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Herederos de una tierra enferma
Herederos de una tierra enferma
Herederos de una tierra enferma
Libro electrónico209 páginas3 horas

Herederos de una tierra enferma

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Años 2083, la tecnología se encuentra en su punto más álgido.Hemos descuidado el ecosistema. Las guerras, las nuevas religiones y nuestro afán por controlarlo todo nos lleva a la apoptosis como civilización. El azar quiere que un simple ser humano se encuentre en medio del fuego cruzado. La tecnología y lo avances científicos a un lado. Grupos pro-planeta y anti-ciencia al otro. ¿Qué es correcto? ¿Qué es justo? ¿Todo sirve para salvar lo poco que sobrevive sobre la faz de la Tierra?
Una historia interior, que puede cambiar todo lo que nos rodea.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 may 2020
ISBN9788413266961
Herederos de una tierra enferma
Autor

Hache .

Escritor, músico, pintor y tatuador en prácticas. Creador de obras oscuras e intensas, cargadas de fuertes emociones. Estudiante de Historia en la Universidad Autónoma de Madrid. Especializado en las culturas asiria y sumeria. Fundador del videoblog Nekonihiki, divulgación de las culturas del sudeste asiático, y del proyecto KnekoR, marca de ropa creada con el fin de ayudar a las protectoras de animales. Adorador de su gata Khali, diosa de las criaturas del sub-universo. Urbanita enamorado de la naturaleza. Toda su obra se encuentra bañada por la influencia de las múltiples culturas asiáticas, novelas de terror y la obra de Alan Moore.

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    Herederos de una tierra enferma - Hache .

    Herederos de una tierra enferma

    Agradecimientos

    Antecedentes

    El primer contacto

    Golpe de suerte

    La frontera

    Paso adelante

    Visión borrosa

    Génesis

    Reflexiones

    Sin retorno

    Acción directa

    Punto de vista

    Aceptación

    Radical

    Consecuencias

    Planeta olvidado

    Página de créditos

    Agradecimientos

    A Lidia, por su apoyo

    A Khali y Razi, por creer en mí

    Y a ti, por leerlo

    Antecedentes

    Es un hecho que la humanidad no sabe estar a la altura de las circunstancias cuando estas lo requieren. Es más fácil esconderse detrás de leyes y doctrinas que defender lo que se puede considerar justo. Recién comenzado el año 2054, el mundo se encontraba muy dolorido. Tras la grave crisis económica sufrida desde 2007, la civilización comenzó un declive que duraría hasta mediados de siglo. El hambre y la escasez de agua potable se convirtieron en grandes problemas. Se le unieron algunas enfermedades que se consideraban erradicadas: el virus del Ébola, la peste o tuberculosis comenzaron a caminar por las calles de las grandes urbes, como si de plagas bíblicas se trataran. África sufre una vez más el azote del hambre, un compañero con el que comparte camino desde hace siglos. La economía mundial se mantenía gracias al vasto Imperio chino. Estados Unidos cayó poco a poco en recesión, su economía basada en las armas, la venta de deuda externa y aranceles sobre materias primas se tambaleó de manera brusca a comienzos de la tercera guerra mundial. Japón tomó el relevo como potencia armamentística, añadió su inventiva a las máquinas de guerra. Exoesqueletos mecánicos, drones de grandes dimensiones, incluso armas sónicas pensadas para aturdir y disipar grandes masas de personas. En el levante del Mediterráneo se levantó el enemigo común. La avaricia y el desgaste nos llevaron de nuevo a otra gran guerra. Unos, hartos de ver diezmada su cultura y sus creencias, se lanzaron a la desesperada. Otros, esperando hacerse con sus riquezas, no negaron la ofensiva. Los que predicaban estas ideas eran numerosos y voraces. No se detienen ante nada. Avanzan saqueando, destruyendo y creando un sobrecogedor vació tras sus pasos. Una gran coalición de países occidentales intenta frenarles sin éxito. En pocos meses, el sur de Europa es arrasado, así como parte de la India y lo que era el este y sur de Rusia. Gran parte de África se unió a la guerra de manera voluntaria y los que resistieron, no lo hicieron por mucho tiempo. Ante la inevitable derrota, una coalición de países decide atacar a la desesperada. ¿Y qué hay más desesperado que la guerra bacteriológica? A un mundo ya enfermo, decidieron lanzarle más muerte. Los países de la gran coalición acuerdan lanzar las denominadas tres bombas. Para evitar su intercepción, parten de tres ciudades diferentes. Berna en Suiza, Recife en Brasil y Visakhapatman en lo que queda de la India. Son tres misiles silenciosos con la tecnología más innovadora. En ellos van cargados decenas de viales con enfermedades. Algunas conocidas por el hombre y otras nuevas, creadas en laboratorios. Virus letales para los seres vivos, sin cura conocida. O al menos no existe algún remedio lejos de los centros de vacunación avanzados que se crearon en Francia, China, Estados Unidos, Japón y Ucrania. En cinco días, los infectados caen al suelo y mueren de forma súbita, en pocas semanas el enemigo retrocede hasta desaparecer. Algunas de las enfermedades se contagian a través de la sangre, otras a través del aire. Solo han transcurrido siete meses de guerra y el balance final es estremecedor. Las vidas perdidas en ambos bandos se cuentan por centenares de millones. Y esa cantidad solo son las víctimas directas. 

