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El ojo mágico de Mama Uckgllu y el tesoro de Rumiñahui
El ojo mágico de Mama Uckgllu y el tesoro de Rumiñahui
El ojo mágico de Mama Uckgllu y el tesoro de Rumiñahui
Libro electrónico956 páginas16 horas

El ojo mágico de Mama Uckgllu y el tesoro de Rumiñahui

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Muchos han tratado de saber qué paso hace quinientos años cuando los conquistadores españoles decidieron apropiarse de las riquezas, de la capital del Incario. La mayoría de los historiadores señalan al general Rumiñahui como causante de la destrucción de la ciudad, de masacrar a la familia real y a las sagradas Vírgenes del Sol y robar los teso

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento17 mar 2021
ISBN9781640868236
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    El ojo mágico de Mama Uckgllu y el tesoro de Rumiñahui - Marco Polo Torres

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    EL OJO MÁGICO DE MAMA UCKGLLU

    Y EL TESORO DE RUMIÑAHUI

    MARCO POLO TORRES

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable sobre los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Copyright © 2021 Marco Polo Torres

    ISBN Paperback: 978-1-64086-822-9

    ISBN eBook: 978-1-64086-823-6

    INTRODUCCIÓN

    Muchos han tratado de saber qué paso hace quinientos años cuando los conquistadores españoles deciden apropiarse de las riquezas, personas y tierras de Quito, la capital del Incario en tiempo del Rey Atahualpa. La mayoría de historiadores acusan a un indomable guerrero el general Rumiñahui como el destructor de esta capital y como el malvado indiano que arrebató todas las riquezas del Inca y de los nobles y se las llevó a esconderlas en un lugar nunca encontrado. También se le acusa de haber sangrientamente asesinado a las sagradas Vírgenes del Sol y de la Luna y a la familia real y sucesores de Atahualpa para así quedarse como el directo heredero de este imperio. El presente libro toma la versión que las sociedades secretas indianas guardaban celosamente para sus iniciados y por sus páginas nos llevará a un refrescante viaje al pasado para contemplar la epopeya de la huida de la corte real a la jungla amazónica atravesando la fría cordillera y el encuentro después de cientos de años de dos nietos en quinto grado de Rumiñahui y Atahualpa. Esos jóvenes consiguen enlazar a las comunidades indianas armados de una red de rayos luminosos y de renovados códigos de los quipus que los llaman "los Ojos mágicos de Uckgllu. Paralelamente él y su amigo Cafretti, en un encuentro impensado se involucran con los dos herederos de sangre y cultura Indiana en una increíble epopeya con dos sociedades secretas indianas que custodian un cementerio real en la quebrada Zanguña, debajo de la iglesia de los Jesuitas. Intercambian increíbles diálogos religiosos y culturales y se asombran de los ricos secretos de las sociedades secretas y tienen que involucrarse en el traslado del cementerio real a las criptas de la iglesia ante la generosa donación de quintales de oro que brillarán eternamente en los altares de la iglesia como una plegaria y testimonio de una religiosidad insospechadamente rica del pueblo indiano. El traer a la luz estas ancianas historias ciertamente provocará curiosidad, dudas y sorpresas al lector y le llevará a tratar de imaginar, deducir y hasta adivinar, cómo fue la verdadera historia de la conquista y dominio español que nunca podremos conocer ni comprender. Te invitamos a entrar en un sueño histórico y vivir una etapa que quizás difiere mucho de cómo se la narra en los solemnes libros de historia pero no hay duda que los personajes existieron y esos hechos se dieron de diversas maneras. Son historias llenas de paisajes del campo al pie de esos mismos montes y volcanes que hoy los vemos y sus personajes se parecen a esos indianos que caminan en las mismas calles de nuestras ciudades o que se refugian en sus comunidades donde la niebla y el frío son sus eternos compañeros. Podrá gustarte convivir por un tiempo con sueños y fantasmas de lugares perdidos y escuchar rumores de miles de gente indiana que al cabo de 500 y más años siguen esperando su oportunidad de compartir lo suyo con los demás.

    1.

    En los páramos de la cordillera central por encima de Píllaro, en las lagunillas de Mozanbelle, vive Yachac Pastor un anciano, muy querido por los vecinos, quienes periódicamente vienen a sentarse dentro de su choza de paja, alrededor del fogón para escuchar sus historias y le traen algún plato de comida. Irquimichi es su nieto, de 14 años. Yachac Pastor, tiene una gran habilidad para contar las historias que sus abuelos y los padres de sus abuelos le contaron. Siempre empieza sus historias con un estribillo.

    En otros tiempos hace muchos años en estos páramos casi no habitaba la gente pues todos vivían en hermosas tierras de los valles de la orilla izquierda del río Culapachán, cultivando los llanos y las playas regadas por este rio bravo. Nuestra gente vivía entonces en Tigualó, en Patein, en Patsucul, en Yacupamba, en Guagraloma, en Montectuza, en Chacata y claro, en Píllaro. Todo era diferente, cada familia tenía su propia casa, pues cada pareja que se casaba, recibía un terreno asignado por el regidor y allí, toda la comunidad venía a ayudarle a construir su casa. Cada familia tenía un terreno del mismo tamaño que el de los demás".

    Tres veces a la semana trabajábamos en las tierras comunales y los otros días en nuestros terrenos. Así pasábamos los días, cultivando, tejiendo, llevando a pastar al llamingo y sus crías y haciendo las cosas de la familia o descansando con nuestros hijos. Todo eso cambió cuando llegaron los extranjeros, primero venían los soldados en sus caballos y a la fuerza tomaban nuestras tierras y luego como si fuésemos un rebaño de animales, nos repartían entre los nuevos amos que hablaban otra lengua, tenían otros dioses. Nos decían que: Así como fueron vasallos del Inca así son ahora vasallos de Señor Rey de España. Desde entonces todo se fue cuesta abajo, perdidas nuestras tierras nos vimos obligados a vivir acá en estos páramos helados y estériles sin terrenos familiares y solo unos pocos terrenos comunales. Todos los días debíamos trabajar en las que ahora eran sus tierras.

    El anciano dejaba resbalar lágrimas de pena y rencor por sus arrugadas mejillas mientras concluía su historia diciendo: Ya no hay esperanza, desde que taita Atahualpa y Taita Rumiñahui murieron, ya no tenemos quien nos redima ni libere de esta postración y sólo nos queda vivir con esta triste resignación.

    Cada vez contaba nuevas historias de los antiguos tiempos. Alguien decía que a más de conocer el pasado, sabía ver el futuro y por esto tenían gusto de escucharle y con confianza le consultaban sus dudas y preocupaciones.

    Los vecinos de Yachag Pastor, contaban por su parte que él tuvo una mujer muy hermosa y fuerte pero la peste se la llevó. Esa era una enfermedad que vino con los señores españoles pues no existía antes aquí, y que la llamaban sarampión y que fue como una maldición pues de época en época volvía a brotar y matar a los naturales. Con su esposa tuvo tres hijos que también murieron por esa misma peste y sólo le quedó como familia Irquimichi (pastorcito) su querido nieto con quien vivía.

