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Culpa de los muertos
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Libro electrónico173 páginas2 horas

Culpa de los muertos

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En 1976 las FFAA llegaron al gobierno en Argentina por medio de un golpe de Estado. Le siguió la represión armada más violenta de la historia contra los que los militares de la cruzada anticomunista llamaban "los subversivos". El clima de violencia política se había instalado: la persecusión, la desaparición forzada de ciudadanos secuestrados, torturados y asesinados por las fuerzas policiales y militares ensombrecía al país. En la apacible ciudad de Corrientes cinco estudiantes de medicina empezaban a buscar las respuestas que no les daban en Anatomía y Fisiología en las lecturas de Proudhom, Adam Smith y Hume. Toda la apariencia de las políticas provincianas se desmoronan frente a los argumentos. Uno a uno empiezan a desaparecer los estudiantes, delatados por algunos infiltrados. Sobrevive Alex quien 30 años después cuenta a un joven hijo de diplomáticos todo lo que recuerda de aquellos días de fuego y balas en la apacible ciudad doliente de Corrientes. Una fábula sobre el poder recorre también tramos de páginas perdidas. Las velas de aquellas lejanas capillas ardientes siguen alumbrando la memoria de ese testigo solitario del horror.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 abr 2017
ISBN9781370496082
Culpa de los muertos
Autor

Alejandro Bovino Maciel

BOVINO, Manuel Alejandro DNI 12 440 404 Domicilio: Bmé Mitre 3712 (1201) CABA, Argentina Teléfono: (11) 49811791 Movil: (15) 62298054 Nacido en Corrientes, Argentina, en 1956. Médico Psiquiatra egresado de la UBA (Univ. Nacional de Buenos Aires), escritor. Trabajó 9 años junto al escritor Augusto Roa Bastos en Asunción, Paraguay. Docencia: enseño en la UCSA (Universidad del Cono Sur de las Américas) en Asunción, Paraguay, desde 1999. Cátedras de: Neuropsicología, Psicosemiología, Psicopatología, Semiótica del discurso publicitario. Dictó Carrera de Promoción de Agentes en Género e Igualdad" en la Universidad Nacional de Asunción con 2 cátedras a cargo: "Filosofía e Historia del Patriarcado" y "Psicopatología General". Libros publicados: 1) "La salvación, después de Noé", editado en Buenos Aires, en 1989. Cuentos y ensayos sobre temas de la Biblia. 2) "Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco", en co-autoría con: Augusto Roa Bastos (por Paraguay), Omar Prego Gadea (por Uruguay) y Eric Nepomuceno (por Brasil). Libro de relatos sobre la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) articulados en base a las observaciones realizadas en el teatro de operaciones por el cónsul británico y escritor sir Richard Francis Burton. Edit. Alfaguara, año 2000. Traducido al portugués por Edit. Record (de Brasil) con el título de "O livro da Guerra Grande) que va por la 2da edición en 1 año. 3) "El trueno entre las páginas". Libro de conversaciones con Roa Bastos sobre temas políticos, literarios, biográficos. Con prólogo de Vladimir Krysinski, de la Univ. De Montreal. 4) "Polisapo" cuento en co-autoría con Roa Bastos, va por 6ta. Edición en Paraguay, acaba de salir la edición en Ecuador (Edit Libresa) y España (Labericuentos) 5) "La Bruja de oro" nouvelle infanto-juvenil publicada en Paraguay este año, va por la 4da edición. 6) "Prostibularias-1" en co-autoría con otros autores paraguayos y argentinos. Editorial Servilibro, Paraguay, 2002 7) "Diários de um rei exiliado", novela sobre el viaje fantástico de João VIº de Brasil y Algarves, 1808 huyendo del avance de las tropas napoleónicas que invadían Lisboa. Editorial Landmark, Sao Paulo 2005 (en portugués) 8) "El señor es contigo", una investigación sobre Feminicidio en Paraguay, 2005 , en co-autoría con Gloria Rubin. 9) 20 poemas de humor y una canción disparatada, en co-autoría con Pepa Kostianovsky, Serviolibro, 2005. 10...

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    Culpa de los muertos - Alejandro Bovino Maciel

    CULPA DE LOS MUERTOS

    VERSIÓN 2.0 (2021)

    Prefacio

    Culpa de los muertos se inscribe en la larga tradición de la escritura de la violencia en América Latina. Desde los cantares tristes de los poetas nahuas postcortesianos, los cuicapicque, recopilados en la Visión de los vencidos por el antropólogo e historiador Miguel León Portilla, que se interrogan ¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! y constatan abatidos lo acontecido en la conquista: Y todo esto pasó con nostros.

