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MITOS Y REALIDADES HISTóRICAS DE LA CONQUISTA
MITOS Y REALIDADES HISTóRICAS DE LA CONQUISTA
MITOS Y REALIDADES HISTóRICAS DE LA CONQUISTA
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MITOS Y REALIDADES HISTóRICAS DE LA CONQUISTA

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Este triste libro contiene en sus páginas un manifiesto del sombrío infierno genuino que experimentaron los residentes indígenas del este de Europa y de África, volcado por los desenfrenos de los ciudadanos europeos, en su afán de reconocimiento y riquezas. El lenguaje para comunicar esta obra, al servicio de las oscuridades siniestras de los europeos hacia los habitantes de las tierras del mar Caribe, y de lo que ahora se conoce como América, transmiten una vaga impresión de las realidades de los hechos. No busca, ni es su propósito, el excusar, aprobar o pasar por alto las realidades cuyas vidas de millones de seres humanos, de aquí y de allá: América, como la nombrara Colón, y de África, cuyos habitantes sintieron el mismo averno desconocido, y que solo los demonios y sus compañeros espirituales en osada perfidia flamígeras, podían soportar. Esta obra al servicio de las tinieblas que los europeos llevaron a cabo, representa la forma de las regiones bajas, de esa realidad establecida desde los lugares más inferiores inimaginables de potestades del mal, a la vida de nosotros como humanos. Es como si los europeos hubiesen dicho: haremos visible un espíritu del mal y lo fusionaremos como hombres europeos. Porque no es posible hallar una forma de pensamiento que nos dé el puntillazo para comprender tales acciones como las realizadas por el mismo Beliel con cuyo principado sostiene la soberanía del mismo erebo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2023
ISBN9781662495779
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    El enfoque del autor se ambienta en las originales tierras al este de Europa o las aguas del Caribe; que en su estado primitivo vivían por sendas de bienes, y como rayo mortífero, los europeos en veloz rugido, estropearon vidas dignas cuyo exterminio aún ruboriza las conciencias. La historia de América debió ser otra, pero tristemente esa fue la herencia que nos dejaron los Europeos: la vergüenza de sus atrocidades.

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MITOS Y REALIDADES HISTóRICAS DE LA CONQUISTA - Juan Manuel Silvestre

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MITOS Y REALIDADES HISToRICAS DE LA CONQUISTA

Juan Manuel Silvestre

Derechos de autor © 2023 Juan Manuel Silvestre

Todos los derechos reservados

Primera Edición

PAGE PUBLISHING

Conneaut Lake, PA

Primera publicación original de Page Publishing 2023

ISBN 978-1-6624-9570-0 (Versión Impresa)

ISBN 978-1-6624-9577-9 (Versión electrónica)

Libro impreso en Los Estados Unidos de América

Table of Contents

Introducción

Nuestros aborígenes y sus vivencias

Descendientes

Testigos de las barbaries

Una voz declama el antifaz de la crueldad

El Príncipe Rey de Haití

Desaparición de todo vestigio aborigen

La muerte de un infame

El papel de Francia en la Conquista

Los africanos y su gesta heroica

Beneficios y perjuicios obtenidos por los esclavos africanos por su liberación

El proceder de los líderes africanos luego de obtener su liberación y de acoger la patria de Haití

La fugaz independencia de República Dominicana en 1821

Nuevos líderes patrios dominicanos en 1844

La incapacidad de los siguientes gobernantes haitianos

La emigración haitiana hacia el este de la isla y la participación directa de las autoridades 

dominicanas en propiciarlas

Los gobernantes dominicanos toman el mismo manual de texto de los haitianos como tiranos

Quienes eran los ajusticiadores

Un hombre para transitar mil vías siniestras

Haití puede alcanzar su estabilidad democrática, social y económica

Programa o modelo de gobierno a implementar en Haití para su democracia

Bibliografía

Sobre el Autor

Esta humilde obra es dedicada a mi nieta Ismerly Silvestre y a mi esposa Mayi Arias. A mi nieta, porque su nacimiento trajo para mí la añoranza de mis recuerdos de niño, y en su primer otoño el 19 de abril de 2022, me colmó de una gran ilusión, con la esperanza viva de que sus años por esta vida sean de bendición para sus semejantes; y a mi esposa, porque ella por 17 años ha estado a mi lado, como ofrecimiento idóneo; aunque unido a nosotros han convivido inseparablemente desacuerdos y contrariedades, que por razones lógicas son propias de las uniones maritales; pero estas barreras inoportunas, no han corrompido nuestra unión de amor para querer distanciarnos; como premura de la sabiduría divina para conformar de dos seres diferentes una sola carne; en unidad, cooperación, tolerancia, servicio y entrega, cuyos frutos se han conjugado en nuestro matrimonio.

Razón de escribir esta obra: una de las razones de escribir esta obra, se debió principalmente para dar a conocer la infamia de los imperios del pasado de imponer a su antojo su dominio sobre otros pueblos y naciones. La penosa situación de los aborígenes del Caribe sometidos a toda suerte de crueldad y exterminio y luego la influencia europea sobre el continente africano, nos dan un golpe perturbador en la frente. Como fue el primero de los casos, y es precisamente el asunto a tratar en esta obra; cuyo tema analizará los hechos históricos de la Isla de Quisqueya o Isla de Haití, nombres como los criollos aborígenes la conocían y a la llegada de Cristóbal Colón, en el año 1492 fue renombrada por este, como La Española. En esta tierra de abundante verdor en sus cuatro estaciones, se inició la horrible casería de humanos; de aborígenes criollos primero y, luego, de africanos. Sus protagonistas se ensañaron guiados por la irracionalidad de la perversión y la maldad, para aniquilar y hacer de la vida de los primeros, una despreciable; y de los segundos, las miserias más perturbadoras jamás experimentada. Los europeos son esa raza de cuyas obras siniestras realizaron como testimonio de la realidad testimonial; cuyos actos no se pueden negar, ocultar o excusar; con sus acciones de acritud y alevosía, exterminaron todo vestigio de la raza aborigen o taína comprendida en el Caribe, cuyos mares e islas contienen su mismo nombre y definen sus regiones y lenguas.