    Irquimichi, era un muchacho fuerte y simpático, no tenía temores y era siempre servicial. Tenía un amigo Guguawualla (niño guerrero) de su misma edad con quien jugaba y también salían a cazar patillos. La vida de la comuna en estos tiempos era muy dura. El páramo no permitía cultivar junto a su casa, y tampoco Yachag tenía fuerzas para trabajar en las tierras comunales por lo que sólo su nieto acudía al trabajo los días obligados, siempre pendiente de su abuelo y sabiéndole anciano no quería dejarlo solo en la casa. La comunidad le ayudaba en el cuidado, recibían según las antiguas leyes de los incas, una porción de los productos de las tierras comunales por ser Yachag anciano y la otra porción para Irquimichi como huérfano. Esta asignación hecha por el alcalde les permitía sobrevivir aunque con bastante austeridad. Más allá de la carne exigua de los patillos que cazaban, también tenían de vez en cuando un poco de carne de venado que los vecinos les regalaban o su amigo Guaguawalla le compartía con cariño. Se rumoraba que este anciano perteneció a una importante familia muy respetada en el pasado pero que luego de la última peste en la que murieron más de los tres cuartos de la población se perdieron muchas de las historias de los antepasados.

    Cansado por los años, Yachag, empezó a sentir más el frío y a fatigarse con cualquier esfuerzo. De pronto le empezó una fuerte tos que le atacaba especialmente en las madrugadas y en las noches. Irquimichi salía a buscar al campo las hierbas medicinales que Yachag mismo le pedía y le explicaba cómo son y dónde encontrarlas. A pesar de estas curaciones no mejoraba sino más bien cada día se le veía más demacrado y débil, se quedaba sentado casi todo el día en un poyo junto a la puerta. Sintiendo Yachag, que las fuerzas se le acababan llamó a Irquimichi para asegurarse que le alcance la vida para transmitirle las historias de sus antepasados y dejar en claro sus legados familiares, para que así el niño enfrente su destino, pues era importante según le decían los ancianos, que todos sepan de dónde vienen y dónde se espera que vayan. La historia que debía contarle era una que le fue entregada a él por su padre también pocos días antes de morir y que según la costumbre debía pasarla a su hijo primogénito. Yachag ya no tenía hijos por lo que era Irquimichi quien debía recibir este legado. Así pues, en una noche fría como de costumbre, alumbrados con el rescoldo del fogón que apenas les permitía ver el brillo de los ojos y el perfil del rostro, le contó lo siguiente.

    Irquimichi, debes saber que Kusi, tu padre fue una persona importante y que estaba destinado a llevar a cabo una misión propia de su raza, pero desafortunadamente no pudo cumplirla por su temprana muerte por lo que el legado debe ser traspasado a ti que eres su hijo y el único descendiente de esta familia. Me has escuchado muchas historias antiguas y en verdad ellas se remontan a cientos de años atrás y corresponden a aquellos tiempos en que la gente era más feliz. Te he contado que nuestro último Rey se llamaba Inca Atahualpa a quien mataron estos extranjeros advenedizos de una manera cruel, injusta y bárbara porque supieron que teníamos oro en nuestros templos y eso para ellos era lo más valioso, tanto que por él eran capaces de matar asesinar, quemar ciudades, asolar campos y despojar a quienquiera que sea, como en efecto lo hicieron, por obtener este metal que para nosotros es el reflejo de nuestro dios Inti.

    A pesar de formar nosotros un gran imperio, por muchas circunstancias que tú conocerás algún día, cayó totalmente este imperio, con sus ejércitos, sus héroes y generales, sus sacerdotes y sabios y por supuesto con nosotros los súbditos los cuales pasamos de ser libres a ser esclavos, de tener todo a no tener nada. Uno de estos generales que fue muy sagaz y se dio cuenta muy tempranamente de la capacidad de mentir y engañar que caracterizaba a estos extranjeros así como de su desmedida ambición por el oro, les hizo frente pero lamentablemente esto sucedió en momentos muy tardíos cuando el grueso del ejército del Imperio estaba diezmado y a pesar del valor de sus hombres fue derrotado. Desde entonces quedamos todos hundidos en una postración centenaria. Este gran general se llamaba Rumiñahui, su madre concretamente, fue una de las hijas más hermosas del Cacique de este lugar. Ella se llamaba Urpi Wairi (paloma veloz). De ella se enamoró el gran Señor Túpac Yupanqui Inca, cuando pasaba camino a su descanso en Patate. Nuestro pueblo se regocijó de que su alteza se haya fijado en esta hija de nuestra tierra.

    Con ella Tupac Yupanqui, tuvo un hijo que fue llamado Rumiñahui y así, por ser también hijo del Inca resultaba ser hermano de padre de Atahualpa a quien su padre entregó el Imperio y fue el último Inca de nuestra historia. Atahualpa era hijo de una princesa de Quito y tenía otro hermano de padre, nacido en Cusco, llamado Huáscar. Este valeroso General Rumiñahui hombre de nuestra tierra, tuvo varios hijos de esposas diferentes. De la primera esposa la bella Sulay (Esperanzadora) nació solo un hijo, llamado Sayami (estoy de pie) que fue mi abuelo. El primogénito de mi abuelo fue mi padre Taita Chuqui (Danzador) y entonces nací yo, Sacha. No conozco de los otros hijos del Padre Rumiñahui. Yo tuve tres hijos y mi primer hijo a quien llamé Wari (indomable) murió aún joven, de ese maldita enfermedad, felizmente logró darte la vida a ti Irquimichi. Si me has seguido con atención te habrás dado cuenta que eres uno de los últimos y legítimos descendientes del valeroso Rumiñahui y por lo tanto tienes sangre real la misma que corrió en las venas de los muy nobles regidores imperiales. Yo vengo a ser el tataranieto de Rumiñahui y tú según algunos eres el chuznieto o quinto nieto del gran señor Rumiñahui. Sabiendo tu origen, es decir de dónde vienes, te toca ahora saber a dónde debes ir o sea tu legado. Tu misión es encontrar al descendiente más directo y legítimo del Gran Inca Atahualpa y su familia. El mensaje que debes tener presente es que ustedes dos tienen una gran deber familiar para su pueblo y su raza. Ese legado que heredamos y nos correspondía hacerlo a cada uno de los descendientes directos de estos señores, no hemos podido cumplirlo aún, debido a esta postración que nos ha aplastado y de la que nunca pudimos sacudirnos. Este legado es como una cadena que no se puede romper, y que debe seguir pasando a los sucesores. Ahora el eslabón ha llegado hasta ti y yo antes de morir te lo entrego. Nuestros augures o ancianos visionarios, han predicho que: una vez que se reconozcan y se junten los quintos nietos de los dos hermanos de padre, la fuerza oculta de su sangre, les dará el poder para reunificar a su pueblo, devolverles su dignidad y señalarles el camino del futuro. Por eso debes encontrarlo a él el descendiente del Rey Atahualpa. No conocemos ni su nombre ni dónde exactamente estará".

