La última escena del auto VII de La Celestina contiene un fragmento que, a buen seguro, chocará a más de uno: “Que has sido hoy buscada del padre de la desposada que llevaste el día de Pascua al racionero; que la quiere casar de aquí a tres días y es menester que la remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la falta de la virginidad”. Con estas palabras, Elicia, la joven alumna de la Celestina, le recrimina su tardanza. Y puesto que la alcahueta más famosa de la historia parecía no enterarse, la joven le insiste: “¡Oh cómo caduca la memoria! (…). Tú me dijiste, cuando la llevabas, que la habías renovado siete veces”.
¡Siete veces! Para el lector menos versado en estos asuntos, se impone puntualizar a qué nos referimos. Ni más ni menos que a una reconstrucción de himen. Más que eso, pues la reconstrucción era un procedimiento poco común, a un fraude con el que se pretendía engañar a un recién casado. El que imaginó Fernando de Rojas (c. 1470-1541) en este pasaje debía de ser muy, a la que la costumbre rebautizó como . Al crear a este personaje, por lo demás una pícara de manual, una encubridora que solo se movía por su propio interés, Fernando de Rojas estaba siendo un fiel notario de la realidad. Esa es la razón por la que muchos consideran su obra una comedia humanística, es decir, didáctica, más que una simple novela.