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Alma Negra Alma Blanca: El Verdadero Rostro Del Blues
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Libro electrónico521 páginas5 horas

Alma Negra Alma Blanca: El Verdadero Rostro Del Blues

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Un viaje al antiguo mundo del blues, cómo nació, sus orígenes, su trayectoria en el mundo. Además de muchas historias y biografías sobre sus protagonistas, tanto negros como blancos, que ayudaron a crearla y a difundirla al público en general.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento26 may 2023
ISBN9788835452164
Alma Negra Alma Blanca: El Verdadero Rostro Del Blues

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    Alma Negra Alma Blanca - Patrizia Barrera

    PREFACIO

    Cuando se habla de la cultura norteamericana se camina inevitablemente sobre la sangre del exterminio. Una matanza masiva que duró tres siglos, comenzando en el sur y culminando en el norte, comenzando en las Américas de Colón alrededor del año 1500 con los conquistadores españoles y finalmente siguiéndoles toda Europa.

    La Norteamérica de los primeros tiempos era ciertamente un país duro, dividida por la mitad entre grandes praderas, soleadas plantaciones e incipientes ciudades, con un clima ingrato y desconocido en el que los que allí estaban hubieran preferido no estar, y los que se quedaban a menudo estaban perdidos. Los primeros colonos eran forajidos, ladrones, violadores y mercenarios, deslumbrados por el espejismo del oro que parecía flotar en ríos dorados, y donde a los ladrones de bancos se les consideraba parte de una élite.

    Ingleses, pero también irlandeses, holandeses, españoles, portugueses, noruegos, suecos, franceses e italianos, que llegaron a esa tierra salvaje con el único propósito de poseerla. Gente de la peor calaña que no se detendría ante nada, ni se lo pensarían dos veces a la hora de cometer un asesinato. Los pueblos indígenas locales, los llamados nativos americanos, dispersos por toda esta tierra en cientos de tribus e idiomas diferentes fueron exterminados, engañados y despojados de su dignidad, como ya había ocurrido con los indios de América central y del sur. Condenados a morir de hambre y despojados de todo, los nativos fueron muriendo, llevándose con ellos su ancestral cultura a la tumba.

    Y esta aberración se fusionó con la trata de esclavos africanos que hubo durante dos siglos, la columna vertebral de la recién nacida Norteamérica.

    Así nació la cultura norteamericana, con una mezcla de sangre y lenguas que no tiene igual en ningún otro lugar del mundo, una excepcionalidad de la historia sin precedentes.

    Los primeros blancos estaban ya perdidos, y si al principio eran gentuza que se enseñoreaba de poseer aquellas tierras desoladas creando sus propios reinos, los que vinieron después eran expresidiarios, campesinos, jornaleros y prostitutas, pobres que no sabían cómo quitarse el hambre y que, seducidos por el gobierno norteamericano con la promesa de ser dueños de tierra, esperaban encontrar en el nuevo continente un lugar donde refugiarse. Así fue como pueblos y etnias completamente diferentes entre sí y que en condiciones normales jamás habrían soñado en convivir, se encontraron trabajando codo a codo para sobrevivir.

    Y todos ellos, al mirar a su alrededor, no encontraron ningún rastro de su pasado, ningún punto de apoyo al que agarrarse, ningún recuerdo al que aferrarse.

    Era REALMENTE un mundo nuevo, lleno de modismos, fermentos, novedades y experiencias, pero también de marginación, rabia y sangre que se fundían en una MÚSICA infantil que lo abarcaba TODO, el Blues.

    Las aportaciones europeas se injertaron dentro de las raíces africanas. Las baladas inglesas, el folclore irlandés, los grandes compositores italianos, el tango argentino, la guitarra española y, finalmente, la magia cubana, que mezclaba lo sagrado y lo profano en su santería.

    Y todo, a su vez, fue reelaborado y remezclado con el paso desgarrado de los presidiarios y al ritmo infernal del látigo en las cárceles estatales, donde el Blues alcanzó cotas de lirismo absoluto poco antes de extinguirse. Un canto del cisne en el que palpita toda la esencia de su doble alma, la negra y la blanca.

    Esta es su historia, desde sus orígenes hasta su muerte, que tuvo lugar en una habitación anónima de una plantación de algodón, cuando Robert Johnson exhaló su último suspiro en soledad.

