El hada del sexo
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Todo lo necesario para pasar un buen rato solos o en compañía. Una aventura para cada noche. Un libro para leer y que te lean, para dar y recibir. Un libro escrito sin vergüenza. El libro que no solo se lee, el libro que también se hace.
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El hada del sexo - Galaxia López Fernández
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© Galaxia López Fernández
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1114-048-5
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NOTA DE LA AUTORA
Quiero dedicar este libro a todos los que han compartido conmigo cada página, que me han apoyado y animado a publicarlo. A la persona que siempre ha alimentado mis ilusiones y que hoy lo sigue haciendo desde el cielo. A los que, sin saberlo, han inspirado mis fantasías y que hoy forman parte de ellas. Por último, y muy especialmente, a mi amigo, compañero, amante, protector y marido. Sin él, mis fantasías solo hubieran sido sueños.
Gracias a todos.
¡POR TODOS LOS SANTOS!
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Era una noche tranquila, de esas en las que, si no tienes nada que hacer, dejas que el tiempo pase, paseas por la casa, te preparas un té, lees un libro o simplemente no haces nada, salvo mirar el techo mientras pasan por tu mente dos mil tonterías. Por fortuna, nos habían invitado a una «maravillosa» fiesta de disfraces por el día de Halloween, de esas a las que no apetece nada ir después de haber estado un mes pensando de qué demonios, nunca mejor dicho, te vas a disfrazar y a las que, al final, acudes hecho un fantoche. Bueno, pues ese era nuestro estupendo plan, pasar una velada rodeados de compañeros de trabajo de él, a los que veía todos los días con un pequeño aliciente, verlos con un poco de suerte, como en realidad eran, como monstruos.
Aunque el típico disfraz de bruja estaba, y está, superquemado, no pude encontrar algo más sencillo de conseguir fuera de la temporada de carnavales, además, me ahorraría la nariz, ya que, por decirlo de alguna manera, mi nariz ya está embrujada, así que, aunque me repatea, era un disfraz que me venía como un guante.
Constaba de un vestido negro muy ceñido sin tirantes, un gorro de fieltro feísimo, unas botas hasta las rodillas, una escueta capa y, cómo no, mi escoba.
Del disfraz de él solo os diré que fue lo más socorrido, aunque sin muchos detalles, usó mi ropa y se puso un hacha «clavada» en la cabeza, total, que iba de puta asesinada. Original, ¿no? En fin, lo normal para una fiesta de disfraces en la que no se te puede ocurrir ni por asomo que pudiera pasar lo que me iba a suceder a mí.
La barriada donde se celebraba estaba a una media hora de nuestra ciudad, pero para encontrar la casa tardamos como hora y media, teniendo en cuenta que nos guiaban a través del móvil un compañero inglés, otro traduciendo y todo eso me lo decían a mí que después le indicaba a la puta asesinada. Bien, en una de tantas vueltas a la misma urbanización que se me antojaba sacada de una película de Freddy Krueger, mi vejiga no aguantaba más, así que paramos, desagüé, me rompí las medias y casi se nos atasca el coche en el barro. Pero ¡Llegamos! Por fin.
Los monstruos que estuvieron guiándonos por teléfono nos esperaban en la puerta de la casa, pero antes tuvimos que medio atropellar a una chica que llevaba un horrendo disfraz de payaso con peluca rosa.
Uno de los monstruos era verde, con trompetas en vez de orejas, junto a él, su novia cadáver con el traje nupcial de su anterior matrimonio y el monstruo que pasaría a ser el protagonista de este relato, la verdad, no se de qué iba disfrazado, solo recuerdo una capa negra y un maquillaje asqueroso rojo y negro que, con el paso del tiempo, se fue mezclando hasta conseguir un color raro.
Después de las típicas risitas por la tardanza nos dispusimos a entrar en el «infierno». Ángeles, demonios, monstruos, otra bruja, eso sí, solo una puta asesinada que terminó intentando desfilar entre una comitiva de compañeros de trabajo.
No se muy bien por qué, mi disfraz debía sentarme muy bien porque algunos monstruos no dejaban de mirar mi escote, entre ellos, el de la capa negra al que llamaré… ¿Qué tal un nombre aterrador? Por ejemplo, ¡descoyuntado! He elegido este porque aparte de no ocurrírseme otro, hacía unos movimientos extraños con el cuello cada vez que, por unas doscientas casualidades, se cruzaba conmigo. Pero cariñosamente y por motivos de imprenta, llamaré Desco.
Bien, pues Desco y yo no tardamos mucho en congeniar y comenzamos a hablar de algunas cosas mientras la puta asesinada se perdía entre angelitos negros. Os preguntaréis por qué cada uno por su lado, muy sencillo, no somos celosos, nada celosos.
Entre conversaciones banales, terminamos hablando de unos relatos eróticos escritos por mí hacía algún tiempo y que me gustaría publicar, a los que hoy uno este. Desco se ofreció para ayudarme, aunque todavía estoy esperando que me facilite el nombre de una editorial, pero lo que ocurrió no tiene desperdicio.
A las doscientas una casualidades y el correspondiente movimiento de cuello, hice que me siguiera discretamente.
La casa era una de esas adosadas de dos plantas, así que subí las escaleras intentando no tropezar con los monstruos que iban cayendo después de absorber más alcohol que esponjas y, quizás, algo más que alcohol.
Desco me seguía muy colocado y, en su caso, era evidente lo de algo más. No conocía la casa y me sorprendió ver el amplio comedor, pero no perderé el tiempo dando detalles de arquitectura y decoración, yo buscaba algo menos técnico, un rincón oscuro y algo de intimidad. Al abrir una de las puertas, encontré un dormitorio enorme en el que no me pareció oportuno llevar a cabo mi hazaña, entre otras cosas por ser