Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Del vasallaje a la insurrección de los comuneros
Del vasallaje a la insurrección de los comuneros
Del vasallaje a la insurrección de los comuneros
Libro electrónico509 páginas7 horas

Del vasallaje a la insurrección de los comuneros

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El libro que damos hoy a la estampa, sobre la organización política y administrativa en el régimen del vasallaje o régimen colonial, desde la llegada de los conquistadores españoles hasta la insurrección de los comuneros, ha sido escrito con los datos más o menos exactos y con los documentos dignos de fe, que hemos procurado reunir.
Estudiase en él la constitución primitiva y fundamental de los pueblos que moraban en los territorios de las antiguas provincias de Tunja y Santa Fe, así como las características especiales de la raza chibcha.
Recurrimos, para escribir esta parte, a los testimonios y relaciones de los primeros cronistas de la conquista, a pesar de que sus obras se remontan en no pocos de sus pasajes hasta la época prehistórica, o a la historia de los indígenas con anterioridad a todo documento de carácter histórico.
Hubimos de prescindir por sistema de la tradición oral, porque la considerarnos a la par que la leyenda como adulteración de la verdad. No entramos, pues, en el dominio de la protohistoria, es decir en el período basado únicamente en tradiciones o inducciones, en que faltan la cronología y los documentos, aunque si tocamos a veces en la antropología y la sociología.
Versa también sobre la servidumbre de los aborígenes, y se analiza lo que fueron los repartimientos, la mita, las reducciones, las encomiendas y el despotismo inmoderado y cruel con que trataban los españoles a los nativos, tan desdichados que si no conocieron la dignidad de hombres libres, sintieron en todo su rigor el peso de la esclavitud, viéndose despojados de la verde tierra nutricia donde nacieran, arrancados de sus terrazgos y del seno mismo de sus familias, para ser trasladados a lejanas comarcas de insalubres y mortíferos climas, crudelísima y desapiadadamente tratados y sin esperanza alguna de redención.
Desventurada raza, varonil y fuerte antaño, robusta y sana, laboriosa y resignada, pero raza vencida luego por hado adverso, y casi desaparecida a fuerza de padecimientos incontables, impuestos por invasores extranjeros, bravíos e inexorables.
Trátase asimismo sobre los caracteres étnicos de la raza negra, el comercio de ébano, los asientos de negros, la esclavitud colonial en sus variadas manifestaciones; lo que fueron los negros bozales, los negros cimarrones, los negros criollos, los negros diestros y los negros ladinos; las castas y las clases sociales.
En aquella época de cardinales diferencias, en que se ignoraba la igualdad ante la ley, distinguíanse unas de otras las clases sociales, entre las cuales eran las más comunes las de nobles y plebeyos, peninsulares y criollos, blancos y negros, encomenderos e indios, señores y siervos, hacendados y feudatarios, amos y criados, mayorales y esclavos. Señores hubo de horca y cuchillo, particularmente entre los conquistadores, porque tenían jurisdicción para castigar hasta con pena capital.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 abr 2020
ISBN9780463293966
Del vasallaje a la insurrección de los comuneros
Autor

Pablo Cárdenas Acosta

Pablo Enrique Cárdenas Acosta (1878-1965) Abogado, escritor e historiador colombiano, reconocido como uno de los mas distinguidos académicos e intelectuales de su tierra natal el Departamento de Boyacá.

Relacionado con Del vasallaje a la insurrección de los comuneros

Libros electrónicos relacionados

Historia de América Latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Del vasallaje a la insurrección de los comuneros

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Del vasallaje a la insurrección de los comuneros - Pablo Cárdenas Acosta

    Del vasallaje a la insurrección de los comuneros

    La Provincia de Tunja en el virreinato

    Pablo Cárdenas Acosta

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Del vasallaje a la insurrección de los comuneros

    La Provincia de Tunja en el virreinato

    © Pablo Cárdenas Acosta

    Primera Edición, 1947

    Reimpresión abril de 2020

    © Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    New York City USA

    Cel 9082624010

    ISBN: 9780463293966

    Smashwords Inc

    Todos los derechos reservados. Sin autorización escrita firmada por el editor, no se podrá reproducir ni parte ni la totalidad de esta obra, por medios físicos, reprográficos, fotocopiado, fotografía, audio, audiovisual, electrónico, fotomecánico, etc. Hecho el depósito de ley en Colombia.

    Del vasallaje a la insurrección de los comuneros

    Prólogo

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Apéndice A: Cédula advertencia obispo de Badajoz

    Apéndice B: Provisión del 30 de enero de 1503

    Apéndice C: Orden de los reyes

    Apéndice D: Tratamiento inhumano de españoles a indígenas

    Capítulo IV

    Apéndice A: Real cédula del 16 de julio de 1550

    Apéndice B: Ordenanza 19 de noviembre de 1551

    Apéndice C: Real cédula del 15 de abril de 1540

    Apéndice D: Empadronamiento de negros

    Apéndice E: Concepto sobre los criollos y su nobleza

    Apéndice F: Disensiones entre españoles peninsulares y criollos

    Apéndice G: Disensiones entre criollos y europeos

    Capítulo V

    Apéndice: Indias españolas del mediodía

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Apéndice A: Acta de Fundación de Tunja

