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Meditaciones Sobre La Gracias
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Libro electrónico165 páginas2 horas

Meditaciones Sobre La Gracias

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"Meditaciones sobre la Gracia" es un libro que invita a los lectores a reflexionar sobre el significado y la importancia de la gracia de Dios en sus vidas. El autor, a través de una serie de meditaciones breves y profundas, explora la gracia divina en su contexto bíblico y teológico, así como en la experiencia personal de los creyentes.

Cada meditación se centra en un aspecto particular de la gracia de Dios, como su naturaleza salvadora, su presencia en los momentos de sufrimiento, su capacidad para transformar vidas, entre otros. El autor utiliza historias y pasajes bíblicos para ilustrar su mensaje y para inspirar al lector a profundizar en su relación con Dios.

Las meditaciones son escritas en un lenguaje poético y evocador, lo que las hace adecuadas para ser leídas en un momento de oración o reflexión personal. El autor también incluye una serie de preguntas y reflexiones al final de cada meditación, para ayudar al lector a profundizar en el tema y aplicarlo a su propia vida.

En resumen, "Meditaciones sobre la Gracia" es un libro que invita al lector a reflexionar sobre la gracia divina y su importancia en la vida cristiana. Es un recurso útil para aquellos que buscan profundizar su relación con Dios y su comprensión de la teología de la gracia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 feb 2023
ISBN9798215919576
Meditaciones Sobre La Gracias

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    Meditaciones Sobre La Gracias - Charles Simeon

    MEDITACIONES SOBRE LA GRACIAS

    ––––––––

    Por

    Charles simeon

    Contents

    El peligro de amar la alabanza de los hombres

    III. Como explicativa de su voluntad

    Religión práctica impuesta

    Dios glorificado en su Hijo

    La fe en Cristo es un antídoto contra todos los problemas

    El consuelo que se deriva de la ascensión de Cristo

    No hay camino a Dios sino por Cristo

    Cristo Uno con el Padre

    Cristo se compromete a responder a la oración

    El don del Espíritu un estímulo para la obediencia

    Nuestra vida depende de la vida de Cristo

    La obediencia es la prueba de nuestro amor a Cristo

    Nuestra impotencia sin Cristo

    Fructificación en buenas obras

    Los seguidores de Cristo, sus amigos

    Explicación de la doctrina de la elección

    Consuelo para los perseguidos

    El Gran Pecado de Rechazar a Cristo

    El odio a Cristo, es odio al Padre

    La personalidad y el oficio del Espíritu Santo

    Oficios del Espíritu Santo

    El peligro de amar la alabanza de los hombres

    Juan 12:42-43.

    Pero al mismo tiempo muchos, aun entre los principales, creían en él. Pero a causa de los fariseos no querían confesar su fe por temor a ser expulsados de la sinagoga; porque amaban más la alabanza de los hombres que la alabanza de Dios.

    A quienes han considerado alguna vez las evidencias del cristianismo les parece asombroso que alguien dude en abrazarlo o en reconocer alguna de sus verdades fundamentales. Pero la razón no es en modo alguno una guía segura, ni siquiera en las cosas que entran dentro de su propia y legítima esfera: con demasiada frecuencia está sesgada en sus decisiones, incluso cuando la persona misma es inconsciente de cualquier influencia indebida en su mente.

    La evidencia no lleva la misma convicción a todos: uno está persuadido, mientras que otro duda. Los prejuicios y las pasiones de la humanidad operan en gran medida, y a menudo dejan a la razón común casi sin efecto. De ahí que encontremos que todas las credenciales con las que nuestro Señor confirmó su misión divina, fueron insuficientes para producir convicción en las mentes de muchos: como se dice: Aunque había hecho tantos milagros delante de ellos, no creyeron en él, versículo 37. Pero con esto se cumplieron las mismas Escrituras: pues Isaías había dicho: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio, y a quién se ha manifestado el brazo del Señor?. Sí, también había declarado que, a causa de la perversidad y obstinación con que muchos se resistían a las pruebas que se les presentaban, se entregarían a la ceguera y obcecación judiciales, hasta el punto de ser incapaces de estimar rectamente la verdad, o de abrazarla cuando se les propusiera, versículo 38-40.

    Aun cuando la razón esté convencida, no siempre lleva consigo los afectos, sino que a menudo se ve obligada a ceder a la influencia superior de alguna concupiscencia predominante. Así sucedió con los que se mencionan en nuestro texto, que creían ciertamente que Jesús era el verdadero Mesías, pero no podían encontrar en sus corazones la manera de reconocerlo en ese carácter.

