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Dioses sin censura
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Libro electrónico360 páginas4 horas

Dioses sin censura

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¿EXISTE UN SER SUPREMO TODOPODEROSO QUE LO VE TODO? ¿ADÓNDE FUERON A PARAR LOS DIOSES DEL OLIMPO? ¿SABÍAS QUE EN LA INDIA CONVIVEN MÁS DE UN MILLÓN DE DIOSES? ¿ESTAMOS RODEADOS DE DEMONIOS?

Un libro apasionante que relata el devenir de los creadores y las criaturas fantásticas que acompañaron a los hombres desde el principio de los tiempos: esfinges, ninfas, ángeles y demonios, son protagonistas de una obra que no da respiro y te obligará a pasar las páginas sin cesar. Preparate para sorprenderte con las historias que muestran a los dioses en su estado más puro. Dioses que nos permitirán disfrutarlos tal como son.

Dioses sin censura.

IdiomaEspañol
EditorialRUBEN GARCIA
Fecha de lanzamiento30 oct 2019
ISBN9781393193456
Dioses sin censura
Autor

RUBEN GARCIA

Born in 1972, RuGar is a distinguished writer with roots in Buenos Aires, Argentina. He pursued his academic journey at the prestigious University of Buenos Aires before furthering his studies in Classical Literature at Harvard University. Under the guidance of the esteemed writer Larissa Cumin, RuGar delved into the intricacies of literature. His literary prowess has been acknowledged through the attainment of literature prizes in both Spain and Argentina, solidifying his standing as a notable figure in the world of letters.

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    Dioses sin censura - RUBEN GARCIA

    Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o lugares es totalmente casual.

    Rugar

    Primera impresión: julio de 2019

    Para Paola, mi oceánica y atlántica diosa, porque su amor no tiene límites ni fronteras y, porque como los dioses de este libro, se muestra siempre tal cual es: sin censura.

    PRÓLOGO

    BRAHMÁ, SHIVA Y VISHNÚ. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los tres Reyes Magos. Zeus, Hera y Atenea.

    Las principales figuras divinas parecen venir siempre de a tres, como si hubiera una correlación cósmica con el universo: el cielo, la tierra y el mar; la luna, el sol y las estrellas. Así como la trinidad de los seres sagrados tienen su clara raigambre en las fuerzas de la naturaleza, sus sentimientos reflejan aquellos de sus creaciones humanas. El amor, la piedad y la misericordia son rasgos presentes en ambas especies, como también lo son el odio, la ira y el orgullo.

    Esto no es una coincidencia, por supuesto, aunque la respuesta divida al mundo en dos mitades claramente diferenciadas y opuestas.

    Por un lado, se encuentran los creyentes que están convencidos que sus dioses crearon todo lo que existe, y que hicieron al hombre a su imagen y semejanza. Por otro lado, están quienes niegan la existencia de un ser superior y omnipresente, y que atribuyen su razón de ser a la necesidad humana de dar una explicación lógica a aquello que el hombre no puede comprender.

    Es probable que nunca lleguemos a conocer la respuesta, al menos en esta vida, y sinceramente no creo que sea lo más importante. Ya sea que los dioses existan o no, nadie puede negar que sus historias han acompañado a la humanidad desde mucho antes que los sabios inventaran la escritura, y que han alimentado nuestra imaginación de forma fantástica, brindando gozo cuando estamos aburridos y consuelo en nuestros momentos de angustia.

    En este libro el lector podrá recorrer esas historias sin la carga moral que muchas veces las empañan, relatos que muestran a los dioses en su estado más puro. Dioses que nos permitirán disfrutarlos tal como son.

    Dioses sin censura.

    Rugar

    ÍNDICE

    DIOSES SIN CENSURA

    PRÓLOGO

    ÍNDICE

    DIOSES CLÁSICOS

    HISTORIA DE UN PUEBLO

    EL EQUILIBRIO DE LOS DIOSES

    LA LEY DE LOS DIOSES

    LA ODISEA DE CALIPSO

    EL PRECIO DE UN CORAZON

    DIOSES MEDIEVALES

    EL GENIO ENAMORADO

    EL DIOS DEL AGUA

    LA LANZA DEL DESTINO

    EL OASIS

    EL COLECCIONISTA DE SUEÑOS

    CAZADOR DE DEMONIOS

    UNA VOZ DE AYUDA

    DIOSES DE LA EDAD MODERNA

    LA CAUTIVA DEL INFIERNO

    LA ORDEN DE NERVA

    LA DEMOCRACIA DIVINA

    MUÑECO DE TRAPO

    DIOSES INCLASIFICABLES

    MALDITO DÉJÀ VU

    AIRES BUENOS REVES AL

    LOS CHICOS SON EL FUTURO

    LA HISTORIA DEL DIOS OLVIDADO

    GLOSARIO

    Página |  

    DIOSES CLÁSICOS

    Desde la creación hasta el medioevo  

    Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, el divino Aquiles.