    /Nosotros lo vimos, / nosotros lo admiramos. / Con esta lamentosa y triste suerte / nos vimos angustiados, hasta la novela de la dictadura y del exilio, o las diversas escrituras confesionales, la palabra procura representar y así preservar en la memoria cultural el desgarramiento individual y generacional de la violencia política en el continente. La literatura de la violencia tiene la tarea de ponerle palabras hasta a lo innombrable, según nos dice el Personaje de Culpa de los muertos, mientras nos recuerda con dolor" para parafrasear a Alejandro, el narrador, el autor, es decir, mientras se hace el trabajo del duelo.

    El relato de Alejandro Bovino Maciel envuelve al lector en un torbellino de voces que lo incitan a reconstruir un mundo narrativo que oscila entre la evocación de los setenta y la Argentina de poscrisis del nuevo milenio.

    El principio dialógico que rige la novela lleva al lector a cotejar las conversaciones intergeneracionales entre Alex, el narrador, y un joven argentino recién vuelto al país; y entre el narrador y su sobrina.

    Conversaciones que, a su vez, enmarcan otras como la de los amigos desaparecidos en la represión en Corrientes, el pensamiento de un torturador y sus conversaciones con un cura involucrado con el aparato represor, así como las pláticas del personaje y el autor que cuestionan la misma razón de ser de la escritura.

    De esta manera, Culpa de los muertos no escribe solamente sobre la violencia, sino que cuestiona tanto la función de la escritura como la propia escritura de la violencia, es decir, las posibilidades de toda representación del terror. En las charlas tituladas Sabotajes del personaje al autor, el Personaje se rebela e irreverentemente denuncia el mundo caótico que construye la escritura; el autor lo rechaza explicando que con sus intervenciones cada vez que aparece, desaparece para el lector y así hace hincapié en el papel asignado a una lectura comprometida de la novela.

    La gran vía de acceso a Culpa de los muertos es un poderoso estilo cuya garra y finura atrapan al lector en Todos los excesos de su escritura. Los retruécanos, las citas de versos y canciones, los juegos de sintaxis y puntuación, el ritmo exaltado que capta la aguda percepción del entorno de los personajes, el lenguaje de literatura infantil de la fábula que el narrador destina a su sobrina por las noches son, entre otros, algunos de los elementos que seducen y sumen al lector en la configuración imaginaria del mundo de la novela.

    Culpa de los muertos es también una vía de acceso descentrada a los setenta. La provincia de Corrientes es el centro de un relato que frecuentemente se narra desde el centro cultural y político de las naciones latinoamericanas, del lugar desde donde se irradia el poder de los aparatos del Estado.

    Desde esta perspectiva de los márgenes, los grandes temas de la amistad, la historia, la memoria, la política y la violencia cobran una dimensión inusitada en una escritura consciente del lugar de su confesión y evidente en un implícito doble duelo por un tiempo y un espacio perdidos evocados desde el recuerdo en la ensimismada ciudad de Buenos Aires. No obstante, la evocación del pasado rebasa, como en la mejor tradición literaria, su inscripción magistral en la biblioteca sombría de la representación de la violencia y apela al poder desmitificador del humor y la risa. Culpa de los muertos encierra de esta manera las llaves del placer de la lectura.

    Jorge Carlos Guerrero

    Professor of Latin American Studies

    Dept. of Modern Languages and Literatures

    University of Ottawa, Canada.

    ANATOMÍA DEL PODER

    Cuando llegué a la habitación de Ingrid encontré que todo estaba revuelto. Los libros en desorden, con hojas arrancadas y desparramadas por el piso. Una lámina de anatomía del cuello estaba hecha pedazos; el armario, con los cajones abiertos y la ropa tirada que colgaba, como testimonio de la brutalidad; la cama sin las sábanas, todo deshecho y destrozado. Yo no sabía, te lo puedo jurar, aunque te cause risa, ¿quién puede creer en el juramento de un ateo? Las mías parecerían palabras vacías.

    El mejor modo de librarnos de la carga de pensar consiste en creer todo o dudar de todo.

    Me senté en el colchón, me tomé la cabeza con fuerza como si quisiera cerciorarme de algo y me puse a babear llorisqueando por la culpa. No entendía nada, pero sospechaba todo: se había consumado lo que se hablaba aquí y allá.