    Una vez más, la guerra ha vuelto a sacar el peor lado del ser humano. Las enfermedades desplegadas no entienden de fronteras y asolan Oriente Próximo y África. Los vivos queman a los muertos en las puertas de sus casas. El temor es tan grande que no se atreven a tocarlos, desplazarlos ni darles sepultura. Las precarias medidas de seguridad hacen que sea imposible no infectarse. La gente huye en masa de los sitios en conflicto y se afinca en las fronteras. Se crean controles aduaneros que sirven para vigilar el tránsito de los refugiados. No importa tanto el refugiado en sí, como las posibles enfermedades que pueda portar. Es imposible cruzar el Mediterráneo. La ONU desplegó una enorme flota frente a las costas. Todos los barcos que no estén autorizados son devueltos a costas africanas o hundidos. La dureza de las medidas hace que intentar llegar por agua a Europa no sea una opción. Los refugiados prefieren apilarse en los controles de las aduanas, los llamados campos de indeseados. Son campamentos militares donde sobreviven todos aquellos que pretenden cruzar las fronteras. Se consideran zonas sin contaminar. En ellos te dan de comer y un sitio donde dormir a cambio de trabajo. En el más común de ellos se acostumbra a enterrar a los numerosos muertos, crear carreteras, fosos o zanjas. La estancia en estos sitios es obligatoria para poder pasar una cuarentena y acceder a lugares no contaminados. Una persona contaminada en un barracón se lleva decenas de personas con ella antes de poder actuar. Las peticiones de asilo son tantas que ningún país quiere hacerse cargo de ellas. Llega un momento en el que no se hace nada, se encierran en sus propios problemas y miran a otro lado. En estos lugares, el ingreso es voluntario. No puedes volver a salir si no has pasado la cuarentena. Y solo se puede salir camino a zonas descontaminadas. Pero estos países hace meses que no aceptan a nadie. Los campos de indeseados comienzan a sobrepoblarse y no se busca una solución. Algunas de las imágenes que consiguen pasar la censura, muestran a la gente hacinada en barracones. Los suministros y la higiene escasean. La mayoría de las personas deja pasar los días, esperando con pasividad el próximo movimiento de una cruenta guerra.

    En el campo de indeseables de Kelibia, al norte de Túnez, los inmigrantes intentan salir para buscar otra forma de acceso a Europa. Son reprimidos con gran dureza. Los militares que juraron protegerlos ahora les atacan sin escrúpulos. Durante horas dispararon munición real sobre personas desarmadas. Los muertos se cuentan por decenas de miles, hombres, mujeres y niños murieron en la revuelta. Los gobiernos callan y ocultan la noticia. Pero no pueden frenar el rumor de lo que pasa. La sensación es clara. La historia se repite, es inexorable. En las semanas posteriores, todos los campos sufren movilizaciones, algunas más fructuosas que otras. Los refugiados que consiguen escapar deciden volver a sus hogares en busca de una nueva esperanza.  La muerte les acosa, mejor salir a su encuentro que esperarla con las manos atadas. Se repuebla la costa occidental de África creando grandes urbes con guetos con centenares de miles de personas. El más grande es el de Monrovia en Liberia, con casi ocho millones de habitantes. 

    La fauna y la flora de las zonas afectadas se extingue, al menos en su mayoría. En enero del 2055, muere el último loro gris africano. En marzo del 2056, el último hipopótamo en libertad. Se repueblan las zonas de regadíos con plantas invasoras. Las especies autóctonas se consideran enfermas, por lo que son arrancadas de la tierra y destruidas. La rivera del río Éufrates, ahora más caudalosa gracias a la crecida del mar, se convierte en una zona fértil para el cereal. Regresa a la imagen que debió tener hace cuatro mil años. Entre tanto descontrol, Japón se lanza a un proyecto que les inmortalizará en la historia. Alcanzar la inteligencia artificial. Un proyecto ambicioso no exento de polémica. 