    Homero

    La Ilíada

    HISTORIA DE UN PUEBLO

    L

    a aldea de Crom era rústica y sus pobladores muy primitivos, pero su corazón era puro y generoso. Cuando llegamos aquí hace cinco años con Eva y Abe éramos pesimistas, pero su habilidad para aprender nos sorprendió. Nosotros, que habíamos visitado tantos pueblos, nunca vimos algo igual. Originalmente se comunicaban entre sí con monosílabos: ``Umn`` para comer, ``Ede" para referirse a su aldea, ``Sot`` para ir a cazar, ``Tus`` para agradecer, y así con cada hecho cotidiano. Tenían pánico a la noche, refugiándose en una cueva enorme hasta las primeras luces del alba. Cuando quisimos salir, comenzaron a gesticular y gritar un monosílabo: ``Unam``, lo que asumimos significaba ``peligro``. Cada noche se reunían en torno a una gigantesca fogata que mantenían viva día y noche celosamente por miedo a que se apagara. Cai, el brujo del pueblo, era el responsable de cuidar del fuego junto a Crom la persona de mayor autoridad en el grupo. Por eso el shock fue mayúsculo cuando les mostramos como encender un fuego frotando dos piedras.

    A partir de ese momento, su respeto y reverencia a los tres fue absoluto y se entregaron por completo a nuestras sugerencias y enseñanzas.

    Durante el primer año aprendieron los rudimentos del lenguaje, y una vez superada la barrera de la comunicación su evolución progresó vertiginosamente: cubrieron su cuerpo con pieles, reemplazaron sus herramientas de piedras por otras de metal, aprendieron a trabajar la madera, abandonaron la cueva y levantaron chozas, domesticaron animales y comenzaron a cosechar trigo y cebada.

    Sin embargo, nunca perdieron su temor por Unam y la noche, y volvían a reunirse a cada atardecer alrededor de la gran fogata levantada en el centro de la aldea. Allí parecían encontrar coraje en las historias que cada noche relatábamos sobre nuestros viajes a lugares lejanos y los pueblos que allí habitaban, sus caras perplejas y sus ojos abiertos de par en par. Y en esas noches ricas en historias les enseñamos a leer las estrellas y sus constelaciones: sagitario, libra, acuario, piscis, cáncer.

    Todo era perfecto, nos habíamos adaptado casi por completo (reconozco que nunca pude acostumbrarme al olor, ni ellos a bañarse diariamente). Nuestra choza estaba en el extremo sur de la aldea, en la parte más alta, lo que nos daba una vista privilegiada. Habíamos construido un depósito en la montaña también, y ahí guardábamos nuestras pertenencias convenientemente a salvo de depredadores...y miradas indiscretas.

    A lo largo de los años, junto a los conocimientos técnicos, intentamos inculcarles el sentido de la moralidad, del bien y el mal, del respeto al prójimo. Esto probó ser todo un desafío: Crom insistía en golpear la cabeza de las mujeres de la aldea con un inmenso garrote y en arrastrarlas hasta su choza sujetándolas del pelo. Y Cai era peor, vociferando que había que sacrificar un niño para que volviera la lluvia. Crom terminó aceptando nuestros consejos cuando comprobó que un ramo de flores silvestres en lugar de un palo aumentaba su popularidad entre las damas.

    Pero Cai era un caso diferente. Su poder y ascendencia sobre la aldea había recibido un golpe mortal con la pérdida del su monopolio en el manejo del fuego, y para peor tenía una profunda aversión a los cambios, lo que lo alejaba cada día más del resto: era el único que no había construido una choza, permaneciendo en la antigua cueva sentado frente a la fogata ``sagrada`` mascullando en monosílabos. En ocasiones transcurría largos periodos de tiempo sin aparecer en la aldea. Nadie lo extrañaba.

