El noveno informe
Por Sonia Pericich
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El detective Olivares es adicto al trabajo, pero no le entusiasma tener que hacerse cargo de un caso no resuelto de la provincia vecina. Preferiría seguir persiguiendo al escurridizo "Embajador", que se ha robado sus pocas horas de sueño en los últimos meses.
Sin embargo, algo en los informes recibidos cobra otro sentido tras la visita de sus mejores hombres a Dárbona. Y una conversación con su colega, Santos Herrera, termina por convencerlo de que hay algo más detrás de aquellas muertes.
"El noveno informe" continúa la historia de "8 Santos". El detective Manuel Olivares y el detective Santos Herrera deberán unirse para resolver un caso que podría costarles algo más que el puesto.
Sonia Pericich
Sonia Pericich nació el 20 de mayo de 1981 en la localidad de El Socorro, provincia de Buenos Aires (Argentina).Comenzó escribiendo poemas en su adolescencia, quizás como muchos, pero pronto supo que necesitaba más.Sin aferrarse a un género en particular, debido a su afán de desafiarse, sus historias giran en torno a los eternos conflictos entre la naturaleza humana y las leyes impuestas por la sociedad —creencias, tradiciones y costumbres—, evidenciando su espíritu analítico y crítico, carente de fanatismos.Tanto en escenarios realistas como fantásticos, las acciones de sus personajes intentan provocar en el lector ese mismo espíritu.Fundadora de "Hoja en blanco", trabaja como editora amateur para el crecimiento de la literatura independiente.Dicen que su apellido acarrea el gen de la locura y la terquedad, pero ella prefiere llamarlo "Libertad".Obras publicadas:"8 Santos" - Misterio y Detectives"El noveno informe" - Misterio y Detectives"Viajeros del viento" - Cuento fantástico"Rebelde" - Coming of age"Universal" - Ciencia Ficción Ligera"Cuarto para medianoche - Escritores independientes" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Media Naranja Medio Limón" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Hoja en blanco, cuentos y relatos (de este mundo y de otros)" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)
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El noveno informe - Sonia Pericich
Versión digital
Enero 2023
Maquetación y portada: Sonia Pericich
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La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin.
VÁCLAV HAVEL
Capítulo 1
—Ramírez, hágame el favor de comunicarme con el detective Herrera. —El detective Olivares, asignado fijo a Bellavista desde hacía un año y medio, caminaba pausado pero con fuerza hacia su escritorio cuando dio la orden. Dejó su abrigo de cuero en el perchero y encendió un cigarrillo antes de sentarse—. Y tráigame un café.
Ramírez maldijo por dentro mientras soltaba el «sí, señor», no quería perderse ni un minuto del partido de rugby que estaba a punto de comenzar, aunque fuera viejo y ya supiera que Los Toros
de Villa Mercedes habían salido victoriosos. Por una vez tenía tiempo de relajarse, y Olivares lo interrumpía para cosas que podría hacer por sí mismo.
La comisaría de Bellavista era algo más concurrida que la de Dárbona, allí sí que solían pasar cosas, aunque de todas maneras era una ciudad con bajo nivel de delincuencia. Bellavista era una ciudad tranquila, de buena gente, pero también la capital de la provincia, la única con centros universitarios e industrias, y el lugar donde se encontraba la sede de gobierno. Todo lo que rodeaba a Bellavista eran ciudades y pueblos pequeños que dependían de ella para casi todo, a excepción de Cumbre Alba, centro turístico por excelencia en la zona. Era casi algo lógico u obligatorio visitar Cumbre Alba año a año para los empresarios adinerados y su círculo de amigos; así que Cumbre Alba era una ciudad pequeña, pero autónoma, gracias a su turismo exclusivo para pudientes y no tan pudientes que buscaban parecerlo gastando en ella lo que no tenían.
Ramírez preparó el café de muy mala gana, no solo le ofuscaba estar perdiéndose el partido, sino que día a día deseaba no haber aceptado el puesto de asistente de Olivares. Le parecía un hombre insufrible, incansable y obsesionado con su trabajo, hasta el punto de haberse pasado días despierto por resolver un caso. No sería un problema si él no hubiese tenido que dormir de a ratos a su lado por su deber de estar siempre a su disposición, pero su puesto así lo requería, así que Ramírez llevaba varios meses comiendo y durmiendo mal por el fanatismo de su jefe.