    Después de eso, ¿el olvido? Por supuesto que no. Porque el blues es historia. Es la sangre que corre por las venas del jazz, es el grito de rabia del rock, es el eterno recordatorio del lenguaje universal que nos une a todos y del que deberíamos tomar ejemplo, para mantener intacta nuestra humanidad.

    Es el latido de nuestro corazón. Ahí es donde se esconde el blues.

    Patrizia Barrera

    EN LAS RAÍCES DEL BLUES

    Los orígenes

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    Para un esclavo negro durante la segunda mitad del siglo XIX e inicio el nuevo siglo, la vida era dura. No es que antes fuera fácil. Los esclavos, en todos los tiempos y lugares, siempre han vivido en condiciones inhumanas. Sin embargo, en los Estados Unidos, la Guerra Civil no sólo no había resuelto el problema de la esclavitud, sino que incluso había creado otro problema aún más terrible al quedar sumergido e institucionalizado. Toda la economía de los estados del sur se había basado únicamente en la mano de obra de los esclavos durante al menos dos siglos que, con algunas excepciones, acabaron integrándose en la vida cotidiana formando familias, aunque la relación que existía con el amo blanco no era muy diferente de la que HOY establece el universo industrializado y floreciente con ciudadanos no comunitarios mal pagados y sobreexplotados.

    Después de la guerra, se destruyeron vastos territorios, se quemaron plantaciones y se confiscaron propiedades.

    El Sur había caído de rodillas y la pobreza se extendía tanto entre blancos como entre negros.

    Ni que decir tiene que el chivo expiatorio en todo este asunto fueron precisamente los afroamericanos, considerados la principal razón de la desesperación y la miseria colectiva. Aunque los estados del norte los acogieron, debido a la política del momento, realmente muy pocos pudieron abandonar sus lugares de origen. Llegar al norte era muy difícil, se necesitaba dinero y alimentos, y en las familias abundaban las mujeres y los niños que no podían afrontar un peligroso viaje de semanas, ¡con tan sólo unos pocos medios improvisados! Así pues, la emigración solo fue posible para unos pocos hombres, generalmente padres de familia que partieron con la esperanza de instalarse en el norte y reunir a sus seres queridos posteriormente.

    Pero todo era una utopía, un espejismo. El número de esclavos en el Sur superaba los 4 millones y la proporción entre blancos y negros era de un blanco por cada 50 negros, aunque se hubiera querido, no habría habido forma de acogerlos a todos. Así que, la mayoría de los antiguos esclavos permanecieron en las tierras que posteriormente fueron subastadas por los estados de la Unión y vendidas al mejor postor, es decir, a los norteños y a los pocos sureños que habían logrado enriquecerse a costa de vender la piel de otros durante la guerra. Los negros, ahora libres y por lo tanto ocupantes ilegales a todos los efectos, fueron mantenidos como arrendatarios de la tierra y, como no tenían dinero alguno con el que pagar el alquiler, lo hicieron con su trabajo.

    Pero esto no era suficiente, también tenían que pagar el alquiler de los aperos de labranza, por las semillas y por todo lo necesario para el cuidado de las mismas plantaciones, pero con dueños nuevos.

    Todas esas deudas se sumaban al 70 % de los frutos que retenía el dueño. Una nueva esclavitud de la que no había ninguna esperanza de liberarse, ya que estaba perfectamente legalizada.

    El antiguo esclavo, aunque todavía no era ciudadano estadounidense, gozaba sin embargo de derechos civiles, al igual que los de los demás hombres libres y, como todos, tenía el deber de hacerse cargo de sus deudas. En todo caso, ya se sabe, que la ley siempre es blanca. Alguno puede preguntarse cómo es posible, en principio por la diferencia numérica, que el negro no se decidiera a rebelarse, para liberarse de un estatus que ciertamente le habría aniquilado a largo plazo.

    La respuesta está en la propia naturaleza del hombre negro, capaz de adaptarse y doblegarse como ningún otro, en su propia concepción de la vida, en su ignorancia, en la fuerte creencia religiosa que le llevaría más tarde a la verdadera redención y, por desgracia, al nacimiento del Ku Klux Klan. Esta despreciable organización nació en 1865 a instancias de antiguos oficiales del ejército confederado como reacción y oposición al gobierno central, que se había olvidado por completo de las viudas y huérfanos de la guerra, mientras que concedía la libertad y el derecho al voto a los negros, y también desmantelaba las leyes segregacionistas que impedían la emancipación de los esclavos. El fundador fue el general Forrest, más tarde llamado el Gran Mago, recuperando el olor de las sociedades secretas y de la masonería.

