Universal
Por Sonia Pericich
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Finalmente, el origen de la humanidad ha dejado de ser un misterio: los tahori han llegado a la Tierra a contarnos todo sobre nuestro pasado en común. Son una raza fuerte, acostumbrada al trabajo, dueños del mismo ADN y parte de una civilización mucho más objetiva y dinámica que la nuestra. Dicen que no somos los únicos, pero sí los más cercanos, y que los hijos de los Tah Itsé, terrícolas y tahori, deben estar unidos y ayudarse mutuamente. Nos ofrecen todo lo que poseen, su valioso cargamento, a cambio de un nuevo hogar. Frente a semejante oferta, no podemos negarnos.
Kumani es una Že Nitsá, heredera de su linaje. Pertenece a la tercera generación luego del arribo de los tahori a la Tierra. Su madre es una tahori pura, su padre es mestizo. Tiene un hermano mayor, Clevón, y uno menor, Zembe, con quienes ahora comparte el refugio. Su madre también está con ella, pero su padre está ahí afuera. Hay un motivo imperioso, pero hubiera deseado lograr ese propósito de otra manera.
Frente a su familia, calla. Finge seguridad y valentía. Un tahori no siente, no es débil y es justo. Kumani entiende y obedece, pero no comparte.
Se siente sola.
Sonia Pericich
Sonia Pericich nació el 20 de mayo de 1981 en la localidad de El Socorro, provincia de Buenos Aires (Argentina).Comenzó escribiendo poemas en su adolescencia, quizás como muchos, pero pronto supo que necesitaba más.Sin aferrarse a un género en particular, debido a su afán de desafiarse, sus historias giran en torno a los eternos conflictos entre la naturaleza humana y las leyes impuestas por la sociedad —creencias, tradiciones y costumbres—, evidenciando su espíritu analítico y crítico, carente de fanatismos.Tanto en escenarios realistas como fantásticos, las acciones de sus personajes intentan provocar en el lector ese mismo espíritu.Fundadora de "Hoja en blanco", trabaja como editora amateur para el crecimiento de la literatura independiente.Dicen que su apellido acarrea el gen de la locura y la terquedad, pero ella prefiere llamarlo "Libertad".Obras publicadas:"8 Santos" - Misterio y Detectives"El noveno informe" - Misterio y Detectives"Viajeros del viento" - Cuento fantástico"Rebelde" - Coming of age"Universal" - Ciencia Ficción Ligera"Cuarto para medianoche - Escritores independientes" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Media Naranja Medio Limón" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Hoja en blanco, cuentos y relatos (de este mundo y de otros)" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)
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Universal - Sonia Pericich
A los que se atreven.
A los que dudan.
A los que aman de verdad.
legales807x1280portadilla807x1280Dos excesos: excluir la razón,
no admitir más que la razón.
Blaise Pascal
Glosario
Tah Itsé: creador
TahoŽun (TaoYún): planeta tahori
BerhŽun (BerYún): planeta Tierra
Sora: madre
Oreh: padre
Že Nitsá (Yé Nitsá): heredera
Etaru: soldado
Masaru: puente
Sora Eisá: abuela
Sora Melé: madre de crianza
Nitsé: descendiente
Kuye: pareja
Dareh: prometido
Yma: líder
Cliva: líder de líderes
Coriá: curandero
Berú: trabajador terrícola
Nakuye: viudo
Introducción
Cuando los tahori llegaron a la Tierra lo hicieron en son de paz.
Durante sus primeras reuniones con las autoridades terrestres, explicaron que el origen de ambas civilizaciones había sido el mismo y por eso su fisionomía era casi idéntica. Su teoría sobre el origen de la humanidad coincidía con una de las tantas suposiciones sobre la intervención de civilizaciones alienígenas en culturas milenarias en la Tierra, y frente al magno evento de su llegada, ya nadie se permitió dudarlo.
Los tahori nunca olvidaron sus raíces, fue por eso que supieron hacia dónde correr cuando tuvieron la necesidad. Sus ancestros —los creadores de ambas razas—, a quienes llamaban Tah Itsé Levián y Tah Itsé Uddala, los habían guiado hacia la Tierra a través de milenarias escrituras que relataban sus viajes colonizadores y sus experiencias. Los excesos y los conflictos sociales y políticos le habían provocado a su planeta, TahoŽun, daños irreversibles, y el enfrentamiento bélico contra el frente de sus líderes vaticinaba una derrota que derivaría, indefectiblemente, en esclavitud, penurias y devastación. Fue por eso que una minoría decidió emigrar hacia BerhŽun —nombre que en las escrituras le habían dado los Tah Itsé a la Tierra—, en busca del refugio que podrían darle sus hermanos de semilla.