    Apéndice B: Real provisión concediendo título de Tunja

    Apéndice C: Mercedes y gracias a Tunja similares a Santa Fé

    Apéndice D: Escudo de armas de Tunja

    Apéndice E: Autorización de juicios sobre Tunja

    Apéndice F: Tunja

    Apéndice G: Acta Fundación de Villa de Leiva

    Apéndice H: Cédula de Fundación de Santa Cruz y San Gil

    Apéndice I: Villa de El Socorro

    Capítulo VIII

    Apéndice A: Nuevos alcaldes para Tunja

    Apéndice B: Arancel de alcabala y Armada de barlovento 1780

    Apéndice C: Tarifas de precios en los mercados de la Nueva Granada

    Apéndice D: Impuesto Armada de Barlovento en Tunja, Villa de Leiva y El Socorro

    Apéndice E: Respuesta del corregidor de Tunja

    Apéndice F: Certificación del Escribano Público de Tunja

    Apéndice G: Arancel Armada de Barlovento para Santa Fé

    Apéndice H: Arancel armada de Barlovento para Pamplona y otras villas

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Apéndice: Sinopsis régimen fiscal sistema colonial

    Capítulo XI

    Bibliografía

    Prólogo

    El primer deber del historiador es dirigir sus esfuerzos a ofrecer a la posteridad una imagen todo lo exacta posible de la realidad pasada, para dilucidar la verdad. La obra que no respeta este principio no puede aspirar al título de historia.

    Xenopol

    El dominio de la ciencia histórica, como el de la ciencia en general, se extiende hasta donde es posible el conocimiento objetivo de la verdad.

    O Ritschl

    El libro que damos hoy a la estampa, sobre la organización política y administrativa en el régimen del vasallaje o régimen colonial, desde la llegada de los conquistadores españoles hasta la insurrección de los comuneros, ha sido escrito con los datos más o menos exactos y con los documentos dignos de fe, que hemos procurado reunir.

    Estudiase en él la constitución primitiva y fundamental de los pueblos que moraban en los territorios de las antiguas provincias de Tunja y Santa Fe, así como las características especiales de la raza chibcha.

    Recurrimos, para escribir esta parte, a los testimonios y relaciones de los primeros cronistas de la conquista, a pesar de que sus obras se remontan en no pocos de sus pasajes hasta la época prehistórica, o a la historia de los indígenas con anterioridad a todo documento de carácter histórico.

    Hubimos de prescindir por sistema de la tradición oral, porque la considerarnos a la par que la leyenda como adulteración de la verdad. No entramos, pues, en el dominio de la protohistoria, es decir en el período basado únicamente en tradiciones o inducciones, en que faltan la cronología y los documentos, aunque si tocamos a veces en la antropología y la sociología.

    Versa también sobre la servidumbre de los aborígenes, y se analiza lo que fueron los repartimientos, la mita, las reducciones, las encomiendas y el despotismo inmoderado y cruel con que trataban los españoles a los nativos, tan desdichados que si no conocieron la dignidad de hombres libres, sintieron en todo su rigor el peso de la esclavitud, viéndose despojados de la verde tierra nutricia donde nacieran, arrancados de sus terrazgos y del seno mismo de sus familias, para ser trasladados a lejanas comarcas de insalubres y mortíferos climas, crudelísima y desapiadadamente tratados y sin esperanza alguna de redención.

    Desventurada raza, varonil y fuerte antaño, robusta y sana, laboriosa y resignada, pero raza vencida luego por hado adverso, y casi desaparecida a fuerza de padecimientos incontables, impuestos por invasores extranjeros, bravíos e inexorables.

    Trátase asimismo sobre los caracteres étnicos de la raza negra, el comercio de ébano, los asientos de negros, la esclavitud colonial en sus variadas manifestaciones; lo que fueron los negros bozales, los negros cimarrones, los negros criollos, los negros diestros y los negros ladinos; las castas y las clases sociales.

    En aquella época de cardinales diferencias, en que se ignoraba la igualdad ante la ley, distinguíanse unas de otras las clases sociales, entre las cuales eran las más comunes las de nobles y plebeyos, peninsulares y criollos, blancos y negros, encomenderos e indios, señores y siervos, hacendados y feudatarios, amos y criados, mayorales y esclavos. Señores hubo de horca y cuchillo, particularmente entre los conquistadores, porque tenían jurisdicción para castigar hasta con pena capital.

    Servíase con bajeza o desdoro, con ciega adhesión a la autoridad del superior; dominaba, pues, el servilismo en su más cruda forma. Reconocían todos el vínculo de dependencia y fidelidad respecto de otros: los súbditos al monarca, los vasallos a los señores; era aquello el régimen del vasallaje.

    Gente vasalla eran los moradores todos y constituía ella pueblos vasallos. Cada clase y cada casta gozaba de especiales preeminencias y prerrogativas, sobre otras, de que provinieron profundas disensiones entre peninsulares y criollos, origen y fundamento de la emancipación americana, así como la sistemática exclusión de los americanos de los cargos públicos de entidad, trajo por consecuencia la independencia de la metrópoli.

    Descríbese con suficientes detalles comprobados lo que fueron los virreinatos y las capitanías generales en la América española, así como los altos tribunales de justicia, que se llamaron las reales audiencias. Capítulo especial dedícase al virreinato del Nuevo Reino de Granada y su desintegración; a la errónea demarcación de la línea fronteriza, que tantos perjuicios trajera al comercio de las provincias orientales de Tunja, Santa Fe y Santa Marta; a su división territorial de 1778 a 1810 y lo relativo a la provincia de Tunja y su distrito en el régimen colonial. Tampoco se omite el estudio sobre las ciudades y villas, únicas fundaciones institucionales con cabildos, donde los criollos tuvieron preponderancia irresistible sobre los peninsulares.

    Analízase el sistema fiscal vigente entonces y trátanse detalladamente los varios impuestos o contribuciones establecidos hasta 1781, en que prorrumpiera la célebre revolución de los comuneros del Socorro, génesis de la magna guerra de independencia.