    Estos infames individuos gobernaban las plantaciones castigando a los negros culpables de rebelarse contra su condición natural de esclavos. Los piquetes fronterizos asesinaban sin control a los que intentaban escaparse, y la violencia contra las mujeres y los niños volvió a ser cotidiana. El Ku Klux Klan también tenía pleno control sobre la policía local, los jueces y un grupo de políticos, a los que les convenía la continuidad de ese estado de esclavitud.

    Los pocos terratenientes blancos que se atrevieron a denunciar esta situación ante el gobierno central recibieron el mismo trato que los negros, especialmente cuando el ejército de la Unión abandonó finalmente el Sur.

    Bandas del Ku Klux Klan a mediados del siglo XIX.

    La música sigue siendo para el afroamericano la única ancla de salvación, y la utiliza de dos maneras. Por un lado, la utiliza como redención moral y espiritual, clamando en la iglesia como la súplica de un alma atormentada a su Dios, al que se ofrece el dolor como esperanza de liberación. Por otro lado, se aferra al lado más oscuro del alma africana, se casa con el vudú y la magia negra y, utilizando el patrón atávico del doble lenguaje, se convierte en un código secreto de comunicación entre individuos.

    El doble lenguaje, ya conocido por el público blanco en el contexto de los MINSTRELS ¹ donde el negro se convertía en una parodia de sí mismo, adquiere AHORA un significado de comunicación de gran alcance. Ciertas palabras comenzaron a adquirir significados ocultos para facilitar las reuniones colectivas, informar sobre las condiciones de vida de los emigrados e incluso revelar los escondites de los negros rebeldes. Por lo tanto, más que de música, se puede hablar de prácticas musicales que entre 1865 y 1871 adquirieron una importancia fundamental para el cambio de la sociedad afroamericana.

    Las primeras canciones del negro liberado que utilizaba el doble lenguaje para expresar la condición social en la que vivía, sin temor a ser maltratado por lo que cantaba, tenían el estilo de las antiguas baladas medievales anglosajonas, pero con un sabor totalmente africano. Tales canciones han llegado hasta nosotros ya purificadas de su significado oculto, pero todavía es posible encontrar algunos rastros de ellas aquí y allá.

    Me refiero a UNCLE RABBIT, o a THE GREY GOOSE, en los que el bestiario humano se escondía en el animal; pero me refiero sobre todo a los hermosos JOHN HENRY, BOLLWEAVILLE, STEWBALL y otros de la misma época.

    Habiendo abandonado el banyo, que se ha convertido en un trofeo campestre, el antiguo esclavo recurre a su pena y a su sentimiento de soledad a la guitarra y a la armónica, instrumentos sencillos y baratos que se hacen eco de la costumbre africana del ritmo. Pronto, la balada da paso a una forma totalmente nueva de interpretar la música del silencio, la desintegración y la alienación social. Un giro en Do muy sencillo, que hasta un niño podría interpretar, acompañaba discretamente a la verdadera arma de comunicación entre los antiguos esclavos, la voz y su delirio. 

    Muchos de los estados del Sur afirman ser la cuna del blues. Sin embargo, hoy es seguro que la verdadera alma de la música que cambió el mundo nació en el Delta del Misisipi, esas fértiles zonas cercanas a Arkansas y que albergan enormes plantaciones de tabaco y algodón. Allí se refugiaron cientos y cientos de antiguos esclavos que trabajaban 15 horas al día, mezclados con lo peor de la población blanca, esa porción empobrecida de inmigrantes, en su mayoría irlandeses, a los que nadie quería contratar. En aquella época, los negros, los gitanos, los irlandeses y (desgraciadamente) los italianos no gozaban de la simpatía de la civilizada sociedad estadounidense, que los llamaba mendigos, borrachos y homínidos pendencieros de ultramar. Separados del resto estaban los chinos, que en cualquier caso formaban una comunidad propia, ya oprimida por su brutal mafia. En los estados del norte, si les convenía, toda esta gente se recluía en guetos con nombres bonitos, como Little Italy o China Town, o en barrios como el Bronx, donde la gente se mataba por bien poco y donde la prostitución, el alcohol y el asesinato eran la rutina diaria.

