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Dos palabras
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Libro electrónico124 páginas1 hora

Dos palabras

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La búsqueda del amor es una batalla más de la lucha por la vida. Tal vez la más encarnizada. Tal vez la decisiva.

La protagonista de esta narración, una mujer acostumbrada a empuñar las riendas de su vida ya desde los albores de su recién estrenada juventud, ha sido herida en esa batalla. Profundamente herida. Pero, lejos de amilanarse, realiza un radical esfuerzo de lucidez para sobreponerse a la tiranía de la obsesión, a la tentadora autocompasión, a la amenazadora melancolía.

Se enfrenta, en definitiva, a un reto que probablemente la marcará de por vida: aprender a convivir con la tristeza sin quedar anulada por ella, sin renunciar a la vida. Como una moderna Sherezade, hablando al causante de sus sufrimiento se habla en realidad a sí misma; explicándose su dolor, logra conjurarlo.

Vive el sexo, una de las materias esenciales de su peripecia vital y de esta narración, de manera radicalmente libre, hasta el punto de rondar, en ocasiones, la frontera del tabú. Pero, sobre todo, lo disfruta con una naturalidad digna de su temperamento de mujer emancipada y creativa.

Berlín, Londres y Bilbao ponen el telón de fondo a una historia en la que muchos jóvenes lectores y –especialmente– lectoras, verán reflejados de manera fresca y directa algunos de sus más recónditos gozos y temores.
IdiomaEspañol
EditorialAlberdania
Fecha de lanzamiento1 ene 2011
ISBN9788498682984
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    Dos palabras - Garazi Goia

    Dos palabras

    DOS PALABRAS

    Título original: Bi hitz

    © De los textos: 2008, Garazi Goia

    © De la traducción: 2011, Jorge Giménez Bech

    © De la presente edición: 2011, ALBERDANIA,SL

    Plaza Istillaga, 2, bajo C. 20304 IRUN

    Tf.: 943 63 28 14 Fax: 943 63 80 55

    alberdania@alberdania.net

    Portada: Antton Olariaga a partir de una fotografía de Unai Pascual

    Digitalizado por Libenet, S.L.

    www.libenet.net

    ISBN edición digital: 978-84-9868-298-4

    DOS PALABRAS

    Garazi Goia

    Traducción de Jorge Giménez Bech

    A L B E R D A N I A

    astiro

    La noche en que nos conocimos

    yo empecé a perder

    La cerilla explotó

    y me quemó los dedos

    manché mi blusa con el vino

    Olvidé por completo el nombre

    del mes y del día.

    Cristina Peri Rossi

    UNO

    BERLÍN

    —¿Qué planes tienes?

    —¿Planes? ¿Para cuándo? ¿A qué te refieres?

    —Quiero decir si tienes intención de quedarte aquí mucho tiempo. Me refería sobre todo a las cosas de tu trabajo que el otro día me comentaste. Si te conceden o no el traslado a la oficina de Londres y todo eso.

    —Tal como te dije, esa historia de Londres, no depende de mí, al menos por el momento. La primera palabra es de mis jefes, y aún quedan muchas cosas por atar. Parece que hay bastantes probabilidades de que me ofrezcan ese puesto, pero no se resolverá de un día para otro.

    —¿Alguna idea sobre cuándo se resolverá?

    —Pues no lo sé, una, dos semanas. Ya sabes lo que pasa en estos casos. Por una u otra razón, siempre terminan por retrasarse.

    —Ah.

    Odiaba aquellos lacónicos ah tuyos. Me daba la impresión de que lo que realmente significaban era que no me estabas prestando la menor atención, o que me mandabas callar.

    —En cualquier caso, te lo dirán pronto, ¿no? ¿No me habías dicho la semana pasada que, tras la entrevista con ellos, la cosa parecía casi hecha?

    —No, yo no te dije nada de eso. Lo único me que dijeron es que el trabajo de Londres era idóneo para mí, que la experiencia que he adquirido hasta ahora me resultaría útil para el proyecto que se desarrolla allí. Pero no me avanzaron nada más.

    —¿Y no puedes obtener más información por tu cuenta? Quizá la gente de la oficina de aquí sepa algo más.

    —Oye, oye, ¿a qué viene tanta pregunta de repente?

    Hiciste una breve pausa antes de responder, cogiste un cigarro del paquete de Marlboro que había sobre la mesa, sacaste el mechero del bolsillo y encendiste el cigarrillo con una profunda calada. Después abriste inmediatamente la ventana de la sala. Yo, entretanto, seguí con el crucigrama que estaba resolviendo.

    —He estado pensando, y te voy a hablar claro. Yo no puedo seguir así mucho más tiempo, la situación me está superando.