Le puso dos cucharadas de azúcar al café y se metió otra en la boca para levantar los ánimos; fue hasta el escritorio de Olivares, dejó la taza y descolgó el teléfono para llamar al detective Herrera.
Santos aún dormía cuando su teléfono comenzó a sonar, y consultó su reloj antes de ver el número en la pantalla de su móvil. No era tan temprano, pero el otoño ya se hacía notar alargando las noches.
—Herrera —dijo a secas al responder. A esas horas, la llamada solo podría ser por trabajo.
—Detective Herrera, le comunico con mi superior, el detective Olivares. ¿Está usted dispuesto?
El apellido Olivares lo espabiló. La llamada venía de Bellavista.
—Sí, claro —respondió, y repasó mentalmente lo que tenía que decir mientras restregaba sus párpados para concentrarse y ponerse en alerta.
—Herrera, aquí Olivares. Tengo que preguntarle acerca de algo que escuché. ¿Le suena El asesino fantasma
?
Olivares sonaba incrédulo y algo burlón, Santos se tranquilizó un poco al sospechar que rechazaría los rumores y llevaría el caso por el camino de la normalidad hasta hacerlo naufragar en la falta de pruebas y un sospechoso prófugo. Ese era el plan desde el principio.
—Así es. No haga caso, Olivares, son creencias de la ciudad. ¿Sabe que también dicen tener un monstruo en sus aguas? —Santos intentó sonar igual de burlón que Olivares, o incluso más, para, en lo posible, hacer que el tema muriera en esa misma llamada.
—Sí, es una leyenda bastante conocida.
—Pues para ellos es real, pero yo creo que es solo una cuestión de turismo. Como detectives nuestro trabajo es llegar a la verdad valiéndonos de cada detalle, pero créame que en Dárbona los detalles parecen salidos de un cuento de hadas… o de una revista de chimentos. Si continúa por ahí, lo confundirán. Hágame caso, no vuelva a lo ocurrido en Dárbona, solo intente dar con el sospechoso allí en Bellavista y sus alrededores. Todo lo que los familiares y testigos de Dárbona podían aportar, ya está en sus manos.
Santos había ensayado esta cantinela un par de veces frente al espejo para sonar seguro. Era imprescindible, fundamental, que la policía de Bellavista no indagara demasiado en el asunto del fantasma, así que debía sonar convincente.
—Ahora que lo menciona, me resulta extraño que no le cuestionaran el traslado del caso teniendo tan pocas pruebas.
—La verdad, a mí también. Solo presenté la huida del asesino hacia allí como una sospecha, pero mis superiores lo efectivizaron de inmediato. Ya sabe cómo es la burocracia, quizás ya no daba el presupuesto para mantenerme allí y se aferraron a lo primero que les garantizó mi cese.
—Lo sé muy bien, sin embargo, con los datos que me dio del sospechoso, podría tratarse de cualquiera. El único dato relevante, ideal para establecer un filtro, es que podría ser ambidiestro, pero aquí dice que no hay registro de ambidiestros en Dárbona, y teniendo en cuenta que las víctimas conocían al asesino... Tengo la impresión de que esto terminará en nada.
—Es probable. No me malinterprete, pero creo que, mientras no haya más muertes, debería tomarlo con calma. En Dárbona los familiares de las víctimas no reclaman la justicia que buscamos por naturaleza y oficio, incluso me atrevería a decir que la ciudad aprovechará el caso para fines turísticos, tal como a su monstruo marítimo.
—Es verdad. Dárbona entera reniega del turismo, pero aman el dinero, por eso buscan competir con Cumbre Alba. Pues bien, iré por donde creo que podría encontrar algo sobre otro caso que estoy investigando, puede que haya un nexo entre ambos. Después ya veremos qué surge. De cualquier manera, cuento con usted como colaborador en caso de necesitarlo, ¿verdad?