    Trae por último el libro que entregamos hoy a la prensa una relación sobre los gobiernos de Fernando VI y Carlos III de Borbón con citas ilustrativas de no escaso interés para la historia.

    Las afirmaciones y narraciones están apoyadas unas en documentos de auténtico valor probatorio, y en autorizados testimonios de doctos y célebres escritores otras.

    El autor

    Tunja, julio de 1947.

    Capítulo I

    Bazas que poblaban el territorio del virreinato de Santa Fe en 1781 —El homo americanas —Caracteres generales de la raza nativa —La denominación de indios —E1 clan, la tribu, la nación —La nación chibcha o muisca; sus rasgos étnicos, su territorio y sus riquezas naturales —Tribus convecinas —La lengua chibcha o muisca —Arquitectura y rancherías —Indumentaria —La propiedad de la tierra —Labores agrícolas —Alimentos —Enfermedades y medicinas —Artes e industrias.

    Poblaban el territorio del virreinato de Santa Fe, desierto en su mayor parte, en 1781, la raza patricia o indígena, la celtíbera o española y la etiópica o africana, o sean la americana, la blanca y la negra, con sus caracteres etnográficos y antropológicos; y la sucesión proveniente de los cruzamientos de tales razas, dividida en castas.

    Los caracteres principales del homo americanus, según Antón (1), son los siguientes: una frente chica y baja; hundidos, pequeños y obscuros los ojos; grande la boca; dilatada la nariz por las ventanas y honda en su raíz; largo, laso, grueso y negro el cabello; escasa la barba y depilada la piel; la color oscura con variedad de tonos, las más veces como la del membrillo cocido; la contextura física, robusta y fuerte; el temperamento bilioso y sobrio, y en la constitución social, la costumbre es el régimen ordinario.

    (1) Conferencia pronunciada el 19 de mayo de 1891 en el Ateneo de Madrid, acerca de la Antropología de los pueblos de América, anteriores mi descubrimiento. Página 11.

    "Respecto a los indios bastará por ahora hacer observar, dice Spencer (2), que no tardaron en descubrirse muchos puntos de semejanza entre las diversas tribus que poblaban aquellas regiones (las del continente americano).

    (2) Spencer (J. A.), Historia de los Estados Unidos. Barcelona. 1872. Tomo I, página 21.

    Todos tenían la piel del mismo color rojo; el pelo negro, ralo y erizado; muy poca o ninguna barba; los pómulos salientes, las quijadas muy abultadas y la frente estrecha y ladeada. Su cuerpo, dotado de soltura en todos sus movimientos, era flexible, ágil, y no carecía de gracia en ciertos casos; pero en cuanto a fuerza muscular, parecían inferiores a los europeos. Sus facultades intelectuales estaban también más limitadas, y sus sentimientos morales menos vivos, por falta de cultura.

    Lo que parecía caracterizarles, era cierta inflexibilidad de organización, que los incapacitaba para recibir ideas ajenas, o para amalgamarse con naciones más civilizadas, constituyéndolos, en suma, en un pueblo indomable, aun cuando fácilmente pudiera ser vencido. A esta peculiar organización, se amoldaba el carácter de su condición doméstica y social."

    "Grupos de hombres, de mujeres y de niños, dice Ortega Rubio (3), aparecían medio desnudos entre los troncos de los árboles más próximos a la costa, adelantándose un poco, retirándose después, y expresando siempre con sus gestos y actitudes más admiración y curiosidad que temor y miedo.

    (3) Ortega Rubio (D. Juan), Historia de América. Madrid. 1917. T. 1, página 300.

    Colón se dirigió en una chalupa hacia la playa, tomando posesión de la isla en nombre de los reyes católicos. Sobrecogidos los indígenas al ver hombres con trajes de brocado y con armas que reverberaban la luz, habían concluido por acercarse, como si secreta fascinación les empujara hacia ellos. Los españoles, a su vez, quedaban sorprendidos al no encontrar en los americanos ninguno de los caracteres físicos de las razas europeas, africanas y asiáticas.

    Su tinte cobrizo, su fina cabellera que se extendía sobre sus hombros, sus ojos apagados, sus femeniles miembros, su rostro confiado y sin expresión, su desnudez y los dibujos que adornaban su piel, denunciaban una raza distinta de las esparcidas por el Viejo Mundo, la cual conservaba aún la sencillez y la dulzura de la infancia."

    Observáronse, no obstante, marcadas diferencias etnográficas entre las diversas tribus del nuevo continente, esparcidas desde la Bahía de Hudson hasta el Cabo de Hornos, que se debían principalmente a las distintas condiciones de vida y del medio físico.

    En carta dirigida por Colón a los reyes católicos, al regreso de su primer viaje, exaltaba las buenas cualidades de los aborígenes de las tierras recientemente descubiertas: "son gente, decíales, de amor y sin cudicia y convenibles para toda cosa, que certifico a vuestras altezas que en el mundo creo que no hay gente mejor ni mejor tierra; ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen un habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa.

    Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron. Mas crean vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el Rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué..." (4).

    (4) Ibídem, obra citada, tomo I, página 303.

    Si los primeros habitantes del suelo americano fueron autóctonos, como lo afirman el naturalista suizo Teofrasto Paracelso, 1520, y la escuela de antropólogos americanos, fundada por el profesor Samuel George Morton, naturalista y etnólogo, de Filadelfia (1799-1851), cuyas doctrinas, basadas en el poligenismo, tienen al presente no pocos defensores; si procedieron de Europa, según autorizadas opiniones de eminentes autores, o del África, según otros, o del Asia, como lo supone la mayor parte; si el territorio de Bolivia fue el verdadero lugar del nacimiento de la especie humana, y si la emigración no se realizó de Asia a América sino de América a Asia, como no pocos etnólogos sostienen y es opinión aceptada desde que se conoció el informe de la expedición científica organizada por Morris K. Fessup, Presidente del Museo Americano de Historia Natural, son cuestiones por resolver y que no atañen a la materia de que trata este libro.

