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Bendito azar
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Libro electrónico186 páginas2 horas

Bendito azar

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Hoja en blanco es un sitio para escritores y lectores que gira en torno a un taller literario. Fue creado por la escritora Sonia Pericich a raíz de sus propias experiencias, y se traduce, en su mayoría, en autocrítica y búsqueda de crecimiento dentro del ambiente literario. Sus bases son el respeto por la literatura, el escritor y el lector, la objetividad para la confección de obras y la crítica, y el compromiso con nosotros mismos y el arte que elegimos. Bajo esta premisa ha organizado varios concursos, convocatorias y antologías temáticas con el propósito de estimular la creación literaria y promocionar el trabajo de escritores independientes.
Con esta, su cuarta antología de relatos y cuentos, desafía a los autores a cumplir una consigna basada en el azar, provocando el uso del ingenio y la creatividad.

Bendito azar nos muestra una gran variedad de estilos en sus páginas, celebrando y respetando la diversidad de gustos, tanto de los escritores como de los lectores.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2024
ISBN9798215160015
Bendito azar
Autor

Sonia Pericich

Sonia Pericich nació el 20 de mayo de 1981 en la localidad de El Socorro, provincia de Buenos Aires (Argentina).Comenzó escribiendo poemas en su adolescencia, quizás como muchos, pero pronto supo que necesitaba más.Sin aferrarse a un género en particular, debido a su afán de desafiarse, sus historias giran en torno a los eternos conflictos entre la naturaleza humana y las leyes impuestas por la sociedad —creencias, tradiciones y costumbres—, evidenciando su espíritu analítico y crítico, carente de fanatismos.Tanto en escenarios realistas como fantásticos, las acciones de sus personajes intentan provocar en el lector ese mismo espíritu.Fundadora de "Hoja en blanco", trabaja como editora amateur para el crecimiento de la literatura independiente.Dicen que su apellido acarrea el gen de la locura y la terquedad, pero ella prefiere llamarlo "Libertad".Obras publicadas:"8 Santos" - Misterio y Detectives"El noveno informe" - Misterio y Detectives"Viajeros del viento" - Cuento fantástico"Rebelde" - Coming of age"Universal" - Ciencia Ficción Ligera"Cuarto para medianoche - Escritores independientes" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Media Naranja Medio Limón" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)"Hoja en blanco, cuentos y relatos (de este mundo y de otros)" - Antología de Hoja en Blanco (organizadora - editora)

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    Bendito azar - Sonia Pericich

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    Prólogo

    Hay quie­nes creen que es­cri­bir tie­ne que ver con ex­pe­rien­cias pro­pias y sen­ti­mien­tos. Otros creen que es solo cues­tión de crea­ti­vi­dad. Una par­te tam­bién sos­tie­ne que para es­cri­bir hay que ser in­te­li­gen­te y otra par­te dice que solo hay que leer mu­cho. Tal vez un poco de esto y otro poco de aque­llo… pero mu­chos coin­ci­den en que sin ins­pi­ra­ción no se pue­de ha­cer nada. Bueno, no es­toy tan de acuer­do con esta úl­ti­ma afir­ma­ción…

    Des­de el ini­cio de Hoja en Blan­co yo apos­té al in­ge­nio. No a la in­te­li­gen­cia ni la crea­ti­vi­dad por sí so­las, sino a la ca­pa­ci­dad de so­lu­cio­nar un pro­ble­ma con los ele­men­tos dis­po­ni­bles. Es por eso que tra­to de in­cen­ti­var a los es­cri­to­res con desafíos que va­yan un poco más allá de sus ex­pe­rien­cias pro­pias o aje­nas, sus creen­cias, sus sen­ti­mien­tos o el ma­te­rial re­ci­cla­do que sur­ge a ve­ces, sin dar­nos cuen­ta, cre­yén­do­se ori­gi­nal. No soy par­ti­da­ria de es­pe­rar a que la ma­gia su­ce­da, a que esas ben­di­tas mu­sas ven­gan a vi­si­tar­me, no creo en eso. Por el con­tra­rio creo en el com­pro­mi­so del tra­ba­jo dia­rio y de la bús­que­da del cre­ci­mien­to a tra­vés de ex­pe­rien­cias que nos pon­gan a prue­ba y que nos obli­guen a sa­lir de la zona de con­fort. Y con esto no quie­ro de­cir que quie­nes opi­nan de otra ma­ne­ra es­tán equi­vo­ca­dos, no, no. Sim­ple­men­te ex­pon­go el co­ra­zón de Hoja en Blan­co, su pro­pó­si­to, su ra­zón de ser.