    "Tenemos una pista y es que dicen así mismo los augures: No busques en las montañas ni donde vive el Cóndor, busca en los llanos donde crecen las palmeras y son mansos los ríos, donde se refugian los pumas y conviven con las serpientes debes ir al oriente tras de la cordillera a una zona de cuevas cerca de Archidona donde según la tradición, viven familias de ascendencia real y parientes del Inca y una de ellas es la familia de Atahualpa. Esta familia podrá ser localizada si tú te esfuerzas, y para ello debo entregarte algo muy valioso y exclusivo que es la única manera de identificarse y de reconocerse entre los dos herederos, aunque hayan pasado muchos años. Es este talismán".

    El Anciano, rebusca en una bolsa de un tejido antiguo con hermosos coloridos en el que se veía bordado un rostro del sol sobre un fondo negro. Muy emocionado, saca de él un triángulo de cacho o cornamenta de venado, color blanco veteado de plomo, muy pulido y trabajado con muchos y finos detalles. En el frente se ve un agujero hexagonal del que brotan veinte líneas cavadas en el triángulo, como rayos que brotan del hexágono. Irquimich lo mira con mucha curiosidad sin poder distinguir toda la belleza de este relicario. Le da la vuelta y observa que hay en cada esquina del triángulo, un cuadrado excavado en bajorrelieve, es decir tres cuadrados en total pero cada uno de diferente tamaño. Desde un pequeño agujero en la esquina central sale un cordón de cuero de llama. Yachag le pone solemnemente este relicario en el cuello mientras le explica y le instruye.

    La persona a quien debes encontrar tendrá un talismán similar, un triángulo con un agujero hexagonal igual y 30 rayos que salen de él en la parte frontal y solo 20 en la parte de atrás en el reverso. Este triángulo será un poco más pequeño. Para verificar la identidad es necesario tomar los dos talismanes y sobre ponerlos uno, el más pequeño sobre el tuyo por la parte de atrás. Los dos triángulos deben encajar y acoplarse perfectamente pues el de este pariente desconocido tendrá cuadrados en alto relieve que encajarán perfectamente en los bajorrelieves del tuyo. Además el hexágono también deberá coincidir perfectamente pero los rayos del anverso del triángulo de la otra persona deberán coincidir con los 20 rayos tuyos grabados en el frente por eso es más grande. De allí en adelante no puedo decirte que pasará pues allá seguramente habrá algún augur anciano visionario que les ayudará a descifrar los pasos siguientes que los transmitirá a ustedes para que juntos los dos cumplan su misión.

    Yachag, a estas alturas de la historia, ya hablaba con gran dificultad y por su rostro resbalaban gotas de sudor por el esfuerzo que hacía para hablar con precisión, pero igualmente se notaba que adquiría la tranquilidad de quien cumple una importante misión. Irquimichi estaba abrumado de preguntas pero no se atrevió a hacerlas para no agotar las pocas energías que sabía le quedaban al Abuelo. Pronto se le cerraron los ojos y se quedó dormido de agotamiento. Irquimichi quería pedir ayuda a alguien pero ya era la madrugada y todos dormían y fuera soplaba recio un viento helado. Mirando a su abuelo y como queriendo guardar este última imagen del anciano descansando en paz, se quedó como congelado mientras Yachag pasaba al otro mundo.

    Al día siguiente tomando conciencia de todo lo maravillosos y a la vez extraño que sucedió en la madrugada, Irquimichi decide que debe comunicar esta mala noticia de la muerte de su abuelo, primero a su amigo Guaguawalla y luego a los vecinos. Una vez que se riega la noticia, todos acuden con diligencia a mirar a su venerado y gran amigo y darle el último adiós. Se acercan, le toman su mano ya helada y la ponen sobre la cabeza de cada uno. Alguien ha llamado ya al alcalde de la comuna quien viene y luego de contemplar largo rato y pensativamente a su viejo amigo, ordena que caven un agujero a la espalda de la choza, y allí arropado en su poncho, con una pequeña olla de barro con frijoles, mazorcas de maíz y un pequeño zuro lleno de chicha, le colocan en el lodoso suelo de ese páramo y ponen encima del cuerpo, un par de piedras grandes ya que en las épocas de lluvias el cuerpo podría flotar pues el nivel del agua de por sí muy alto en esas planicies suele subir aún más. Luego, cubren el hueco con el resto de tierra y en la cabecera clavan un palo en el que amarran como única señal el casco de la pata de un llamingo. La parca y sencilla ceremonia se cierra con unas palabras que las dice el alcalde honrando su memoria. Irquimichi sabe que debe despedirse y le dice en voz alta.

    Abuelo Yachag. Te has ido. Eras el único familiar que me quedaba. No conocí a nadie más bueno que a ti. No te tocó una vida muy feliz, pero me enseñaste que hay otra vida a la que ya habrás llegado, donde ya no se pasa hambre ni sed ni frio ni calor y desde donde se miran las estrellas. Ya no nos contarás esas historias antiguas ni me enseñarás los trucos para cazar patillos. Pero yo llevo tu recuerdo conmigo y tengo muy clara la misión que me diste. Adiós Abuelo. Gracias a ustedes hermanos de raza, que me han acompañado, yo se que le estimaban a Yachag. Yo debo irme, me dio una misión. Ojalá podamos volver a vernos.

    Todos en silencio se retiran dejando una piedrita junto al palo que sostiene el casco del llamingo. Irquimichi comprende que ya no tiene nada que hacer allí y que debe salir a cumplir su legado. Se siente abrumado y temeroso pero las palabras del abuelo le dan ánimos y fuerzas mientras toca con su mano el talismán que está sobre su pecho. No quiere irse sin tener una última charla con su amigo Guaguawalla, a quien en confidencia le cuenta que tiene que ir a cumplir una misión en el oriente y le confiesa que no sabe aún cómo ir allá. Guaguawalla siempre servicial y muy listo, le guía y le acompaña donde las autoridades y con ayuda de varios vecinos reúnen alguna información. Comprende que debe ir al sur siguiendo la carretera real, la misma que algún día caminó el Inca y que le llevará a una tierra llamada Patate. Le dicen que allí con seguridad habrá personas que le indiquen caminos para atravesar la cordillera. Va por última vez a su casa, toma el bastón de su abuelo, llena la bolsa de tela con las sobras de maíz que le quedaba, toma una mecha y los pedernales con los cuales encendía el fuego. Su amigo le regala una catapulta de resorte y toma el único cuchillo que tenía en la choza y lo mete dentro del rollo de pieles de conejos amarados con un par de chilpes que carga a su espalda. También cuelga de su otro hombro un zuro con agua, se pone su sombrero y acaricia ese raro medallón que lo llevará colgado del cuello haciendo memoria de la increíble historia que le contó su abuelo antes de morir.