    * * *

    Persuadido Colón de la forma esférica de la tierra y de que navegando hacia el poniente, a través del océano Atlántico, hallaría la vía más recta para llegar al Asia, y de que las islas por él descubiertas hacían parte de la India, llamó indios a los aborígenes del nuevo mundo, y tal denominación se dio desde entonces a aquellos y a sus descendientes sin mezcla alguna.

    "Cuando Colón hubo logrado demostrar la verdad de sus opiniones, por tanto tiempo y tan afanosamente sostenidas, dice Spencer (5), respecto a la existencia de tierras por descubrir navegando hacia el occidente, supuso que había llegado al tan decantado Cathay, o a las Indias orientales; y como este error natural quedó sin corregir por el ilustre navegante, resultó de ahí que se llamase indios a los habitantes de las islas y principales regiones de América.

    (5) Spencer, obra citada, tomo I, página 20.

    Este nombre ha sido sancionado por el tiempo y la costumbre, para designar los naturales del país en la época en que Colón y sus sucesores arribaron al nuevo mundo, usándolo igualmente para los descendientes de aquellos primitivos habitantes; y a pesar de su notoria impropiedad, es demasiado tarde para sustituirle con otro más significativo y verdadero".

    Igual dictamen emite Ortega Rubio (6) cuando dice: Persuadido Colón que aquella isla (Guanahani) era un apéndice del mar de las Indias, hacia las cuales creía navegar, llamó a sus habitantes indios. Como se creyese por todos que las tierras descubiertas eran como una parte del continente asiático, se les dio el nombre de Indias Occidentales, para distinguirlas de las Orientales, y se llamó indios a los naturales del Nuevo Mundo.

    (6) Ortega Rubio, obra citada, páginas 300-306.

    ***

    Las sociedades indígenas que habitaban en el interior de la Nueva Granada, en la época del descubrimiento de América, se encontraban divididas en nómadas, sin jefes o con jefes accidentales; en semi-sedentarias, con jefes instables; y en sedentarias, con jefes estables. La sociedad chibcha o muisca era totalmente sedentaria.

    La primera agrupación que se manifiesta en las rudimentarias sociedades indígenas de América, es el clan (linaje). Entre los chibchas y algunas de las tribus convecinas componían el clan los descendientes de una misma raíz o tronco por línea materna y los colaterales consanguíneos. Admitíase el parentesco solamente por parte de la madre (matriarcado).

    Los miembros de un mismo clan, en las sociedades sedentarias, vivían en cabañas o grupos de cabañas que formaban una vecindad (aldehuela). Cada cabaña tenía por lo regular un huerto adyacente.

    Cada individuo pertenecía al clan antes que a sí mismo, a su íntima familia o a sus inmediatos deudos. Pertenecían asimismo al clan la porción de la tierra cultivada por sus propios miembros, las cabañas y los enseres de que estaban vestidas, las labranzas e instrumentos de labor y las provisiones de boca; empero las armas usuales para el ataque y la defensa (el arco, la flecha, la lanza, la maza, la clava, los dardos, las jabalinas, las macanas, los chuzos, las azagayas, las hondas, las cerbatanas, las rodelas) y las baratijas eran propiedad exclusiva del individuo.

    Entre los chibchas eran también propiedad del individuo los géneros y rendimientos que se procuraba con su propia industria y trabajo. Cada clan obedecía a un superior o jefe.

    La unión de varios clanes con una misma lengua o dialecto formaba la tribu. Cada tribu estaba gobernada por un jefe militar o cacique (7).

    (7) Los jefes de las tribus indígenas de la Isla Española, conquistada por D. Cristóbal Colón, llamábanse Caciques en su lengua nativa, y tal nominación dióse después por los españoles a los indígenas que en otras regiones del nuevo mundo hallaron con el mismo cargo. (Solórzano y Pereyra (D. Juan de), Política Indiana. Madrid. Tomo I, lib. II, Cap. XXVII, camero 2.

    Ante el peligro inminente de agresiones de tribus foráneas pactábanse, en ocasiones, alianzas para la defensa y la ofensa entre tribus afines.

    "Ninguna tribu llega a ser nación mediante el crecimiento natural", ha dicho Speneer (8). La fusión de varias tribus sedentarias afines, por lo común del mismo origen, con los mismos usos y costumbres, que hablaban, con corta diferencia, la misma lengua, habitaban un mismo territorio dotado de unidad geográfica, más o menos extenso, y estaban regidas por una autoridad política suprema y de carácter estable, constituía en América el agregado social llamado comúnmente nación.

    (8) Spencer (Herbert), Principios de Sociología. Madrid. 1883. T. II, página 113.

    A las características expresadas unía la nación chibcha o muisca sus instituciones civiles y religiosas, sus leyes, industrias, comercio y moneda, así como la de vivir en aldeas estables comunicadas por caminos públicos. Ocupaba, después de la azteca y la incásica, la tercera categoría entre los pueblos semi-civilizados del continente americano, en la época de su descubrimiento y conquista.

    "Una población dotada de unidad étnica, que habita un territorio dotado de unidad geográfica, es una nacion", —ha dicho Burgess (9)—. Esta definición abstracta aplicarse con toda propiedad a la nación chibcha antes haber sido subyugada por la fuerza de las armas españolas.