    Yo nada sabía en esa Argentina que se había convertido repentinamente en un campo de batalla o algo así. Vos tampoco podías saber nada, si ni siquiera habías nacido por entonces, Agop. Nosotros nada sabíamos del poder y las ideas.

    Ellos sabían todo acerca del arte de la guerra.

    El tiempo, que entonces corría vertiginoso, se ha detenido para mí en esta calma engañosa, como la que aguardan acechando los temporales más furiosos.

    —Siga, quiero escucharlo.

    Nada sabíamos de lo que estaba sucediendo en un país que se nos desarmó en las manos, habíamos tomado barro para amasar nuestra historia, barro mezclado con oro, rapiñas, contrabando, ideales y mugre desde los tiempos de don Cornelio de Saavedra. Militares y militantes al mismo tiempo. Una tras otra asonada militar y golpes de Estado que ponían en jaque mate a los gobiernos civiles cuando los señoritos estancieros y terratenientes se ponían descontentos. Milicos y civiles mezclados entre la polvareda y la pólvora, siglo veinte cambalache el que no llora no mama y el que llora termina en la ESMA: Escuela Superior de Mecánica de la Armada, y me dirás ¿qué tenían que hacer los muchachos y las chicas amontonados como ratas en una Escuela de Mecánica militar? Tenían que cantar, tenían que delatar a familiares y amigos porque los señores oficiales les arrancaban confesiones a punta de picanas eléctricas, asesorados por nobles médicos militares.

    Todo se pervirtió. Se olía la presencia de la porquería, pero no se podía ver nada, estábamos hundidos en el fango. Eran las nieblas del Riachuelo: todos presentíamos los signos que percibíamos afuera, pero nadie quería ver; preferíamos hacernos los miopes y mucho más en el rincón de la benemérita Corrientes, siempre atrás de los atrases. Una provincia donde atrasa hasta el reloj. ¿Quién pensaría en cuidarse de Corrientes, con gente tan buena, tan conservadora y católica?

    —¿Y afuera tampoco? Cuesta creer que todo el mundo sabía lo que ocurría afuera, menos ustedes, según parece. Suena raro.

    Lo de afuera eran habladurías. Lo de Tucumán, por ejemplo; según la televisión, eran locuras de los zurdos, esa izquierda revoltosa de siempre, los mismos que se alzaron cuando regresó Perón y después terminaron a balazos en Ezeiza. Perón ya no era Perón al volver en el ’73, era un pobre hombre desgastado por la historia, los achaques, la demencia y una familia siniestra que él mismo había escogido en su larga soledad española. Manipulado por su debilidad, pero idolatrado por la izquierda y la derecha; también lo arrinconó la mafia de las masas y los sindicatos, pobre espejo de nuestra sociedad lentamente carcomida por odios.

    —Leí sobre él, leí sin comprender por qué ese hombre tenía tanta fuerza. Era casi un siglo de Argentina.

    Los mitos, querido Agop Neumeier, se alimentan de distancia y ausencias, como el amor. La imagen de ese hombre en la distancia se volvió tan poderosa que se lo creyó omnipotente. El buen dios Perón había sacado del anonimato y la oscuridad a los obreros, hizo mucho por gente que estaba abandonada a las manos de Dios, manos que nunca fueron muy amables. Se opuso a los poderosos con el poder de la persuasión sobre los pobres de la tierra rica. Pero allá en España, encerrado en Puerta de Hierro, con un cadáver, el brujo y la bailarina retirada, habrá perdido el rumbo. Leyó en códigos de politiquería criolla todos los cambios de una sociedad contradictoria y enfrentada, como la nuestra de ese entonces. De nuevo las nieblas del Riachuelo empañaban la visión entre el país y la mirada, muchacho y amigo. Perón seguía mirando a la Argentina de los ‘50 en los ’70. Si es peligroso saber todo, es más peligroso ignorar todo.

    —¿Realmente ustedes tampoco sabían nada de todo aquello?

    Se sabían algunas cosas sueltas, porque toda la información estaba rigurosamente controlada. Los doctores Mariano y Bernardo, teólogos de una fe perdida, se ponían serios y sobrios frente a la pantalla de la doctrina televisiva para hablar de verdaderos dramones que sacudían al país: una familia que perdió un hijo allá, dos hermanos parricidas, otra familia que se dedicaba a secuestros extorsivos, el Mundial de Fútbol organizado por las FFAA y las autopistas que se levantaban como señal de orden y progreso. Todo se llenó de slongans. Los argentinos somos derechos y humanos, repetían los canales y radios.