—Sí, claro, estoy a sus órdenes. Quizás haya sido un error mío no comentar ese detalle en los informes, es que no me pareció relevante sino simplemente curioso. Si lo prefiere, puedo elaborarle un informe escrito sobre esta creencia y se la haré llegar por correo apenas la termine.
—Me parece muy bien, nos ahorraría varios llamados telefónicos y tendría una idea más clara del asunto en caso de volver a toparme con él.
—Pues ya mismo empiezo. Se lo enviaría por fax o correo electrónico si pudiera, pero en Pueblo Viejo apenas si hay teléfono. De hecho, es raro que hayamos podido comunicarnos porque la señal celular no es nada buena. Lo enviaré por correo apenas lo termine.
—De acuerdo, detective, que tenga un buen día.
—Buenos días.
Santos cortó y se sintió aliviado. Sabía que ese momento llegaría y la espera lo mantuvo tenso durante días. Ya había hecho el informe junto a Melina antes de volver de Dárbona, por si el tema del asesino fantasma
salía a la luz, y ambos sabían qué responder a sus superiores y a la gente de Bellavista si los cuestionaban, pero no era lo mismo planearlo que vivirlo.
Decidió llamarla para comentarle lo sucedido y así alertarla de un posible cuestionamiento.
En su despacho de la Comisaría Primera de Bellavista, Olivares le pasó el tubo del teléfono a Ramírez para que cortara y se quedó pensativo, pero al cabo de un rato se conformó con lo que le había dicho Santos y siguió revisando los papeles del caso intentando ignorar aquel rumor absurdo.
El caso del asesino de Dárbona llevaba algo más de una semana en su escritorio, y si bien toda la comisaría se había movilizado para informar a la fuerza completa y a la comunidad sobre la posible presencia de un prófugo en sus calles, aún no había indagado demasiado en los detalles. No era porque el caso no le interesara, sino porque había estado ocupado siguiéndole el rastro a un grupo de traficantes.
Tal como sucedía en Dárbona y en otras localidades aledañas, las drogas se habían vuelto una moda peligrosa, y todo indicaba que el origen del tráfico estaba en Bellavista. Sin embargo, no le estaba resultando nada fácil resolver ese caso, ya que cada vez que sentía haber llegado al fondo del asunto, algo lo hacía retroceder.
Las carpetas que el detective Herrera y su asistente le habían hecho llegar estaban numeradas y caratuladas, cada una, con el nombre de las víctimas: José Ignacio Rodríguez, Rodrigo Andrés Arenales, Miguel Ángel Cordera, Antonio Domingo Molinares, Berta Inés Martínez de Molinares, Marta Andrea Molinares de Cabral, Yennifer Grisel Cabral, Evaristo Hernán Jiménez, y la última, la número nueve, simplemente rezaba Conclusiones
. Le dio un buen sorbo a su café y se propuso leer todos los informes de nuevo esa misma mañana para ocuparse más activamente del caso. La primera vez que los leyó, al día siguiente de recibirlos, no pudo evitar encontrar ciertas similitudes con el caso de los traficantes que lo tenía sin dormir. En la carpeta número siete, la de Yennifer Cabral, decía que cuatro hombres foráneos la frecuentaban y que vendía drogas dentro del colegio; también encontró un rastro en la de Rodrigo Arenales, quien supuestamente tenía deudas con su proveedor. Sabía que el tráfico había pasado ya las fronteras de Bellavista, pero estos datos podrían indicarle un camino.
—¡Ramírez! —gritó, sin quitar la vista de los papeles. En el área de descanso Ramírez apretó los dientes, apagó furioso el televisor, y fue, resignado, al encuentro con su jefe.
—¿Señor?
—Llame a Salas y Rivera, que se presenten antes del mediodía. ¿Usted qué va a almorzar?
—Pensaba pedir algo en el bar de la esquina, como siempre. ¿Por qué lo pregunta?
—Pídame lo mismo a mí para la una de la tarde, lo que sea que usted pida, y tómese el resto del día libre, que lo noto con pocas ganas de trabajar y así igual no servirá de mucho.
