fue progresando la comida.

    Pero los hombres como él solían resultar a menudo muy interesantes, se recordó. Por un lado les gustaba ser el centro de atención y, por otro, mostraban una confianza en sí mismos y un aire de perversa sensualidad que resultaba un auténtico afrodisíaco.

    ¿Sería aquel el motivo por el que se había vestido con tanto esmero aquella mañana? ¡Ni hablar!, respondió de inmediato a la molesta vocecita de su conciencia. Siempre cuidaba su vestuario de trabajo, sobre todo cuando iba a entrevistarse con un posible cliente. Eso era todo.

    El reloj le recordó que sólo faltaba un minuto para las diez. Se sentó de nuevo tras su escritorio, se alisó el pelo y respiró hondo. A continuación pulso el interfono.

    –Ya puedes hacer pasar al señor Ward, Jenny.

    Un instante después, se abrió la puerta y su secretaria hizo pasar a Kingsley Ward al despacho. Aunque el corazón de Rosalie latía más rápidamente de lo normal, se las arregló para aparentar una calma que estaba lejos de sentir.

    –Buenos días, señor Ward. Adelante, siéntese.

    No le ofreció la mano, cosa que habría hecho de modo automático en cualquier otra circunstancia, pero, aún sabiendo que era una tontería por su parte, no quería tocarlo.

    Pero Kingsley Ward no tenía tales inhibiciones. Avanzó hacia ella con la mano extendida.

    –Buenos días, Rosalie. ¿Puedo llamarte Rosalie? Y tú debes llamarme Kingsley, o King, si lo prefieres.

    Mientras aceptaba su mano, Rosalie se preparó para no mostrar ninguna reacción.

    –¿En qué podemos ayudarlo Carr and Partners? –preguntó a la vez que señalaba la silla.

    No había duda de que era una mujer impasible, y tan elegante y sofisticada como la recordaba de aquella fiesta. Kingsley ocupó el asiento, cruzó las piernas y apoyó los brazos en los reposabrazos en una postura naturalmente masculina. El vestido de fiesta que Rosalie llevaba el día que la conoció había sido sustituido por un traje azul plateado que hacía resaltar los tonos cobrizos de su maravilloso pelo castaño y sus ojos grises. No había visto una mujer tan encantadora en años, y le había sorprendido averiguar que no había ningún hombre en su vida y que no lo había habido en mucho tiempo. Naturalmente, podía tratarse de una mujer casada con su trabajo, pero su delicada boca era demasiado carnosa y su pequeña barbilla demasiado vulnerable para eso.

    Sonrió despacio.

    –Empezamos con mal pie en la fiesta de Jamie, ¿verdad? ¿Qué tal si empezamos de nuevo?

    Rosalie alzó las cejas educadamente.

    –Lo siento, pero me temo que no le entiendo –dijo con frialdad.

    Él la miró un momento. Luego se encogió de hombros y tomó la cartera que había dejado a un lado al sentarse.

    –Las empresas Ward acaban de adquirir cien acres de tierra situados entre Oxford y Londres –dijo secamente mientras abría el maletín y extraía unos papeles–. Quiero construir un hotel y un club con un campo de golf de dieciocho hoyos, pista para helicópteros y lo demás, igual a los que poseo en los Estados Unidos. Aquí está el proyecto del arquitecto y todos los informes. ¿Cree que podría interesarle? –empujó los papeles sobre el escritorio antes de volver a apoyarse contra el respaldo de su asiento.

    Repentinamente consciente de que se había quedado pasmada, Rosalie cerró la boca. Había sido muy grosera con aquel hombre. ¿Por qué no le había dicho nadie que era un importante empresario?

    –¿Puedo examinar los papeles? –teniendo en cuenta que en aquellos momentos se sentía muy alterada, su voz sonó asombrosamente normal.

    –Por supuesto. Tómese el tiempo que quiera.

    «Concéntrate, Lee, concéntrate», se dijo Rosalie mientras extendía el plano. Pero no le ayudó nada tener a Kingsley Ward delante con la mirada fija en su rostro.

    Tras unos momentos, la profesionalidad ocupó su lugar y Rosalie se fue concentrando en los planos y los informes. Era un proyecto increíble y una oportunidad fantástica para el despacho, pero debía admitir que cualquiera de los otros socios estaba más cualificado para asumir una tarea tan enorme.

    Mike, Peter y Ron tenían más de cuarenta años. Mike tenía casi cincuenta y cinco y mucha experiencia, y ella era la socia más joven. Tendría que dejarle claro a Kingsley Ward que, si Carr y Partners conseguía el contrato, lo más probable sería que alguno de los otros socios quisiera hacerse cargo de él.

    Alzó la cabeza. Él seguía en la misma postura de antes, totalmente relajado y seguro de sí mismo.

    –Señor Ward…

    –Llámame Kingsley –interrumpió él con suavidad.

    Rosalie asintió a la vez que se ruborizaba. Siempre había odiado la facilidad con que se ruborizaba, pero no podía hacer nada al respecto.

    –Es un proyecto fabuloso, Kingsley –empezó de nuevo–, y sé que Carr y Partners lo aceptaría encantado…

    –¿Pero?

    –Pero me temo que estás hablando con la persona equivocada. Mis socios son mayores que yo, tienen más experiencia y he de reconocer a mi pesar que podrían

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