El Curandero
Por Zorro Blanco
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El pueblo sin duda era perfecto para Tobías, un hombre que trata de huir de su pasado y busca un nuevo comienzo. Aunque a veces la vida nos enseña que no hay que huir del pasado, sino afrontarlo, aceptarlo y cambiar nuestro presente, que es el único tiempo sobre el que podemos actuar...
No era ni demasiado grande ni demasiado pequeño, no estaba demasiado cerca del mar ni demasiado cerca de las montañas. Sus gentes no eran ni demasiado tristes ni demasiado alegres y en él la vida no transcurría ni demasiado despacio ni demasiado deprisa.
Zorro Blanco
Desde joven he escrito relatos eróticos. Recuerdo el primero, en ese cuento que escribí sobre un compañero de clase, una tímida y guapa chica que me atrapó. ¡Escribí este corto relato en un Spectrum 128Kb + 2A y lo guardé en una cinta de casete! Pero, lamentablemente lo perdí...Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Hoy escribo historias mucho más complejas, pero siempre recordaré este breve relato escrito en un calentón de la pubertad.Si no me conoces: ¡Deseo que disfrutes de mis historias y que estas te atrapen! Si ya me conoces: ¡Sabes cuánto disfrutas leyéndolas!Atentamente,Zorro Blanco.
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El Curandero - Zorro Blanco
Prólogo
Vigésima novela que publico, ¡ahí es nada! Y seguramente el lector o lectora se preguntará: ¿cómo puedo tener tanta producción literaria? Pues muy sencillo, llevo años escribiendo y tengo algunas novelas como se suele decir a medio acabar
, de modo que cuando publiqué El Extraño Caso de Mr. Bottom, pues retomé El Curandero.
Si hay algo que me gusta de la presente obra es su comienzo:
El pueblo no era ni demasiado grande ni demasiado pequeño, no estaba demasiado cerca del mar ni demasiado cerca de las montañas. Sus gentes no eran ni demasiado tristes ni demasiado alegres y en él la vida no transcurría ni demasiado despacio, ni demasiado deprisa.
Y es que, ¿quién no ha deseado alguna vez en su vida retirarse a un lugar así? Sobre todo en los difíciles tiempos en que vivimos, si es que esto es vivir, donde la angustia que nos transmiten los medios de comunicación, con sus alarmantes noticias, el trabajo monótono, los días iguales, hacen que la desazón crezca en nuestro interior.
En este sentido El Curandero, narra un nuevo comienzo para Tobías, que decide establecerse en él debido a su pasado. Un pasado que se desvelará más adelante y que marcará un hito en la obra.
Pues eso espero yo, que esta obra sea como un retiro momentáneo del tedio del día a día, para que el lector o lectora que se asome a ella tenga sueños calientes y húmedos, y tal vez atisbe un rayo de esperanza…
Zorro Blanco.
1
Pueblo sin nombre
El pueblo no era ni demasiado grande ni demasiado pequeño, no estaba demasiado cerca del mar ni demasiado cerca de las montañas. Sus gentes no eran ni demasiado tristes ni demasiado alegres y en él la vida no transcurría ni demasiado despacio ni demasiado deprisa.
Tobías lo había descubierto por azar: un anuncio, una casa, un huerto trasero, no demasiado lejos del pueblo ni demasiado cerca de él. Nada más verla le encantó, sus muros de piedra, sus techos de vigas de madera, su tejado de tejas rústicas cubiertas por los líquenes acumulados durante años. Fruto de largos, fríos y húmedos inviernos, seguidos igualmente de largos, cálidos y secos veranos, hacían de la casa una postal típica de tantos pueblos blancos que hay repartidos por la geografía de aquel país.
¡Sin duda perfecta! Fue la primera frase que se paseó por su mente nada más verla. Perfecta y barata pues, ¿quién querría mudarse a aquel pueblo, no demasiado grande ni demasiado pequeño, no demasiado importante ni demasiado insignificante?
Tras alquilar la casa, preguntó por un local en el centro del pueblo para poner un negocio, el tratante del pueblo sonrió, pues aquel extraño extranjero, sin ser demasiado extravagante tampoco era demasiado normal. Los negocios en el pueblo eran pocos y apenas subsistían con los habitantes de este y los turistas por allí no venían ni se les esperaba, siempre había sido un pueblo sin demasiados monumentos ni demasiados adornos.