Las crueldades a las que fueron sometidos los criollos aborígenes de la Isla de Quisqueya, pueden consternar el espíritu y ofuscar la razón del conocimiento ante tantas malignidades, recaídas sobre gentes de vivencias loables, dueños de un espíritu reposado, cuyo contraste con los conquistadores, quienes atesoraban un espíritu enfebrecido, como prueba de su vergüenza testimonial, como hombres al servicio del mal. Quienes lean esta historia oprobiosa impuesta por placer a la vida de aborígenes y africanos, a quienes ofrecieron tratos y prácticas crueles jamás soñadas, conocerán la vida mustia a la que fueron sometidos los aborígenes de Quisqueya. Para luego cebarse de intolerables imágenes oscuras del mal, en contra del continente africano, y después con la Conquista deshonrosa de toda Latinoamérica. Francia y España, Reino Unidos y Portugal, y por qué no, incluir a Dinamarca y Holanda, como responsables de primera línea, de ocurrírseles la perversa idea, avivados por la codicia, el placer y la crueldad, de dividir la Isla de Quisqueya, el Haití de los caciques regionales, en dos latitudes plenamente opuestas. Idiomas, culturas, costumbres, ideas, vivencias, modo de vida, y otras formas de experiencias introducidas para separar a la bella Boneque o Haití. Para lograr la segmentación de la Isla de Quisqueya en dos partes, los europeos utilizaron los instrumentos y estrategias de fiereza, que solo un ser, privado de la iluminación del sentido común, puede hospedar en su mente tales malignidades, para ocasionar a otras penurias tan lóbregas que rompen el colmo de la impiedad, por los agravios irrevelables que ocasionaron a toda América. Sí, existen responsables de tales calamidades originadas a estas tristes personas, y tienen nombres y apellidos: los europeos. ¿Quién o quiénes se harán responsables de tan enormes conductas reprochables? Esa resulta ser la interrogante idónea que plantea esta obra.

Introducción

Los países de Francia, España, Holanda, Dinamarca, Portugal, Reino Unidos, entre otros pueblos europeos fueron protagonistas de la burda imagen oscura cuyo recipiente fueron los países de la región del Caribe, al sur, norte y centro (hoy América), representados por toda Canadá, Estados Unidos y México al norte; como los países de Suramérica desde Belice hasta la tierra del fuego de Argentina y Chile; con las Antillas Mayores y Menores del Caribe. El estudio a enfocar se circunscribe solo a la Isla Bohío o Quisqueya, Haití o Boneque: eran los nombres que los aborígenes empleaban para referirse a la isla: hoy conocida como República Dominicana en el este de la Isla y; Haití, al oeste; pero, a la llegada de Colón en su primera expedición a su arribo a la isla, la bautizó como: La Española.

Mitos y realidades históricas de la Conquista, este puede resultar un buen título para una obra teatral. Se trata de una historia verídica, dista años de amarguras, traición y la muerte de los desvalidos, vía para poder saciar la nefanda ambición del poderoso; que aniquila y sujeta desmedidamente el cuello, hasta cortar el aire de la vida y dejar sonámbulo y sin rumbo a quien de paso, no cuenta con respaldo en ningún escenario posible; pero debe obtenerse la respuesta, el incentivo del oro, cuyo fin persiguen sus protagonistas: no la vida, ni el bienestar de las personas de esta raza inferior, diferente, lejana y desposeída, que no conocen el lenguaje de Antonio de Cervantes o quien fuera su continuador: Antonio de Nebrija; así concluyen su expresión de mofa los nacionales europeos. Sus actos viles no cuentan con palabras audibles: que, como murmullo, personaje de la serie televisiva de Dick Tracy, cuya comunicación era ininteligible, dificultando descifrar el propósito de la intención verdadera; así de igual modo, estos horrendos hechos en América no guardan semejanza con la sabiduría del espíritu, porque la barbarie desvirtúa al ser humano de lo humano, para rebajarlo a la sima del abismo despreciable. En su trato primero, se hicieron eco de amistad, pero la intención genuina no la conocían sus víctimas.

Capítulo 1

Nuestros aborígenes y sus vivencias

Es un viaje de navegantes, de marineros irreverentes, sin destrezas en su mayoría; solo el afán de riquezas pudo llevarlos a un viaje que los condujo a la perversión y la infamia, cuyo retorno era incierto; quizá la realeza asintió a regañadientes con ciertos recursos solo para poder librarse de los rufianes elegidos y así poder dar respiro a sus ciudadanos de tan marginados personajes; ese, debió ser el inicio de ese viaje siniestro. Los pueblos aborígenes al otro lado del mar en dirección oeste, con sus proyectos de pesca y caza, trazaban las horas de esfuerzos, en la siembra de escasos granos, la confección textil de sus prendas de vestir para su protección y la de sus caciques: manualidades propias de las bellas e incautas aborígenes; los jóvenes, instruidos por sus mayores cultivaban el campo y construían chozas; los más pequeños, eran cuidados por las jovencitas en compañía de sus madres; otros, en cambio, cazaban, iban de pesca y los demás cuidaban de la integridad de las familias.