    De izquierda a derecha. Acción de cerrar la puerta para desairar a alguien y despreciarle, comienza por p, siete letras. PORTAZO. Primer portazo.

    Tras tres segundos de silencio, proseguiste.

    —Al principio estaba muy bien, estaba a gusto, me sentía bien contigo, pero me parece que todo esto está yendo demasiado lejos. ¿No te parece?

    Agua a 0º Celsius. Cinco letras, terminada en lo. HIELO. De arriba abajo. Helada. Y callada.

    —Sabes que soy muy independiente, y tengo en todo momento la sensación de que nos necesitamos mutuamente en muchas situaciones. Y eso me asfixia. Por ejemplo, ¿por qué no has ido, al fin, a cenar hoy con Kristen? Antes de que llamara yo, tenías intención de ir, y después de hablar conmigo has cambiado de plan.

    Porque estaba deseando estar contigo. Porque estos últimos días te vengo notando muy raro, y porque esta noche, especialmente esta noche, quería estar contigo. Eso es lo que te quería decir, pero guardé silencio, no era el mejor momento para decir algo así.

    Continuaste tras una pausa de diez segundos. Diez largos segundos. Quizá los diez segundos más largos de mi vida. Si escribiera todo lo que se me pasó por la cabeza, podría darme incluso para una novela. El libro más largo del mundo. Quizá.

    Y seguí con el crucigrama, deseosa de restar importancia a la conversación. Como si quisiera concentrarme en otra cosa. Capital de Filipinas. M_NI__. Manila.

    A Manila no, pero sí habíamos hecho planes de ir a Grecia. Una semana, decíamos que nos vendría bien para escapar un poco de la rutina y desconectar. Hasta trajiste de la agencia un catálogo de hoteles. Y enseguida nos imaginé a los dos en aquella playa, en aquella playa de arena blanca, los dos solos, mirando al mar, sentados en la orilla, dejando que el mar nos mojara los pies. De pronto, tu figura comenzó a desvanecerse en mi imaginación, poco a poco, como si se difuminara, y me quedé sola. Yo sola, perdida en la inmensidad de aquella playa de Grecia. O en aquella playa de Manila. O dondequiera que fuera, Grecia, Manila, Nueva York o Berlín, pero sola.

    —Siento tener que decirlo así, pero esto de dormir juntos todos los días, esto de compartir todos y cada uno de los momentos es demasiado. A veces siento deseos de estar solo, de cenar solo, de ver la televisión solo. Sin tener siempre tu sombra a mi lado. Aunque no me molesta, tengo la sensación de que estás invadiendo inconscientemente mi espacio, y, de verdad, eso no me gusta.

    Solo. Sombra. Molestar.

    —Perdona, pero no creo haberte obligado nunca a nada, y si hemos llegado hasta hoy es porque te sentía y me sentía a gusto.

    Quise decir algo más, pero eso fue lo que me salió del amasijo de ideas que se había apoderado de mi mente.

    —Hasta hoy —proseguiste—. Hasta hoy, tú lo has dicho. Esto no puede seguir así mucho tiempo más. Creo que las cosas tienen que empezar a cambiar. Podrías quedarte en casa, pero me parece que deberíamos dormir en habitaciones separadas. No quiero transmitirte falsos sentimientos. No estoy enamorado de ti.

    Te quedaste un momento en silencio, y me miraste, buscando mi mirada con la tuya, tal vez en busca de complicidad.

    Yo no lograba reunir fuerzas para hablar. Aunque trataba de romper aquel silencio, las palabras no brotaban de mi boca.

    No estoy enamorado de ti.

    Seguiste tú.

    —Al principio todo era perfecto, pero ahora falta algo. Sigues siendo alguien muy especial para mí, pero no quisiera que esto afectara a nuestra amistad.

    Amistad. No estoy enamorado de ti.

    —Qué quieres que diga. Como dices, estoy en tu casa, me he metido en tu vida sin pedir permiso, y he invadido tu espacio. Es eso lo que quieres decirme, ¿no? Pues tendré que entenderlo.

    No tienes la menor idea de cuánto me hirieron tus palabras. Ni tampoco de cuánto me costó pronunciar las mías. Pero solo sé que, tras escucharte, y sin tiempo aún de asimilar lo que me estabas comunicando, lo que te dije fue lo más coherente que podía acudir a mi mente. Poco a poco fui ensamblando tus palabras, despacio, muy despacio. Hablaste de amistad. No querías perder mi amistad. Que le den, a la amistad. Por qué tratar de justificar otra cosa mediante la amistad. Repugnantes clichés.

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