    Los que querían tener la esperanza de sobrevivir en estas realidades tenían que sucumbir y someterse a abusos de todo tipo, o bien autoconfinarse en los estados del sur, donde las inmensas obras de recuperación de tierras, la construcción de ferrocarriles, la ampliación de los ríos y las plantaciones reclutaban continuamente gente. Aquí, la vida era un infierno. La malaria, el cólera, las enfermedades pulmonares y la sífilis se cobraban víctimas, la paga era irrisoria y la comida pésima. El alcohol se fabricaba con cáscaras de patata, la edad media de las prostitutas era de 12 años y la esperanza de vida no superaba los 35 años. Sin embargo, el sentido de comunidad, de ayuda mutua entre todos igual de desposeídos, era muy fuerte y los obstáculos raciales eran inexistentes. Rasguear unas notas y cantar sobre las propias desgracias se convirtió en un gran desahogo y todos, sin excepción, hicieron uso de él.

    En estos lugares abandonados por Dios, la religión y la espiritualidad contaban poco, y el blues de estas zonas estaba lleno de carnalidad, depravación, resentimiento del poder y esperanza de rebelión. Y, como Dios estaba ausente, nos quedaba Satanás. Con una fuerte influencia de su herencia africana, la cultura animista, los rituales vudú y todo el gran caldero de supersticiones, ritos paganos e invocaciones mezcladas a los espíritus superiores, nació una música que era a la vez un himno de rebelión y un grito de dolor. Sucedió que el blanco y el negro no sólo cantaron, sino que juntos parieron un nuevo lenguaje, de tan inmediato impacto y facilidad musical que se extendió como un incendio con la fuerza de un huracán.

    Así, a finales del siglo XIX se produjo una ruptura entre la sociedad de los marginados, por un lado, los que vivían en las ciudades, asistían a la iglesia y sacaban su fuerza para sobrevivir del conocimiento de que los hombres eran todos iguales a los ojos de Dios; por otro lado, los verdaderos bluesman, los marginados entre los marginados, que vivían en una realidad separada y que no sólo no conocían a Dios en absoluto, sino que no querían hacerlo. Porque si Dios existe, ¿CÓMO no va a volver su mirada hacia el sufrimiento humano?

    La ruptura se hace evidente cuando se aborda el contenido de las canciones de blues. Ocurrió que la sociedad emancipada negra, los que realizaban trabajos serviles, pero estaban integrados en la sociedad blanca (los porteadores, los estibadores, los obreros mal pagados, pero también las limpiadoras, las cocineras, las niñeras, los sirvientes) comenzaron a utilizar el blues para contar su vida cotidiana, un experimento que logró incluir a la familia, el amor, los hechos de su vida y, ¿por qué no?, incluso a Dios.

    Canciones al alcance de todos, a menudo llamadas canciones urbanas, difundidas por un numeroso grupo de hombres blancos y negros que vivían como gitanos, viajaban ilegalmente en trenes y se sustentaban haciendo trabajos esporádicos aquí y allá, y luego narraban sus aventuras en la música. A finales del siglo XIX, por tanto, se puede decir que había DOS tipos de bluesman, claramente diferentes entre sí y cuya línea divisoria era la clase social a la que pertenecían.  Por un lado, estaba el blues popular y absolutamente aguado, publicitado por las diversas organizaciones blancas que se habían dado cuenta de su gran poder comercial.

    Por otro lado, el blues de los pantanos, de los desamparados con D mayúscula, que cantaba la rabia del esclavo contra el amo blanco y que, al mezclar a Satanás en sus canciones, era tan malo para los blancos como para los negros. Un blues carnal y arrogante que permaneció, junto a sus feos, sucios y malos autores, en el más absoluto olvido hasta su redescubrimiento artístico a finales de los años 50. Evidentemente, no existen grabaciones de este último blues veraz de la época.

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    A orillas del Mississippi, 1870

    Los dos blues tuvieron destinos diferentes, entre 1870 y 1890, los negros empezaron a extenderse por el campo gracias a los teatros improvisados en carros ambulantes, dirigidos por negros blancos o emancipados que se hacían llamar médicos o curanderos.