    Centro Europa sufrió las graves secuelas de la Segunda Guerra Mundial, en la tercera estuvo lejos de cualquier escenario de conflicto. Alemania impulsó el proyecto para colonizar Marte junto con China. En 2047, se lanzó la primera nave tripulada con destino a Marte desde Kazajistán. Es un viaje solo de ida. Astrofísicos, químicos, biólogos, informáticos, ingenieros y unos pocos militares parten con una idea en la mente. Extender los dominios de la raza humana. Al tercer día de camino a Marte, la nave sufre un fallo informático llevando al fracaso la misión y acabando con trescientas personas. Pasarán varios lustros hasta que nuestra osadía vuelva a intentar colonizar otro planeta. En esta ocasión será Venus. Esta misión también fracasó. La sociedad, insensibilizada ante tanta masacre, deja en manos de los gobiernos las decisiones importantes. La masa informe resultante de años de guerras, tragedias y hostilidades, se desconecta del mundo. 

    Tras la última gran guerra queda la paz, aunque hay muchas voces críticas con la forma de ganar este último conflicto. Miles de millones de inocentes han muerto y los medios de información callan. Entre tanto revuelo, aparece una nueva religión. La conocida como la única o La Verdadera Fe. De siempre se ha dicho que la religión aflora en los momentos más difíciles, como era de esperar en aquellos años la humanidad necesitaba algo en que creer. La religión de la Adoración recoge los ritos que más le interesa de los cultos ya existentes y los transforma en un movimiento de personas bajo el poder de la única y Verdadera Fe. Gente fanática que roza un carácter asocial. La Verdadera Fe habla sobre las plagas que nos toca vivir para ser dignos de disfrutar de la otra vida. Términos como trasmigración del alma o reencarnación no son nuevos. La mayoría de las personas que ha perdido a familiares en la última guerra apoya este movimiento. Nos habla sobre la importancia del alma. Solo tiene que hacer un camino y ese camino se completa cuando la muerte proviene por causas naturales. En pocos meses, los Adoradores, como se autodenominan, se cuentan por millones. La idea de creer que hay algo mejor en la otra vida no es nueva, es un leitmotiv muy utilizado en los últimos dos mil años. Pero sí es nueva la idea de que solo el alma es libre si la muerte sobreviene de forma natural. Cuando se produce una muerte no natural, el alma busca otro cuerpo en el que iniciar el viaje. Con este concepto de reencarnación, la nueva Fe atrae incluso a hindúes. Entre sus seguidores se ven cristianos, judíos, budistas, hindúes, musulmanes y ateos, entre otros conversos. Su líder es una figura desconocida. Solo se sabe de él que es un superviviente de un campo de indeseados. Se hace llamar Bhala y dice que murió en la guerra dos veces, pero su alma se negó a abandonar su cuerpo y volver a empezar otra vez. Quería enseñar el camino de la Fe y la adoración a los humanos. Se desconoce su paradero. Nunca se le ha escuchado decir ninguna palabra llamando a la violencia, aun así, sus seguidores morirían por él.

    Los grupos ecologistas crecen en la década del 2060, suelen ser muy pacíficos. La resistencia pasiva es su principal arma. Se unen a las voces que critican la forma de ganar la última guerra y extienden su mensaje a cómo tratamos el planeta. Hay zonas del mundo donde nadie se atreve a acercarse, se conocen como zonas enfermas. Sitios donde la vida no puede abrirse camino. Se distribuye un abono químico para intentar erradicar las enfermedades de las cosechas y poder volver comestibles los recursos de las zonas de cuarentena. Chernobyl pasa a ser una anécdota comparada con algunos lugares. El Amazonas se encuentra deforestado casi en su totalidad. El que fue conocido como el pulmón del planeta, apenas puede respirar solo. Se crean plantas de depuración del aire. Su mantenimiento es costoso, pero a la vez se usan como laboratorio de pruebas para crear las máquinas de oxígeno que se trasladan en las expediciones a otros planetas. El mundo no se quita las palabras de Einstein de la cabeza, No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras. La población mundial se ve mermada en un cuarenta y ocho por ciento en tan solo tres años. Cincuenta años atrás, preocupaba el crecimiento y ahora el descenso drástico parece crear un problema mayor. Poco menos de quinientos millones de personas deambulan por el mundo. El campo se ha despoblado, cerca del noventa por ciento de las personas vive en grandes ciudades o en sus inmediaciones. En los países más desarrollados las cosechas se han robotizado, así como las granjas de ganado. Una sola persona desde una oficina puede gestionar toda la producción láctea de una comarca. Esto generó los disturbios de París en el 2061, cuando el paro cercano al sesenta por ciento desembocó en tres noches de pillaje y saqueo a las grandes compañías. Durante los disturbios, se retomó el lema del personaje folclórico del siglo XIX John Henry: antes de dejar que vuestra perforadora a vapor me derrote, moriré con el martillo en la mano. La base de la producción de materias primas ya no necesitaba al ser humano. Lo que para algunos fue un adelanto, para otros fue un gran paso atrás. La infracualificación generó un aumento del paro y un vacío. Personas que estuvieron veinte años realizando un trabajo manual se vieron relegadas a ser objeto de museos. 

