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El Despertar
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Libro electrónico140 páginas1 hora

El Despertar

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Información de este libro electrónico

Clara es una chica despierta, curiosa, ansiosa... ¡Sin límites!. Dispuesta a explorar un mundo que se le abre como el Sol a la mañana. Cierto día no le apetece ir a clase, de modo que finge estar enferma para quedarse en casa a holgazanear y así librarse del tedio del las clases.

Su cándido padre se traga la bola. Clara es su única hija, vive solo con ella y para ella, la mima y la cuida desde que su madre les abandonó, con el trauma que eso conlleva. De modo que se despide de ella con un beso y diciéndole que descanse y se recupere.

Esa mañana Clara se regocija entre las cálidas sábanas, tan calentita en una fría mañana se entrega a sus sueños húmedos, muy húmedos... Y así comienza su aventura, ¿la acompañarás en su viaje?

IdiomaEspañol
EditorialZorro Blanco
Fecha de lanzamiento11 jun 2021
ISBN9781005189181
El Despertar
Autor

Zorro Blanco

Desde joven he escrito relatos eróticos. Recuerdo el primero, en ese cuento que escribí sobre un compañero de clase, una tímida y guapa chica que me atrapó. ¡Escribí este corto relato en un Spectrum 128Kb + 2A y lo guardé en una cinta de casete! Pero, lamentablemente lo perdí...Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Hoy escribo historias mucho más complejas, pero siempre recordaré este breve relato escrito en un calentón de la pubertad.Si no me conoces: ¡Deseo que disfrutes de mis historias y que estas te atrapen! Si ya me conoces: ¡Sabes cuánto disfrutas leyéndolas!Atentamente,Zorro Blanco.

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    El Despertar - Zorro Blanco

    Prólogo

    El despertar es una novela inocente, cálida, tierna, tanto como su protagonista Clara, junto a quien viviremos su despertar sexual, de ahí el título de la novela.

    Esta hace ya la número trece de mis novelas publicadas y es especial también por este hecho, ya que el autor, o sea yo, nació un trece de junio, así como mi madre y mi esposa, curiosa coincidencia, ¿verdad? Yo diría más, curiosa serendipia, pues eso, que esta es la novela número trece y espero que por eso sea especial, pues dicho número parece marcar mi existencia y yo diría que he de dar gracias por todo lo conseguido en ella.

    Volviendo ya a lo que toca, El Despertar se adentra en el mundo de la adolescencia tardía e inocente de su protagonista que descubriría las mieles del placer, del sexo en solitario, compartido y que probará todos los platos que se le pondrán por delante.

    Con ella viviremos su evolución, sus emoción, su gozo y su alegría, aunque también, como en la vida misma, viviremos alguna amargura, pues ante todo la novela trata de ser cotidiana, con personajes reales, nada de tabletas de chocolate, tetas de copa de champán, lifestyle y perfección, aquí hay gente como tú y como yo, viviendo una adolescencia que en mi caso se pierde ya en la memoria del tiempo…

    Zorro Blanco.

    El despertar

    No recuerdo la edad exacta que tenía, sólo sé que era muy joven, de lo demás sí que guardo un grato recuerdo....

    Era una fría mañana del mes de febrero, cuando le dije a mi padre que me dolía la garganta y que no quería ir a clases, por lo que, comprensivo, me dejó en la cama y se fue a trabajar.

    Dormí un rato más y tuve un sueño erótico, por aquel entonces ya pensaba en los chicos de esa manera y me atraía mucho ver la picha de alguno en directo, pero aún no había realizado esta fantasía.

    Una amiga me había enseñado una revista porno de su padre y nos quedamos escandalizadas con sus grandes pichas, aunque reíamos, a mi me daba miedo sólo de pensar que alguna de aquellas cosas gigantes intentase entrar en mi chochito. Así que pensé en que lo mejor sería buscar una pichilla de alguien joven como.

    Quería acariciarla, quererla y mimarla. Saber qué se sentía al tocar una, algo extraño para una chica como yo, aún virgen. Aún hoy me sigue atrayendo esa idea, una picha joven e inexperta a la que enseñar. ¡Um! ¡Qué delicia!

    Cada día me descubría pensando que uno de los chicos de mi clase me la enseñaba y se la tocaba y entonces él me sonreía y me pedía que se la chupara, como había visto en secreto con mi amiga Lisa en las revistas guarras de su padre. ¡Qué asco! --pensaba aún en aquellos tiempos.

    El caso es que aquella mañana, sola en casa, me puse muy caliente entre ensoñaciones varias y desperté con la sensación de tener el chochito muy mojado, me levanté a hacer un pis y en la taza del váter suavemente pasé mi dedo por mis labios vaginales y concluí que efectivamente así era. Así que hice un pis, me limpié todo y me volví a acostar.

    En la cama, le dediqué unas suaves caricias a mis pequeños labios vaginales bajo las sábanas por encima de las braguitas. ¡tan calentita! Empecé a sentir la excitación al hacerlo, noté cómo las braguitas se me humedecían, así que terminé apartándolas dejando el camino libre para que mis dedos se deslizaran por el surco formado por mis pequeños labios vaginales.

    La sensación era electrizante, tenía la yema del dedo muy mojada al tacto, sentía la untuosidad del lubricante natural de mi vagina sobre ella, mientras con el pulgar opuesto los movía en círculos sobre mi dedo corazón lubricado.

    Seguí surcando mi vagina, nunca mejor dicho, con mi dedo y me deleité con la tremenda excitación que me hacían sentir aquellas deliciosas caricias.