    Eva y yo no deberíamos habernos enamorado, pero se fue dando naturalmente. Abe se había unido a una joven aldeana y juntos se habían mudado a una choza en el centro y estaban esperando un bebé. La intimidad cotidiana se convirtió en amor. Poco sospechábamos que Cai albergaba sentimientos por Eva, y cuando la vio besarme su mirada nos fulminó, llamaradas de fuego brotaron de sus ojos. Nunca más lo volvimos a ver.

    Era una noche sin luna y nos habíamos quedado con Eva en la choza, hablando y amándonos y planificando el futuro. A lo lejos se podía ver la luz de la fogata, donde seguramente Abe estaría contando historias de pueblos lejanos. Nos despertamos a medianoche con los gritos ahogados de los hombres y los llantos de las mujeres que clamaban una sola palabra: ¡UNAM, UNAM!

    Corrimos sin pensar en lo que hacíamos, con el corazón en la boca y un frio en el cuerpo que parecía anticipar el horror de lo inevitable. Al llegar todo era caos y destrucción, y en el centro del pandemonio, con un hacha de piedra teñida de rojo estaba Él, tantas veces mencionado como sinónimo de terror. Unam, el Malvado, la muerte encarnada, la criatura de la noche, el máximo peligro. Mitad bestia, mitad hombre, era de menor estatura que la gente de Crom, pero su mirada asemejaba la de una serpiente y exudaba violencia y salvajismo al igual que el resto de los bárbaros que lo acompañaban. Y detrás de Unam: el traidor, Cai, riendo salvajemente y con un cuchillo ensangrentado en la mano. A sus pies, con los ojos abiertos y sin vida yacía el cuerpo de Abe. No pudimos ver a Crom, seguramente había podido escapar. Dando media vuelta, rodeados del fuego que consumía las chozas, nos alejamos, lentamente al principio, y luego reanudando la carrera sin parar hasta llegar al depósito.

    La montaña tembló cuando se encendieron los propulsores y las aguas de la cascada se abrieron cuando nuestra nave salió de la montaña elevándose al cielo. A medida que nos alejábamos del tercer planeta no podía dejar de pensar cual sería el futuro de aquella civilización. Quizás el hombre de Crom prevalecería pese a todo. Quizás entonces volverían a reunirse en torno al fuego y contaran la historia de cómo Cai traicionó y mató a Abe.

    Y de cómo Ada y Eva tuvieron que abandonar Ede por culpa de una serpiente. 

    EL EQUILIBRIO DE LOS DIOSES

    C

    uéntase que en el origen de los tiempos los Dioses recorrían la tierra y las Criaturas fantásticas gobernaban mares, ríos, cielos, praderas y bosques. Desde el Monte Olimpo, Zeus, Hera y la Corte de Deidades vigilaban el equilibrio del mundo e inspiraban el respeto de los justos y el temor de los criminales. En este mundo originario los hombres vivían a la sombra de Dioses y Criaturas, una especie más de las tantas que lo habitaban, y las guerras estaban prohibidas. Para dirimir la supremacía de una especie sobre las otras, zanjar los conflictos y contener la naturaleza violenta de sus imperfectas creaciones, los Dioses organizaban cada año unos juegos en el Olimpo, donde un representante de cada Nación combatía a muerte con los peores asesinos condenados a purgar sus penas en el Hades por toda la eternidad. 

    Los campeones recurrentes eran sin duda los Centauros, seres muy poderosos, mitad hombre, mitad caballo. Favoritos de Ares, maestros consumados en el uso de la lanza, reinaban sobre los bosques del mundo y los protegían celosamente de cualquier exceso, especialmente del fuego de los dragones. Los Elfos, aliados naturales de los Centauros, le seguían en saga: sus principales armas era su habilidad en el uso del arco y la de camuflarse haciéndose prácticamente invisibles a sus enemigos. Y su patrono olímpico era Artemisa, la Diosa de la caza. Grifos, Ninfas, Ciclopes, Esfinges, Enanos, Sílfides, Treants, Doxys y Hadas completaban el podio de los campeones olímpicos que al menos en una ocasión habían logrado sortear los retos y vencer a las peligrosas bestias del averno. Los hombres, de contextura física vulnerable, carentes de garras, colmillos o veneno, y sin ninguna habilidad mágica, solo contaban con su capacidad para reproducirse y adaptarse a cualquier ambiente, que en unos pocos milenios le habían permitido extenderse por todo el planeta. Sin embargo, esta particularidad era inútil en las competencias mano a mano, donde la fuerza, talento e inteligencia superior de las demás especies superaban ampliamente a la de los hombres. ``Conejos de dos patas`` los llamaba despectivamente Zeus.