    Y es por este co­ra­zón que esta an­to­lo­gía, al igual que dos de las ya pu­bli­ca­das, se basa en un desafío para in­cen­ti­var el in­ge­nio de los es­cri­to­res: Ben­di­to azar. Pero, ¿de qué se tra­ta este desafío? Ya mis­mo te lo cuen­to, por­que esta vez no solo voy a in­cen­ti­var el in­ge­nio de los au­to­res, sino tam­bién el del lec­tor.

    Ben­di­to azar es un desafío en el cual un au­tor debe ele­gir dos nú­me­ros al azar (den­tro de un ran­go, cla­ro). En mi po­der ten­go dos lis­tas: una de ras­gos y una de even­tos. El pri­mer nú­me­ro co­rres­pon­de­rá a un ras­go y el se­gun­do, a un even­to. El au­tor de­be­rá es­cri­bir un re­la­to o cuen­to don­de el ras­go que le tocó por azar sea el ca­rac­te­rís­ti­co del per­so­na­je prin­ci­pal y don­de el even­to, ob­te­ni­do tam­bién por azar, su­ce­da.

    ¿Te ima­gi­nas tú, lec­tor, qué his­to­ria pue­de sur­gir con un per­so­na­je men­ti­ro­so en el con­tex­to de una mu­dan­za? ¿O con un per­so­na­je in­fiel don­de exis­te una mal­di­ción? Pues, es­tas son al­gu­nas de las com­bi­na­cio­nes que en­con­tra­rás en esta an­to­lo­gía.

    Pero los au­to­res ya tu­vie­ron su tiem­po para re­cu­rrir al in­ge­nio y cum­plir con el desafío, aho­ra el turno es tuyo. ¿Ju­ga­mos?

    Voy a de­jar­te to­das las com­bi­na­cio­nes usa­das para la crea­ción de los tex­tos, pero no te diré cuál per­te­ne­ce a cuál. Lo que te pro­pon­go es que in­ten­tes pri­me­ro de­du­cir, sin ver la lis­ta, cuál es el ras­go ca­rac­te­rís­ti­co del per­so­na­je y el even­to prin­ci­pal del re­la­to. Lue­go, al ter­mi­nar el li­bro, cuan­do es­tés lis­to para arries­gar, con­sul­tas la lis­ta y arries­gas qué com­bi­na­ción per­te­ne­ce a cada re­la­to. Qui­zás lle­gan­do al fi­nal ten­gas que vol­ver so­bre tus pa­sos o qui­zás acier­tes todo a la pri­me­ra, no pue­do sa­ber­lo, pero sí sé que te di­ver­ti­rás adi­vi­nan­do (¡o eso es­pe­ro!).

    Al fi­nal del li­bro te de­ja­ré las so­lu­cio­nes, ¡pero no te tien­tes! Jue­ga a adi­vi­nar y de paso dis­fru­ta la for­ma en la que cada au­tor re­sol­vió el desafío. Lo me­jor de toda an­to­lo­gía es, como digo en la si­nop­sis, la va­rie­dad en es­ti­los y for­mas.

    ¡A leer y a ju­gar!

    Com­bi­na­cio­nes:

    Ol­vi­da­di­zo – Algo prohi­bi­do su­ce­de

    Ren­co­ro­so – Pér­di­da

    Men­ti­ro­so – Via­je

    Sin­ce­ro – Gue­rra

    In­fiel – Mal­di­ción

    Agre­si­vo – Re­be­lión

    Po­se­si­vo – Ad­qui­si­ción

    Po­se­si­vo – Pér­di­da

    Men­ti­ro­so – Mu­dan­za

    Des­ho­nes­to – Ven­gan­za

    Des­preo­cu­pa­do – Se­cre­to

    Leal – Algo prohi­bi­do su­ce­de

    In­fiel - Pa­ra­nor­mal

    So­nia Pe­ri­cich

    Fundadora de Hoja en Blanco

    Vi­si­ta el si­tio de HOJA EN BLAN­CO

    Ecos de una historia

    Fer­nan­do Arranz Pla­tón

    Fer­nan­do Arranz Pla­tón

    Na­ci­do en Va­lla­do­lid el 27 de mayo de 1941.

    Di­plo­ma­do en Mar­ke­ting y Pu­bli­ci­dad, Es­tu­dios de Di­rec­ción de Em­pre­sa, De­re­cho y Re­la­cio­nes Pú­bli­cas. Téc­ni­co en Ac­ci­den­tes, du­ran­te cer­ca de 40 años tra­ba­jan­do en Mul­ti­na­cio­nal del Se­gu­ro, Sui­za.