Tres navíos surcaron el océano, en su interior se acomodaban: arcabuces, trabucos, balas, espadas, lanzas, pólvora, metales, gafas, manoplas, látigos, cadenas, grillos, cuchillos, sogas, candados, camastros, guantes, armaduras, cascos, alimentos variados, semillas secas, granos, carbón, fósforos, puros, tabaco, botas, dineros, telas, abrigos, papel, tintas, lápices, agua, medicinas, y otros instrumentos de logística útil para la defensa, la alimentación y la integridad de los viajeros. Frente a las costas de la Isla Bohío, Boneque o Quisqueya, palabras de origen taíno; así también, como el término Haití, con cuyos nombres originales sus pobladores indígenas identificaban a la isla, lo que es hoy República Dominicana y Haití; anclaron las tres naves infames, con sus navegantes varones todos. Con curiosidad, los taínos quedaron absortos ante la majestuosidad de los buques, detenidos frente a sus ojos. Cerca de 150 hombres viajaron desde la provincia de Huelva, en España, cuyo puerto era nombrado Palo de Moguer; sus naves de nombre dizque: la Niña, la Pinta y la Santa María. Llegaron a la orilla los primeros europeos en pisar suelo quisqueyano, en sus botes de remos, desde sus buques anclados fuera de la orilla. Los taínos contaban con una población cuyo número podía estimarse entre 500,000 a 1,000,000 de aborígenes; aunque otros historiadores y testigos de la época como Bartolomé de las Casas, la isla antes del desembarco de Colón tenía entre 3 a 4 millones de aborígenes. De es.m.wikipedia.org (Catástrofe demográfica en América tras la llegada de los europeos: La Española).

Colón y sus acompañantes, ignoraban que la isla estaba dividida en cinco grandes zonas geográficas cuyas divisiones llamaban cacicazgos; dos, se ubicaban en el oeste de la Isla, y tres en el este. Una isla, una cultura, cinco regiones gobernadas por cinco caciques hermanos y amigos, de una misma raza, con intereses similares. Que respetaban sus límites territoriales y realizaban trueques comerciales en armonía. Esas zonas territoriales se nombraban como sigue: al Oeste estaban Jaragua y Marien; Jaragua se ubicaba al suroeste, y Marien al noroeste. Maguana, Maguá e Higüey, eran parte del este; se ubicaban así: Maguana en el sureste, Maguá noroeste e Higüey en el este. El Cacique Bohechío gobernaba a Jaragua; Guacanagarix gobernaba a Marien; Caonabo gobernaba a Maguana; Guarionex gobernaba a Maguá y Cayacoa gobernaba a Higüey. No es el propósito de este libro nombrar, clasificar o dar detalles de las porciones territoriales de cada cacicazgo.

Año 1492, fue el desembarco sorpresa. Risas desordenadas, diálogos irracionales e idealistas, esfuerzos y recursos previos movían a los marineros hasta completar el descenso. Los aborígenes se pasmaron de terror, al ver el color de los visitantes, sus ropas, zapatos, lenguaje, sus armas de fuego, sus cascos, sus corazas, las naves para su viaje y todo su bagaje. Llegaron a considerarlos dioses; al principio hubo un solaz encuentro, intercambio de saludos, ofrecimiento de regalos e interacciones afables: para los aborígenes estaban ante deidades desconocidas; pero luego se produjo el efecto de la perfidia dominante: como aquel que se muestra amigo, pero alberga dentro de sí, la intención más fiera y burda en contra de quienes les rodean. Los primeros, en tropel como ejército y los segundos, con la esperanza desgastada. La fuerza se impuso, los débiles se aferraron a su desconsuelo que fue su verdugo, como tirano era su enemigo. Fue un encuentro feroz, pero desigual. Un puñado de hombres blancos, venidos de tierras foráneas, doblegaban a un numeroso gentío de naturales aborígenes, con cuyas lanzas y arcos improvisados para la caza de hutías y otros animales pequeños, trataban de defenderse. La retirada fue forzada y cobró un costo alto. La pólvora se cargaba una y otra vez en los arcabuces y trabucos; era un sonido ensordecedor que jamás los desvalidos escucharon. Los muertos por la pólvora explosiva de sus cañones eran considerables, los más valerosos guerreros hacían un último esfuerzo para contener la despiadada embestida de terror de los visitantes, que con sanguinaria actitud estaban decididos aniquilar o doblegar a su antojo con la aspereza de un déspota infame.

Las montañas y la oscuridad de la noche fueron su abrigo. Se corrió el rumor de la salvaje incursión a los demás caciques. Poco se podía hacer, frente a un adversario formidable, que con sus cañones producía fuego incandescente con rugido temeroso como dragón: pero siendo dioses, no comprendíamos que fuesen tan feroces, para procurar nuestra destrucción. Un número considerable fueron tomados vivos, para ser torturados y obligados a delatar a sus hermanos en huida. Con la ayuda ineludible de los fornidos taínos lograron traer a la orilla los restos de una de las embarcaciones que había zozobrado en las embravecidas olas del mar caribeño. Los infames hombres blancos: así se referían los aborígenes de los españoles, establecieron su demarcación de dominio, al construir una fortaleza, sinónimo de un cuartel, en un lugar estratégico, con calabozos y rejas de protección; fue una estructura militar de defensa, cuyo propósito era intimidar a los ingenuos aborígenes, y supiesen que un estado soberano se adueñaba de sus almas, tierras y riquezas.

Aun los malvados no habían tenido contacto con las damas aborígenes; de cual hermosura singular no conocían en absoluto. Eran de color inmensamente puro y hermoso: ese color aceituno, tostado, sereno y suave. De mirada profunda y sabia, de rostro corto y pómulo notorio. Su pelo negro, largo, grueso y abundante como crin de caballo salvaje, resaltaba su belleza deslumbrante. Sus cuerpos semidesnudos: esas, sus vestimentas escasas, traslucían los encantos de lo interno de sus pieles carnosas y torneadas. De estatura baja en su mayoría, pero de gran ánimo femenino. Eran ágiles, trabajadoras y esposas virtuosas; como madres, abnegadas; en el fogón, las mejores. Pero la angustia se apoderó de toda la Isla de Haití, cuyos Caciques estaban sobresaltados; como también, cada familia de la Isla acostumbrada a la serenidad de su espesura.