    Lo demás eran cosas que convenía ignorar porque no dejaban vivir en paz. La realidad, que parece tan sólida, se sostiene en ilusiones, que son humo. Esta vez era humo de pólvora. Volaban cuarteles, automóviles, cadáveres. Los atentados y asesinatos derramaban la sangre de los unos y los otros. Yo seguía vivo, sigo vivo, pero cada vez me cuesta más aceptar que sobreviví a la masacre. No puedo. ¿Por qué me salvé? ¿Para qué?

    —Está vivo. Eso es lo que importa ahora.

    La naturaleza se equivoca a veces. No hace falta vivir menos, igualmente consiguieron acribillarme por dentro. La injusticia que sucede en un pequeño rincón hace maligno a todo el palacio. Siento que no sobreviví yo, sobrevivió mi cobardía nada más. No podía comprender por qué esos amigos, mucho más valiosos que yo, terminaron en las sombras de los cementerios. Deberían haber empezado por mí los asesinos. Esa idea nunca se me aparta. Yo era el menos útil de todos ellos, el compadre Darwin ya lo dijo los inútiles, vayan al fondo, a caer en el abismo porque la madre naturaleza necesita gente lúcida y fuerte para conseguir que la raza se multiplique, ¿qué le pueden importar a ella los debilitados congénitos como yo? Ella quiere atletas con mentes financieras que construyen paraísos terrenales fiscales, genios como los que siembra la Fundación Mediterránea en el país. Cerebros lúcidos, capaces de licuar en tres o cuatro años los activos que a nuestros viejos les llevó dos siglos de sudores depositar. Ellos liquidan los bienes en mesas de saldos de la banca y en cuanto a las gentecitas, para ellos es igual, si desaparecen, total, dicen, ‘no sirven para mierda’.

    La madre naturaleza les enseña: les da la teta a los bichos más aptos, y a los demás les da una patadita en el culo para que se mueran de hambre, de tuberculosis, garrapatas o sida; cualquier mal es un bien, con tal de quitárselos de encima.

    —¿Le hace bien remorderse? Suena a épica antigua su canto, lo veo encerrado en su trampa y no entiendo cómo no puede salir de ahí.

    Perdón, Agop. Estoy llorando de nuevo el tango argentino. Los argentinos estamos destinados a llorar un tango interminable: "Lastima, bandoneón, / mi corazón, / tu ronca maldición maleva, / tu lágrima de ron me lleva / hacia el hondo bajo fondo / donde el barro se subleva; /.

    —No me moveré de aquí, por ahora. Su historia me empieza a interesar, sáquele esos restos de sensiblería y verá cómo avanza la intensidad.

    Comprendo tus burlas, la juventud es quien te hace festejar cualquier cosa. No sé si pensaste alguna vez: ¿qué será la conciencia, mi obstinado Agop Neumeier? ¿Lo que te empuja a quedarte junto a un pobre hombre, casi viejo, desgastado por un odio que no conociste? ¿El vertedero donde va a parar la mugre que deja la historia a su paso? Te acordarás de esos sentenciosos axiomas del liceo: la historia es la ciencia de recuperar el pasado.

    —¿Y no es así?

    No. El tiempo no devuelve nada más que despojos, como yo. ¿Acaso soy la historia?

    —¿Y qué es, entonces?

    La historia es el instrumento que utilizan los gobernantes para justificar sus errores.

    —Parece que le gusta apenarse, y también inspirar lástima.

    Perdón, de nuevo. A veces olvido que estás ahí señalándome el futuro. Ni siquiera sé si te interesan estos recuerdos que se me caen de los bolsillos.

    —Sigo con atención todo, ya se lo dije, pero me surgen algunas dudas, ¿cómo es posible que todos ustedes se hayan involucrado en algo así?

    Éramos ingenuos jugando con fuego; pero también nos decíamos, ¿qué mal se podría hacer simplemente pensando las cosas de otro modo? Creíamos que el pensamiento estaba libre de obligaciones, a fin de cuentas, no son más que unas ideas, junto a otras; si se quiere, simples palabras dando vueltas, ni siquiera había nada material. Ingrid venía del Chaco, Loisa de Formosa, César de un

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