    Bi­blio­gra­fía:

    ¿Qué nos dice la Bi­blia?

    Ál­bum de his­to­rias

    Dé­ja­me que te cuen­te

    El Con­ta­dor de His­to­rias (I-II)

    Cer­ca del co­ra­zón

    Re­la­tos para una tar­de de llu­via

    Cuen­tos para ti

    Si me de­jas… te cuen­to

    La vida en re­la­tos

    Yo te cuen­to… tú me lees

    His­to­rias de un año Los 52 gol­pes 2018, 2019-2020 y más…

    No­ve­las:

    La es­ca­pa­da

    Re­gre­so al pa­raí­so

    En el jar­dín ol­vi­da­do

    Mien­tras la san­gre baña la tie­rra

    Ecos de una historia

    Trans­cu­rrían las úl­ti­mas ho­ras del año 1991 en Vi­lla Ro­sa­rio, un pe­que­ño en­cla­ve en­tre las pro­vin­cias de Cas­te­llón y Te­ruel, don­de a su vez pa­sa­ba tam­bién los úl­ti­mos días de su vida, Al­fon­so Ga­llar­do.

    Este vi­vía en la re­si­den­cia Los Lau­re­les des­de ha­cía algo más de diez años. En la pri­me­ra plan­ta del edi­fi­cio dis­po­nía de una ha­bi­ta­ción in­di­vi­dual don­de, acom­pa­ña­do de sus re­cuer­dos y una pe­que­ña te­le­vi­sión, so­lía pa­sar al­gu­nos ra­tos.

    Den­tro del re­cin­to de la re­si­den­cia ha­bía unos ale­gres jar­di­nes don­de los días de sol y buen tiem­po so­lían sa­lir los in­ter­nos acom­pa­ña­dos de las cui­da­do­ras.

    Al igual que en los años an­te­rio­res, por aque­llas fe­chas la di­rec­ción ha­bía pre­pa­ra­do una cena es­pe­cial para los re­si­den­tes que aca­ba­ría con la toma de las uvas y brin­dan­do por la en­tra­da del nue­vo año.

    Pau­la, una de las en­fer­me­ras que cu­bría el turno de no­che en la re­si­den­cia, le acom­pa­ñó en su si­lla de rue­das has­ta el sa­lón don­de ce­le­bra­rían las cam­pa­na­das.

    Sin em­bar­go, Al­fon­so en aque­llos mo­men­tos no se en­con­tra­ba de muy buen hu­mor. Du­ran­te todo el día ha­bía no­ta­do unos pin­cha­zos en el co­ra­zón que para él era una for­ma de ad­ver­tir­le que exis­tía una po­si­bi­li­dad de su­frir un in­far­to.

    Mien­tras las cui­da­do­ras les iban aco­mo­dan­do en las di­fe­ren­tes me­sas, él se de­di­có a pen­sar en cómo ha­bía lle­ga­do has­ta allí. Re­co­no­cía que la ma­yor par­te de las co­sas que su­ce­die­ron eran cul­pa suya. Y al echar la mi­ra­da ha­cia el pa­sa­do, re­cor­dó los he­chos tal como ocu­rrie­ron.

    Fue una for­tu­na que el tiem­po qui­sie­ra ha­cer­les par­tí­ci­pes de lo be­llo que era aquel lu­gar, ya que la ma­ña­na en la que él y El­vi­ra lle­ga­ron a Vi­lla Ro­sa­rio fue tal vez una de las más so­lea­das que se vi­vie­ron allí.

    El si­tio era apa­ci­ble y tran­qui­lo, con be­llos pa­ra­jes que re­co­rre­rían una y otra vez du­ran­te los pri­me­ros tiem­pos. Ne­ce­si­ta­ban co­no­cer la zona, pues­to que se­ría su casa a lo lar­go de los años.

    Por aquel en­ton­ces la edad de am­bos no re­ba­sa la trein­te­na. Él era un co­mer­cial de te­las al que la em­pre­sa ha­bía tras­la­da­do allí para im­ple­men­tar las ven­tas en aquel si­tio y al­re­de­do­res.

    Po­seía to­dos los en­can­tos de un ex­ce­len­te co­mer­cial. Te­nía una con­ver­sa­ción flui­da y agra­da­ble, ama­bi­li­dad, de­ci­di­do, chis­to­so, ade­más de lle­var so­bre sus es­pal­das la fama de don Juan.

    Todo ello a pe­sar de es­tar ca­sa­do con El­vi­ra, una mu­jer her­mo­sa y ama­ble que le de­di­ca­ba su vida y se en­tre­ga­ba a él con pa­sión y ga­nas de que fue­ra fe­liz.