    (9) Burgess (John W.), Ciencia Política y Derecho Constitucional Comparado. Tomo I.

    Los rasgos étnicos más salientes de la raza chibcha eran los siguientes: redondo el rostro, algo convexo e imberbe; frente aplanada y estrecha; cráneo poco prominente; grandes las orejas y un poco separadas de la cabeza; pómulos salientes; corta la nariz y dilatada en las ventanas; grande la boca; hermosos y blancos los dientes; ojos chicos, negros y vivos, de mirar astuto y desconfiado; talla mediana, esbelta y fornida; piel cobriza, y cabellos negros, lacios y largos, que le caían sobre los hombros (10).

    (10) Plaza (José Antonio de), Memorias para la Historia de la Nueva granada. Bogotá. 1853. Página 53. Pérez (Felipe), Geografía General de los Estados Unidos de Colombia Bogotá. 1883. Tomo I, página 29.

    Caracterizaba especialmente a los chibchas su índole pacífica y un candor y sencillez casi infantiles. "Su robustez para resistir las intemperies, dice Plaza (11), su paciencia para las maniobras, su docilidad como vasallos y su valor en la guerra, eran los distintivos de esta raza.

    (11) Obra citada, página 53.

    La conquista influyó en su carácter moral, pues se tornaron pusilánimes, maliciosos y desconfiados, efecto de la impresión que recibieron con aquella, al ser reducidos por un pequeño número de blancos, que arrojaban el fuego y la muerte a una gran distancia, que montaban brutos veloces, y que les arrebataban sus propiedades, entregando cada año por vía de tributo una parte de su sudor y trabajo. La vida posterior comprueba la degradación de su ser".

    Ocupaba el territorio de la nación chibcha, 1537, el centro del que más tarde vino a componer el del virreinato de la Nueva Granada y del que forma en la actualidad el de la República de Colombia.

    Extendíase desde el río Saravita, por el septentrión, hasta el páramo de Sumapaz, por el mediodía; y desde la cumbre de la cordillera oriental que domina los llanos de Casanare, por el levante, hasta las montañas que separan las altas planicies andinas del gran valle del río de la Magdalena, por el poniente.

    Tenía una superficie aproximada de seiscientas leguas cuadradas, con una población de dos mil habitantes por legua cuadrada, aglomerados en su mayor parte en las tierras frías (12).

    (12) Acosta (Joaquín), Compendio Histórico del Descubrimiento y formación de la Nueva Granada. París, 1848. Página 187.

    Comprendía los valles de Ramiriquí, Tensa, Cerinza y Zaquenzipa; Fusagasugá, Pacho y Cáqueza; las tierras de Soatá, Santa Rosa, Nobsa y Pesca; las campiñas de Sogamoso, Puebloviejo, Duitama, Paipa, Sotaquirá, Toca, Tunja y Samacá; Chiquinquirá, Simijaca, Susa, Ubaté, Guachetá y Chocontá, y la hermosa planicie de Cundinamarca (13), que los conquistadores llamaron el Valle de los Alcázares, por la belleza de su aspecto y por los torrejones cónicos y pajizos de las cabañas solitarias y de las que se agrupaban en las aldeas que allí encontraron:

    "Ya por aquella parte descubrían grandes y espaciosísimas llanadas, y en ellas grandiosas poblaciones; soberbios y vistosos edificios, mayormente las cercas de señores con tanta majestad autorizadas, que parecían, viéndolas de lejos, todas inexpugnables fortalezas, y por este respecto nuestra gente Valle de los Alcázares le puso" (14).

    (13) Denomínase en la actualidad Sabana de Bogotá. Llamábanla los aborígenes Cundinamarca, según consta en el informe que en 20 de agosto de 1734 rindió al Supremo Consejo de Indias el intendente D. Bartolo-Tienda de Cuervo y que influyó de manera decisiva en el restablecimiento del virreinato del Nuevo Reino de Granada La Ziudad de Santa e de Bogotá, Capital de dicho Nuevo Reyno de Granada —decía— está toda en quatro grados de latitud setemptrional y a toda la tierra que su señor Tumquesucha, se llamaba en la antigua gentilidad Gun. y se agregó a. la corona de Castilla a 6 de agosto de 1538, y se la Real Audiencia a 7 de abril de 1550.

    Pereira (Ricardo S.), Documentos sobre límites de los Estados Unidos de Colombia. Bogotá, 1883. Página 10, número 9.

    Bécker y Rivas Groot, El Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIJI. T. I, página 209.

    El Colegio Constituyente de las Provincias Unidas, presidido por D. Jorge Tadeo Lozano, dio a la provincia de Santa Pe el nombre de Estado de Cundinamarca, el cual lleva actualmente uno de los departamentos más prósperos y florecientes de Colombia.

    (14) Castellanos (Juan de), Historia del Nuevo Reino de Granada. Madrid. 1886. Tomo I, canto segundo, páginas 95-96.

    Y asimismo otras muchas tierras labrantías de sin par fertilidad y pintoresco aspecto, bañadas por abundantes ríos y arroyos de no escaso caudal y diversas corrientes de agua dulce que las cruzan en todas direcciones; con climas sanos y benignos, tanto fríos como templados.

    Poseían los chibchas ricas minas de sal gema y abundantes fuentes de agua salada en Zipaquirá, Nemocón, Tausa y Sesquilé; Chámeza, Recetor y Pajarito; las minas de esmeraldas de Somondoco; las de sulfato de soda en Paipa, de nitro en Leiva y de cobre en Moniquirá; ricos yacimientos de hulla y asfalto en diferentes regiones, y en Pacho y otros lugares minas de hierro, cuyo beneficio y múltiples aplicaciones ignoraban.