    Pero todo eso estaba a punto de cambiar debido a un acontecimiento dramático.

    Prometeo era uno de los hijos del Titán Jápeto y la Ninfa Clímene, y a diferencia de sus hermanos Atlas, Epimeteo y Menecio, no le tenía miedo ni respeto a Zeus, a quien gustaba ridiculizar con pesadas bromas. Zeus aguantaba a regañadientes las travesuras del díscolo Titán, restándole importancia, pero una de ellas fue la gota que rebalsó el vaso. Prometeo ofreció a Zeus un gran buey en sacrificio que partió en dos: en una puso la carne que ocultó en el vientre del animal, y en la otra los huesos, que tapó con apetitosa grasa. El incauto Zeus eligió esta última para regocijo de Prometeo, y estalló de furia al descubrir los huesos. En castigo Zeus lo desterró del Olimpo y le asignó el patrocinio de los hombres en los juegos, la especie más inferior de todas.

    Prometeo estaba indignado. Aquellos pobres seres no tenían chance de ganar los juegos: sin conocimientos del uso del fuego ni la forja de metales, tenían como toda arma toscos garrotes y hachas con punta de piedra. Tampoco eran muy inteligentes: carecían de estrategia de combate y ni siquiera usaban escudos para protegerse. Doblemente tentado ante la oportunidad de vengarse de Zeus y ayudar a sus protegidos, Prometeo urdió un plan para robar el secreto del fuego y entregárselo a los hombres.

    Las Esfinges, seres con cabeza humana y cuerpo de león, eran las Criaturas más inteligentes del Cielo y la Tierra. Dicha inteligencia provenía en gran parte de su patrocinio por parte de Atenea, hija de Zeus y Diosa de la sabiduría. Campeonas en doce oportunidades de los Juegos, eran los custodios de los secretos de los Dioses. Sin embargo, pese a su inteligencia y fuerza, tenían un punto débil: su afición a los acertijos.

    Y de esto se aprovecharía el pícaro Prometeo.

    Aproximándose a Meupea, la Esfinge que custodiaba el fuego en las puertas de la morada de Hefestos, le saludó con indiferencia:

    —Hola Meupea. ¡Te ves hermosa hoy!

    —Hola Prometeo. ¿Qué estás buscando? Sabes que no puedo dejar pasar a nadie. — le advirtió Meupea

    —En realidad, te busco a ti. Tengo un acertijo que nadie ha podido descifrar, ni siquiera yo.

    —¿Un acertijo? —  Preguntó con evidente excitación Meupea, y Prometeo supo en ese momento que la tenía en sus manos. 

    —Sí, pero si no te interesa... — y Prometeo dio media vuelta y comenzó a alejarse

    —¡No, espera! Dime por favor el acertijo—, le rogó Meupea

    —Bueno, pero debes taparte los ojos con esta venda —

    La Esfinge obedeció a Prometeo y este aprovechó para escabullirse, y mientras abría las puertas la iba entreteniendo:

    —Tengo cuatro patas, pero no soy bestia, — y entró al recinto

    — ¿Qué más? —

    — Soy bella pero no soy mujer — le dijo mientras tomaba la antorcha del fuego eterno

    —Soy sabia pero no soy Atenea...

    Y me gusta jugar a adivinar. —

    —¡Ya lo sé! ¡Soy una Esfinge! — Gritó Meupea, victoriosa.

    — ¡Error! ¡Soy una tonta! ¡Ja ja ja ja jaa! —  Y riendo a carcajadas Prometeo huyó llevándose el fuego y la dignidad de la mentecata.

    Zeus montó en cólera al enterarse del hurto, y su ira fue terrible: encadenó a Prometeo al Monte Elbrus y envió un águila a devorarle el hígado, y como el Titán era inmortal se le regeneraba por la noche y el águila volvía a comérselo una y otra vez. Por su parte las Esfinges fueron desterradas a las implacables arenas del desierto egipcio y se les prohibió la participación en los Juegos.