    Con la otra mano me acariciaba los pechos y me ponía duros los pezones, siempre he tenido las tetas grandes y descubrí que me encantaba trazar círculos con mis dedos en mis areolas, recorriéndolas como si fuesen las curvas de un circuito de carreras.

    Fueron horas de tremenda excitación, sin prisa, pero sin pausa me acariciaba suavemente, sin llegar a penetrarme con mis dedos, pues era virgen y pensaba que me haría daño. Poco a poco aprendía a hacerlo, a conocer hasta dónde podía llegar para que no me doliese y el punto donde estaba marcada la frontera que no podía sobrepasar.

    Desconozco el tiempo que estuve en aquel dulce martirio, sólo recuerdo que en un momento dado decidí acelerar el ritmo para así intensificar aquellas sensaciones y ahí fue cuando experimenté mi primer orgasmo. Sentí convulsiones, me removí sobre la cama como la niña del exorcista, saltando frenéticamente sobre ella y arqueando la espalda hasta el límite.

    Paré un rato y descansé, para luego seguir dándome placer, ¡y así pasé el día entero!

    Cuando mi padre me subió algo de caldo para comer, me preguntó si no quería levantarme un poco y yo negué con la cabeza, entonces estuvo un rato sentada a mi lado mientras comía.

    —Aquí huele raro, ¿no hija? No quieres bañarte.

    —No papá, no me apetece nada con la garganta como la tengo —repliqué y lo cierto es que así era.

    —Pues bueno, mañana te duchas y si quieres no vayas tampoco al colegio, ¿vale?

    Asentí mientras me acariciaba la mejilla y tras esto se marchó.

    Efectivamente notaba como era mi sexo el que había llenado la habitación con su aroma empalagoso e inconfundible. ¡Me moría de vergüenza de pensar que mi padre pudiese sospechar que me había estado masturbando el día entero!

    Al día siguiente tampoco fui al colegio y me entregué de nuevo a la práctica onanística recién descubierta.

    De exploración

    En los siguientes días, en el instituto, me convertí en una depredadora de pichillas jóvenes. Había un chico gordito, Santi, no hablaba mucho, pero yo sabía que le gustaba y era vecino mío y compañero de clase. Así que un día, me las ingenié para coincidir con él a la salida y para volver juntos a casa caminando.

    —¡Hola Santi! —dije yo sorprendiéndole desde atrás.

    —¡Hola Clara! —dijo él dando un respingo sin esperarme, poniéndose en guardia primero, pues había unos chicos que lo acosaban y luego, cuando me vió, mostrándome una amplia sonrisa de alivio.

    —¿Vas para casa?

    —¡Sí! —dijo quedándose cortado algo cortado.

    —¡Vale, te acompaño! —dije yo como si tal cosa.

    ontinuamos caminando juntos. A él le costaba hablar, así que la situación se puso algo incómoda y decidí llevar yo le peso de la conversación.

    —¡Jo, la verdad es que los deberes de mates me matan! ¿A ti te importaría echarme una mano con ellos? —dije con mi sonrisa habitual.

    —¡Oh, sí claro, no hay problema!

    —¡Vale! ¿Te importa si vamos ahora entonces a mi casa?

    —¿Ahora? ¡Oh, bueno! Supongo que podemos estar un rato antes de la comida —dijo él algo más seguro de sí mismo, tal vez alagado por mi oferta.

    —¡Perfecto!

    Ya quedaba poco hasta mi casa así que continué dándole palique para que no se achantara y poco a poco cogió confianza. Recuerdo que de pequeños éramos amigos, pero desde entonces nos habíamos distanciado.

    Entramos en casa. Mi padre tardaría en llegar de su trabajo así que tendría tiempo para experimentar. Le dije que nos sentáramos en el sofá y sacamos los libros y los cuadernos para supuestamente hacer los deberes de mates.

    —¿Quieres comer algo?

    —¡Oh no sé, mi madre ya tendrá la comida lista! —se excusó él.

    —¡Ah bueno! —dije yo acariciando mis grandes pechos sobre el jersey que me los aumentaba en tamaño.

    Él me miró y rio nervioso. Entonces yo levanté mi pierna y la crucé por encima de la rodilla, esto hizo que la falda de tablas de mi uniforme se plegara entre mis piernas y dejara a la vista mis muslos desnudos.

    Me resultó gracioso ver cómo él intentaba no mirar, pero luego caía en la tentación y me devoraba con sus ojos, ávidos de apetito por mi cuerpo.

    —Santi, ¿te puedo preguntar algo personal?

    —¿Personal? Bueno sí, supongo que sí —dijo poniéndose nervioso ante mi extraña pregunta.

    —¿Tú te masturbas verdad?

    Mi pregunta le dejó petrificado, fue un tenso momento y reconocí que me había pasado de frenada con él. Así que puse mi mano en su rodilla y traté de tranquilizarlo.

    —¡Tranqui, que sólo es curiosidad! Te confieso que yo lo hago —le dije para romper el hielo.

    —¿Tú? —preguntó un tanto extrañado por mi íntima confesión.

    —¡Yo sí, la otra mañana mentí a mi padre! Le dije que estaba enferma y me quedé en casa sola, luego me acaricié entre las sábanas y fue muy placentero, pero creo que no logré el orgasmo, yo nunca he tenido un orgasmo, ¿y tú?

    —¿Yo? Pues, si, creo que sí —dijo él relamiéndose sus gruesos labios rojos.

    Entonces yo me acaricié mi largo pelo y me peiné con mis dedos en un gesto sensual mientras suspiraba.

    —Y

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