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La ciudad de mis amigues (Bogdan Bogdanović, por Marko Barišić y Camila Dagnino)

La ciudad de mis amigues (Bogdan Bogdanović, por Marko Barišić y Camila Dagnino)

DeOrden de traslado


La ciudad de mis amigues (Bogdan Bogdanović, por Marko Barišić y Camila Dagnino)

DeOrden de traslado

valoraciones:
Longitud:
8 minutos
Publicado:
12 oct 2022
Formato:
Episodio de podcast

Descripción

Una noche decidí subir al sitio de construcción. A lo lejos se escuchaba un canto, una armonía de voces, un coro sin palabras. Paso a paso, me acerqué. Observé desde un costado, desde la oscuridad: había lámparas de acetileno, o incluso lámparas del siglo pasado, una luz cáustica y sombras aún más cáusticas. En esta luz, ocurría algo misterioso, secreto. [El guía, a quien llaman] Barba, canoso y con el pelo erizado en todas direcciones, dirige la ceremonia como un mago, como el espíritu de la piedra. De pronto, levanta el mazo y el cincel; todos los escultores hacen lo mismo y guardan un devoto silencio, que se apodera del lugar y revela las voces de la noche: los grillos, el silbido de las aves nocturnas, el murmullo distante del río Neretva. Uno de los albañiles, claramente designado para este propósito, vuelve a iniciar la melodía sin palabras, nasal y misteriosa, como un ritual de los adoradores de la piedra. Barba sigue el ritmo con el mazo, golpea el bloque frente a sí, se une al unísono. La melodía claramente define el ritmo y la fuerza del golpe. Cuando empieza a elevarse (ya todas las piedras cantan), el sonido de los golpes es ensordecedor. Cuando el canto vuelve a “descender”, los golpes se hacen menos intensos.
Cada piedra sonaba como un instrumento musical. Yo sabía, de modo predecible, que los distintos tipos de piedra tendrían una resonancia diferente: cuánto más suave es la piedra, más grave es el tono. Es una paradoja y también un poco cómico que el granito más sólido silba, el mármol canta en un mezzosoprano y la caliza, la piedra más musical, suena en un tenor bello y aterciopelado. Los escultores saben eso y perciben mucho más. “Cada una tiene su canción”, dice uno de ellos, con la convicción de que cada pieza es un ser en sí misma. Pero cuando empieza el repiqueteo colectivo, el ritmo abarca a todos los “instrumentos de piedra” y, súbitamente, a cada movimiento de manos y cada postura corporal, de modo que toda la orquesta funciona como un inmenso metrónomo y se mueve al mismo tiempo. Cuando el toque de las herramientas empieza a “decaer” —señal de que la concentración empieza a fallar— Barba, el espíritu de la piedra, insatisfecho, alza su mazo con firmeza y lo mantiene en alto. Es una señal de que el trabajo se pausará momentáneamente y que los golpes deben volver a armonizarse desde el principio. Todos esperan a que cante la primera voz y suene el primer golpe de Barba…
El hecho de que fuera una armonía sin palabras me hizo pensar en que la versión antigua, protohistórica, venía de una época en que los habitantes de la isla y del continente hablaban otro idioma, uno olvidado, preeslavo. Las civilizaciones cambiaron, los idiomas se fusionaron, pero las personas siguieron iguales…
“¿Por qué la canción no tiene palabras?”, pregunté una vez. La respuesta fue sencilla y convincente: “No las tiene, nunca las tuvo”, o “Así también lo cantaban antes”.

(Traducción de Alina Mateos Horrisberger)
Publicado:
12 oct 2022
Formato:
Episodio de podcast

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