    Los hombres ganaron el fuego, pero perdieron a su mentor, en tanto Atenea quedó sin nadie a quien patrocinar. Y así fue que se produjo la improbable unión entre la humanidad y una de las más poderosas Diosas del Olimpo. Armado con espada, lanza y escudo, y tocado por el brillo de la inteligencia, Teseo, el flamante héroe de los hombres, emprendió el camino al Olimpo, dispuesto a ganar los Juegos por primera vez.

    EL PRIMER RETO CONSISTÍA en escapar de un intrincado laberinto. Los adversarios de Teseo eran Cridan, una experimentada Ninfa de mente rápida e ingeniosa que tenía un sentido único de la orientación, y Plinius, un Treant hibrido entre árbol y hombre, cuyos cinco metros de altura le permitían ver el camino de salida del laberinto. Por su parte, Teseo solo tenía una gran bolsa, y todo parecía prever que nuevamente los humanos estaban condenados al fracaso. Cuando se dio la señal de largada, Cridan y Plinius se adelantaron rápidamente dejando atrás al humano, quien se limitó a abrir la misteriosa bolsa. Y entonces, sucedió lo inesperado: mientras Teseo sobrevolaba el laberinto usando las alas fabricadas por Ícaro, la Ninfa y el Treant luchaban infructuosamente por hallar una salida.

    A continuación, Teseo, Telemo, un cíclope vidente de segunda generación y la Elfo Clidanope, cuyo patrocinio con Artemisa la hacía excepcionalmente hábil en el uso del arco, debían enfrentarse a tres peligrosos asesinos eligiendo qué armas usar en cada combate:

    —Elegid con cuidado, les advirtió Afrodita, quien presidia el desafío, — solo podéis usar un tipo de arma con cada adversario y no podéis repetirla.

    Nuevamente el humano lucía con escasas chances de ganar. Mientras sus competidores probaban las armas, Teseo perdía el tiempo charlando animadamente con Afrodita a un costado. El primero en combatir fue Telemo, que con sus poderes de vidente anticipaba cada movimiento de sus oponentes: despachó rápidamente a la Mantícora, cortando su cola de escorpión con el hacha de doble hoja. Luego atravesó el corazón de la bestia Quimera con la lanza y se preparó a enfrentar al terrible Minotauro armado con arco y flecha. Tal como había anticipado en su visión el inmenso humanoide con cabeza y cola de toro embistió a Telemo con su afilada ornamenta. Este se apartó justo a tiempo y disparó tres flechas que impactaron en el lomo de la bestia, pero las mismas no parecieron afectarle, y embistiendo nuevamente atravesó con sus cuernos a Telemo.

    Clidanope cambió de estrategia: liquidó a la Mantícora con cinco flechazos y partió en dos a la Quimera con el hacha, pero tampoco pudo con el Minotauro, que atrapó la lanza con ambas manos y luego devoró a la Elfo.

    Teseo volvió a cambiar la elección de las armas, pero el comienzo fue poco auspicioso y uno de los dardos venenosos arrojados por la cola de escorpión de la Mantícora rozó su hombro, debilitándolo mortalmente. Solo un golpe de suerte salvó a Teseo: arrojó la lanza con un último esfuerzo y esta se clavó en la cabeza de la bestia, matándola. Cuando salió la Quimera Teseo se puso a tocar una flauta y cuando la bestia se durmió con la dulce melodía la mató a flechazos. Pero con el Minotauro la derrota parecía inevitable: el monstruo embistió con fuerza al gallardo heleno arrojándolo al piso, y este dejó caer el hacha, quedando indefenso. La brutal criatura estaba a punto de darle el golpe de gracia cuando intervino Afrodita y congeló al taurino ser, y, Teseo aprovechó para cortarle la gigantesca testa. Afrodita había quedado prendada de los encantos del bello príncipe, ayudándolo en su momento de mortal indefensión, y si bien era un acontecimiento inaudito, las reglas no prohibían que un Dios auxiliara a un competidor. Zeus no podía hacer otra cosa más que aplaudir la astucia de aquel humano.

    Nuevamente Atenea y Ares volvían a enfrentarse, pero por primera vez el hombre disputaba una final, y nada menos que contra Quirón, el gran campeón de los centauros que había llegado a la etapa demostrando una gran superioridad sobre el resto.

