ESPÍAS ATÓMICOS
Hace unos meses, en un extenso reportaje –ver Año/Cero 353– hablábamos sobre la implacable vigilancia a la que, durante décadas, el FBI sometió a Albert Einstein, el papel relevante que tuvo el físico alemán en el nacimiento del Proyecto Manhattan –del que sería excluido– y de la obsesión de J. Edgar Hoover, director del FBI, por el comunismo y el espionaje atómico. Pues bien, aunque la fijación contra la llamada «infiltración roja» del director federal rayaba en la paranoia, lo cierto es que no iba tan desencaminado, y es que en el corazón mismo del proyecto atómico americano se infiltró el mismísimo Kremlin, cuyos altos cargos estuvieron informados –en mayor o menor grado, depende de la fuente que consultemos– de los avances con uranio enriquecido que se llevaron a cabo en la base no tan blindada de Los Álamos.
Una singular historia de diplomacia, contrainteligencia, medias verdades y pura conspiranoia que se mantuvo silenciada durante décadas y que estuvo a punto de cambiar el devenir del siglo XX, en los complejos y combativos tiempos de la esvástica, la hoz y el martillo y la bandera estrellada de EEUU, cuya vulneración a los derechos humanos y civiles no casaba con lo impreso en su Carta Magna y el lema de la tierra de la «libertad y las oportunidades».
Año 1950. En EE UU se produce un verdadero pánico rojo que no dejará de incrementarse en las décadas siguientes hasta el final de la Guerra Fría. Para más inri, aquel año que pasaría a la historia como el comienzo de la Caza de Brujas del senador por Wisconsin Joseph McCarthy, con la colaboración de otros políticos de calado como Richard Nixon, el propio presidente Truman –que el 30 de enero anunciaba públicamente la fabricación de una bomba de hidrógeno «mucho más poderosas que la bomba atómica», eje de la política de la Casa Blanca– o autoridades como Hoover y su FBI, tuvo lugar el mayor escándalo por espionaje en el seno del país.
AMENAZA ROJA
A comienzos de febrero de ese año era detenido en Londres el científico alemán Klaus Fuchs, quien no tardaría en confesar que durante la Segunda Guerra Mundial
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