    Moraban al norte del territorio chibcha los agataes, los laches y los guanes; al oriente, trasmontando la cordillera, los girares, los betoyes y los guajibos, que eran nómadas; los sutagaos al sur, y los panches, los colimas y los muzos al occidente. De éstas unas eran tribus salvajes y otras bárbaras.

    El idioma chibcha o muisca, extinguido en Santa Fe desde 1765 (15), ha sido considerado por su abundante vocabulario, la armonía de sus dicciones, que por lo regular terminan en sonidos vocales, su variedad de raíces y la de sus formas en declinaciones y conjugaciones, como el más cultivado entre los que se hablaban en el nuevo continente, después del nauatl o azteca, el maya-quiché y el quichua.

    (15) Fernández y González, Conferencia pronunciada en él Ateneo de Madrid el 16 de mayo de 1892. Página 9.

    Al padre Fr. Bernardo Lugo, religioso de la orden de Santo Domingo, predicador de la doctrina cristiana a los muiscas en su lengua nativa, en los curatos qua sirvió, y profesor de lengua chibcha en el convento de su orden, en la capital del Nuevo Reino, debemos el primer estudio gramatical conocido sobre dicha lengua, el cual fue publicado en Madrid, en 1619, y destinado al uso de las escuelas de españoles.

    Sirvióse para su gramática el P. Lugo de los caracteres del alfabeto latino o para facilitar así la enseñanza de la lengua chibcha o por razón de que ésta carecía de signos para la escritura fonética, como lo afirman cronistas e historiadores, y como lo patentizan los diversos petroglifos hasta hoy descubiertos, en los cuales se manifiesta solamente el simbolismo o escritura jeroglífica, para conmemorar hechos o expresar creencias.

    "La lengua chibcha o muysca, observa Ortega Rubio (16), no deja de tener algunas formas, en particular en los verbos, semejantes a las del sánscrito, a las del griego y a las del latín. Llama la atención el gran número de raíces y temas comunes del chibcha con los idiomas arios".

    (16) Historia de América, tomo I, página 165.

    Si los chibchas ignoraban en realidad la escritura fonética, debe inferirse que la gramática de su lengua carecía de ortografía, como las de las demás lenguas que se hablaban en América antes de la conquista.

    Hablaban la lengua chibcha, además de los nacionales, con cortas diferencias, casi todos los indios bárbaros de las tribus que poblaban el interior de la Nueva Granada.

    Dialectos del chibcha eran, a juzgar por las observaciones de Fernández y González (17), el chimila y el deut, el aravaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, que "fue la primera lengua que oyeron los españoles en el Nuevo Mundo, extendida en aquellos tiempos por todas las Antillas" (18), el guaymi istmiano de Veragua, hablado al norte por los valientes, el siquisique de Venezuela, el oroaco y el coggaba.

    (17) Obra citada, páginas 16-17.

    (18) Ortega Rubio, obra citada, tomo I, página 164.

    No solo mediante el idioma expresábanse los chibchas e indios de otras tribus de Nueva Granada, sino también por medio de gestos y ademanes.

    Tenían los chibchas su numeración decimal, con los signos correspondientes para la representación gráfica de los números (19). No conocían el año solar y computaban el tiempo por lunaciones. Tuvieron un calendario, aunque imperfecto (20).

    (19) Acosta, obra citada, página 461, lámina 1., fig. 4.

    (20) Ibídem. Disertación sobre el Calendario de los Muiscas, por D. José Domingo Duquesne, páginas 405-417.

    Tenían por cierto que la tierra era inmoble y plana. Para los cálculos aritméticos servíanse del sistema vigesimal, semejante al de los aztecas, el cual tenía por base los dedos de las manos y de los pies, y contaban por veintenas.

    ***

    Si exceptuamos los cojines de Tunja y las famosas columnas de piedra berroqueña, de cinco metros con setenta centímetros de longitud, por sesenta centímetros de diámetro (21), de figura cilíndrica, hábilmente labradas y pulimentadas, para el suntuoso templo del Sol que al norte de Tunja y en el valle de Quimuinza, no lejos de los cercados de Hunza, proyectó erigir Garanchacha, el célebre usurpador del cetro y de los dominios del zaque, concebido según la leyenda, por una doncella, hija del cacique de Guachetá, y supuesto hijo del Sol, cuya fábrica no llegó a realizarse por la muerte del soberano, de las cuales se conservan algunas en los contornos de Jenesano y Leiva, además de las que recientemente fueron descubiertas, 1937, en el sitio de Las Cuadras, a inmediaciones del Pozo de Donato, sobre las cuales dice Fr. Pedro Simón (22) que "Cerca de las postreras casas del pueblo, a la parte del Norte, donde ahora llaman Las Cuadras de Porras, hizo edificar (Garanchacha) un templo a su padre el Sol...

    (21) Triana (Miguel), La Civilización Chibcha. Bogotá. 1922. Páginas 131-135.

    (22) Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme. Bogotá, 1891. Tomo II, 4.a noticia, páginas 322-323.

    Quiso sublimar la fábrica de este templo en honra de su padre, y poniéndolo en efecto mandó que le trajesen de diversas partes gruesos y valientes mármoles; llegaron al sitio con tres de ellos, como hoy se ven...", podríamos afirmar que la arquitectura civil chibcha era apenas rudimental.

    No conocieron estos nacionales la plomada, el nivel, la escuadra, ni el compás; la sierra, la barrena, el cepillo, ni el formón; el martillo, las tenazas, ni los clavos, como tampoco el adobe, el ladrillo, ni la teja de arcilla plástica (23).