Los cazadores, no los perros de caza, sino como aquel empedernido acomplejado que no puede hallar la sinceridad de la buena voluntad, como cobarde rufián, con su único recurso de la mediocridad: la mente torcida del afán de oro; iniciaron la cacería horrorosa luego de conocer de primera el paradero de algunos clanes, cuáles compañeros en angustias y torturas para morir; prefirieron delatar a sus hermanos, para aliviar, si así era posible, el cese de tan brutales golpizas. No hay testigos de tantas indignidades y vejámenes, no hubo defensores para los dignos y frágiles taínos capturados con vidas. Todo se dio a su antojo, con el poderío de sus armas, con el vasallaje de su ejercicio ominoso de la irracionalidad como si fueran perros feroces embistiendo con el empuje de su insensato raciocinio que delataba su afán: el poseer riquezas.

En pocos días llegaron a las sosegadas casuchas de tierras, pajas, pencas, troncos y hojas, donde tranquilamente vivían los taínos. Una vida serena y armoniosa con la música de la propia naturaleza de fondo, como el sonido de Beethoven o Tchaiskvsosky, de James Last o Ernnio Morricone, se deleitaban en apacibles melodías procedentes de las cascadas, de los arroyuelos, del canto de los variados pájaros, del viento que se place en mover los ramajes copados de hojas cuyos sonidos en armonía rítmica, venidos por el movimiento de la brisa que bate con premura la espesura arboleda. Una vida con propósito, organizada y en paz. ¡Que no era una sociedad modelo! Desde luego, no existe una sociedad perfecta, porque los hombres no somos perfectos. Pero la vida de los taínos era próspera, funcional e independiente. Contenía su futuro, era una raza singular sin mezcla, con un solo lenguaje, aunque escaso era rico, poco profundo pero armonioso y expresivo, simple en su contenido pero diferente de otras lenguas. No tenían complejos en su trato con sus iguales, ni prejuicios; no marginaban a sus semejantes. Vivían en la naturaleza caminando, ejercitando sus músculos y fortaleciendo su cuerpo; esto les impedía contraer enfermedades: porque estas afecciones son el resultado bidireccional de la mente entre lo que posee una persona y lo que desea; y en la mayoría de los casos, el anhelo y la ambición de la persona de no poder obtener lo ambicionado, se produce un pesar, que puede desencadenar en la mente, ramificaciones que afectan todo el cuerpo.

Pero, todas esas riquezas culturales, hábitos, costumbres y armonía sin números, fueron destruidas por el maldito afán de oro; que tuerce el alma oblicuamente. Oro, oro maldito: no porque lo sea, sino maldito la causa que lo motiva, cuál desgracia trajo a todos nuestros pueblos criollos aborígenes de este lado del mar caribeño y más al sur y al norte. Fue súbita su aparición, el ruido de sus botas al caminar, el movimiento de los árboles y el susurro de sus diálogos alertaron a los incautos taínos la inminente embestida despiadada. La proeza y la valentía de aquella raza indómita fusionada con un carácter apacible y santo, contrarrestaba con la crueldad de los viles conquistadores. La batalla de exterminio se recrudeció, los víctores y la algarabía irreverente de los genocidas se escuchaban desde aquel cerro hasta llanuras lejanas. Poco pudieron hacer los indefensos aborígenes, los primeros en caer fueron los jóvenes valientes guerreros, que como príncipes de su pueblo, tenían el deber de proteger a sus hermanos; una vez alanceados por las lanzas de los villanos, atravesados por sus espadas y silenciados bajo el ruido ensordecedor de sus armas mortíferas; ahora, sin la oposición del primer flanco, la batalla resultaría como si fuera un pasatiempo.

Los príncipes líderes de la Isla de Quisqueya, resguardados por aquellos inexpugnables cerros de la naturaleza, y bajo la protección de sus humildes chozas consideraron que sus verdugos no podrían de ningún modo descubrir el lugar de su morada. No asintieron la posibilidad que sus propios hermanos los traicionaran. Por esa causa no buscaron el abrigo de otros lugares para proteger a los suyos. Pero ya no había lugar ni oportunidad para el desplazamiento, solo quedaba luchar, conscientes de su inminente destrucción. Pero si despiadado fue su apego para ensañarse con los taínos varones, más lo fue aún con las deslumbrantes damas criollas. Esos animales parados en dos pies cuya columna vertebral se los permite, cuales bestias fúricas, como relinchan los caballos desbocados detrás de las yeguas para aparearse instintivamente, así encabritados corrían detrás de las púdicas mujeres; una vez dieron caza, al unísono, despojaron a las heridas y dignas damas, de las escasas prendas que las cubrían, y cual corceles indómitos saciar las ganas de la mediocridad del placer, a precio de las marcas profundas a la dignidad de aquellas mujeres virtuosas. Fue un escenario mustio y degradante, donde sus esposos, padres, hermanos, vecinos y amigos fueron masacrados previo a ese instante lujurioso de crudeza irracional; y ahora cargaban en contra del pudor de ellas. Solo fue la primera vez, de ahí en adelante, fue creciendo su vejamen. Esas mujeres decorosas eran forzadas al capricho de los desenfrenos sexuales de los rufianes españoles. Golpeadas, humilladas, violadas y despreciadas diariamente, se enfermaban con padecimientos desconocidos para ellas, cuyos males son conocidos hoy como: Infecciones de Transmisión Sexual (ITS). Pero además de esas enfermedades de ITS, en lo adelante, contrajeron otras enfermedades como: la gripe, la viruela, la malaria, el tifus; conjuntamente con las Infecciones de Transmisión Sexual, cuyos derivados pueden mencionarse hoy como: el Herpes Genital, la Clamidia, Gonorrea, la Sífilis, el Sida y otras enfermedades sexuales.