    Vendían pócimas milagrosas (generalmente hierbas mezcladas con alcohol o, más a menudo, agua y alcohol) para curar todos los males. Para atraer más público, obligaban a sus trabajadores negros a interpretar canciones improvisadas rasgueadas con guitarra o armónica, que relataban una vida cotidiana sencilla e imaginativa.

    Canciones que, aún dirigidas a un público heterogéneo, atraían a muchos blancos, fueron adaptadas deliberadamente y depuradas de todo significado oscuro. Los primeros intérpretes eran antiguos jornaleros agrícolas que, para poder comer, se sometían también a las reglas del espectáculo de Minstrels, aceptando así convertirse en una parodia de sí mismos.

    Más tarde, se prefirió a los exconvictos, que podían inspirarse en los llamados Midnight Specials, canciones muy sugerentes nacidas en la cárcel y musicalmente más articuladas. A estos artistas rurales se unieron otros, como malabaristas, bailarines y magos, que hacían de las carrozas una verdadera atracción, hasta el punto de denominarlas Variedades negras. Los primeros en organizar un teatro de blues permanente fueron dos italianos, los Hermanos Barrasso. Abrieron su local en Memphis en 1907, dando origen a la TOBA (Theatre Owner's Booking Association), una de las organizaciones más esclavizantes e infames que se enriquecieron literalmente a costa de los intérpretes negros, a los que sólo se les permitía malvivir en penurias.  Era un mercado en el que fluía mucho dinero y que pronto atrajo el interés de las primeras grandes compañías discográficas, que grabaron canciones a medida en los años 20, escritas por compositores especializados como William Handy, que pronto produjo cuatro grandes éxitos.  ST.LOUIS BLUES (1914), MEMPHIS BLUES y BEALE STREET BLUES (1917) y el famoso HARLEM BLUES (1923). 

    Fueron las compañías discográficas las que bautizaron este género de música negra como "BLUES" (triste, melancólico), para distinguirlo de los Minstrels, todavía bastante extendidos. Un gran negocio, pero sobre todo un impacto emocional de gran éxito, que iba MÁS ALLÁ del estatus social y de las barreras raciales.

    El público acudía en masa a los teatros donde actuaban las Grandes Estrellas del Blues, esos poquísimos cantantes negros que, gracias a su voz y a su capacidad de empatía para entrar directamente en el corazón de todos, consiguieron salir de la pobreza y entrar en la historia al mismo tiempo. Un éxito económico y un estatus social envidiable conseguidos a un alto precio, un acoso y abuso sexual sin precedentes del que los propios protagonistas nunca aceptaron hablar.

    EL ALMA NEGRA

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    El blues es barro. Es el aire polvoriento y sucio de los pantanos, es el sentimiento de abandono y soledad del esclavo nacido libre; pero, sobre todo, es el alma africana que grita en silencio y que, a pesar del amo blanco, trae a casa a los que han perdido el rumbo. A diferencia de lo que ocurrió con otros pueblos nacidos y criados en América, como los indios del Sur y los nativos americanos del Norte, cuyo pasado murió con ellos, el afroamericano nunca ha perdido su propia tradición e identidad. A pesar de siglos de esclavitud, los padres han seguido educando a sus hijos en la práctica del recuerdo, que en África es la escuela de la vida. Y paradójicamente en esa práctica han sido ayudados involuntariamente por los propios esclavistas, que continuaron con la importación de esclavos incluso cuando no sólo en América sino en todo el mundo se había prohibido la esclavitud.

    Ellos, en su codicia, habían subestimado el hecho de que el esclavo que venía directamente de África era un guerrero, un cazador, un chamán.

    Capturado en la flor de la vida, tanto hombre como mujer, ya había pasado por las etapas de iniciación para forjarse para la dureza de la vida, y a estas alturas ya estaba instruido en todas las prácticas de narración oral, cantos de liberación del alma y el orgullo de sus propias tradiciones. Si la importación hubiera terminado a principios del siglo XIX, en lugar de continuar ilegalmente hasta casi 1875, el hombre negro en América quizás habría olvidado en parte su origen africano, al estar ya integrado en la sociedad del amo blanco en un país en el que, por otra parte, había nacido.