Sus únicas edificaciones dignas de admiración eran su iglesia, hecha en piedra, como sólo las sabían hacer antes, no demasiado grande ni demasiado pequeña, lo justo para los devotos que la visitaban los domingos para ir a misa. Y una casa señorial de la familia más adinerada del pueblo, los Marqueses de Villa Verde, aunque este no era el nombre del pueblo sino de la villa o sea de la casa donde éstos habitaban por generaciones.
El tratante local, pues allí nunca llegó a abrir sus puertas ninguna inmobiliaria moderna, era Modesto, por él pasaba todo lo que estaba en venta en el pueblo, ya fueran casas, tierras, o incluso herencias. A pesar de tener pocos estudios, no tenía un pelo de tonto y sabía tratar con la gente, con métodos como los de antes, cerrando los tratos con un apretón de manos y empeñando su palabra, pues esa iba a misa, aunque él nunca hubiese pisado la iglesia nada más que lo imprescindible, bautismo, primera comunión, boda, las fiestas de guardar y cuando tocaban las campanas el repique de difuntos para despedir a algún paisano que había pasado a peor vida.
El ávido tratante ya se debería haber jubilado, o al menos lo debía haber hecho hacía años. Pero por aquello de dejar el negocio familiar a alguno de sus hijos lo había aguantado para el pequeño, quien puso fe en él y comenzó a anunciar las propiedades que compraban y vendían en Internet. Ante el asombro y estupor de Modesto, que nunca quiso ni quería entender de esas cosas de la tecnología. Así fue como Tobías descubrió la casa y este anuncio fijó su destino, como tan sólo el azar y la casualidad saben atar a los hombres con sus caprichos y antojos.
Aunque insistió a aquel simpático extraño que poner un negocio allí no era cosa fácil, la insistencia de Tobías, que presionaba sin palabras, hizo desistir a Modesto de su empeño de aconsejarle mejores inversiones y aprovechó la ocasión para deshacerse de la casa de una viuda que ya se iba a la ciudad para vivir con su hija tras dejar su marido este mundo y pasar al de más para allá.
Tras ver la casa Tobías vislumbró su negocio, como si ya la hubiese adecentado y preparado así que, ante la extrañeza de Modesto, le confirmó que también se la quedaba y cerrando el nuevo trato con otro apretón de manos Tobías se fue a dar un paseo por los caminos que circundaban el pueblo.
Allá por donde pasaba era objetivo de todas las miradas, despertaba comentarios y levantaba el ánimo a los habitantes de un pueblo donde casi nunca pasaba nada. Algunas mujeres en corrillo que volvían del campo lo miraron extrañadas, y él las saludó con cortesía poco acostumbrada por aquellos rudos lares, pues no eran los habitantes muy finos que digamos y los modales de Tobías, aparte de destacar, no eran nada corrientes.
Los paisajes le fascinaron, se pasó caminando casi toda la tarde y cuando cayó el Sol, para dar paso a una Luna en cuarto creciente, Tobías volvía medio perdido, en busca de su casa, pues cuando la luz fue dejando paso a las tinieblas y su memoria empezó a flaquear, temió no ser capaz de encontrar de nuevo su casa. Finalmente, la providencia se apiadó de él e iluminada por la mortecina farola en parte y por la media Luna, apareció señorial ante sus ojos, con sus paredes blancas parecía tener cierta luminiscencia ante tan reflectivo color.
Introdujo la vieja llave, de esas que ya no se fabrican y la desechó, sonando los cerrojos internos como golpes secos y largos y finalmente empujó la encajada puerta y esta se abrió. Pasó al interior y extendió una esterilla en espacio diáfano del salón, pues aún no había muebles, sacó de su mochila un par de velas y las encendió colocándolas a su izquierda y a su derecha.
