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África al socorro de África
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Libro electrónico170 páginas2 horas

África al socorro de África

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¿Qué ha sucedido en África para que la esperanza nacida de la descolonización aparezca hoy tan lejana? El modelo de desarrollo impuesto está en entredicho pero, ¿puede exonerarse de toda responsabilidad a las elites africanas en la agravación de la pobreza y de la violencia que pone trabas a la energía creadora de tantos ciudadanos del continente negro? Para Sanou Mbaye, los africanos deben asumir su propio desarrollo y, para ello, propone un amplio abanico de soluciones innovadoras. Defiende la superación de los aislamientos nacionalistas y étnicos a fin de que florezca la solidaridad entre los pueblos del continente y su diáspora, y así recuperar su identidad. Cincuenta años después de sus independencias, aún no logradas plenamente, África puede y tiene que despertar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 sept 2012
ISBN9788483197622
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    África al socorro de África - Sanou Mbaye

    Sanou Mbaye

    África al socorro de África

       

    SANOU MBAYE

    ES ANALISTA POLÍTICO Y ECONÓMICO, EX MIEMBRO DEL EQUIPO DIRECTIVO DEL BANCO AFRICANO DE DESARROLLO Y UNO DE LOS GRANDES ESPECIALISTAS MUNDIALES EN ECONOMÍA AFRICANA. SUS TEXTOS SOBRE DESARROLLO DE LOS PAÍSES AFRICANOS HAN SIDO TRADUCIDOS A UNA DECENA DE IDIOMAS.

    LA EDICIÓN DE ESTE TÍTULO ES UNA INICIATIVA DE CASA ÁFRICA CONMOTIVO DE LA CONMEMORACIÓN DEL 50º ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA DE DIECISIETE ESTADOS AFRICANOS.

          

    DISEÑO DE LA COLECCIÓN: ESTUDIO PÉREZ-ENCISO

    DISEÑO DE CUBIERTA: JACOBO PÉREZ-ENCISO

    TRADUCCIÓN DE ADOLFO FERNÁNDEZ MARUGÁN

    © LES ÉDITIONS DE L’ATELIER, PARIS, 2009 / L’AFRIQUE AU SECOURS DE L’AFRIQUE DONT SANOU MBAYE

    © SANOU MBAYE, 2010

    © CASA ÁFRICA, 2010

    © LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2010

    FUENCARRAL, 70

    28004 MADRID

    TEL. 91 532 05 04

    FAX. 91 532 43 34

    WWW.CATARATA.ORG

    ÁFRICA AL SOCORRO DE ÁFRICA

    ISBN: 978-84-8319-533-8

    ISBN DIGITAL: 978-84-8319-762-2

    DEPÓSITO LEGAL: M-35.979-2010

    ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE, QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA.

    Esto es así porque Alá no modifica la gracia que dispensa a un pueblo mientras éste no cambie lo que en sí tiene.

    Alá todo lo oye, todo lo sabe. 

    Corán, sura del Botín (VIII), versículo 53

    A mi hijo babou, fuente de inspiración de esta obra, cuyos ojos se han cerrado para siempre.

    Agradecimientos

    En 2005, mi mujer Danielle y yo perdimos a nuestro hijo Babou en un accidente de circulación. Ante la inmensa angustia en la que nos vimos sumidos, sus hermanos y hermanas, Muhammad, Maroussia, Aliou, Ninka, Sacha y Tidiou, y su madre me indujeron a redactar y a dedicar en su memoria esta obra destinada a ponderar el panafricanismo del que, desde muy pronto, era un ardiente defensor.

    Una serie de signos premonitorios permitían augurar que su compromiso con el panafricanismo iba a suponer, con mucha probabilidad, uno de sus futuros combates.

    Ya a la edad de cuatro años, en las calles de Londres, donde vivíamos, saludaba sin falta a todos los negros que encontrábamos. A los dieciocho años, en vísperas de comenzar sus estudios universitarios, mostraba una fuerte predilección por la geografía y la economía. La primera de las materias le serviría para apreciar las experiencias logradas en otras regiones del mundo, mientras la segunda debía contribuir a asentar y dar forma a su convicción de que los pueblos deben, en la búsqueda de su soberanía y esplendor, favorecer la movilización de su capital social y de su capacidad de solidarizarse para defender los intereses del grupo, condición esencial para construir el panafricanismo.

    Los ánimos de los míos me han supuesto un inmenso apoyo en la redacción de este libro, destinado a honrar la memoria de este hijo tan añorado que no vivió lo suficiente para ver concretarse su sueño.

    Sin embargo, debo reconocer que no habría podido realizar mi deseo sin la benevolente colaboración de tres de mis allegados: Gisèle Dutheuil, Raymond Ba y Jean-Marc Bischops.

