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La mierda que nunca te conté. Un juego de niños
La mierda que nunca te conté. Un juego de niños
La mierda que nunca te conté. Un juego de niños
Libro electrónico43 páginas43 minutos

La mierda que nunca te conté. Un juego de niños

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Silvia nos invita a entrar en sus recuerdos más íntimos que nos describen como fue descubriendo el sexo en un mundo lleno de inseguridades y curiosidad. Estamos ante una de las revelaciones de los últimos tiempos en lo referente a literatura erótica.

Atención: Esta novela contiene material explícito y está destinada únicamente al público adulto. Si no quieres leer escenas de sexo explícito y lenguaje vulgar, esta no es tu novela, por favor, no la compres ni la leas gratis con Kindle Unlimited. Si por el contrario quieres vivir una experiencia de alto contenido sexual, busca un sitio cómodo y disfruta de esta fantasía. Seguro que no te arrepentirás.

Keywords: sexo con desconocidos, sexo en lugares públicos, orgía, sexo en grupo, intercambio de parejas, sexo anal, doble penetración, fantasía, lesbianas, sexo de pareja, celos, porno, erotismo, interracial, masturbación femenina, felación, sexo oral, juegos eróticos, libido, sexo duro, confesiones, novelas calientes, relatos eróticos, relatos eróticos en español, relatos porno, relatos porno en español, libros eróticos, literatura erótica, libros eróticos en español, libros porno en español, sexo, escenas explícitas, encuentros sexuales, relatos excitantes

IdiomaEspañol
EditorialSilvia Vernet
Fecha de lanzamiento19 dic 2022
ISBN9781005396565
La mierda que nunca te conté. Un juego de niños

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    La mierda que nunca te conté. Un juego de niños - Silvia Vernet

    La mierda que nunca te conté. Un juego de niños

    Silvia Vernet

    Copyright © 2022 Silvia Vernet

    All rights reserved.

    UN JUEGO DE NIÑOS

    Tenía siete años, mi habitación era de color blanca con las paredes empapeladas con cenefas de color rosa pastel. Mis estanterías estaban llenas de peluches y mi cama llena de cojines, aunque mis muñecos favoritos eran los bebés. Me senté en el suelo y puse todos mis peluches sentados en círculo. Cogí la única muñeca alta que tengo y la puse en el centro, la muñeca se llama Rosaura, lo ponía en la caja y no quise cambiarle el nombre. Odiaba esa muñeca, me la regalaron por mi cumpleaños y la tenía castigada cara la pared porque me caía mal. La muñeca se parecía mí; era morena de pelo negro y un poco rellenita. Su ropa era muy parecida a la mía, pantalones pirata y camiseta de color morada.

    Coloqué a Rosaura de pie en el centro, cogí a mis muñecos y los puse alrededor de ella, esperé unos segundos, cerré los ojos y cuando los abrí empecé a darle bofetadas a Rosaura mientras todos mis muñecos y mis peluches miraban y me animaban a que siguiera haciéndolo. Le di bofetadas hasta que noté un escozor en la palma de mi mano y empezó a costarme respirar por el esfuerzo. Cuando terminé volví a colocar todos mis peluches y muñecos en su sitio, puse a Rosaura de cara a la pared y me senté en el suelo a llorar.

    Poco después mi padre entró en mi habitación, seguía sentada con los puños apretados, todavía me ardían los ojos ¿me habría escuchado? Seguro que sí, pero no quiso preguntar nada, sabía lo que necesitaba. Mi padre llenó de agua la bañera, añadió un poco de gel creando una ligera espuma, volvió a añadir más agua y la espuma empezó a crecer dejando el aroma perfecto, era una mezcla de olor a polvo de talco y a limpio. La temperatura era perfecta, hacía calor, así que me desnudé y entré poco a poco en la bañera adaptándome a la temperatura del agua. Puso algo de jazz y el nudo en la garganta que aún me duraba de tanto llorar se me pasó. Seguro que mi padre tenía superpoderes, de alguna forma podía leer mi mente, porque sin la necesidad de hablar, sabía cómo tratarme. Al sumergirme en el agua toda la rabia y la tristeza desaparecieron.

    Poco después llegó mi madre de trabajar, era mi momento favorito del día porque era el único momento en el que podíamos jugar.

    –¿Jugamos un ratito antes de irnos a dormir? – me preguntó mi madre cuando terminó de cenar. Mi padre me hacía la cena a las ocho y me gustaba cenar pronto mientras veía Disney Channel. Mi madre cenaba más tarde con mi padre mientras yo estaba con ellos contándoles cómo me había ido el día. Me gustaba reservarme el yogur para comérmelo con ellos.

    –¡Si! –contesté dando saltos. Fui corriendo a buscar mi maletín– ¡Jugamos a los médicos! tu eres la enferma y yo te curo. Túmbate aquí, mamá –le dije mientras le dejaba sitio en mi cama y abría mi maletín. Me gustaba jugar a los médicos con ella porque tenía mucho miedo de que mi madre se muriera, a veces me ponía a llorar y lo único que me reconfortaba era jugar a los médicos y que me abrazara.

    –¿Dónde te duele? –le pregunté poniéndome el estetoscopio en los oídos para escuchar su corazón.

    – Me

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