    Irquimichi inicia su camino tomando la carretera que baja a Píllaro, y avanza a San Miguelito, pasa de largo Yacupamba, cruza el rio Cusatagua, luego el Quinuales y al mediodía va llegando a Patate. No conoce a nadie allí y sus preguntas caen en el vacío, no parece que haya allí alguien que le informe sobre cómo continuar hacia Archidona. Una anciana a quien encuentra a la salida del pueblo le indica que si sigue al lado izquierdo del Rio Patate, llegará a la población donde hay muchas aguas termales que la llaman Baños. Pasa la noche en esa población bajo un cobertizo junto al camino, un lugar más abrigado y agradable que su páramo. Aún sin saber hacia dónde avanzar sale de la pequeña población y prosigue por el único camino ancho, ve a unos arrieros de ganado que afortunadamente atienden a sus preguntas y le informan que también ellos van hacia el oriente, a la selva. No tienen objeción a que se una al grupo y más tranquilo por saber ya a dónde se dirige sigue con ellos, ayudando en lo que puede logrando así que le acepten mejor y hasta que le compartan sus cucayos (refrigerios de camino). Por una trocha que va junto al río que llaman Pastaza, no muy concurrida y con pendientes muy fuertes y escarpadas Irquimichi sigue adelante acompañado por el bramido constante del río a su derecha en su carrera a tierras bajas. La caravana debe cruzar un rio afluente que en unos cientos de metros se despeñará hacia el Pastaza engrosando su caudal. Le llaman rio blanco por la transparencia de sus aguas que al chocar con las grandes y numerosas piedras de su lecho, produce una blanca espuma en toda su extensión. En este lugar por primera vez el clima le hace sudar y tiene que deshacerse de su poncho al cual lo dobla cuidadosamente y lo cubre con los cueros de conejos haciendo un perfecto paquete que lo vuelve a amarrar para colgarlo a su hombro.

    Le llama la atención una vegetación totalmente desconocida para él, verde, rica y exuberante. Este escenario le agrada mucho y se asombra que haya tantas plantas diferentes juntas y abigarradas llenando todos los espacios del suelo. Viendo su asombro uno de los compañeros de camino le instruye sobre los nombres de algunas plantas más conocidas como los helechos, las orquídeas, moras silvestres y guayabas. En uno de los altos, le brindan unos vegetales blancos troceados que le llaman palmito y que es un cogollo delicioso que se obtiene de la punta de las altas palmeras que crecen por doquier. Lo aderezan con sal y vinagre y aprende a tomarle gusto a este nuevo alimento de la selva. Sigue muy sorprendido ahora por los insectos, encuentra hormigas muy grandes cargando cada una un pedazo de hoja y que caminan en perfecta formación. Se asombra ante los nidos de comején adheridos a los árboles como un gran tumor. El ganado vacuno que llevan le parece que es muy sabio, pues seleccionan de entre esa infinidad las hojas que van a comer luego de olerlas. Con todas estas novedades Irquimichi ha ido olvidando al abuelo y está más contento y tranquilo. Cuando hacen alto a la noche le encargan que haga guardia un par de horas y le dan para eso una honda y un puñado de piedras para ahuyentar a los gatos monteses y otros felinos menores que se atreverían a acercarse por el olor del ganado. Todo esto es nuevo para él y así prefiere pasar sus dos horas de turno junto a una fogata no tanto para calentarse como para estar más seguro contra los animales silvestres pues le han dicho que estos no se acercan por el fuego. Para su buena suerte no sucede nada durante su guardia sino sólo ha escuchado el mugido de las reses y el de sus crías o el relinchar de los caballos. Cuando prosiguen al siguiente día, en medio de selva a ambos lados del camino, de vez en cuando se divisan algunas casuchitas en medio de la selva en espacios talados de árboles. Sus dueños les guían a las acequias cercanas para que tomen agua las reses y caballos y todos llenan sus cantimploras que son los mismos zuros que él tiene. Los moradores de estas sencillas viviendas también les brindan fuego y en él asan algunas de las carnes que llevan y le comparten.

    En esos descansos, sus compañeros admirados de su corta edad y su amable comportamiento aprovechan para preguntarle el motivo de su viaje. Les cuenta que quiere llegar a Archidona pero que no sabe dónde está. Uno de los viajeros que conoce este lugar le dice que está aún muy lejos y que en un día y medio llegarán a una población donde se juntan las caravanas. Le recomienda que mejor espere allí a que alguien vaya con rumbo a Archidona pues en la selva no hay caminos como en las montañas sino solo trochas que cortan la selva y en ellas no conviene aventurarse a caminar solo y menos aún sin conocer la región. Otro de sus compañeros de viaje narra un par de casos en que los viajeros se han perdido por ir solos y en otros casos por quedarse retrasados de alguna caravana. Sólo después, al encontrar sus restos o viendo el revolotear de gallinazos aprovechándose de sus cadáveres han sabido de ellos.

    Llega Irquimichi, al cabo de dos días a un lugar que llaman Pogyotambo que tiene unas cinco casitas junto a un río tranquilo y manso, no como el torrentoso Pastaza. Allí debe despedirse de sus compañeros arrieros pues ellos terminan allí su viaje entregando el ganado. Ellos, le encaminan a la única posada de viajeros donde puede pasar la noche. Esta es una vieja casa desvencijada con un cuarto grande y dos pequeños adosados, el uno sirve de cocina y en el otro guardan las cargas que llevan para que descansen las mulas. Los viajeros se sientan alrededor de una fogata en el centro del cuarto y allí conversan de su día, de sus viajes, y comparten diversas historias. Se brindan algunos tragos de licor y a veces hasta alguna vianda. Nadie en realidad duerme sino que a medida que les vence el sueño se quedan adormilados donde están. Escucho que allí están tres viajeros que llevan un par de mulas con carga para más adentro y que van en dirección a Archidona pero que no llegarán allá sino a otro pueblo llamado Pano. Le conversan que ese pueblo no está lejos de Archidona, y está asentado a la orilla de un río grande, conocido como río Napo. Tomando fuerzas de sí mismo se atreve a acercarse donde ellos y les pide que le permitan ir en su compañía, les cuenta que él quiere llegar a Archidona. Extrañados de este pedido pero al verle que es un joven de quien presumen está solo porque nadie está con él, le interrogan sobre cuál es el motivo de su viaje y cómo es que siendo tan joven viaja sólo. Irquimichi amablemente les comenta que va a en busca de un pariente al que tiene que encontrar, de quien sabe que está por esos lares pero no tiene mucha idea de cómo encontrarlo porque él es de la sierra y nunca ha estado por estas tierras. Los tres viajeros le aceptan como compañero sin garantizarle nada sino que vaya hasta donde ellos van. Esto le parece lo mejor que puede obtener allí y acuciado por el hambre aprovecha el pedazo sano que queda de un viejo tiesto y en éste asa su maíz. La fragancia de este tostado atrae la atención de todos por lo que Irquimchi generosamente comparte el mismo. Los demás a su vez comparten trozos de yuca y fruta que llevan y le confiesan que no han comido este maíz tostado pero que les parece muy sabroso solamente que el grano de maíz que crece en esas zonas es muy pequeño y no lo comen de esa manera.