    En cambio, la continua mezcla de individuos nacidos libres con otros nacidos esclavos, en un período histórico de agitación que estaba a la vista de todos, permitió y estimuló en los afroamericanos la reconstrucción de una identidad ahora olvidada. El nacimiento del blues suele remontarse a principios de los años 20, con las primeras grabaciones de Charlie Patton y, en cierta medida, de Blind Lemmon, en la zona definida como el delta del Misisipi. Pero el blues siempre ha estado ahí, es una herencia africana para la que no se puede establecer una fecha exacta de inicio, ya que NO es un género musical, fueron los blancos quienes lo definieron como tal, en el momento en que las primeras compañías discográficas intentaron apropiarse de él para obtener beneficios.

    En realidad, el BLUES es una práctica colectiva de liberación, una medicina del espíritu y una educación para el reconocimiento de la propia individualidad en estrecho equilibrio con el entorno. Forma parte de África desde la noche de los tiempos y comenzó desde el primer vientre del niño, bendecido y educado por el Griot.

    A medio camino entre el chamán y el juglar, el Griot es una figura predominante en la cultura africana.

    Depositario de la sabiduría de los ancianos, experto en condiciones de trance y en contacto permanente con los espíritus, utilizaba la música para relatar las hazañas de los antepasados y transmitir el sabor del pasado a las nuevas generaciones.

    El ritmo era su principal arma, a través del sonido del tambor lanzaba su corazón hacia arriba, haciéndolo caer en el país de los sueños. Figura emblemática, el Griot acompañaba su arte con dos instrumentos musicales, el KORA y el HALAM

    Son una especie de antepasados del banyo, al que los Griots solían confiar sus composiciones.

    En África, sin embargo, la música no era un acto de Creación sino un MEDIO para llegar al espíritu, cantar equivalía a la liberación, ya que esta vida no es más que un paso de una dimensión a otra, y una prueba para fortalecer nuestra alma.

    La combinación de música y magia llegó después como una evolución natural de este pensamiento. Ambos Chamanes, el Griot y el Bluesman, utilizaban la música para curar las enfermedades del alma, pero con una gran diferencia, el contexto ambiental y sociocultural en el que estaban.

    En África, la música es ritual, participa de los fenómenos naturales y está impregnada de agua y viento. Habla a la comunidad transmitiendo sus emociones mediante la técnica de la memoria y a menudo se confía al cuidado de los ancianos que le transfieren toda la sabiduría acumulada a lo largo de los años.

    Es una fuente de enseñanza para las nuevas generaciones y es también una forma sencilla e inmediata de imprimir el bagaje cultural de la Tradición en los adolescentes.

    El Bluesman, en cambio, desarraigado de su tierra y privado del bálsamo de la memoria, lo conduce todo a su interior, al que pide desesperadamente encontrar el camino de vuelta a casa. El Griot cuenta, el Bluesman grita. Ambos se apoyan en un instrumento musical, que se convierte en su compañero inseparable y sobre el que realizan una verdadera transferencia.

    A pesar de ello, ambos permanecen solos. El Griot no es un ser social; vive aislado y sólo acompaña a los demás cuando se lo piden, difundiendo la historia de sus antepasados y su sabiduría.

    El resto del tiempo se refugia en su cabaña o se adentra en las altas colinas, llevando la Kora o el Halam al que confía su soledad. Ama a su pueblo, pero es un asceta por elección, para elevarse de las pasiones cotidianas y convertirse en un ser puro, capaz de aportar a los demás una ayuda y una enseñanza imparcial.

    El Bluesman también está solo, pero por razones diferentes. La esclavitud le ha privado de su individualidad y, por tanto, no tiene derechos. Ya no recuerda los cuentos de su tierra natal, por lo que inventa desesperadamente otros nuevos para convencerse de que sigue siendo un hombre. También se acompaña a diario con un instrumento de cuerda, que no es el africano, sino un instrumento relacionado con la tierra donde está esclavizado y al que llama Banyo.

    Sin recuerdos que contar, canta sobre sí mismo y su vida cotidiana, utilizando la música como arma contra la soledad y como bálsamo para curar su ira y frustración.

    Un intento inconsciente de curar el alma y volver a su hogar. Un experimento espontáneo que utiliza simbolismos y arquetipos del inconsciente, poniendo al Bluesman en contacto directo con una naturaleza africana que no sabe que posee.

    Como el Griot, el afroamericano acuña la música al ritmo de su propio corazón.