    La competencia que definiría quién sería el nuevo campeón olímpico era nada más ni nada menos que un combate a muerte entre ambos contendientes. El Monte Olimpo estaba colmado, todos los Dioses habían descendido a la tierra para presenciar la épica definición. Quirón tomó un gran arco, una espada de doble filo, y un escudo rectangular y se aproximó al centro de la arena. Teseo por su parte se limitó a prender fuego la punta de una flecha y la lanzó hacia arriba dibujando un brillante surco en el oscuro cielo de la noche sin luna. Y entonces estalló el pandemonio: ejércitos de hombres invadieron el Olimpo, masacrando a Dioses y Criaturas por la espalda mientras Teseo destruía el camino a los Cielos.

    Los conejos de dos patas se habían convertido en lobos.

    Al mismo tiempo que los Dioses eran emboscados en el Monte Olimpo, ejércitos de hombres en todo el mundo prendían fuego a bosques y praderas acorralando y aniquilando Centauros, Hadas, Doxys, Treants y demás criaturas mágicas. Tampoco se salvaron las criaturas de los mares, ríos y montañas: las redes de los pescadores capturaron a Sirenas, Nagas e Hipocampos y millares de flechas surcaron los cielos abatiendo a ángeles y grifos.

    En poco tiempo el universo se había trastocado irremediablemente: sin el celoso ojo de los Dioses cuidando el equilibrio del Universo las guerras se volvieron endémicas, nació la esclavitud, la naturaleza fue vulnerada desapareciendo bosques enteros.  Pestes, miseria y hambruna plagaron a la humanidad. Sin querer, Prometeo y Atenea habían abierto la caja de Pandora. Y sin embargo algunos Dioses escaparon a la matanza, y usando el secreto de las Ninfas se escondieron entre los hombres, corporizándose y asumiendo identidades falsas. Pero casi inevitablemente su carácter divino terminaba revelándose, y los hombres, alarmados, ponían fin rápidamente a sus vidas: Sócrates, Pericles, Euclides, Alejandro Magno, Cleopatra y Julio Cesar, todos ellos tuvieron trágico fin. Eventualmente los pocos Dioses sobrevivientes se retiraron de la vida pública, y la humanidad se sumió en mil años de oscuridad.

    Se cuenta que unos pocos Dioses aún viven, y caminan entre nosotros. Pero han cambiado de estrategia y ya no se exponen como grandes figuras. En su lugar, viven en aquellos que se levantan cada mañana al alba a trabajar, en los maestros de escuela, en los médicos rurales, en los que sufren padecimientos crónicos y siguen luchando, en los profesionales que trabajan de 9 a 6 o más horas cuando el sol brilla afuera, en los pobres de bolsillo, pero ricos de alma, y en los hombres de buen corazón. Algunos los llaman héroes anónimos, otros los llaman Santos. Se equivocan. Yo los llamo por su verdadero nombre:

    Dioses.

    LA LEY DE LOS DIOSES

    T

    lazohtlaloni miró fascinado los picos de los altos templos que sobresalían por encima de la espesura de la selva, y sintió como se le ponía la piel de gallina. El joven Azteca había llegado a las tierras mayas luego de un largo peregrinar a través de medio Mesoamérica, en busca de una leyenda, una civilización magnifica enclavada en las entrañas de la jungla.

    Todo había empezado en las ruinas de Teotihuacán, cuando Tlazohtlaloni escuchó la historia , de boca de un viejo chamán, de la fabulosa ciudad de Yax Mutul [1], el corazón de la poderosa civilización maya, la metrópoli más influyente en el ámbito político, económico y militar de Mesoamérica, temida y respetada por todos . Esa misteriosa cultura había sabido extender sus lazos incluso con la ahora desaparecida urbe de Teotihuacán, en el lejano Valle de México, y los viejos chamanes no la habían olvidado.

    Para el viajero Tlazohtlaloni la tentación de seguir el rastro de aquella leyenda había sido demasiado grande, y siguiendo la casi desvanecida huella de las antiguas rutas comerciales atravesó la selva y finalmente se topó con un claro donde solo debía haber espesura y fauna salvaje. En lugar de ello, estaba todo sembrabdo con plantaciones de maíz, yuca, porotos, cacao, calabazas y algodón, con miles de campesinos trabajando y cientos de canales regando los campos en una increíble proeza de ingeniería.

    Más allá de los campos se alzaban unas imponentes murallas que protegían a una población de medio millón de habitantes y una urbe de

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