    Al otro día, el camino es similar, una trocha bastante buena aunque marcada por camellones causados por el caminar de las mulas y ganado y sin más novedad llegan a Pano al anochecer a una posada o tambo muy similar al que estuvo la noche anterior. Ya va acostumbrándose a este tipo de viajes y descansos y aprende a hacer conversación con otros viajeros. Por ellos se informa que de Pano parten varias trochas: una que le llevaría más hacia el oriente hacia Misahualli, y otra hacia el norte que le llevaría a Muyuna que está cerca de Archidona pero al momento nadie sabe que haya viajeros hacia Muyuna. También le cuentan que hay un jívaro nativo de la zona, que hace de guía a los viajeros. Este jívaro es un joven como él, habla quechua, y conoce toda la zona pero cobra por acompañar a los viajeros. Irquimich no tiene nada de dinero pero decide hablar con este joven de todos modos. Cuando lo encuentra le cuenta que anda en busca de un pariente y que quiere llegar a las cuevas alrededor de Archidona pero no tiene con qué pagarle. El nombre cristiano del jívaro es Lorenzo, y éste le dice que ya que no puede pagarle, entonces que trabaje para él, que coincidentemente tiene que llevar unos bultos para Archidona y que aunque con él van dos compañeros necesitaría una persona más que cargue lo que falta por lo que si él quiere puede unirse. Irquimich acepta la oferta sin dudar y así cargando en su espalda un fardo bastante pesado como los demás compañeros inicia la que sería su última etapa en el camino de la selva con Lorenzo. Salen muy temprano pues pretenden llegar el mismo día a Muyuna. En esta zona, la selva es más espesa y la trocha es más angosta por lo que a ratos se escurece el camino debido a la altura de los árboles que cubren toda la luz con sus ramas. Sólo los ojos entrenados del guía Lorenzo saben cuál es el camino y comprende por qué es tan fácil perderse en la selva pues además de esta penumbra, las plantas que crecen muy rápidamente borran las huellas del camino y además ni siquiera se puede ni contar con el sol para orientarse. Hacen tres altos para descansar. La jornada es dura y no está acostumbrado Irquimichi a estos esfuerzos. Suda mucho con el calor, siente la molestia de los mosquitos, y tiene hambre, y sed, ya ha consumido su cucayo y queda a merced de la caridad de sus compañeros. Ellos como todo campesino son generosos y le comparten lo que traen, una chicha pero no de maíz como el está acostumbrado sino una que es hecha de la Yuca. Le brindan un envuelto de pescado que fue cocido en una hoja de plátano y le pareció una delicia. Para finalizar le ofrecieron un plátano muy gordo y de cáscara rosada. Con este almuerzo por el cual agradeció mucho repuso sus fuerzas. Pensando en la continuación de su viaje les hace conversación para averiguar si conocen algo sobre las cuevas alrededor de Archidona. Lorenzo si conoce las cuevas llamadas Jumandy y le confirma que éstas están muy cerca de Archidona.

    Con estos nuevos datos Irquimichi se maravilla de estar acercándose a su destino y se siente realizado y satisfecho de empezar a cumplir la gran misión que Yachag su querido abuelo le había encomendado. El cansancio con esta esperanza se hace mucho más tolerable y cuando llega a Muyana luego de entregar su carga y agradecer a Lorenzo, empieza a buscar información de cómo continuar su viaje hacia Archidona.

    Muyana es un lugar de paso donde hay mucha gente que viene a trabajar para obras de colonización. Irquimichi escucha que la gente habla en quechua unos y otros en Jívaro y también en español. Nota que hay pocos criollos y uno o dos españoles y un par de soldados. Se entera que la mayoría de hombres trabajan haciendo el mantenimiento de las trochas porque existe un peaje en la salida de Muyana hacia Archidona que ayuda a cubrir esos costos. Llega a saber que Archidona es una ciudad pequeña pero que es una ciudad muy antigua en la selva y que ha resistido en pie muchos siglos y que ha albergado a pobladores de muy diverso origen. Oye comentar que han vivido allí grupos andinos e incaicos, jíbaros y yumbos de otras tribus más pequeñas. Acercándose disimuladamente a un grupo de personas que hablaban en quechua, escucha que son nativos de Chimborazo unos y otros de Ambato que han venido a buscar trabajo. Cuando el indiano de Ambato menciona la palabra Hatunñahui Irquimichi se decide a entrometerse en la conversación explicándoles que él es nativo de la tierra de Rumiñahui. Ante esta revelación se quedan callados y se miran entre sí admirados que hable su idioma pero con un acento diferente al quechua suyo.

    Y que haces por aquí le pregunta el más joven.

    Busco a un pariente. Dice Irquimichi.

    ¿Qué pariente? le pregunta otro.

    No sé el nombre, sé que es un hombre adulto, y que debe vivir en Archidona entre las comunidades que se han establecido alrededor de las cuevas de Jumandy. Contestó Irquimich.

    ¿Y si no sabes el nombre ni le conoces, cómo le vas a encontrar? Júa, júa ríen los demás.

    "Yo tengo una identificación muy antigua y especial y él también debe tener una similar, dice Irquimichi.

    Yo he oído hablar de estas comunidades que se encuentran alrededor de Jumandy, dice uno de ellos, el más adulto. Dicen que ellos no son ni jibaros ni yumbos ni orientales sino indianos que vinieron de Quito hace muchos años cuando los españoles hicieron las guerras y les persiguieron por las cordilleras.

    Nosotros no somos de aquí, le dice otro del grupo, Somos del Cañar. Pero conocemos en Archidona a un anciano agorero que es respetado de todos y dicen que él sabe muchas historias. Le llaman Taita Apu. Si preguntas por él seguro que alguien te dirá donde encontrarle y él debe saber todas las historias de esa gente.

    Y alguno de ustedes ¿no va para Archidona? Pregunta Irquimichi.

    No, por ahora tenemos un trabajo por ocho días más, le dice uno de ellos, hay que desmontar la trocha, aquí crece tanto el monte que hace perder el camino y eso es lo que estamos haciendo. Si quieres puedes unirte a nosotros pues necesitan más manos y así al final de estos días estarás en Archidona.

    Y además puedes ganar tu dinerito Le dice otro de ellos.

    Y a todo esto no nos has dicho cómo te llamas. Pregunta el joven que habló primero.

    Sí, perdonen ustedes, me llamo Irquimichi. Yo me llamo, Ramón Salasaca, este es Segundo Pilataxi, y este otro es Juan Pillaju.

