Deseo Prohibido
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Stella Maxwell es una joven recién licenciada en busca de una oportunidad laboral.
Aparentemente no tienen nada en común... ¿O sí?
Un pasado en un orfanato. Unos papeles que dicen que podrían ser hermanos biológicos. Unas familias totalmente distintas que los adoptaron por separado.
Pero... ¿Qué sucede el día que Stella acude a la empresa de Oliver en busca de empleo?
Una intensa tensión y un deseo sexual se apodera de ellos.
Ambos son conscientes de la aberración de esos sentimientos y luchan contra lo qué sienten.
La única pregunta es:
¿Hasta cuándo podrán controlar ese deseo que amenaza con hacerles caer una y otra vez?
Sumérgete en esta historia tan sórdida como adictiva.
Déjate seducir por una espiral de sentimientos turbios y sexo explícito, en medio de un tira y afloja entre los dos protagonistas.
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Deseo Prohibido - Reyes Ramírez Llamas
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© Reyes Ramírez Llamas
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1144-441-5
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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PRÓLOGO
Mamá se ha vuelto a ir. Mi hermana llora llamándola, yo también tengo ganas de llorar, pero soy su hermano mayor. Mamá dice que ya tengo seis años y que debo cuidarla cuando ella no esté.
Stella llora. Tiene hambre, pero ya hace varios días que mamá se fue y no queda nada de comer. Nunca tarda tanto en volver.
Me subo en una silla de madera que hay en la cocina, justo al final de un armario encuentro una caja de galletas: solo quedan tres. Le doy dos a Stella y me como la que queda, poco a poco, para hacerla durar. Están blandas y saben raro, pero tenemos tanta hambre que nos da igual.
Mi hermana acurruca su delgado cuerpecito en mis brazos, tiene tres años, pero parece mucho más pequeña de lo que es. Me mira con sus grandes ojos azules y, haciendo un puchero, me pregunta por mamá.
—No tardará… —digo mientras la tapo con la vieja y sucia manta que hay en el sofá—. Duerme un poco, el tete Oli te cuida.
Cierra los ojos y yo acaricio su largo pelo rubio. Me hago el valiente, pero estoy muerto de miedo. «Mami, ¿dónde estás?». Esa pregunta se repite una y otra vez en mi mente hasta que caigo yo también rendido junto a mi hermana.
Un nuevo día amanece y mamá sigue sin venir…
El miedo da paso a verdadero pánico. Ya no hay nada ni en la nevera ni en los armarios.
¿Qué le voy a dar a Stella cuando se despierte del maltrecho sofá?
Abro los ojos de golpe. Estoy en mi cómoda cama, en mi inmensa mansión del exclusivo barrio de Laurel Canyon, en Los Ángeles.
Me siento de un salto en la cama y me cojo la cabeza con ambas manos. Dios… de nuevo un sueño de mi maldita infancia.
Me levanto y voy a la cocina para servirme un vaso de agua.
Miro el reloj que hay en la pared: son las cinco y diez de la mañana.
Tengo una reunión de accionistas a las ocho y media. Ya sé que no me voy a volver a dormir.
Me meto en la ducha y, de nuevo y está vez despierto, una preciosa y angelical niña de tres años acude a mi mente… ¿Qué habrá sido de ti, Stella?
A las ocho ya estoy en mi despacho. Layra, mi eficiente y embarazadísima secretaria, me sirve un café.
—A las ocho y media llegarán los accionistas, señor Scott.
—Gracias, Layra.
La veo salir con su enorme barriga. Pronto tendré que buscarle una sustituta.
Sin embargo… La vida me depara una sorpresa, una sorpresa que pondrá mi vida del revés. Una sorpresa que hará que me cuestione muchas cosas… Demasiadas.
CAPÍTULO 1
—No necesitamos a nadie —dice sin levantar la cara de los informes que está leyendo la recepcionista a la que intento, sin éxito, dejarle mi currículum.
—¿Le importa que se lo deje por si acaso? —pregunto con educación.
—Haz lo que quieras —contesta sin mirarme ni una sola vez.