    Gisèle Dutheuil que, tras analizar durante un mes mis publicaciones de estos últimos 15 años, me convenció de que el libro que quería escribir estaba ya en esos trabajos anteriores. El plan que me propuso, y que debía constituir su trama, consiguió mi adhesión y está en el nacimiento de esta obra.

    Raymond Ba, mi mentor, estuvo entre quienes acompañaron mis primeros pasos en el Banco Africano de Desarrollo. Gracias a sus atenciones, el libro ha podido retocarse, en lo referente a su redacción, cada vez que ha sido necesario. Ha contribuido a dar fluidez al texto para que sea accesible a más lectores, a pesar de sus aspectos técnicos.

    Jean-Marc Bischops no ha dejado desde hace más de diez años de poner su genio informático al servicio de mi combate. Ha creado mi página de Internet, que administra con talento y creatividad, con el único objetivo de que mis trabajos consigan la mayor difusión posible.

    Faltaría seguramente a todas mis obligaciones si no uniese a mis agradecimientos los nombres de mis amigos Dialo Blondin Diop, Kaye Witheman y John Plender, cuyas valiosas opiniones me han proporcionado un apoyo innegable.

    Me hago intérprete, por último, de mi difunto hijo para presentar a todos mi gratitud, mi afecto y mi reconocimiento indeleble.

    Introducción: Los problemas ocultos del mal africano

    Tres son los obstáculos principales que están en el centro de los problemas del mal africano. El primero, cultivado por los detractores de la civilización negra, niega a los africanos su inestimable aporte a la edificación de una civilización universal. El segundo está ligado a la capacidad de perjudicarse que muestran los africanos entre sí, mientras que la tercera se deriva de las consecuencias de siglos de esclavitud y de colonización.

    Los africanos estarían al margen de la historia

    Ocultar el peso de África en la historia de la humanidad sería ignorar su riqueza cultural y las gloriosas páginas escritas por los hijos de esta tierra que ha visto nacer a los primeros seres humanos. Los trabajos de científicos, tales como los del sabio senegalés Cheikh Anta Diop[1] , el historiador burkinabé Joseph Ki-Zerbo[2] , o los testimonios de etnólogos como el alemán Leo Frobenius[3] , han puesto de manifiesto que las sociedades precoloniales africanas practicaban intercambios comerciales dinámicos, acuñaban moneda y disponían de centros de radiación cultural como el de Tombuctú que, ya en el siglo XVI, tenía una de las tasas de alfabetización más altas del mundo. Contrariamente a un prejuicio muy extendido, la vida intelectual, cultural y artística en África Subsahariana precolonial era intensa en campos tan distintos como las ciencias, la gramática, las matemáticas, la medicina, la geografía, el derecho coránico y las artes. La aportación del continente aparece simbolizada por los grandes imperios y reinos que le han otorgado sus cartas de nobleza. Tras los antiguos reinos de Nubia, que acabaron con la creación de Meroe (reino de Koush), en el siglo IV a.C., la historia registra el advenimiento del imperio de Ghana (siglos V-XI), Mandinga (siglos XIII-XV), Shangai (siglos XIV-XVI) y el reino Zulu (siglos XVIII-XIX). Debe hacerse una mención muy especial al fundador del imperio Mandinga, Sundiata Keita[4] , figura emblemática e iniciador, en 1222, de la primera declaración de derechos del hombre, conocida como Carta de Manden[5] . Ya en su tiempo, con una modernidad desconcertante, esta carta rechazaba la existencia en su imperio del hambre y la esclavitud, como testimonian estos fragmentos:

    Los cazadores declaran:

    el hambre no es una buena cosa

    la esclavitud tampoco lo es;

    son las peores calamidades que pueden suceder

    en este bajo mundo.

    En tanto conservemos el carcaj y el arco,

    el hambre no matará a nadie más en Manden,

    si por azar el hambre volviera a asolarnos;

    la guerra no destruirá nunca más poblados

    para conseguir en ellos esclavos;

    es decir, nadie colocará a partir de ahora el freno en la boca de [su semejante

    para llevarlo a la venta;

    nadie será tampoco azotado,

    mucho menos ejecutado,

    porque sea hijo de esclavo.

    Los cazadores declaran:

    el espíritu de la esclavitud se ha apagado desde el día de hoy,

    de un muro al otro, de una frontera a la otra de Manden;

    la razzia se ha desterrado a partir de hoy en Manden;

    las tormentas nacidas de estos horrores han acabado desde

    [hoy en Manden.