A causas de estas enfermedades contagiosas muchos aborígenes morían, pero el puntillazo demoledor de las muertes en masas se producía a consecuencia de los traumas múltiples, secuelas del dolor, el sufrimiento y la soledad. Las enfermedades contagiosas que los españoles trajeron a la Isla de Quisqueya fueron responsable de diezmar a la población criolla aborigen. Además de las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS), que los españoles transmitían a los habitantes de Quisqueya, al traer consigo de igual modo, otras epidemias como: la Difteria, la Paperas, el Sarampión, la Peste Negra, entre otras plagas. También, después de la importación forzada de esclavos africanos, se introdujeron con su llegada nuevas enfermedades infecciosas a la Isla de Quisqueya, propias de África; con cuyas infecciones la población de esclavos durante la extensa travesía desde el Continente Africano hasta la Isla de Quisqueya, en el Caribe, fue exageradamente desmesurado su número de muertes. Pero, en los casos de los contagios de las damas Criollas aborígenes, de las enfermedades (ITS), se relacionaban directamente con la violaciones forzosas de españoles, sumado a la gravedad de la ignominia de las repetidas acciones perversas de las relaciones sexuales forzosas y violentas, a los intercambios de sus víctimas entre ellos mismos de las aborígenes: como para disfrutar o probarlas a todas; como lo hiciera Salomón, el rey Hebreo que se dispuso probar sexualmente a todas las judías del reino de Jerusalén, tanto: jovencitas, mayorcitas, casadas o viudas y quien finalmente cayó en el terreno de la degeneración de amar a los hombres sentimentalmente. La teoría de esta condición llamada: El Síndrome de la Orientación de Salomón (ESOS) se presenta en la vida de aquellos hombres que siendo libertinos y desenfrenados en su afán por probar sexualmente a cuantas mujeres sea posible, dentro de su éxtasis de insatisfacción se produce un desface mental que los dirige sorprendentemente como forma de enriquecer su vicio a desear al género masculino para amarlo en el mismo plano que a las mujeres. En realidad no sabemos si esta teoría de El Síndrome de la Orientación de Salomón (ESOS) se ha reproducido en la hombría de los europeos, porque al ser tan bochornosa esta desviación de la homosexualidad en un hombre luego de ser machito, se guarda celosamente en lo más recóndito de la neurona, hasta que finalmente esa bifurcación con sus poseedores degenerados se van a la tumba con cuyo secreto ya conocido y que al parecer nadie puede descifrarlo: según ellos; así, sus esposas, sus hijos y familiares no sabrán nunca de la hibridad degenerativa a causa de (ESOS), de cual mal su ser querido disfrutó, aunque bajó a la sima objeto de la obscenidad y oscuridad; quienes ignoraron no hay nada oculto bajo el sol y todo al final sale a la luz.

La obra de Colón y sus acompañantes, debe ruborizar a todos los pueblos de la tierra; quienes trajeron consigo: a la buena y dichosa tierra de la Isla de Haití, la malignidad más alevosa y su asedio residió en los corazones de aquella raza europea; en primera instancia, como explotaría, y luego para imponer a la mala, con crueldad de veras, la camisa de fuerza, que maniató a los habitantes de Quisqueya, por la malvada codicia; a pesar del afable corazón desinteresado de los aborígenes. Ninguno de esos personeros: Colón ni sus acompañantes, atinaron en obrar dirigidos por el sentido común, cuya virtud natural les hubiese indicado que sus acciones eran réprobas, y las generaciones subsiguientes, despreciarían sus actos detestables.

Si así hubiese sido, que los viajeros de la maldad, actuando civilizada y respetuosamente con sus recientes amigos y hermanos de esas tierras recién conocidas, para establecer vínculos y oportunidades de comercio y progreso para ambos bandos; el viejo mundo como el nuevo, se hubiesen enriquecido exponencialmente. El comercio, los viajes, las construcciones, la ganadería, la minería, la agricultura, la pesca a gran escala, los trueques y toda una gama de nuevas experiencias de mercadotecnia (que se define como el proceso social, comercial y administrativo, entre individuos y empresas por el cual se obtienen recursos y servicios en el intercambio o trueques), hubiese sido el resultado de esta manera de ver el futuro de nuestras generaciones subsiguientes. De haber sido así, millones y millones de habitantes de toda América, después de ser exploradas y de trabar amistad con los nativos de todas estas tierras recién visitadas, se hubiese iniciado el negocio más lucrativo jamás hecho en la historia del comercio.

Se puede hacer un aproximado de los aborígenes en el territorio de Quisqueya a la llegada de Colón con cuyo nombre más tarde se denominó: América, allí pudieron vivir desde la parte norte, sur y el Caribe de América, un poco más de cien millones de nativos. Cien millones de personas en esa época incursionando en el desarrollo comercial, consumiendo todos los productos europeos, realizando viajes, comprando, invirtiendo, construyendo ciudades en cada lugar y territorio, aprendiendo lenguas nuevas para poder introducir sus productos y realizar comercio; en fin, todo hubiese sido la maravilla de la industrialización, del progreso, de la bonanza, de la felicidad, de las oportunidades únicas, tanto de los europeos como de los habitantes de las tierras recién visitadas; y aún más, para toda la redondez del orbe, porque espacio había para incluir a todas las naciones que participarían de esta empresa monumental, exitosa, pujante que debió cubrir la esfericidad del globo.