    Pero eso no era una ex­cu­sa para que Al­fon­so evi­ta­ra el de­seo per­ma­nen­te de aven­tu­ra más allá de su ma­tri­mo­nio. Sí, era in­fiel por na­tu­ra­le­za. Su va­ni­dad, a la que unía un egoís­mo exa­cer­ba­do, le pri­va­ban de te­ner un jui­cio sano de lo que ha­cía. Aun así, todo pa­re­cía ir ro­dan­do a su sa­tis­fac­ción.

    En­se­gui­da hi­cie­ron ami­gos y com­par­tían con ellos en­cuen­tros de pla­cer. Bue­nas co­mi­das, sa­li­das de co­pas, todo lo que daba una po­si­bi­li­dad de so­cia­li­za­ción.

    Él en su fa­ce­ta de co­mer­cial em­pe­zó a via­jar por la zona in­ten­tan­do cap­tar clien­tes para la em­pre­sa. Y lo con­si­guió. En poco tiem­po lo­gró for­mar una car­te­ra de es­tos que cada mes re­pe­tían los pe­di­dos. El­vi­ra pen­só que una vez que tu­vie­ra en mar­cha la clien­te­la los via­jes dis­mi­nui­rían. Sin em­bar­go, eso nun­ca lle­ga­ba. Siem­pre que­ría más.

    La vís­pe­ra de la no­che de San Juan, ha­bían que­da­do para sa­lir con va­rios ma­tri­mo­nios, a to­mar unas co­pas y des­pués ce­nar. Ya pre­pa­ra­dos se dis­po­nían a acu­dir a la cita cuan­do El­vi­ra le dijo que ella no iba. Ale­gó que no se en­con­tra­ba bien y pre­fe­ría que­dar­se en casa. Eso sí, le in­sis­tió para que él acu­die­ra solo al en­cuen­tro. Y así lo hizo.

    La cena fue agra­da­ble re­cor­dan­do tiem­pos pa­sa­dos has­ta que la ma­yo­ría de ellos de­ci­dió dar por aca­ba­da la no­che. Al­fon­so, des­pués de com­pro­bar la hora que era, pi­dió una copa de su be­bi­da fa­vo­ri­ta y se de­di­có a re­co­rrer con su mi­ra­da la sala mien­tras es­cu­cha­ba la mú­si­ca en­la­ta­da del lo­cal.

    De pron­to se fijó en una mu­jer mo­re­na y exó­ti­ca que aca­ba­ba de en­trar. En­se­gui­da se pro­pu­so en­ta­blar con­ver­sa­ción con la des­co­no­ci­da.

    —¿Qué hace una be­lle­za como tú es­tan­do sola a es­tas ho­ras?

    La mu­jer se mos­tró in­di­fe­ren­te, lo que lle­vó a Al­fon­so a au­men­tar su su­ti­le­za con ella.

    Pa­sa­dos unos mi­nu­tos ya se en­con­tra­ban ha­blan­do. Car­me­la era su nom­bre y se ha­bía ins­ta­la­do en las afue­ras de Vi­lla Ro­sa­rio. Cau­ti­va­do por la vi­sión que la mu­jer le pro­du­jo, se en­tu­sias­mó. Es­ta­ba de­ci­di­do a con­quis­tar aquel co­ra­zón y ha­cer­la suya. Esto para Al­fon­so era el ali­men­to de su ego y lo que le lle­va­ba a sen­tir­se vivo.

    Como la mú­si­ca se­guía so­nan­do, la in­vi­tó a bai­lar. La mu­jer acep­tó y se di­ri­gie­ron a la pis­ta. A me­di­da que trans­cu­rría el tiem­po, sus cuer­pos se acer­ca­ban cada vez más. Has­ta que lle­gó un mo­men­to en que ni el aire po­dría pa­sar por en­tre ellos. Al­fon­so son­rió para sí. Ya la ha­bía con­quis­ta­do.

    Ter­mi­na­ron el ter­cer bai­le y Car­me­la le dijo que se re­ti­ra­ba. Y este, so­lí­ci­to, la acom­pa­ñó a su casa. Des­pués re­gre­só a la suya.

    Al lle­gar vio que El­vi­ra dor­mía, así que se acos­tó in­ten­tan­do no des­per­tar­la. Du­ran­te la no­che la cul­pa le agui­jo­neó, pero al día si­guien­te ya se ha­bía ol­vi­da­do. Y de nue­vo acu­dió al en­cuen­tro con Car­me­la.

    Sin em­bar­go, no se dio cuen­ta de que al ha­cer­lo se ale­ja­ba cada vez más de El­vi­ra.

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