    Irquimich, vio el cielo abrirse con esta propuesta de trabajo y con la amistad que le estaban brindando. Se unió a ellos, ganó su dinero que le era muy necesario y llegó a Archidona después de ocho días, cansado pero muy contento. En las noches del viaje, durante el descanso después del trabajo, repasaba todas las peripecias del día y se admiraba de los diferentes mundos por los que había pasado. Su mundo más antiguo fue una tierra fría y pantanosa, y el de ahora era un mundo de calor, lleno de pájaros, de monos, de plantas tan diversas y desconocidas una selva ardiente. Sintió un gran alivio cuando llegó a su destino, la desconocida y misteriosa Archidona. No se la había imaginado así. Contempló la ciudad y dio un respiro de alivio, luego se despidió y agradeció a sus compañeros y enseguida se dirigió a una plaza donde había puestos de venta, como si se tratase de una feria. Buscó a alguna persona que le pareciera indiana y directamente en quechua le preguntó si conocía al anciano Taita Apu. Al preguntarles algunos no le entendían y le miraban con extrañeza, se equivocó de personas varias veces, pero finalmente encontró una persona que entendió su pregunta y aunque no le contesto de inmediato, le quedó mirando de pies a cabeza y después le dijo sígueme. Irquimichi iba algo asustado pues este extraño no tenía cara de buenos amigos pero después de todas las aventuras que pasó en su viaje se sentía preparado para todo lo que viniese. Y resultó que no fue una mala persona como temía. El extraño se detuvo en un recodo del camino y mirando que no haya nadie más alrededor, le preguntó quién era y para qué le buscaba al Taita Apu. Irquimichi le dijo en forma resumida básicamente lo mismo que había dicho a sus compañeros de viaje. Esto pareció satisfacer al extraño pues de inmediato le guio hacia una trocha particular que separándose de la trocha más transitada se internaba en la selva. En esta trocha caminó por cerca de media hora y cuando empezaba a temer que le estuviera llevando a una emboscada, finalmente divisó un conjunto de cinco a siete chozas muy parecidas a las de su tierra. Estaban arregladas en torno a un cuadrado a modo de plaza. Sin que Irquimichi le preguntase, el guía le mencionó que ese lugar se llamaba Yacupamba y eso le tranquilizó aún más. Avanzaron hasta una choza en el lado derecho de la plaza y que estaba en la esquina. Su guía, se detuvo y tocó a la puerta. En breve salió una muchacha de unos 20 años a preguntar por quien buscaban y el guía le dijo que querían ver a Hatunñahui. Esperaron hasta que salió un anciano que debía tener muchos años pero que se paraba muy erguido, con su cara muy arrugada, el pelo largo y tenía un talante muy firme. Los miró especialmente a Irquimichi, saludo cortésmente y les indicó un poyo de tierra apisonada junto a la puerta para sentarse. El guía se acercó al oído del anciano y le susurró algo que no escuchó Irquimichi pero que se dio cuenta de que se trataba de él porque los dos giraron la cabeza para mirarle. El anciano movió la cabeza en señal de aceptación y el guía, haciéndole una reverencia se alejó sin decir nada a Irquimichi.

    Señor Hatunñahui, empezó diciendo Irquimichi. Me da mucha alegría y me honra que se haya dignado recibirme. Mi nombre es Irquimichi, y vengo de muy lejos para cumplir una promesa que hice a mi abuelo moribundo referente a una misión que debo cumplir en honor a mi familia. Vengo de las tierras altas de Rumihuaico alrededor de Píllaro. Mi abuelo me ha dicho que mi familia es descendiente del gran guerrero Pillarense, señor Rumiñahui. Los compañeros de mi viaje cuando conocieron mi historia mencionaron su nombre diciendo que usted es en toda esta tierra, la persona que más conoce de las historias antiguas y de las personas que viven en este lugar, especialmente de los pobladores quechuas

    Dices que eres de la tierra de gran señor Rumiñahui. Exclamó admirado el anciano. ¡Ah! Qué extraño. Anoche vi en un sueño que había una gran guerra tan cruel que todos murieron y sólo quedó un niño oculto tras unas chilcas, arropado en un poncho y que lloraba sin parar. Dime algo más de ti o de tu familia.

    Mi padre murió con la peste del Sarampión y así mismo mis tíos y mi madre. Respondió Irquimichi.

    ¿Cómo se llamaba tu madre y tu padre? Le volvió a inquirir el anciano.

    Yo no les conocí, pero me dijo mi abuelo Sacha que mi madre se llamó Sulay y mi padre Wari. Respondió Irquimichi

    ¿Qué es lo que te dijo tu abuelo sobre tu destino? Cada vez más interesado el anciano continuó preguntando.

    Me dijo, respondió Irquimichi, que debo encontrar a un pariente, hijo del gran inca Atahualpa que según le transmitieron los ancianos, vivía cera de una cuevas de una ciudad oriental llamada Archidona. Yo debo encontrarlo pues cuando nos encontremos los dos haremos una sola fuerza para cumplir nuestro destino y hacer lo que nuestros ancestros esperaban de sus descendientes.

    El anciano quería saber todo y siguió acosando a preguntas a Irquimichi que no sabía qué pensar pero siguió contestando:

    ¿Te dijo tu abuelo cómo se llama el descendiente del Inca Atahualpa? Le dice el anciano.

    No, No lo sabía, dice Irquimichi, pero me dio mi abuelo un talismán que llevo conmigo y sé que la persona a quien busco debe tener uno igual que debemos comparar y empatar. Mi talismán fue hecho por el mismo Rumiñahui y ha venido pasándose de uno a otro primogénito de sus descendientes.

    Mientras Irquimichi hablaba el anciano parecía soñar, estaba concentrado y a la vez miraba extasiado con gran curiosidad al recién llegado y cuando mencionó el nombre de Rumiñahui sus ojos se abrieron, lo cual fue anotado por Irquimich haciéndole pensar que estaba por el buen camino, que el anciano sabía en verdad muchas cosas antiguas y que él sería la persona que finalmente le ayudaría a encontrar a quien buscaba. Hatunñahui habiendo quedado satisfecho con las respuestas, le dio un abrazo y le dijo:

    "Me haces feliz al conocerte, sangre de nuestros antepasados, retoño que nos traes esperanza. Nuestros manes te han ayudado a llegar acá y yo se que podré ayudarte, para eso he esperado toda mi vida, me habían dicho que sería yo el guía de nuestra renovación. De aquí debemos ir pronto a Cotundo. ¡Prepárate!

    2.

    Cotundo el pequeño poblado cerca de Archidona, no estaba lejos, posiblemente como a siete kilómetros de distancia, por lo que llegaron al medio día. Junto a esta población se extendía una gran planicie que terminaba al pie de una elevación más bien rara en esos lugares de unos doscientos metros de altura y que corría hacia el sur. La explanada donde su ubicaba la ciudadela era notable por cuanto parecía una calvicie de la selva, era un gran espacio, sin árboles grandes ni maleza nada típica de esa zona. Las cuevas estaban en la elevación que se extendía hacia el sur por varios kilómetros. Esa explanada era conocida por las tribus circundantes como la tierra de los Wairas y las cuevas como la morada de los Wilkas. Sus habitantes eran muy diferentes a los demás pobladores del oriente y se decía que no eran ni jibaros ni záparos ni yumbos ni houaranis sino quechuas con costumbre propias, ropa diferente, lengua quechua, construían sus viviendas con bahareque o incluso algunas con adobes de barro sin cocer. Se sabía que vinieron de pronto, como el viento por eso se llamaban Wuairas que quiere decir viento en quechua y estaban establecidos en ese lugar por años incontables. En esta explanada sin embargo no todos sus habitantes eran iguales, había tres comunidades que convivían pacíficamente y que cultivaban productos de ambos lados, es decir, de los altiplanos y de las estribaciones cálidas del oriente. Se mantenían cuidando sus tierras con esmero. La zona había sido liberada de maleza de la selva y cultivada con mucho cuidado usando sistemas de regadíos aprendidos de sus padres aunque en la mayor parte del tiempo las lluvias propias de la zona no lo hacían necesario. El lugar era acogedor y diferente, desde allí hacia el norte en las tardes despejadas se miraba el volcán Zumaco, hacia el sur otro volcán, el Sangay hacia el oeste después de lomas escalonadas y cada vez más altas medio escondido estaba un monte que parecía traerles muchos recuerdos y al que le nombraban, Quilotoa. En días despejados alcanzaban a ver las nieves eternas del gran Antizana. Esta planicie muy hermosa se limitaba en su costado izquierdo con la elevación que abruptamente se empinaba hacia el cielo. Cultivaban un maíz muy especial que según su tradición fue traído hace muchos tiempo del Cusco de las huertas del Inca, que producía un grano grande y sabroso. Las tres parcialidades se acomodaban en franjas separadas por un sendero de tierra y una acequia a la derecha. Las viviendas se mantenían en cada franja, juntas alrededor de una plaza y sus tierras de cultivo estaban unas delante y otras detrás de este conjunto de habitaciones. Una de estas parcialidades parecía ser la más importante por su tamaño y su población seguramente era mayor. Hasta allá habían llegado bajo la guía de Hatunñahui.