Ramírez, lejos de enojarse por la deducción de su jefe, se sintió avergonzado, pero en un arrebato de coraje que podría valerle el puesto aceptó la oferta.
—Como usted diga, detective.
Olivares, con una media sonrisa en el rostro, lo vio alejarse. Era consciente de lo detestable que podía llegar a ser para sus compañeros de trabajo, sus subordinados y hasta para sus superiores, pero también sabía lo importante que era para la fuerza local, así que no reparaba demasiado en lo que decía o dejaba de decir. No se había hecho detective para conseguir amigos.
Del otro lado del cordón montañoso de Las Carmencitas y luego de unos 70 kilómetros de asfalto, Dárbona dormía otra vez. Apenas se oían entre sus calles murmullos dedicados al asesino fantasma
, y se sentían en la piel, como millones de agujas diminutas, silencios incómodos de familias enteras que apoyaban su accionar a pesar de ser inmoral.
Daniel también dormía en la comisaría, pero a pierna suelta, como a quien nada de lo que sucede a su alrededor le hace mella. Había superado ya la tragedia del hijo de su única amiga, el desplante de Melina, las ocho muertes en manos de un ser sobrenatural y el hecho de haber tenido que mudarse a la comisaría para que su hermano y su novia pudieran estar más cómodos en la casa.
Nunca se había detenido a pensar en sí mismo como aquella vez en que Melina lo había llamado inmaduro y fracasado. Algo sintió ese día en el estómago que lo obligó a preguntarse si acaso todos pensarían lo mismo sobre él, pero pronto también superó eso, por mera naturaleza. Al menos la salud de Nadia y la constante preocupación de su hermano sí lo mantenían algo alerta, sino su vida pasaría de ser despreocupada a detestable.
Cuando el teléfono empezó a sonar estaba soñando que se hospedaba en el hotel de la zona turística, pero que al querer llegar al patio para participar de una pequeña fiesta con bebidas y música, no encontraba el camino. Puerta tras puerta tras puerta el hotel se hacía interminable, y comenzaba a desesperarse sabiendo que todos estarían disfrutando ya de la fiesta y ni siquiera habían notado su ausencia para decidir ir a buscarlo.
Abrió los ojos y tardó unos segundos en asumir dónde estaba. Luego salió de la cama y se tambaleó en penumbras hasta la oficina, donde lo cegó por un instante el sol naciente que la invadía por sus ventanales.
—Teniente Carrasco aquí, ¿quién del otro lado?
—Daniel, soy Javier, ¿estás despierto?
—No, pero ¿qué sucede?
—No creo que vaya hoy a trabajar, acabo de llamar a Cintia para que envíe a la ambulancia a casa. Nadia no está bien. ¿Me cubres?
—Aquí no hay nada que cubrir, esto está más muerto que el asesino fantasma
. Vete tranquilo.
—Gracias, hermano. Cuando todo esté bien te prometo que te devolveré todos los favores.
—Más te vale.
Daniel cortó, miró la hora, hizo un cálculo rápido y volvió a la cama. Con suerte volvería a soñar con la fiesta y esta vez sí lograría tomarse un trago con alguna joven y atractiva turista.
Javier, en cambio, caminaba intranquilo por la sala de su casa mientras esperaba la ambulancia. No quería ser pesimista, pero lo que le ocurría a Nadia no le parecía normal. Ella también tenía miedo, un miedo agravado por la culpa. Había llegado a pensar que era ella la que estaba haciendo algo mal, a pesar de seguir al pie de la letra las indicaciones del médico.
Las luces de la ambulancia invadieron de pronto la sala y Javier corrió al encuentro con Cintia para pedirle que bajara la camilla; Nadia apenas podía mantenerse en pie, el dolor le quitaba las fuerzas. Cintia le hizo señas a los camilleros que la acompañaban al tiempo que le daba un fuerte abrazo a Javier.
—Todo va a estar bien, ya verás —le dijo, y luego le dedicó una confiada sonrisa. Javier quería creerle.
Capítulo 2
Salas y Rivera llegaron cerca de las once, antes