¿Cómo puedes pretender que otros te complazcan si no sabes hacerlo?

“A mí me da pena venirme”, me confesaba una en una noche de vinos ante mi estupor. “¡Pero si te estás perdiendo del cierre con broche de oro!”, le repliqué yo atónita sin dar crédito a lo que oía. Con Karen viví por espacio de un año, provenía de un hogar conservador y tenía ideas extrañas y anticuadas sobre el sexo; así que luego de esa noche de copas y confesiones decidí convertirla en mi pequeño proyecto personal. Empecé a hacerle un lavado cerebral; le contaba de mis propias experiencias sexuales, describía en detalle lo maravilloso de mis orgasmos, me masturbaba sin ningún disimulo y mucho ruido, le presenté a mi novia con la que le montábamos numeritos en la sala, la puse a ver, me la llevé a y le regalé un vibrador de cumpleaños. Finalmente, aunque me odió por un tiempo, mis iniciativas rindieron frutos. Cuando la conocí, le avergonzaba tener un orgasmo, lo hacía con la luz apagada y nunca había tenido sexo oral. Hoy día, es una mujer que vive su sexualidad sin complejos y no concibe un encuentro sin el clímax. Siempre que nos vemos me enorgullezco enormemente de esa chica arrolladora y sensual que tengo delante de mí, que dista muchísimo de aquella acomplejada y atormentada que no era capaz de hacerlo con la luz prendida. Pero Karen no es la única. Es increíble la cantidad de mujeres que malviven su sexualidad, por culpa de la desinformación y preceptos heredados. Tuve una amiga que en apariencia vivía su sexualidad libre y tenía múltiples parejas sexuales, sin embargo, nunca se había masturbado. Una que no se dejaba ver desnuda por su esposo si no estaba perfectamente depilada. Otra que nunca había copulado sin condón con su novio, aun llevando cuatro años con él, pues le daba asco intercambiar fluidos.