    La capacidad de autoperjudicarse de los africanos

    El segundo escollo tiene que ver con el desastroso balance de buen número de dirigentes africanos, tristes ejemplos de mala gobernanza, de incompetencia, de corrupción y de desunión, que se muestran como los más fervientes colaboradores del sistema que tiende a someterlos. Se remiten al linaje de sus antecesores, aquellos reyezuelos negros que asumieron una parte de responsabilidad ante la historia, colaborando con los esclavistas occidentales durante la trata negrera, ocasionando la hecatombe y provocando los estigmas conocidos por todos.

    Una manifestación palmaria de la dificultad de los africanos para desarrollar solidaridad entre ellos y de cómo favorecen su propio interés se ejemplifica en la Sudáfrica post-apartheid. El primer gobierno formado por el Congreso Nacional Africano (ANC) expulsó a los africanos no nativos porque se apropiaban de los empleos de los sudafricanos, al mismo tiempo que multiplicaba las deferencias hacia la población blanca para incitarla a permanecer en el país y contribuir así a su desarrollo. En lugar de ello, África del Sur ha registrado una fuga masiva del capital de los blancos, y Pretoria ha visto cómo algunas empresas de vanguardia, como Anglo American, Billiton, Anglogold Ashanti, South African Breweries, Old Mutual, Dimension Data, De Beers, Mondi, Liberty Life y la compañía Sappi, desertaban de la Bolsa de Johannesburgo, en beneficio de las de Londres y Nueva York, lo que no ha dejado de laminar los ingresos fiscales, generar una hemorragia de capitales y contribuir al debilitamiento del rand, la moneda sudafricana[6]. Junto a todo esto, se ha sumado la oposición, por parte de los blancos de África del Sur, a unas leyes tendentes a hacerles pagar un impuesto sobre sus segundas residencias, dado que nada les hace pensar que hayan podido adquirirse gracias al dinero ganado por la explotación y humillación de los africanos.

    Se hubiera podido creer que el ANC iba a sentirse en deuda por el apoyo que recibió de los países de la línea del frente (Angola, Botswana, Mozambique, Tanzania, Zambia y Zimbabwe) durante su guerra de resistencia a la dominación blanca. Las poblaciones de estos países pagaron un pesado tributo por su solidaridad para con sus hermanos de África del Sur. Testimonio de ello son los bombardeos masivos y simultáneos realizados contra las capitales de Zambia, Zimbabwe y Botswana por los defensores del apartheid, el 19 de mayo de 1986, quienes armaron a la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) en Angola y a la Resistencia Nacional Mozambicana (RENAMO) en Mozambique, unos movimientos rebeldes que cometieron en su nombre actos abominables contra sus propios pueblos. Nada de todo esto incitaba al ANC a otra cosa que a la comprensión y la moderación respecto a los naturales de estos países residentes en África del Sur. Sin embargo, fueron expulsados, desposeídos de sus bienes o masacrados[7]. Antes, habíamos asistido al fenómeno inverso: los negros sudafricanos eran, durante su lucha por la independencia, condenados al ostracismo por algunos países africanos como Costa de Marfil y Cabo Verde.

    No menos reveladores de las duplicidades que se mantienen entre los africanos son los privilegios que se han concedido algunos responsables surgidos de los cuadros del ANC, al aliarse con los blancos para reconvertirse al mundo de los negocios gracias a las importantes adjudicaciones de capital de las que han podido beneficiarse y que les han permitido amasar fortunas considerables, al mismo tiempo que el 65 por ciento de sus compatriotas negros vivían en la indigencia más absoluta. La tasa de paro es oficialmente del 25 por ciento, pero, en realidad, está cercana al 40 por ciento. Hay que tener en cuenta, a este respecto, que en el momento de acceso al poder político por parte del ANC, en 1994, el 87 por ciento de las tierras estaban reservadas a los blancos. Después de esa fecha, sólo el 3,6 por ciento de las granjas se han redistribuido entre 1,2 millones de negros, mientras que 60.000 blancos poseen y gestionan todavía el 80 por ciento de las superficies cultivables.

    En Kenia, Charles Njonjo, ministro de Justicia en el gobierno de Jomo Kenyatta, más tarde ministro de Asuntos Constitucionales en el de Arap Moi, desmanteló, en 1977, la primera comunidad de Estados de África del Este, pese a los éxitos conseguidos por esta organización de la que eran miembros Kenia, Uganda y Tanzania. El espíritu de solidaridad del que daba muestras Kenia —el mayor contribuyente al presupuesto comunitario de esta organización— era para él sencillamente intolerable, razón por la cual decidió ponerle fin.

    Otras circunstancias, más inquietantes aún, ponen de manifiesto, en determinados países, actitudes claramente racistas entre los africanos. Éste es el caso de Sudán, donde la clase dirigente, descendiente de esclavos árabes, no duda, con el apoyo de la Liga Árabe, en cometer las atrocidades que se conocen contra millones de sus conciudadanos negros en Darfur. Es también el caso de Libia, cuyo dirigente,

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