Amos y señores de las llanuras
En los albores del siglo XVIII, los comanches eran cazadores recolectores que vivían en los escarpados desfiladeros de la frontera septentrional del reino español de Nuevo México. En un proceso bastante rápido, se expandieron por el suroeste de los actuales Estados Unidos y crearon un imperio que controlaba una enorme red comercial cuyos límites iban de Canadá a Ciudad de México. Influyeron a sus vecinos, aterrorizaron a los belicosos apaches e impusieron sus reglas de juego a los colonos españoles y angloamericanos.
Lejos de la imagen occidental de indígenas primitivos, los comanches fueron un pueblo poderoso que tuvo en jaque a las potencias europeas que se atrevieron a enfrentarse a ellos. Al menos, así es como los retrata el finlandés Pekka Hämäläinen, profesor de la Universidad de California (Santa Bárbara) y autor de El imperio comanche, un libro que narra la fascinante historia de esta tribu.
Durante un siglo, el transcurrido aproximadamente entre 1750 y 1850, los comanches fueron el pueblo dominante en aquel vasto territorio, donde difundieron su lengua y su cultura. “Sus habilidades, tanto en el terreno político como en el militar y comercial, les facilitaron la tarea de controlar y explotar a los destacamentos coloniales ubicados en Nuevo México, Texas, Luisiana y el norte de México”, explica Hämäläinen.
Una división de los shoshones
Extrajeron recursos y mano de obra de sus vecinos apaches y euroamericanos mediante el robo, el secuestro de personas y los impuestos. De forma vertiginosa, los comanches pasaron a ser los «señores de las llanuras meridionales». Mientras lograban gran influencia política y económica, las colonias españolas y otras tribus agrícolas
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