    El grupo cruza esta plaza y se detiene ante una casa no muy diferente de las demás y que pertenece al alcalde local o cacique quien estaba sentado en uno de los típicos poyos que casi todas las casas tenían junto a la puerta donde se sentaban para tomar el fresco de la tarde y se reunían a conversar. Al ver que entre los visitantes está el anciano Hatunñahui el alcalde se pone de pie y se saca el sombrero para saludarle. Los dos hombres se saludan con un abrazo. Hatunñahui se regresa hacia Irquimichi y le dice:

    El es el alcalde y se llama Taita Apu

    Irquimichi se inclina y le saluda con respeto diciendo

    Soy Irquimichi de las tierras altas de Píllaro.

    Taita Apu es también un anciano fuerte y amable. En el silencio que se ha producido, Taita Apu observa al visitante con sencilla curiosidad notando su vestimenta, su juventud y como analizando sus rasgos. Toma la palabra Hatunñahui para explicar a qué han venido.

    Mi venerable alcalde, traigo a este joven que ha venido viajando desde las altas montañas de Píllaro y que me ha contado una curiosa historia que conviene que usted la conozca y la escuche. Yo según me ha dicho el joven Irquimichi, creo que le pediría amigo alcalde que mande llamar al jefe de la familia Sachacunduri para que ellos también escuchen la historia que me refirió este visitante. El alcalde luego de pensar les dice creo que sería mejor que vayamos a la casa de esta familia" y se encaminan a otra casa cercana. Los Sachacunduri, son una familia pequeña que consta del anciano, que es el abuelo, de su hija Puca Huma, y de un joven, Huallapachuri, alto y fornido nieto del anciano.

    Taita Rucu Sachacunduri, dice Hatunñahui, he venido ante usted impresionado por la historia que me contó este joven que dice llamarse Irquimichi. El llegó a mi casa y dice que tiene una misión, porque es heredero de la línea del Gran señor Rumiñahui y según él debe encontrar en estas tierras al heredero de nuestro gran Inca Atahualpa para con él cumplir su destino.

    La introducción ha causado admiración especialmente a Rucu Sachacunduri quien con el ceño fruncido se regresa a mirar al joven y lo escudriña. El alcalde también mira a todos, primero a Irquimichi, luego a Hatunñahui y finalmente a Rucu Sachacunduri pero no dice nada. Por otro lado Puca Huma y el joven Huallapachuri, parecen no comprender la situación y se quedan a un lado. Hatunñahui prosigue hablando:

    Busca al heredero de Atahualpa. ¿Tiene ustedes alguna idea de quien se trata?

    Rucu Sachacunduri deja de mirar a Irquimichi y se dirige al alcalde y le dice. Todos por favor salgan de mi casa, necesito hablar con el alcalde Taita Apu y Hatunñahui a solas. Todos salen incluyendo la señora Puca Huma y el joven.

    De qué se trata pregunta Taita Apu a Sachacunduri.

    ¿Es que acaso no se dan cuenta que la familia Sachacunduri es la familia última que sobrevive al Gran Inca Atahualpa?" dice enfáticamente Sachacunduri.

    ¡Oh! exclama Taita Apu.

    Empiezo a comprender mejor. Me parece entonces que estamos en un momento especial y por el cual hemos esperado muchos años dice Hatunñahui.

    Y ¿cómo sabe usted Hatunñahui que este muchacho es heredero de la línea familiar de Rumiñahui? Pregunta Sachacunduri quien se ha dado cuenta de lo que estaba a punto de suceder.

    El me ha enseñado un talismán de cacho de venado que lleva al cuello Dice Hatunñahui. Y busca a la otra persona quien debe tener un talismán gemelo.

    ¿Cómo dices? Exclama Sachacunduri conmovido y prosigue balbuceando.

    Es que…Yo, yo mismo se le he puesto al cuello a mi nieto Huallapachury un talismán de cacho de venado que me dio mi padre.

    ¡Ese es! exclama Hatunñahui.

    Es un talismán muy antiguo. Dice Sachacunduri

    Esto es muy serio, debemos estar seguros que todo es verdadero dice Taita Apu. Si esto es así, ellos son los herederos esperados, pero ¿no podrá ser un impostor?

    Rucu Sachacunduri se queda pensativo y luego decide hablar. Amigos y respetables líderes y guías de estos pueblos. Permítanme unas observaciones. Este joven Irquimichi ha llegado sin aviso, este joven totalmente extraño, pretende ser el descendiente del gran Jefe Rumiñahui. Yo siempre he sabido que mi línea de sangre se remonta muy atrás a familia real y hemos conservado ese talismán. Pero no he sido capaz de trazar mis ancestros hasta el gran Inca.

    Taita Apu interviene: El anciano Hatunñahui podrá confirmar que lo que se ha sabido es que nuestros padres y los padres de nuestros padres hablaban de un encuentro entre dos herederos famosos, así que de eso no debemos dudar. Nos falta averiguar si ellos son los elegidos.

    Es cierto dice Hatunñahui "Nuestros ancianos nos han recitado en nuestras fiestas la profecía y yo la he aprendido de memoria. Llegará el gran día cuando nuevamente los herederos de Atahualpa y Rumiñahui unirán sus fuerzas y sus mentes para dar a los habitantes del Imperio Inca una nueva oportunidad de revivir nuestra cultura y costumbres. ¿Hemos llegado a esos días?"

    Taita Apu sabe que debe hablar y dice: Este joven llamado Irquimichi trae un talismán de identificación que debe ser certificado por la coincidencia entre el otro talismán: Tenemos dos talismanes del mismo material y forma, el de este joven y el que nos menciona Sachacunduri que lo dio a Huallapachury.

    Claro, tiene razón, debemos compararlos dicen los otros.

    Si, de acuerdo pero debo decirles, continúa Taita Apu, que siendo esta situación tan importante y que podría ser el día que tanto hemos esperado, pienso, que no deberíamos proseguir sin la guía, la sabiduría y los poderes de alguien sabio y que tenga autoridad espiritual. Pienso que tenemos alguien así, nuestro amigo augur y visionario Jívaro Tucushungui, quien siempre ha sido muy acertado en sus consejos y a quien hemos acudido muchas veces para que nos ayude en asuntos muy importantes. El tiene muchos rituales para invocar a los espíritus para que ellos nos conduzcan a la verdad. ¿Les parece que le llamemos? ¿Estarían de acuerdo?