Acto seguido extendió un pequeño paño que hacía las veces de mantel, y sobre este partió el pan tierno que había comprado en una de las tiendas del pueblo, sacó su fiambre y con la navaja multiusos abrió el pan para colocarlo en su interior. Sacó también una botella de vino que había comprado y se sirvió en un pequeño vaso de aluminio que llevaba en la misma mochila y puso también una gran manzana amarilla en un extremo del mantel, reservándola para postre.
Con el hambre que tenía aquellos humildes alimentos le parecieron un manjar de dioses. Y mientras arrancaba unos bocados a aquel tierno y crujiente pan, miró a su alrededor, al techo iluminado débilmente por las velas, con sus vigas color marrón y el blanco espacio entre ellas, se fijó en la vieja chimenea que sin duda había calentado muchas noches de frío invierno a sus anteriores habitantes.
Entonces recordó que el rico pan se lo había vendido Rosa la panadera, con la que intercambió unas amables palabras, extrañada ella por su presencia en el pueblo.
—¿Y qué le trae por aquí? —le preguntó la panadera.
—Pues la vida, pretendo instalarme una temporada aquí, tienen un pueblo muy bonito —afirmó Tobías.
—Supongo que sí, pero para una que lleva toda su vida en este pueblo, a veces llega a ser claustrofóbico no salir más que para ir a la capital a hacer algunas gestiones.
—Bueno, uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde —afirmó Tobías tras escuchar el lamento de la panadera.
—Si, supongo que eso es cierto —si emigrase como mis padres me acordaría todas las noches al acostarme de estas calles y los paisajes que hay en los alrededores.
Sin duda Rosa era una buena mujer, Tobías se fijó en que llevaba anillo, su marido sería quien durante la noche hacía el pan y ella la que por las mañanas lo vendía mientras éste recuperaba horas de sueño perdidas.
Más tarde durante su paseo por los caminos del pueblo, se encontró con un corrillo de mujeres que salían a caminar, por aquello de que es saludable moverse, todas murmuraron sin excepción al ver a aquel pintoresco caminante, mochila al hombro y sin que ninguna acertase a adivinar su procedencia.
Amablemente las saludó y estas le correspondieron entre murmullos y se alejaron volviéndose para seguir cuchicheando. Tobías sonrió para sus adentros, cuán curiosa es la gente ante un extraño, necesitamos identificarlo, averiguar sobre él, tal vez sea el miedo a lo desconocido, tal vez un mecanismo ancestral de defensa de la tribu en la que todos ante un extraño colaboraban para saber de sus intenciones.
Por último, vio a una pareja, esta se escondió furtiva entre los árboles, un chico y una chica, que no querían ser descubiertos así que Tobías respetó su deseo y no fue a su encuentro.
Un largo día, tal vez no demasiado excitante pero tampoco demasiado tranquilo, ahora necesitaba descansar, pues en pocas horas el sol saludaría de nuevo a la Luna allá por el punto opuesto del horizonte cuando eclipsara a la otra poco después de su aparición, como amantes condenados a verse de lejos y nunca de cerca estar.
Tobías extendió su saco de dormir sobre la esterilla donde antes estuviera sentado cenando en el suelo y se metió en él, entregándose al descanso, dejándose llevar por los susurros de las hadas que transporta el viento, mecido por el crujir de miles de hojas en el exterior.
2
Un nuevo comienzo
Al día siguiente llegaron los de la mudanza, con su camión descargaron los pocos enseres que Tobías poseía y con ellos puso un poco de mobiliario y un toque de humanidad en aquellas vacías estancias, aunque a Tobías le gustaba la sobriedad de la casa vacía, pero ver en ella algo como una mesa y unas sillas o su vieja cama, le reconfortaron y le hicieron sentirse finalmente en su hogar.
Tras sacar algunas cosas de las cajas, Tobías salió a dar un paseo de nuevo por los alrededores y portando un viejo libro de flora de la región se dedicó a buscar hierbas en las que tenía interés: tomillo, romero, cáñamo y otras más raras que ya conocía de haber leído el libro pero que no había probado aún.
De vuelta al pueblo fue a comprar el pan de cada día y allí de nuevo Rosario le recibió con su amable sonrisa. Al ver su zurrón se interesó por lo que allí llevaba y Tobías tuvo a bien mostrarle algunas de las hierbas de las