Año 2004. Un helicóptero sobrevuela la isla de Sentinel del Norte, en el océano Índico, para comprobar si sus habitantes han sobrevivido a un tsunami devastador. Están ahí, sanos y salvos, como si no hubiera pasado nada. Para ellos, el peligro no está en el mar, sino en el helicóptero. Por eso, uno de los hombres apunta al helicóptero y comienza a lanzar flechas. La imagen dio la vuelta al mundo porque parecía incomprensible. Se repitió tiempo después, con peor final, cuando una lluvia de flechas acabó con la vida John Allen Chau, un misionero estadounidense. Aunque está prohibido acceder a la isla y aunque la Guardia Costera y el Departamento Forestal de la India custodian su entorno para frenar el paso a visitantes, Chau burló todos los controles, pagó a un pescador para que lo llevara hasta allí y entró en la isla sin permiso. Aunque no es un secreto que la mera presencia de visitantes pone en riesgo la vida de los locales, el misionero se obsesionó con hacer ese viaje y los sentineleses alcanzaron fama mundial de personas agresivas. Su única finalidad era convertirlos al cristianismo. La de ellos, sobrevivir.
En la isla de Sentinel del Norte vive una tribu de cazadores recolectores de unas doscientas personas, aunque en realidad no se sabe cuántos son exactamente ni qué idioma hablan. Se ha planteado que los sentineleses han vivido allí desde hace sesenta mil años y que, aunque está considerado pueblo asiático, su origen se encontraría en los primeros que dejaron África y se expandieron por el mundo. En aquel tiempo se establecieron en el archipiélago de Andamán y allí su descendencia todavía lleva una vida muy similar en esencia a la de sus ancestros. Estos descendientes no son rescoldos de un pasado remoto