    (23) Antonio Martínez, soldado de D. Alonso Luis de Lugo, en 1543, y encomendero de Chilagua en los Panches, fue el primero que fabricó teja y ladrillo de arcilla plástica en Santa Fe de Bogotá. (Acosta, obra citada, página 428). (Plaza, obra citada, página 130).

    Eran las cabañas todas de un solo piso y por lo general de planta circular, con paredes de palos entretejidos con cañas y revestidas con arcilla (bahareque), con techos voladizos cónicos y pajizos, desde las soleras hasta el remate de la armadura, que era de madera y estaba asegurada a una alta viga recta, hincada en el centro de la vivienda y teñida con bija. Las entradas y ventanas tenían dinteles y jambas de madera y las puertas eran de cañas atadas con cuerdas.

    Las cabañas de los pobres tenían sólo un aposento y dos o más las de los que gozaban de algunas comodidades. Las viviendas de los caciques y uzaques (nobles), construidas con mayor esmero, aunque con la misma clase de materiales, eran a veces más espaciosas y cómodas, y cercadas por lo regular con empalizadas.

    Bancos grotescos de madera, barbacoas y tarimas constituían el conjunto de muebles de las viviendas, y sobra el suelo, apisonado apenas, esterillas de esparto, de hojas de maíz o de junco. Ornaban las paredes cornamentas de venados, finas pieles adobadas y manojos de plumas de vistosos colores.

    Pendían de paredes y techos, junto con armas y ropas, aljabas, ovillos de algodón en rama e hilado, mazorcas de maíz y cecinas de carne. En el dormitorio acomodábanse siempre las personas todas de una familia, sin distinción de sexos ni edades.

    Grupos de cabañas, más o menos numerosos, separados entre sí por estrechas y tortuosas callejuelas, formaban las ranche-rías (pueblecillos o aldeas).

    Las rancherías donde residían los caciques y uzaques encontrábanse, por lo común, cercadas con fuertes estacadas, para su protección y defensa contra posibles acometidas de tribus forasteras. Millares de indígenas poblaban las rancherías, esparcidas a todo lo ancho y lo largo del territorio.

    Las cabañas en despoblado alzábanse en los más altos picos de las sierras y oteros. Los caminos públicos más transitados eran en su mayor parte sendas para el paso de viandantes, mas no dejaban de llamar la atención de los conquistadores los puentes colgantes de bejucos, tendidos sobre ríos y arroyos turbulentos:

    "El cual les enseñó no lejos dellos una puente tejida de bejucos pendiente de los árboles más altos, invención que ninguno dellos vido en peregrinaciones atrasadas; y anii pasar por ella no quería Del Vasallaje a la Insurrección de los Comuneros

    hombre de cuantos iban en el campo, porque además de ser fábrica frágil, zarzo mal hecho con las mallas largas, sospechaban haber algún engaño, ; ser alguna fraudulenta trampa" (24).

    (24) Castellanos, obra citada, tomo I, canto quinto, páginas 148-149.

    ***

    Los indígenas americanos vivieron en un tiempo desnudos. La pintura y el tatuaje (grabado de dibujos en el cuerpo humano, bajo la epidermis, con instrumentos punzantes y con materias colorantes) fueron las primitivas formas del adorno personal, a un mismo tiempo que la de plumas pegadas a la piel con substancias resinosas.

    "La piel suspendida al cuello fue transformándose poco a poco en túnica, y los cinturones recargados de apéndices, en faldas" (25).

    (25) Vidal de la Blache (P.) y Camena D'Almeida (P.), Curso de Geografía. Barcelona. 1927. Tomo V, página 144.

    Ignórase cuándo y en qué país de América comenzó el uso de ropas, aunque es de suponerse que como elemento de abrigo tuvo su origen en las tierras frías.

    En tanto que muzos, panches y colimas, laches, agataes y sus congéneres andaban in púribus por la tierra yerma, entregados a levantar la caza, los moradores de las altas planicies andinas, a semejanza de sus compatricios los incas y los aztecas, dábanles ejemplo de honestidad y decencia con el uso del traje.

    Entre los chibchas vestía la mujer el chircate o manta cuadrada, ceñida con una faja llamada chumbe o maure, que le cubría los contornos desde la cintura a las rodillas, y sobre los hombros la liquira o manta pequeña, también cuadrada, doblada diagonalmente, que le caía sobre la espalda hasta la cintura y se fijaba por dos de sus extremidades sobre los pechos, que dejaba siempre descubiertos, con un grande alfiler de oro o plata, con cabeza en forma de cascabel, que llamaban topo.

    El hombre llevaba una camisa cerrada, sin cuello ni mangas, en forma de túnica, ajustada desde la garganta a las rodillas, y sobre los hombros la ruana o manta cuadrada, con una abertura recta en el centro, de treinta centímetros, más o menos, que le cabría el cuerpo hasta la cintura, a modo de capote.

    Tales trajes eran de telas fuertes de algodón y blancas por lo común; las gentes distinguidas usábanlas de telas pintadas con tintas negras y coloradas.

    Cubríanse la cabeza con casquetes de pieles, en especial de lobos, nutrias, tigres, leones y osos, ornados con plumas de variados colores, y en la frente medias lunas de oro o plata, con las puntas hacia arriba (26).

    (26) Fernández Piedrahita (Lucas), Historia General de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá. 1881. Página 11.

