La noche de San Juan (Anotado)
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La noche de San Juan (Anotado) - Félix Lope de Vega
La noche de San Juan
Lope de Vega
Personas que hablan en ella.
- DON JUAN.
- DON LUIS.
- DON PEDRO.
- DON BERNARDO.
- OTAVIO.
- MENDOZA.
- CELIO.
- LEANDRO.
- LEONARDO.
- DON FÉLIX.
- Alguaciles.
- DOÑA LEONOR.
- DOÑA BLANCA.
- INÉS,
- ANTONIA,
- FENISA.
- LUCRECIA.
- FABIO.
- RODRIGO.
- DON ALONSO.
- DON TORIBIO.
- TELLO,
Acto primero
Salen DOÑA LEONOR, dama, y INÉS, criada.
DOÑA LEONOR
No sé si podrás oír
lo que no puedo callar.
INÉS
Lo que tú supiste errar,
¿no lo sabré yo sufrir?
DOÑA LEONOR
Perdona el no haberte hablado,
Inés, queriéndote bien.
INÉS
Ya es favor de aquel desdén
pesarte de haber callado.
DOÑA LEONOR
No me podrás dar alcance
sin un romance hasta el fin.
INÉS
Con achaques de latín
hablan muchos en romance.
DOÑA LEONOR
Las destemplanzas de amor
no requieren consonancias.
INÉS
Si sabes mis ignorancias,
lo más claro es lo mejor.
DOÑA LEONOR
¿Tengo de decir, Inés,
aquello de «escucha»?
INÉS
No,
porque si te escucho yo,
necio advertimiento es.
DOÑA LEONOR
Vive un caballero indiano
enfrente de nuestra casa
en aquellas rejas verdes,
cuando está en ellas doradas.
Hombre airoso, limpio, y cuerdo,
don Juan Hurtado se llama;
dijera mejor, pues hurta,
don Juan Ladrón sin Guevara.
Este que mirando en ellas
las tardes y las mañanas,
no curioso de pintura,
los retratos de mi sala,
sino mi persona viva,
como papagayo en jaula
siempre estaba en el balcón
diciendo a todos: «¿Quién pasa?»;
debió de pasar Amor,
que como el Rey que va a caza
a las águilas se atreve,
¿cuánto y más a humildes garzas?
Parándose alguna vez,
preguntole cómo estaba;
respondió: «Como cautivo»,
y miraba mis ventanas.
De sus ojos y su voz,
a mi labor apelaba,
mas pocas veces defienden
las almohadillas las almas.
Muchas te confieso, amiga,
que los ojos levantaba
por ver si estaba a la reja,
que no por querer mirarla.
Di en cansarme si le vía,
¡oh, qué necia confïanza!,
que pesándome de verle,
de no verle me pesaba.
Dicen los que saben desto,
Inés, que el amor se causa
de unos espíritus vivos
que los ojos de quien ama
a los opuestos envían,
y como veneno abrasan
de aquellas sutiles venas
la sangre más delicada.
Por esta razón los niños
en los brazos de sus amas
enferman de quien los mira,
aunque es la causa contraria,
que allí mira el niño Amor,
pero aquí padece el alma,
que las niñas de los ojos
las de las almas retratan.
En la vitoria una fiesta,
que en guerra de amor no falta
la vitoria a quien porfía,
y más si está la esperanza
tan cerca del buen suceso,
el tal indiano esperaba
que yo llegase a la pila;
llegué, y al tomar el agua,
como que hacía lo mismo,
me echó un papel en la manga.
¿No te dije yo al principio
cómo Hurtado se llamaba?
¿Pues qué mayor sutileza,
viniendo entre gente tanta?
Tomaba con una mano
el agua, y con otra echaba
el papel, en que fue cierto
lo que dicen del que anda
entre la cruz y la pila;
pasaron dos horas largas
mientras en la iglesia estuve,
donde por más que rezaba,
más al papel atendía
que a las imágenes santas.
Quise romperle mil veces,
y cuando ya le sacaba,
parece que me decía:
«Señora, ¿por qué me rasgas?»
¿Qué perderás en saber
cómo escriben a sus damas
los amantes? Pero yo,
aunque con mudas palabras,
«¡No, traidor!», le respondía,
«aquí morirás, que llamas
para papeles de amores
suelen ser manos honradas»,
entre si le rasgo, o no
(¡oh, cuánto yerra quien halla
luz para atajar principios,
y los remedios dilata!),
comencé a rasgarle, y luego
detuvo el Amor la espada,
porque es ángel que defiende
papeles cuando honras mata.
Volvió en fin por las razones,
y la razón desampara,
afeándome la muerte
de un pobre papel sin armas.
Él vino conmigo en fin,
y en mi aposento, sentada
en mi cama vi el papel,
cortés, como quien engaña,
y breve como discreto,
y aquella máscara santa
del matrimonio en los hombres,
treta que ha perdido a tantas.
Anduve desde este día
triste y alegre, cansada
de sufrir mis pensamientos
que, resistidos, desmayan.
Don Juan, como pescador
que al pez el sedal alarga,
cuando ya le tiene asido
y va mudando la caña,
enviome una mujer
destas que cuentan por habas
los sucesos por venir,
negro monjil, tocas blancas,
cuentas de no dar ninguna,
que cruz y muerte rematan
cruz de matrimonios que hacen
y muertes de honras que acaban.
Yo no sé, por no cansarte,
con qué hechizos o palabras
trocó mi honesto deseo,
que a dos visitas estaba
como don Juan me quería,
claro está que enamorada.
Respondí al papel, y a muchos,
por esta fingida santa,
a quien mi casa venera
y a quien mi hermano regala.
En fin, dando yo lugar,
todas las noches me habla
por esas rejas don Juan,
porque después de acostada
vuelvo a vestirme y salir,
porque cuando el Amor danza,
no hay conde Claros, Inés,
que así salte de la cama.
Hablamos hasta que el sol
nos envía con el alba
a decir que ya es de día,
porque los ojos no bastan.
Así pasamos las noches,
y te prometo que es tanta
la blandura y discreción
de don Juan, y que me trata
con tan honesto respeto
que, perdida y obligada,
pienso advertir a mi hermano
de que mi vida se pasa
sin que de mi estado trate,
que divertido en sus damas
como caballero mozo
ni se casa, ni me casa,
porque somos las mujeres
fruta que con flor agrada,
y del tiempo en que se coge,
siempre es mejor la mañana.
Esta, Inés, la historia ha sido,
y cuanto amorosa, casta,
no le di mano sin ser