—Gracias. —Dejo el papel encima de la mesa, sabedora de que estará en la papelera un segundo después.
Salgo y no me siento los pies de todas las empresas que he pateado para dejar mi currículum. He recorrido media ciudad y me queda recorrer la otra media. Necesito encontrar trabajo ya.
Entro en una cafetería y pido un café con leche. Cojo el periódico del día y, ahí, en una de las secciones de economía, aparece mi hermano. Bueno…, el que era mi hermano antes de que a cada uno de los dos nos adoptaran por separado.
Sé de él porque es muy conocido en la ciudad. No solo es un verdadero rompecorazones, sino que, además, es el heredero de una de las mayores fortunas del país.
Suspiro resignada.
No lo veo desde que tenía tres años, pero tengo recuerdos sueltos de nuestra desdichada y corta vida en común.
Ambos fuimos a un orfanato al quitarle la custodia a nuestra madre biológica, pero yo fui adoptada antes que él. Sin embargo, nos mantuvieron a ambos nuestros nombres: Oliver y Stella.
Él es ahora Oliver Scott, hijo único del multimillonario magnate Eduard Scott.
Yo estoy muy feliz y adoro a mis padres adoptivos, pero son personas normales, de clase trabajadora. La carrera me la pude sacar a base de becas; sin embargo, él se ha formado en las mejores universidades del mundo.
Pago el café con leche y salgo de la cafetería dispuesta a seguir pateando empresas que necesiten secretarias, recepcionistas, lo que sea.
Salgo y camino unos pasos, cuando, de pronto, una idea se abre paso en mi mente.
¿Y si fuera a pedirle trabajo a mi hermano? ¿Se apiadaría de su pobre hermana necesitada de empleo?
Miro el reloj. Ya casi es mediodía.
Su empresa es muy importante y decido volver a mi pequeño apartamento para cambiarme de ropa.
Me pongo un elegante traje de chaqueta negro con una bonita blusa blanca. Me pongo tacones y ahora parezco una ejecutiva.
Decido gastar unos cuantos dólares en un taxi o no llegaré con estos zapatos.
Cuando estoy en la puerta del imponente edificio cojo aire mientras mi corazón comienza a latir más rápido de lo normal.
En recepción me dan una tarjeta que pone: «Visitante».
He mentido diciendo que tenía una reunión con el señor Scott.
Cuando subo a la última planta, una preciosa chica morena y con una gran barriga de embarazada me mira con curiosidad.
—Buenas tardes —dice con educación—. Soy la secretaría del señor Scott. Dicen en recepción que tiene una reunión con él, pero no me consta en la agenda.
—Buenas tardes. —Sonrío con vergüenza—. La verdad es que él no me espera…
Ella me dedica una mirada de fastidio, pero antes de que me eche, continúo la explicación.
—Verá… Él no me espera, pero yo soy Stella, su hermana.
Me mira como si estuviera viendo un fantasma.
—Es una larga historia… ¿Le puede decir que quiere verlo Stella Maxwell?
—Espere unos minutos —dice todavía en shock—. Está terminando una reunión con los accionistas.
Me ofrece uno de los cómodos sillones de piel blanca. Me siento y espero… El corazón no me late, cabalga, más bien dicho, en mi pecho.
Diez minutos más tarde varios hombres trajeados salen del despacho.
La secretaria, que me ha dicho que se llama Layra, entra en él.
Un segundo después me dice que entre.
Cuando me quiero levantar las piernas parecen de gelatina.
Me meto en su despacho y, de pie, al lado de su majestuosa mesa de madera maciza, me espera el hombre más guapo e imponente que he visto en mi vida; y resulta que es mi hermano mayor.
Se acerca mientras me mira fijamente a los ojos. Su felina mirada me atraviesa.
—Stella… —murmura como si no creyera lo que ve—. Cuánto tiempo.
—Hola, Oliver…
Me da un beso en la mejilla y lo que siento es de todo menos cariño fraternal… ¿Qué narices me está pasando?
—Toma asiento —dice mientras él se sienta en su sillón—. ¿A qué debo esta