Y mirando el perfil de los pueblos contemporáneos, los europeos al final se hubiesen beneficiado más plenamente por razones obvias, por la fusión y la asimilación de aquella raza ignara, como resultado del desarrollo comercial, industrial, minero, de la pesca, de la agricultura en toda producción de frutos, de los viajes ultramarinos, como resultado de todas la vías posibles de comercio que se abriría; pero no resultó ser así, fue fiero su afán de dominio y esa bella utopía que anhela nuestro manifiesto ideológico, debe siempre impregnarse en el caminar de cada: viajero, persona, ciudadano, pueblos, comerciante, hombre, mujer, niño o anciano; y debe y es la norma de conducta, ética y del buen vivir: respetar, tolerar y admirar a cada pueblo, a cada cultura, como norma de lograr contribuir a la armonía de la humanidad. Conociendo que cada ser, cada persona tiene una identidad propia, un valor único, una dignidad distintiva y contiene una estimación invaluable, no importa su raza, religión, creencia, estilo de vida, color de piel, su erudición, educación, cultura, riqueza, idioma o impedimento físico; cualquier persona aunque fuese diferente de nosotros, vale igual que cualesquiera otra raza; pues todas las razas son iguales, todas las culturas son funcionalmente válidas y reales, y cada cultura es distinta a las demás.

La cacería desordenada y los hábitos depravados de los nuevos amos españoles en contra de las criollas no habían terminado. La decadencia de las damas pulcras era notoria, su carácter virtuoso no se podía apagar, ni siquiera con la muerte misma, la desolación o el terror. Todas fueron conducidas a la fuerza hasta el lugar donde dominadas por el horror ante la sed de la lujuria de sus captores, serían custodiadas para evitar su huida. Habían pasado semanas de esperanzas sombrías; los varones no corrieron la misma suerte, el saldo lo componían un solo clan familiar; y aunque tres centenares de guerreros aborígenes habían sido masacrados, ahora había que disponer de ellos. Los heridos y quienes fueron capturados en unión a las damas deshonradas, fueron forzados con las marcas de sus látigos sobre sus torneadas pieles, para cavar las fosas de entierros de sus hermanos asesinados; concluido el taller al anochecer, fueron conducidos de manera atropellada tanto mujeres y hombres a la llanura.

Descendieron a la llanura muy próximo donde estaba anclada la fortaleza de nombre La Navidad, con los cautivos como despojo. Todo estaba listo, para zarpar de regreso con el botín de varios cofres de oro; oro dispuesto para la corona de la realeza española, obtenido por la fuerza y la intimidación, como testimonio de la rudeza cacería dominadora; así con la noticia de la victoria debían recibir a los infames navegantes, desconocedores de tan vergonzosa empresa. Se propusieron abordar en los barcos los aborígenes varones y de las mujeres de igual modo, que forzosamente fueron introducidos y repartidos en ambos buques, cual infame resultó ser su trofeo: por la miserable conducta de Colón y sus hombres. Solo dos de las naves irían de vuelta, hicieron arreglos para que unos cuarenta hombres quedaran custodiando la fortaleza y obtuvieran información de los demás clanes y poblaciones de aborígenes. El regreso de Colón a España se realizó el 16 de enero de 1493, cuatro meses después de su pérfida llegada. Hasta su regreso, cuando vendrían con suficientes recursos para acabar de una vez con la rebeldía de los fugitivos. También traerían semillas para la siembra, gallinas, perros, gatos, ovejas, vacas, cabras, pavos, burros, caballos, animales de corral, materiales, personal militar adiestrado, abogados, médicos, hombres de negocios, maquinarias, y todo lo necesario para poder establecerse en estas buenas tierras, aunque fuese necesario aniquilar todo vestigio de vida.

El segundo viaje de Colón luego de llegar a España, se organizó de manera acelerada, la corona de la realeza Fernando de Aragón e Isabel la Católica de Castilla: cuyos reinos antes antagónicos, pero con una unión matrimonial entre ambos se había fusionado para mayor grandeza y poderío de España. Ante la noticia sorprendente de nuevas tierras a conquistar, tierra fértiles y ricas, la corona española no escatimó esta vez recursos pocos, para invitar a la sociedad se interesara en viajar a un recién descubierto terruño desconocido, donde la abundante flora, los bosques, los ríos, los majestuosos árboles y el mar que rodeaba toda la isla; cuyos lagos, arroyuelos, llanuras, montañas y montes pocos escarpados y gran cantidad de tierras fértiles estaba a su disposición; y las riquezas de valiosos metales como: el oro, el níquel, ferroníquel, el hierro, el bronce, la plata, el mármol, la cal, la sal, las piedras de ríos, las arenas y toda suerte de metales y piedras abundantes de la Isla de Quisqueya, eran de su propiedad; pero además, tendrían miles y miles de servidores esclavos quienes trabajarían para toda España. Fue tal la acogida de la sociedad española que no pasó el año luego del regreso de Colón de su primer viaje a España, cuando ya se había organizado el segundo viaje. Esta vez no fueron tres escasos buques de reconocimiento, sino que ahora iban preparados para la conquista y la colonización de esas tierras. Fueron quince carabelas, más tres barcos con diseño de gran tamaño, utilizados principalmente para los negocios de la realeza por su capacidad y dimensiones. Estos barcos eran de tamaño gigante capaz de acomodar toda la carga posible; en total fueron unos dieciocho buques en cuyo interior acomodaron una compañía de más de dos mil hombres hambrientos; en su mayoría de renombre, ricos y de prestigio, amén de todo el bagaje. Su regreso se inició el 25 de septiembre de 1493, ocho meses luego de su llegada a España del primer viaje.

