LA BIBLIA SECRETA DE LOS MAYAS
Anochece en la península de Yucatán y el cielo se va tornando de color anaranjado, violeta y añil hasta que el horizonte se funde en negro y se enreda con el mar sin saber dónde termina uno y empieza el otro. A lo lejos, en el interior de la selva, los animales se agitan, salen de sus escondites y comienzan a entonar su melodía intemporal, el canto de las criaturas de la noche, mientras los caminos que conducen a las aldeas mayas se van despejando de coches y de personas que regresan a sus hogares con el alma a cuestas. Hoy, 27 de agosto de 2020, es un día triste. Poco a poco, la oscuridad ha ido ganándole la partida al sol y el abatimiento ha ido abriéndose paso en el corazón de los descendientes del legendario hombre-dios Zamná, el mítico líder que levantó la ciudad de Chichen Itzá, a poco más de cien kilómetros de aquí.
En la comunidad de X-Pichil, cuna de los más bellos bordados de Quintana Roo, una hamaca de henequén se mece sola, sin su dueño. El anciano que hace tiempo la entretejió con el cariño y la habilidad propia de un maestro artesano, ya nunca más volverá a descansar sobre ella. A lo lejos se escucha el sonido de una flauta hecha con conchas de caracol entonando una canción de despedida, la sinfonía de los héroes que regresan victoriosos al Paraíso de los mayas. Esta misma tarde, don Aniceto May Tun, el último de los abuelitos que tuvieron la sagrada tarea de leer, tocar e interpretar el A´almaj T´aan–el libro sagrado de los mayas cruzoob–, ha entregado el alma a causa de unas fiebres a la edad de 112 años. El águila ha remontado el vuelo y ha partido hacia su verdadero hogar. Aunque el mundo aún no lo sabe, ha perdido a uno de los pocos herederos que quedaban de la cultura macehuale, descendiente directo de los combatientes que participaron en la Guerra de Castas de 1847.
LIBROS A LA HOGUERA
La llegada de los conquistadores españoles a las costas yucatecas, a principios del siglo XVI, trajo consigo el intento de cristianización de gran parte de la población local, lo que resultó ser una tarea bastante más complicada que la ocupación por la fuerza de la península caribeña. Si bien los mayas no tuvieron demasiados inconvenientes en aceptar al nuevo dios blanco y a su madre junto a Kukulcán, Itzamná y Chaac, fueron bastante más reacios a cambiar sus costumbres por las de los extranjeros, sus rituales por los católicos, y sus oraciones por el padrenuestro y el avemaría. La implantación de la nueva fe, al menos durante los primeros años, únicamente sirvió para enriquecer las creencias nativas. Historiadores de la época aseguraban que, cuando los mayas conocieron la pasión y muerte de Jesús, decidieron crucificar primero a sus víctimas y luego arrancarles el corazón para tratar así de contentar tanto a sus dioses como a los traídos de allende los mares.
Deseando acelerar la imposición de la religión romana y extirpar por completo el
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