    En las muñecas y gargantas de los pies llevaban, hombres y mujeres, a modo de brazaletes y ajorcas, sartales de canutos de oro y de piedras coloradas y verdes horadadas, y arillos, también de oro, pendientes de las orejas y de la ternilla de la nariz, que para el efecto solían atravesarse con una pluma:

    "Hallaron demás desto de verdosas

    y coloradas piedras horadadas,

    infinidad de sartas a sus trechos;

    cañutos de oro fino que servían

    en fiestas de coronas o rodetes,

    con que los principales se ceñían

    las sienes, las muñecas y gargantas" (27).

    (27) Castellanos, obra citada, tomo I, canto sexto, páginas 175-176.

    Arrebolábanse el rostro y colorábanse el cuerpo y los brazos con jugos de diferentes plantas (28). "Los varones, observa Piedrahita (29), traen el cabello largo hasta los hombros y partido en forma nazarena, y las mujeres le usan suelto y muy crecido y con tal cuidado en que sea largo y negro, que se valen de las virtudes de algunas yerbas para crecerlo y de lejías fuertes (en que lo meten con la pensión de estar al fuego) para conseguir que se ponga más negro de lo que es.

    (28) Piedrahita, obra citada, página 11.

    (29) Ibídem.

    La afrenta mayor que padecían hombres y mujeres era que les cortasen el cabello, o su cacique les rompiese la manta (chircate) por sus delitos o con el fin de agraviarlos y así era este género de pena el que más temían..."

    Estableció también penas ligeras por algunos delitos más livianos, como romper la manta que se cubren, o tresquilalle todos los cabellos de que se precian y loa traen largos, y así la tienen por afrenta grave; y aun el día de hoy los españoles también suelen usar deste castigo.... (30).

    (30) Castellanos, obra citada, tomo I, canto 1.', páginas 38-39.

    "Son todos estos naturales, continúa Piedrahita (31), así hombres como mujeres, por la mayor parte de hermosos rostros y buena disposición, singularmente en Duitama, Tota y Sogamoso, en jurisdicción de Tunja, y en Guane y Chanchón de la provincia de Vélez, donde las mujeres son hermosísimas y bien agraciadas".

    (31) Obra citada, página 11.

    Entre los guanes "son los indios bien dispuestos, de buenas caras y más blancos que colorados, observa Fr. Pedro Simón (32); vístense de mantas, del mucho y buen algodón que crían. Las mujeres son de muy buen parecer, blancas y bien dispuestas y más amorosas de lo que es menester, en especial para con los españoles.

    (32) Obra citada, tomo II, 5.» noticia, páginas 345-346.

    Atinosas para todo y tan fácil en aprender nuestra lengua castellana, que en dos o tres meses suelen salir tan ladinas y hablarla con tanta propiedad como un hijo de un mercader de Toledo. Esta gente, prosigue, era la más lucida de tocios aquellos valles, de que hicieron demostración con sus bríos, en especial las mujeres que eran de mucha hermosura y aseo en su vestir, gracia y donaire en su hablar".

    Hombres y mujeres, entre chibchas y guanes, andaban siempre descalzos, a excepción de las clases acomodadas entre los chibchas, que usaban el alpargate de suela de fique retorcido, con capellada tejida con algodón hilado.

    Los terrícolas de América, hombres y mujeres, andaban en su mayor parte desnudos, antes del descubrimiento y conquista. Vio Colón en algunos lugares que las mujeres se ponían unas cosas de algodón que apenas les cobijaban la natura (33).

    (33) Ortega Rubio, obra citada, tomo I, página 214.

    Refiere el P. Gumilla (34) que las mujeres del Orinoco avergonzábanse no de andar desnudas, sino de cubrirse las carnes. Entre los caribes, afirma Pí y Margall (35), Sentían las mujeres todas que se les cayeran los pechos, y para evitarlo eran con harta frecuencia madres sin entrañas. De ahí que provocaran, como las de otros tantos pueblos, el aborto y sepultaran recién nacidos a sus propios hijos, sobre todo si eran gemelos. Livianas, querían y buscaban el placer; vanidosas, temían los efectos que produce, y almas sin moralidad, ahogaban los más dulces sentimientos de la naturaleza.

    (34) El Orinoco Ilustrado.

    (35) Pí y Margall (Francisco), Historia General de América. Tomo I, página 697.

    Y acerca de las piezas de oro trabajadas con primor y curiosidad, que usaban las hijas de los caciques de las tribus caribes para adorno de sus personas a la vez que para mantener levantados los pechos, dice D. Gonzalo Fernández de Oviedo (36) que Las mujeres principales a quienes se van ca-yendo las tetas, las levantan con una barra de oro, de palmo y medio de luengo, y bien labrada. Pesan algunas más de doscientos castellanos. Están horadadas en los cabos y por allí atados sendos cordones de algodón. El un cabo va sobre el hombro y el otro debajo del sobaco, donde lo añudan en ambas partes.

    (36) Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano. Cap. X del sumario. (Ortega Rubio, obra citada, tomo I, página 59.

    La propiedad de la tierra pertenecía, entre los chibchas, a la nación, tribu o clan que la poseía; eran los cultivadores meros usufructuarios; nadie podía transferir su dominio por donación o legado, venta o trueque.

    Cada familia en particular poseía el terrazgo que podía cultivar, debidamente acotado, el cual trasmitíase por juro de heredad a sus propios descendientes; empero cuando la familia dejaba de cultivarlo por cierto tiempo o cambiaba de domicilio, perdía por el mismo hecho la posesión, y el superior del clan o de la tribu lo adjudicaba a otra familia quo estuviese en disposición de cultivarlo.

    En su evolución gradual pasó la sociedad chibcha de la vida trashumante de caza a la vida sedentaria agrícola, sin haber conocido la pastoril. Ignoraba, por consiguiente, la industria ganadera (37) y no conocía los beneficios que el ganado vacuno y el

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1