La Tierra, según ellos, no era el único planeta que también albergaba descendientes de los Tah Itsé, pero sí el más cercano, y desde el momento en que supieron que la supervivencia en su planeta se volvería pronto imposible, comenzaron a planificar su partida. Un pequeño grupo de exploradores tahori llegó primero, tanto para asegurarse de la existencia de BerhŽun como de su habitabilidad y conservación; a su regreso, otro gran grupo se sumó para ser los primeros en habitarla, y estuvo casi una década observando a los terrícolas, aprendiendo sus costumbres e idiomas, caminando entre ellos, a la espera de las enormes naves que se acercaron, tiempo después, en un gran éxodo metálico y fantástico. Fueron ellos los encargados de las formalidades y la comunicación al momento del arribo, y se presentaron frente a las autoridades terrícolas como Masaru, cuya traducción literal era puente
.
En un principio las autoridades terrestres se mostraron a la defensiva, pero la ambición fue más fuerte; las naves de los tahori habían llegado cargadas de metales preciosos y nuevas tecnologías, y como el hombre jamás aprende de sus errores, se les permitió quedarse a cambio de aquella riqueza. Luego de consultar a los Masaru, los tahori pidieron a cambio campos donde pudieran cultivar su propio sustento, vivir bajo sus leyes y no interferir demasiado con la vida en la Tierra tal cual se estaba dando hasta el momento, y todo les fue concedido, ignorando las negativas de unos pocos.
Con el paso de los años, los tahori demostraron que realmente no tenían malas intenciones, sino todo lo contrario. Predicaban el cuidado del medio ambiente, el cultivo de la tierra, la reforestación y protección de los bosques y animales, la vida natural y la unificación de las razas, renunciando casi por completo a la tecnología e industria que habían llevado a su planeta a la destrucción. Tenían sus propias leyes como sociedad, que aseguraban la continuidad de la especie sin caer en la superpoblación ni consumir en demasía los recursos del planeta, y eran muy estrictos con sus costumbres, conscientes de que el tremendo daño que los terrícolas le habían hecho a la Tierra hasta aquel momento podría llevarla hacia el mismo final que había tenido su planeta.
Por casi tres generaciones, los terrícolas y los tahori convivieron en paz, pero la población terrícola crecía tan rápido, y su inmoralidad y pasión por destruir era tan grande, que los esfuerzos de los tahori por recuperar la Tierra y mantenerse al margen no lograban contrarrestar el incesante daño. Las colonias tahori, vueltas oasis entre tanta escasez, eran un blanco constante de la ambición humana y se vaticinaban brutales saqueos para el momento en que pudieran franquear sus defensas. La unificación de las razas terminó también por generar más prejuicio y conflictos a nivel social, y a pesar de las advertencias de los tahori, las dificultades para conseguir alimentos, el regreso de enfermedades que se creían erradicadas hace décadas, los desastres naturales como moneda corriente, y los cada vez más usuales conflictos sociopolíticos, la mayoría de los terrícolas no llegaba a comprender la gravedad del asunto y no hacía nada por cambiarlo.
La Tierra moría, igual que TahoŽun, y los tahori, para poder salvarla del salvajismo de sus apáticos moradores, decidieron hablarles en un idioma que sí pudieran comprender: la guerra.
1
BerhŽun, Nueva Tierra
Año 2091
Cuando los tahori se rebelaron, Kumani apenas era una niña. Su padre, Oreh Elion, un tahori mestizo de nariz chata y ojos rasgados, la envió junto a su madre y hermanos a un refugio para protegerlos del incipiente enfrentamiento entre razas; sin embargo, pese a todos sus esfuerzos por que su heredera no fuera partícipe de lo que debía hacer en favor de aquel planeta asolado, Kumani comprendía perfectamente las explosiones y luces que inundaban sus noches.
Su madre, Sora Luloah, actuaba normalizando el conflicto, ignorándolo, transformando los posibles resultados en algo trivial ante los ojos de sus descendientes, con la soltura propia de una raza de fortaleza desmedida, libre de egoísmo y de temores. Parecía no prestarle atención a lo que estaba sucediendo, y junto a Clevón y Zembe, hermanos de Kumani, eran la viva estampa de la insensibilidad o del coraje, según como se mirara.