    Hatunñahui y Sachacunduri aceptan este consejo de Taita Apu. Entonces él como alcalde decide que hay que hacer la gran reunión en la choza comunal que es más fresca, más amplia donde, hay además un fogón que les abrigará y muchas cómodas hamacas. Al mismo tiempo despacha un mensajero para que busque al visionario jívaro. El anciano Hatunñahui sale a explicarles a los jóvenes y a la familia lo que ha pasado y lo que los compañeros y él decidieron hacer. Así todos, Irquimichy, Huallapachury, Rucu Sachacunduri, Hatunñahui Taita Apu y la madre de Huallapachury se dirigen a la gran choza para acomodarse mientras llegan el amigo Jívaro y los otros dos alcaldes.

    Después de una hora más o menos llega el mensajero acompañando de Tucushungui y lo anuncia ante todos. Este augur jívaro definitivamente no se parece a ellos ni viste como ellos. Tiene el torso desnudo y pintado con líneas de varios colores que se cruzan. Se ponen de pie para recibirlo. El saluda a cada uno con una reverencia y les explica lo siguiente.

    Taita Apu me había narrado hace muchas lunas una profecía muy esperada sobre un renacer de su raza y como parece que algo de esto ha sucedido me he apresurado en venir donde ustedes, ya que según lo que el mensaje me decía, ha llegado ese gran día de iniciar esta nueva etapa. Debo decirles que pueden confiar en mí, yo he aprendido de mis padres la manera de descubrir lo que esté oculto o confuso con ayuda de los espíritus y para ello voy a utilizar un antiguo rito muy especial que se llama El Rito del Jaguar de Ojos Negros, un secreto pero poderoso ritual que permite ver el pasado sin límites y dar una mirada breve al futuro. Esperemos que los espíritus nos sean favorables.

    Los asistentes reciben con mucho respeto las palabras de Tucushungui. Se han sentado en las hamacas alrededor del fuego y muestran serenidad y confianza en Tucushungui este agorero y mago jívaro. Para iniciar su rito, Tucushungui se dirige al fuego que está prendido y coloca dos ollas de barro y dentro de ellas vierte unos brebajes que ha traído en sendos zuros abultados como una pelota. Les explica que es preciso que todos entren a este mundo espiritual y por eso les pide que permanezcan en sus hamacas. A Irquimichi y Huallapachury les hace acomodarse en hamacas adjuntas a la suya. Tucushungui estará sentado en un taburete bajo y acolchado más cerca del fogón.

    La actividad de Tucushungui es pausada y misteriosa. Todos están atentos a sus palabras y sus movimientos. Se dirige al fogón donde está ya hirviendo la infusión en la olla mayor junto a una olla más pequeña también con una bebida oscura y más espesa. Saca de la olla grande la bebida con una especie de cucharón hecho de un suro en forma de pera que ha sido cortado en la mitad y a lo largo y lo vierte en los dos pilches que dio a cada joven. Pone en cada uno, dos porciones iguales de ese líquido semi oscuro que deja salir un denso vapor con un ligero olor azufrado. Les pide que sostengan en sus manos y aún no beban de él. Majestuosamente se coloca una corona de plumas de su tribu. De su morral colgado en su hombro y que cruza a la cadera izquierda, saca un pequeño envase con una tintura violeta que deja gotear en su dedo gordo, y con ella unta la frente a Irquimichi y Huallapachury. Se ha sentado con sus piernas cruzadas y tomando nuevamente del morral un cuenco tapado con unas hojas verdes, extrae de él ceniza gris y cuidadosamente se cubre toda la cara dejando solo los ojos y la boca libre de modo que sólo se quedan visibles los óvalos de sus párpados y la línea de sus labios. Parece que está listo para interactuar con sus dos actores Irquimichi y a Huallapachury a quienes les pide que se saquen sus talismanes de cuerno de ciervo y que lo dejen caer en su pilche y que lo pongan en el suelo.

    El augur jívaro, se levanta a continuación y tomando unas ramas que había traído con hojas aún frescas hace un barrido por todo el cuerpo de cada joven, de pies a cabeza. Finalizada esta limpia, quiebra las ramas y la hecha al fuego con lo que produce un humo blanco y pesado difícil de respirar. Cuando este humo se disipa les pide que ahora sí beban de sus pilches. Los jóvenes toman el brebaje y les pide que le retornen los pilches donde aún reposan en el fondo los talismanes. Su siguiente orden es para que se recuesten cómodamente en su respectiva hamaca y que se dejen llevar del sopor que les causará el brebaje. Efectivamente en un par de minutos ya duermen pacíficamente mas enseguida la piel de ellos empieza a brillar por el abundante sudor que les está provocando esa bebida. A continuación toma los talismanes de cacho y los examina con detalle, luego les huele y finalmente los cuelga a cada lado de la puerta. Los jóvenes siguen durmiendo y Tucushungui toma y reparte un pilche vacío a cada asistente y luego los llena con la bebida de la olla más pequeña. Tucushungui también toma su pilche y lo llena y les invita a que todos beban al unísono y les dice:

    Hermanos de la tierra, vamos a viajar juntos por el tiempo y el espacio y hasta encontrar a los espíritus para hablar con ellos y escuchar lo que quieren decirnos. También van a dormir y les pido que no se asusten aunque vean imágenes extrañas en su sueño, y si se despiertan antes que todos los demás, sigan recostados en su hamaca hasta que todos estemos despiertos. Salud hermanos y buen viaje.

    Poco a poco el sopor se apoderaba de cada uno de los presentes y todos quedaron dormidos en sus hamacas por espacio de aproximadamente dos horas. Los jóvenes Irquimichi y Huallapachury, dejaron de transpirar pero se les escuchaba jadear como cansados después de una gran carrera. Los demás asistentes dormían pacíficamente menos el visionario Tucushungui, quien se movía agitadamente como participando en una fuerte pelea y se encogía como defendiéndose y luego se estiraba como atacando al algo o alguien que veía en su mente. El fuego fue consumiéndose hasta quedar solo en rescoldos con muchos tizones encendidos. Afuera, la luz de la tarde aún iluminaba los campos y el sol daba lateralmente. Tucushungui había traído dos compañeros jibaros con apariencia de guerreros completamente engalanados con pintura en sus cuerpos, coronas más sencillas y menos vistosas que las de su visionario pero con lanzas de chonta negra y vigilaban la choza donde se desarrollaba el ritual.

    A poco de transcurridas las dos horas empezaron a despertarse. Primero se despertó Tucushungui, luego Rucu Sachacunduri, Después el anciano Hatunñahui y al mismo tiempo Taita Apu y la señora mamá de Huallapachuri. El augur Jívaro sacó de su morralito un cuenco con hojas frescas y repartió a cada uno un puñado de hierbas con forma de corazón, muy verde y suave y les pidió que las mastiquen hasta que salga el sumo de estas hojas y luego las escupan. Poco a poco se sintieron muy despabilados y energizados.

    Tucushungui volvió a pedirles tranquilidad y silencio y que no comenten lo que hayan visto o sentido en su sueño hasta que él los pida. Los jóvenes seguían dormidos. Siguiendo su ritual, se dirige a la puerta y tomando los talismanes triangulares los hace encajar siguiendo su propia intuición y logra un perfecto acople de los dos talismanes. Satisfecho con este proceso toma su lanza que había dejado reposando detrás del fogón y con ella abre un agujero en el techo de paja sobre la puerta y éste instantáneamente, deja

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