El primer viaje hecho once meses antes, el 12 de octubre de 1492 se emplearon solo tres carabelas y alrededor de 150 hombres; pero esta vez el escenario era diferente. El 22 de noviembre de 1493, aproximadamente un año y un mes después de su primera llegada a la Isla de Quisqueya, Colón regresa con un ejército preparado para todo. Los barcos anclan frente a las costas de la Isla la madre de todas las tierras, y son enviados a la orilla un grupo de hombres para conocer el estado de los cuarenta centinelas dejados en la fortaleza. Al llegar encontraron el fuerte incendiado y muertos los guardias españoles. Ya de antemano los aborígenes de la Isla de Quisqueya, quienes habían sido detenidos durante la primera incursión del primer viaje de Colón, les habían informado a los expedicionarios de las divisiones territoriales de la Isla de Haití, los nombres de los caciques y sus capacidades de luchas. Es entonces, cuando los conquistadores retoman la cacería para vengar la estocada mortal de los taínos a sus correligionarios atalayas.

Algunos líderes aborígenes por temor o por conveniencia informaron a Colón la posibilidad de conocer quiénes se enfrentaron ferozmente a la guarnición en la fortaleza. Con la ayuda de los cautivos delatores criollos, el ejército reanudó la casería para doblegar como suyos a los rebeldes. El pánico se apoderó del ánimo de los indefensos aborígenes; cansados, agotados y muchos de ellos heridos, ante la fiera lucha librada con la guarnición estacionada para controlar la isla; en la misma, muchos taínos perdieron la vida para defender su isla, pero finalmente a los intrusos verdugos atrincherados en esa fortaleza infame les había llegado su último día.

Así, Colón, con un ejército indetenible de hombres diestros con un perfil de guerreros sin almas, equipados con: arcabuces, trabucos, cañones y municiones sin números, entre otros objetos militares, emprendieron la pérfida cacería. Sus perros, sus caballos, sus burros capaces de ascender a lugares escarpados, fueron llevados consigo con toda suerte de equipos para herir y sembrar el terror; movilizados para alcanzar a los rebeldes de quienes ya se conocía su guarida. Alea Jacta Est, es decir: la suerte está echada, como dijera Julio César, el gran emperador de Roma, cuando con sus legiones debían enfrentar al general Pompeyo, cuando Marco Craso: quien compartía el gobierno de Roma mediante un triunvirato, compuesto por el propio Marco Craso, Pompeyo y Julio César; pero Craso había perdido la vida ante el imperio Parta, en la guerra de las Carras; consolidando Pompeyo el liderazgo de toda Roma, mientras Julio César luchaba en favor de Roma lejos de sus fronteras.

Al ser declarado Julio César enemigo de Roma, por este último, debía con presteza atacar a Roma para poder regresar a su tierra. Sin tiempo debía cruzar el río Rubicón con sus legiones para evitar el fortalecimiento de Pompeyo con otras tropas en camino desde Grecia. Este acto fue considerado como una acción temeraria y a la vez un acto de provocación de guerra que un comandante cruzara ese río con su ejército; y previo a dar el primer paso, dijo: la suerte está echada fue este el comienzo de la grandeza del gran Julio César. Así, también, como para los aborígenes, como lo fue para Pompeyo unos cinco siglos antes, que no tuvo el favor de la victoria, también para los habitantes de Quisqueya, la suerte estaba echada. De la perfidia envilecida de los conquistadores, recibieron la estocada mortal de los españoles acompañados de sus caballos, de sus sabuesos, capaces de cercenar brazos y piernas y de cortar la yugular, para que corriera la última gota de sangre y los infortunados murieran en sufrimiento desigual, esos dientes de perros impuros, y de la impiedad del genocida sin causa; la cual clase de hombres, como lo fueron los depravados españoles, se dieron a conocer como la representación más abyecta de la efigie presente del hombre en el planeta; lo más miserable e indecoroso de toda la tierra estaba representado en estos hombres españoles. Ante este burdo trato ignominioso se rendirían a sus verdugos para ser recibidos como esclavos al servicio de la maldad hecha hombre, o debían enfrentar la crudeza de la barbarie demoledora. Algunos caciques lucharon hasta el final de su aniquilación junto a su pueblo; prueba de su heroísmo patriótico. Otros en cambio, se rindieron para su propio mal, porque Colón y sus hombres esclavizaron con rudeza desmedida a estos príncipes Caciques con toda su gente, con igual violencia extrema hasta el final de su exterminio como pueblo y raza.

Los aborígenes que aceptaron venderse por temor al opresor, no imaginaban el futuro atroz que les vigilaba. Fueron amarrados, doblegados y llevados ante los líderes españoles, no dudamos que, de igual modo, los jóvenes aborígenes corrieran la misma suerte de las damas, de ser violados por tan degenerados y envilecidos personajes. Lo cierto es que jamás nadie podrá conocer la suerte que corrieron varones y hembras; después de todo, no había allí testigos, ni hombres para mediar o litigar en favor de los sufrientes con leyes racionales y justas que sancionaran esos delitos de atrocidades. Los taínos fueron forzados a trabajar en los ríos, en las plantaciones, en los campos, con un horario de sol a sol, con escasas raciones de alimentos, con poca agua, azotes y golpes contundentes durante todos los días, hasta su partida prematura. Esos tratos servían de intimidación para quienes se negaban a trabajar con la intensidad requerida. Se empleaban diferentes instrumentos para este propósito: garrotes, palos, el puño, los dientes, las patadas, la fiereza de los perros; pero el más común era el látigo; cuyos golpes les producían la pérdida del conocimiento, desfiguraban rostros, fracturaban huesos y habría heridas.

