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Viajeros del viento
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Viajeros del viento
Libro electrónico62 páginas47 minutos

Viajeros del viento

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Información de este libro electrónico

Virginia y Blas no se conocen, y a simple vista parecen no tener nada en común. Sin embargo, el destino tiene planes para ellos.
Él tiene nueve años; ella, once. El último recuerdo de ambos es estar cruzando el parque...
¿Dónde están ahora? ¿Cómo es que llegaron allí? Una aventura no planeada cambiará sus vidas y las de los habitantes de aquel pueblo oculto entre colinas.
Y quizás, también la tuya.

En este libro puedes perderte o encontrarte. Ya me dirás, a tu regreso, lo que has ganado en el viaje.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 sept 2020
ISBN9781005064808
Viajeros del viento
Autor

Sonia Pericich

Sonia Pericich nació el 20 de mayo de 1981 en la localidad de El Socorro, provincia de Buenos Aires (Argentina).Comenzó escribiendo poemas en su adolescencia, quizás como muchos, pero pronto supo que necesitaba más.Sin aferrarse a un género en particular, debido a su afán de desafiarse, sus historias giran en torno a los eternos conflictos entre la naturaleza humana y las leyes impuestas por la sociedad —creencias, tradiciones y costumbres—, evidenciando su espíritu analítico y crítico, carente de fanatismos.Tanto en escenarios realistas como fantásticos, las acciones de sus personajes intentan provocar en el lector ese mismo espíritu.Fundadora de "Hoja en blanco", trabaja como editora amateur para el crecimiento de la literatura independiente.Dicen que su apellido acarrea el gen de la locura y la terquedad, pero ella prefiere llamarlo "Libertad".Obras publicadas:"8 Santos" - Misterio y Detectives"El noveno informe" - Misterio y Detectives"Viajeros del viento" - Cuento fantástico"Rebelde" - Coming of age"Universal" - Ciencia Ficción Ligera"Cuarto para medianoche - Escritores independientes" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Media Naranja Medio Limón" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Hoja en blanco, cuentos y relatos (de este mundo y de otros)" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)

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    Viajeros del viento - Sonia Pericich

    legalesViajeros807x1200TitulominimoViajeros807x1200DedicatoriaViajeros807x1200

    Puentes

    Yo di­bu­jo puen­tes

    para que me en­cuen­tres:

    Un puen­te de tela,

    con mis acua­re­las...

    Un puen­te col­gan­te,

    con ti­zas bri­llan­tes...

    Puen­tes de ma­de­ra,

    con lá­piz de cera...

    puen­tes le­va­di­zos

    pla­tea­dos, co­bri­zos...

    Puen­tes irrom­pi­bles,

    de pie­dra, in­vi­si­bles,

    Y tú... ¡Quién cre­ye­ra!

    ¡No los ves si­quie­ra!

    Hago cien, diez, uno...

    ¡no cru­zas nin­guno!

    Mas... como te quie­ro...

    di­bu­jo y es­pe­ro.

    ¡Be­llos, be­llos puen­tes

    para que me en­cuen­tres!

    Elsa Bor­ne­mann

    uno

    Un rato an­tes del ama­ne­cer, como siem­pre, Fla­via des­per­tó. Miró el te­cho por unos mi­nu­tos y lue­go sal­tó de la cama para to­car la cam­pa­na que des­per­ta­ría a Héc­tor, quien la acom­pa­ña­ría al cam­po a bus­car la le­che fres­ca, como cada ma­ña­na.

    Bajó al co­me­dor des­cal­za para que el frío en sus pies la es­pa­bi­le, puso al­gu­nas ra­mas se­cas en la chi­me­nea y en­cen­dió el fue­go.

    Héc­tor en­tró apu­ra­do tra­yen­do con­si­go una rá­fa­ga gé­li­da que casi apa­ga la Lum­bre Eter­na de la casa. Fla­via lo miró ame­na­zan­te; iban dos ve­ces ya, des­de que tra­ba­ja­ba con ella, que de­bía re­tra­sar sus ta­reas por ir en bus­ca de una nue­va lla­ma a la Casa Pri­ma por su cul­pa.