    No hay armonía en sus notas, sino sólo sentido rítmico, al que añade un instrumento excepcional y muy personal, su voz. En África, las distancias son enormes. Todo hombre o mujer sabe utilizar su voz como un medio de comunicación de gran recorrido, tanto si vive solo como en comunidad. Combinada con el ritmo de las danzas tribales, la voz adquiere un poder taumatúrgico y permite curar tanto las enfermedades del cuerpo como las del alma.

    Los paroxismos vocales permiten el éxtasis, a través del cual el ser humano se libera de sus cadenas y habla directamente con los espíritus.

    Es la única forma en que el individuo puede pedir su ayuda, tanto para bien como para mal. Como caja de resonancia, utiliza instrumentos musicales rudimentarios, cuya misión es reproducir los sonidos de la naturaleza: los tambores, el corazón humano); los silbatos, el aire, el aliento vital; los instrumentos de cuerda representan el impulso del alma hacia el cielo.

    Traído a la fuerza a América, el esclavo era puesto a trabajar en el campo, donde estaba constantemente en compañía de otras personas, pero en la práctica estaba solo, ya que su amo le prohibía establecer relaciones reales con sus semejantes. Toda actividad social estaba estrictamente controlada por el látigo de los capataces, que impedían cualquier forma de agregación.

    Incluso le quitaron su preciado tambor, una herramienta de comunicación excepcional para el africano deportado.  Las únicas actividades permitidas por el amo blanco a sus esclavos eran el baile y el canto. Y el afroamericano utiliza muy bien ambas cosas.

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    Negros en trabajos forzados, 1880

    El esclavo llega a América con su Spiritual, una especie de grito acusador contra el amo blanco y una verdadera súplica de ayuda a Dios, por quien, no es escuchado. El Spiritual original es un canto de humillación y derrota, que sólo se convertirá en un canto de liberación mucho más tarde, cuando el negro de África abrace la religión cristiana. Sin embargo, el esclavo arrastrado por las cadenas no se rinde. Se adapta a las dificultades de la vida, pero NO SUCUMBE a la nueva realidad. Busca desesperadamente un nuevo código de comunicación que le permita mantener vivo en su corazón el sabor de su tierra y ponerse en contacto con sus hermanos de infortunio. Lo consigue casi inmediatamente, gracias a la creación de las Canciones del Trabajo.

    Se trataba de melodías improvisadas basadas en un diálogo con una pregunta y una respuesta aparentemente inofensivos que no despertaban sospechas, pero que en el fondo contenían códigos ocultos de comunicación. Para los esclavistas, las Canciones del Trabajo representaban una válvula de escape para mantener el ritmo de trabajo de los esclavos, por lo que nunca fueron prohibidas. De hecho, permitieron al afroamericano mantener vivas las tradiciones de su tierra y las costumbres del recuerdo en su interior. Con el tiempo, los utilizó para comunicar a sus compañeros planes de fuga o para informar de las noticias de otros hermanos que de otro modo estaban prohibidas, esto alimentaba una especie de comunión espiritual entre individuos que, a pesar del trabajo de desintegración de los amos blancos, estimulaba en el esclavo un sentimiento de venganza y fomentaba su esperanza de volver a casa. 

    Paralelamente a estos cantos colectivos están los cantos solitarios, llamados Hollers. Cantados por los esclavos que trabajaban en el campo solos o por los que se mantenían aislados en sus celdas de barro, estos cantos comenzaban con una llamada pegadiza, con frecuencia con un grito o un sonido agudo que cortaba el aire y despertaba la atención del oyente.

    También heredado de África, donde esta técnica permitía reconectar con otros incluso a grandes distancias y superar las barreras del espacio, el Holler no tenía como objetivo liberarse, sino trasladar sus penas al alma del oyente. El esclavo afroamericano lo utilizaba con un doble sentido, para culpar al amo blanco y al mismo tiempo para conmover e indignar a su hermano negro. Más tarde, la mezcla de Spirituals, Work Songs y Hollers, junto con las aportaciones de la música europea, dio lugar a lo que comúnmente se llamó Blues. Procedente de los códigos ocultos, de las pasiones oscuras y de los constantes recordatorios del lado oscuro del individuo, como la negación incluso de la existencia de Dios, el Blues pronto adquirió un significado negativo y maligno, sobre

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