El sufrimiento se prolongaba, no valía la pena vivir para solo sufrir, mientras más morían, el trabajo era más pesado, para quienes continuaban en las labores, porque había menos trabajadores. Las arduas tareas de cortar y picar piedras, de transportar materiales, sacar, fraguar e identificar las pepitas de oro de los ríos, construir casas, mezclar los materiales de construcción, mover materiales y suministros, buscar cargas en los campos, la siembra y cultivo, en el cuido de los animales, traer y llevar cargas de los buques y de otros lugares lejanos, los trabajos en los comederos y las cocinas era sumamente agotador. Los trabajos se extendían las 24 horas del día para los incautos aborígenes.

Los conquistadores tenían previsto anclar esa primera ciudad, de manera que los propios indígenas debían asumir el mayor peso del trabajo. Bajo toda clase de maltrato e injuria, fue concluida la primera ciudad moderna en tierra española, llamada: La Isabela, para honrar a su reina de Castilla, en el mes de enero de 1494; donde los españoles se asentaron. Ya los aborígenes que habían sido dominados no podían soportar tanta carga; así que decidieron inmolarse en masas. Con sus conocimientos identificaban algunas plantas que combinadas con otros arbustos la masticaban en grandes cantidades y les producía la muerte. Muy pronto los pocos indios que aún quedaban con vidas fueron inmolándose poco a poco en grupos numerosos. Pero la isla toda aún no se había sometido a la conquista y quedaban varias regiones sin conquistar.

Capítulo 2

Descendientes

La perversión del sexo había dominado el diario vivir de los despreciables hombres blancos, las aborígenes no tenían la opción de negarse so pena de recibir pelas horribles con garrotes, látigos y encierros; pero después de esa pesadilla de horror y las continuas humillaciones, no las excusaban de complacer los apetitos de los amantes sexuales. Las aborígenes que fueron objetos de maniguas: violación de un número considerable de hombres a una sola mujer, era una manera de alcanzar experiencias sexuales nunca antes satisfechas, cuyos desenfrenos no lograban detenerse. Al cumplirse un poco más de ocho meses, desde la primera vez cuando las afables damas criollas perdieron su dignidad ya habían dado sus frutos; muchos nacimientos se registraron a la llegada del segundo viaje de Colón. Eran los hijos de los violadores hombres blancos; originando una nueva raza que los mismos españoles clasificaron como mestizas. Se produjeron centenares de nacimientos cuyas madres criollas no sabían identificar a sus padres, era un escenario confuso cargado de sentimientos extraños. Los españoles no podían reconocer a los niños nacidos de padres desconocidos, en ese segundo viaje de regreso a la Isla de Haití, probablemente porque quienes lograron zarpar con Colón; fueron en su mayoría la clase aristocrática, hombres importantes de negocios, de la construcción, de la minería y de diferentes niveles sociales, aunque navegaron un número muy reducido de personal domésticos; lo cierto es que quienes surcaron los océanos en ese primer viaje, no alcanzaron aventurarse en esa siniestra segunda andanza. Esa fue la razón por la cual esos niños que nacieron previo a la llegada del segundo viaje de Colón, quedaron huérfanos de padres, porque los profanadores de virginidades y dignidades no alcanzaron a navegar esta vez.

Los meses habían pasado, los Colonos: hombres que acompañaron a Colón en sus viajes para establecerse en la Isla de Quisqueya; las encarnizadas luchas entre españoles y aborígenes fueron menguando, debido al terror dominante a las que eran sometidos los Criollos de la Isla de Quisqueya; esa era la razón por la cual se rendían antes los conquistadores. Antes de la llegada de Colón en su primer viaje se conformaba una sola raza en la isla: los taínos; ahora con la llegada de los españoles, se originaron dos razas adicionales, los blancos como dominadores y los mestizos: estos últimos, eran los hijos de los españoles y las damas Criollas. Ante el dominio cruel de los conquistadores, muchos aborígenes decidieron rendirse para evitar la muerte y el sufrimiento; no tardó mucho tiempo a los españoles doblegar el espíritu de tan nobles gentes, dominada por la perfidia de la ambición. Las regiones no conquistadas aún, fueron luego objeto de la destrucción y el exterminio, y solo quedó un escaso número de aborígenes escondidos en lugares escarpados, quienes finalmente desaparecieron para siempre como originarios de la Isla de Quisqueya.

Ahora no había mano de obras, ¿Qué hacer? Se preguntaron. Ya el comercio de esclavos africanos había entrado en su apogeo en toda Europa, luego de conocer nuevas tierras al este, y los viajes al otro lado del mar desde el oeste hacia el este, se hicieron frecuentes; aunque los europeos no conocían con certeza la naturaleza de esos hallazgos y conquistas. Lo cierto es que, se inició un desenfreno por el afán de conquistar nuevas tierras. La mayoría de los países europeos comenzaron a competir con España por la carrera de tomar nuevas tierras. Era necesario la mano de obra barata y los esclavos africanos resultaban ser idóneos por su fortaleza y los bajos precios de adquisición. Se hicieron los preparativos con buques negreros para transportar cantidades desde 450 a 1,000 esclavos procedentes de África, en una sola entrega; cuyo precio oscilaba entre $300.00 a $1,500.00 dólares por cada esclavo. Los africanos eran solicitados para ser vendidos a buen precio; porque eran fuertes, resistían el duro trabajo, se hacía poca inversión en su alimentación; y como es lógico, el lugar para su compra era su tierra de origen: África; se inició de ese modo, el acercamiento con los piratas navegantes de muchas naciones, estos eran corsarios negreros a quienes encargaban las cantidades necesarias de hombres jóvenes, mujeres y niños para ser transportados a la Isla de Quisqueya. La mayoría de los países europeos poseían sus propios buques negreros, porque era una fuente muy rentable.

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