    Los polos se reducen y se eleva el nivel del mar. En algunos casos, se incrementa tanto que ciudades como Ámsterdam quedan a diecisiete metros por debajo del nivel del mar. Tan solo unos muros la separan de ser la nueva Atlántida y desaparecer bajo las aguas. En zonas del golfo pérsico, el mar penetra hasta el desierto. El norte de Rusia y el sur de Argentina desaparecen del mapa. Países como Australia se sumergen bajo las aguas en un porcentaje muy alto. En la Antártida se establece el laboratorio de investigación más grande del planeta. Un proyecto ambicioso con lo mejor de cada nación. Intentan frenar el calentamiento del planeta y encontrar fuentes de energía más benignas para el medio ambiente. Hay quien considera que es solo un lavado de cara, en realidad no se pretende cambiar nada.

    Cerca del año 2080, el mundo se parece a como estaba a finales del siglo XX, salvo por los adelantos tecnológicos que delatan la época de prosperidad intelectual y decadencia moral que vivimos.

    El primer contacto

    Ya no queda mundo donde vivir. Hace unos años, algo pasó. El mundo se silenció y comenzó a nacer el presente. Un sitio donde la gente vive esclava de su carencia de ideas, de su falta de personalidad. Te dicen qué hacer, dónde hacerlo y si te gusta o no hacerlo. No esperes despertar mañana, porque no hay mañana. Solo nos queda el ayer y luchar por el hoy. El ser humano se vanagloria de su inteligencia. De su capacidad de crear. Dicho así, suena a creación de vida. Pero casi todos sus inventos son para sembrar el caos, la muerte y la destrucción de todo aquello que detestan o le es indiferente. ¿Cuánta gente más ha de morir por virus creados en laboratorios para que el mundo despierte? ¿Cuántos animales más han de desaparecer para dejar de creernos el centro del universo? El mundo es como lo conocemos porque la inactividad de nuestros actos nos ha llevado hasta la apoptosis cultural que nos envuelve. Gritamos en silencio y no nos escucharon, ahora nuestros actos harán más ruido. Todo en pos de un mañana mejor…

    Planeta Olvidado -- 5 de noviembre 2083

    Así comienza el primer escrito del grupo activista autodenominado Planeta Olvidado. Es un grupo internacional con simpatizantes en casi todos los países del mundo. Cuentan con un gran apoyo entre la gente de la calle. Mientras, son ignorados por aquellos que ocupan los despachos dentro de los gobiernos. Escribieron este manifiesto el pasado año como respuesta al proyecto I.A. (Inteligencia Artificial) que ha desarrollado la universidad de Nagasaki, Japón. Han conseguido que una máquina aprenda, interaccione y demuestre capacidad de comprensión sobre sí misma. No es una máquina para jugar al ajedrez o para rastrear las estrellas en busca de vida extraterrestre. Es un cerebro humano artificial. Lo que para muchos es un gran avance en la ciencia, para otros es un enorme retroceso en la humanidad. Este grupo activista no tiene un matiz marcado anticiencia, como le quieren otorgar algunos pensadores actuales. Creen que ciencia y humanidad deben ir de la mano. No hay que olvidar que la ciencia debe servir a la humanidad y no viceversa. Nadie conoce el origen de su nombre. Es muy poético, sencillo y directo. No creo que tenga una larga historia detrás. 

    El comunicado se emitió meses después de la aparición de aquel artículo sobre la inteligencia artificial. Quizás para ganar más énfasis o dejar claras sus intenciones. La fecha escogida para darse a conocer fue el 5 de noviembre del 2083. La mayoría de los países lo tienen como una fecha más en el calendario, pero para los angloparlantes tiene otro significado. Hasta el día de hoy no han perpetrado ningún acto violento con víctimas. Solo algunos escaparates rotos, manifestaciones, algunas pintadas en las universidades y algún que otro laboratorio quemado. Pocos actos más, al menos de momento.

    Son las tres de la mañana de un martes y, como de costumbre, no tengo sueño, ni la intención de irme a dormir en breve. La noche me ayuda a despejar los pensamientos. La ventana de mi habitación comunica con una calle poco concurrida, resulta relajante el silencio, a veces me despierto por el camión de la basura o por el autobús nocturno que atraviesa la vieja ciudad en donde vivo. Hay quien prefiere la luz del día, yo encuentro algo reconfortante en la oscuridad de la noche. Desde siempre he pensado mejor de noche, quizás porque la noche lleva intrínseco el sello del silencio, lo oculto, lo clandestino. Incluso al pasear de noche puedes oír tus propios pasos. Escribir de noche, para mí, es como un acto reflejo. 

    No

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