La frialdad con la que ellos asumían la posible muerte de Oreh Elion en aquella guerra, contrastaba enormemente con lo que le sucedía a Kumani. Quizás el ser sensible se debía al mestizaje de su padre, no había encontrado otro motivo hasta el momento, pero ya de muy pequeña había notado que a nadie le hacía ninguna gracia; así que ahora, con ocho años recién cumplidos, fingía valentía y despreocupación a la par de sus hermanos. Kumani conocía muy bien las leyes y costumbres de su raza, y las respetaba desde su significativa jerarquía de Že Nitsá. No renegaba de sus obligaciones y derechos de heredera y futura líder, pero no llegaba a comprender la necesidad de dominar a los terrícolas con aquella guerra. Entendía que el planeta corría peligro, y junto a él la humanidad, pero en su inocente pensamiento creía que habría otras formas, unas que no incluyeran la violencia y el sacrificio de su padre.
Los tahori, incluidos sus mestizos, eran minoría, sin embargo, lograron someter a los terrícolas con inteligencia, elaborando una estrategia infalible que hizo a las autoridades desesperar y volver a sentir miedo ante su presencia, tal como había sucedido el día que arribaron a la Tierra. En aquella oportunidad supieron conseguir su confianza y la paz a través de promesas tecnológicas y cargamentos de valor, pero hoy mostraban la ferocidad y determinación a la que sus anfitriones siempre habían temido. El ataque sorpresa hizo retroceder a los soldados terrícolas antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, y como si de un golpe de estado se tratara, los tahori fueron la raza dominante en un abrir y cerrar de ojos.
En las ciudades, la gente se preguntaba qué hacer. Si los tahori habían vencido a fuerzas armadas como si fuesen soldados de juguete, no podrían enfrentarlos. Eran minoría, y aun así eran muchos menos los terrícolas que decían animarse a ser parte de una resistencia.
En los siguientes dos días, comunicaron a los terrícolas que debían abandonar sus viviendas y dirigirse al campo. Las ya decadentes ciudades serían demolidas en su totalidad. Se les aseguraba techo y comida solo a aquellos que fueran capaces de abandonarlo todo. El plazo era de seis horas a partir de la última transmisión radial, y quien hiciera caso omiso de tal orden, quedaría bajo los escombros o sería eliminado.
Cuando la guerra terminó y la Orden de la Nueva Tierra se proclamó a través de la implementación del Nuevo Régimen, Kumani y su familia abandonaron el refugio y regresaron a su colonia, una antigua estancia llamada El Triunfo.
Los temores sobre su padre al final resultaron ciertos, no volvió de la guerra, pero una vez más tuvo que fingir entereza ante su madre por miedo a su desprecio. Todos aquellos terrícolas, que llegaban a la colonia con su lenta y desgarradora marcha luego de renunciar a lo mucho o poco que tenían, no colaboraban en nada con su equilibrio emocional, y le fue realmente difícil evitar expresiones y guardar silencio ante sus rostros confundidos.
Cerca del casco principal de la estancia se había establecido una nueva serie de viviendas con las comodidades justas para garantizar el bienestar de los terrícolas que trabajarían en ella, quienes tendrían de ahora en adelante la jerarquía de Berú dentro del Nuevo Régimen. Cada colonia recibiría un máximo de ciento cincuenta, elegidos por ser los más dóciles o incluso por ser aliados; el resto se confinaría a grandes establecimientos y sitios aislados, desde donde no pudieran impedir el Nuevo Régimen en la Tierra, y donde recibirían el entrenamiento o castigo necesarios para su reincorporación a la nueva sociedad, si esta fuera posible.
Desde la ventana de la habitación, Kumani podía ver algunas de las austeras viviendas, arribadas ahora por el silencioso pero denso grupo de terrícolas que arrastraban los pies por el cansancio y la incertidumbre, y perros jadeantes de orejas caídas que mostraban abnegación en la mirada; rodeando el bloque de viviendas, una densa pero joven arboleda con álamos plateados y pinos; y más allá, imponente, se alzaba el gran alambrado que servía a su vez de protección y cárcel, electrificado y temerario. En las noches silenciosas, Kumani podía escuchar el continuo murmullo de la electricidad y el incesante compás que lo sostenía. A veces la ayudada a dormir; otras, la inquietaba.
Del otro lado de la casa, como en espejo, se encontraban las viviendas de los Etaru, tahori de jerarquía intermedia, encargados de la seguridad y el transporte de la producción entre colonias, y otrora trabajadores de jerarquía casi igual a la de los nuevos Berú. En El Triunfo vivían unos