    —Per­do­ne —dijo aga­chan­do la mi­ra­da, y avan­zó con res­pe­to ha­cia ella.

    —Pa­re­ce que vie­ne una tor­men­ta —co­men­tó Fla­via. A tra­vés de la ven­ta­na po­día ver el ho­ri­zon­te re­ne­gri­do—. Ten­dre­mos que re­par­tir rá­pi­do hoy.

    —Ya mis­mo em­pie­zo, se­ño­ra —res­pon­dió Héc­tor, y en­fi­ló ha­cia la puer­ta tra­se­ra, pero Fla­via lo de­tu­vo.

    —Cal­ma, Héc­tor, hay tiem­po para un ja­rro de le­che ti­bia.

    Des­de que su an­te­rior com­pa­ñe­ro, Car­los, des­apa­re­cie­ra sin de­jar ras­tro, Fla­via se ha­bía vuel­to un poco me­nos es­tric­ta, aun­que ella mis­ma no lo no­ta­ra. No sa­bía si de ver­dad ten­drían tiem­po, pero no que­ría que Héc­tor en­fren­ta­ra aque­lla fría ma­ña­na con el es­tó­ma­go va­cío.

    Del otro lado de la ca­lle, Eu­ge­nia aún dor­mía a pe­sar de la pe­sa­di­lla que es­ta­ba te­nien­do. Sus pár­pa­dos se mo­vían rá­pi­do y su res­pi­ra­ción era fuer­te, pero por al­gu­na ra­zón no des­per­ta­ba.

    En la cama de al lado, Pe­dro es­ta­ba sen­ta­do ob­ser­ván­do­la. Dudó un mo­men­to y lue­go de­ci­dió arro­jar­le un pe­que­ño al­moha­dón te­ji­do para sa­car­la del tran­ce. Eu­ge­nia se agi­tó un poco, abrió gran­des los ojos —lo más que se lo per­mi­tían sus pár­pa­dos caí­dos—, miró a su al­re­de­dor y vol­vió a dor­mir­se casi de in­me­dia­to. Pe­dro hizo lo mis­mo, ta­pán­do­se por en­ci­ma de la ca­be­za.

    Afue­ra un vien­to in­dó­mi­to anun­cia­ba un día duro y un trueno pre­vi­sor lo se­cun­da­ba.

    Mir­ta y Tel­ma des­per­ta­rían un poco des­pués, con la sa­li­da del sol, que aun­que se es­con­die­ra de­trás de la es­pe­sa ne­gru­ra de la tor­men­ta, ven­cía a la os­cu­ri­dad de la no­che para dar paso al nue­vo día.

    Des­de la ven­ta­na, al co­rrer las pe­sa­das cor­ti­nas de hilo co­lor bei­ge, Mir­ta pudo ver a Héc­tor y Fla­via al pie de la co­li­na, arrean­do las va­cas ha­cia el es­ta­blo.

    —Tel­ma, vie­ne tor­men­ta. Fla­via va a ve­nir tem­prano.

    Tel­ma se acer­có a la ven­ta­na y com­pro­bó lo que Mir­ta de­cía. El cie­lo se os­cu­re­cía cada vez más, y de una for­ma que no re­cor­da­ban ha­ber vis­to an­tes.

    Al pie de la co­li­na, sin la re­sis­ten­cia de las ca­sas del pe­que­ño pue­blo, la tor­men­ta se ex­pre­sa­ba con li­ber­tad ven­cien­do las ata­du­ras del lar­go ca­be­llo de Fla­via e in­ten­tan­do ro­bar­se de un zar­pa­zo el som­bre­ro de Héc­tor, a pe­sar de los fuer­tes la­zos de cue­ro an­cla­dos a su bar­bi­lla.

    —Va­mos, Héc­tor, esto no se ve nada bien. Vol­va­mos a la casa rá­pi­do —dijo Fla­via, al­zan­do un poco la voz. El vien­to se lle­va­ba sus pa­la­bras en la di­rec­ción con­tra­ria y te­mía que Héc­tor no la es­cu­cha­ra.

    El

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