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Cómo un virus y la agitación social se convirtieron en una prueba para nuestra humanidad

DE ALGUNA MANERA, Ruby Moss encontró la fuerza para arrodillarse en oración. Aunque debilitada de manera severa a causa del virus, clamó a Dios para pedir por la vida de Adolphus Moss, su esposo durante 32 años.

Él se deterioraba con rapidez. Una enfermera acababa de llamarle desde un hospital en Tuscaloosa, Alabama, para advertirle que incluso con un ventilador completamente conectado a Adolphus, él ya no era capaz de respirar.

“Escucha mi súplica, oh Dios, perdónale la vida”, repetía Ruby desesperada. Después de orar durante varios minutos por un milagro, la respuesta para Ruby llegó al otro lado del teléfono: “Lo siento, no lo logró”.

En abril, junto a la tumba de Adolphus Moss, en el cementerio de la Iglesia Bautista Fourth Creek de York, Alabama, se llevó a cabo una ceremonia. Sin fanfarrias o conmemoración pública de su vida, Moss, de 67 años, diácono de su iglesia y líder cívico respetado en su comunidad rural, fue conducido a su última morada. Todo el servicio duró 10 minutos.

“No pude brindarle a mi esposo el tipo de funeral que se merecía”, dice Ruby, quien escribió un pequeño libro de legado en honor a su difunto esposo. “Nos dijeron que podían asistir 10 personas y que dos serían funcionarios funerarios. Parecía que estábamos en un mundo por completo diferente. No parecía real”.

2020 ha traído un cambio inimaginable en la forma en que vivimos y en la manera en que morimos. Los moribundos fallecen solos. Los sobrevivientes lloran en soledad. El ritual de la muerte ha cambiado hasta volverse irreconocible. El velorio irlandés, con su tradición de un ataúd abierto rodeado de personas que cantan, se abrazan y brindan por los fallecidos, ahora está severamente restringido. Los rituales de lavado corporal del difunto, muy practicados por las religiones de Oriente y Medio Oriente, se realizan con equipo de protección, si es que se llevan a cabo. Tomar el último aliento ahora es rutinario sin el consuelo de una caricia familiar o un abrazo de despedida. La COVID-19 ha convertido a la muerte en el viaje más solitario de la experiencia humana compartida.

“Los funerales son esenciales para navegar en el dolor -asegura William, hoy profesor clínico de humanidades médicas en la Universidad de Baylor-. Un funeral en Zoom no es lo mismo. Me temo que habrá que pagar un precio alto por nuestra incapacidad para darnos palmadas en los hombros, derramar

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