En la madrugada del 9 de julio de 1975, Álvaro Rodríguez Rodríguez, de veintiocho años, agricultor de Solana de los Barros (Badajoz), viajaba en su automóvil por la provincia, en compañía de su mujer e hija, de tan solo unos meses. Al llegar a la altura del cementerio de Aceuchal, pudo ver a través de la ventana lateral derecha de su coche un objeto muy luminoso que se desplazaba lentamente y que cruzaba su campo visual, hasta situarse de tal forma que era visible por la ventana lateral izquierda.
Álvaro se inquietó y, presa del pánico, aceleró hasta alcanzar los ciento cuarenta kilómetros por hora, pero el objeto se mantuvo siempre a la misma distancia, unos cien o ciento cincuenta metros del coche. Sin cambiar de forma o color, ni emitir sonido alguno. La “escolta” duraría unos quince minutos. Minutos que fueron de una gran tensión para Álvaro, que no se atrevió a despertar a su esposa por temor a inquietarla.
Pasado este tiempo, llegó hasta el cruce de la carretera de Solana de los Barros a Almendralejo, donde se encuentra una gasolinera, cerca de la cual se le paró el motor del coche, quedando, sin embargo, encendidas las luces. Entonces coincidió con que el objeto se había