    Nos proponemos considerar,

    I. La conducta que siguieron.

    Habían visto los milagros de nuestro Señor, y estaban persuadidos de que era la persona de que hablaban los profetas; sin embargo, como los fariseos habían acordado excomulgar a cualquiera que lo recibiera como Mesías, no se atrevían a confesarlo abiertamente. Ahora bien, esta conducta era sumamente pecaminosa. De sus males constitutivos podemos notar,

    1. La falta de sinceridad.

    El uso del conocimiento es dirigir nuestros caminos, por el bien de nuestra práctica, por lo tanto, debemos tener cuidado de adquirir sentimientos justos.

    Si nuestras opiniones son dudosas, debemos probarlas.

    Si nuestras opiniones son erróneas, debemos renunciar a ellas.

    Si nuestras opiniones son verdaderas, debemos regular nuestra vida de acuerdo con ellas.

    Actuar en contra de las convicciones de nuestra mente es indigno de un ser racional. Todos sabemos bajo qué luz despreciable aparece el hombre que, en aras del aplauso humano, pretende ser religioso, mientras que el mundo y el pecado predominan en su corazón. Igualmente despreciable es aquel que, con el conocimiento de la verdad en su cabeza, es disuadido por el miedo al hombre de ceder a su influencia. De hecho, esta última especie de disimulo parece la peor de las dos, en la medida en que negar lo que es bueno, es peor que expresar una aprobación de ello. En todo caso, está marcada con un testimonio decisivo del aborrecimiento de Dios: Al que sabe hacer el bien, y no lo hace, le es pecado, Santiago 4:17.

    2. La ingratitud

    El don del único y amado Hijo de Dios para morir por nosotros es el mayor don que Dios mismo podía otorgarnos: pues de ello infiere el Apóstol la incuestionable disposición de Dios para darnos todas las demás cosas, ya que todas las demás cosas juntas no se pueden comparar con ésa, Romanos 8:32. Ahora bien, saber que Dios nos ha concedido ese don y, sin embargo, no atreverse a confesarlo, es la más baja ingratitud que pueda imaginarse. Y si es ingratitud hacia el Padre, también lo es hacia el mismo Señor Jesucristo, que voluntariamente emprendió la gran obra de nuestra redención. Reflexiona un momento sobre esto: ¡piensa en su compasión por nuestra condición deshecha, y abandonando el seno de su Padre, para poder asumir nuestra naturaleza, y morir en nuestro lugar! ¡Qué amor tan incomprensible! ¡Qué miserable debe ser quien, creyendo que Cristo le ha amado tanto como para entregarse por él, teme confesarlo abiertamente! A todas esas personas bien puede aplicárseles aquella indignada exhortación: ¿Así pagáis al Señor, pueblo necio e insensato? (Deuteronomio 32:6).

    3. La impiedad

    ¿En qué puede un hombre ser culpable de rebelión más flagrante contra Dios, que en negar consciente y deliberadamente a su amado Hijo? El mandamiento de Dios respecto a someterse a su Hijo es positivo, y se hace cumplir con una amenaza muy terrible, Deuteronomio 18:18-19 con Hechos 3:22-23. ¿Qué acto de desafío es, entonces, el de negar a su Hijo? Deuteronomio 18:18-19 con Hechos 3:22-23. ¡Entonces, de qué acto de desafío es culpable aquel que, contra las convicciones de su propia conciencia, lo niega! ¡De qué crueldad también es culpable hacia sus semejantes!

    Los hombres son influenciados en gran manera por el ejemplo, especialmente por el ejemplo de los que están en la vida superior: las clases inferiores están listas para suponer que los ricos y sabios deben saber más que ellos, y con una confianza ciega para abrazar o rechazar los sentimientos solamente en la autoridad de sus opiniones. De ahí que el tímido disimulador sea el medio de engañar a muchas almas; y se involucra a sí mismo en la doble culpa de destruir a otros junto con él mismo. El hombre que rechaza a Cristo por falta de convicción, será azotado con pocos azotes; pero el hombre que lo rechaza en contra de sus convicciones, será azotado con muchos azotes, Lucas 12:47-48. El uno se estrellará contra una roca que le quebrará los huesos; al otro le caerá encima esa roca que lo molerá a polvo. Lucas 20:17-18".

    Para que podamos explicar tan extraña conducta, consideremos,

    II. El principio por el cual actuaban.

    Actuaron por consideración a la buena opinión de los hombres. Pero la alabanza de los hombres no corre por el mismo cauce que la alabanza de Dios, Romanos 2:29; y desgraciadamente dieron preferencia al aplauso de los hombres. Ahora bien, este amor al aplauso de los hombres es,

    1. Un principio común.

    En el momento en que comenzamos a ser impresionados con un sentido de las cosas eternas, comenzamos a considerar lo que dirán los hombres, si manifestamos nuestros nuevos sentimientos al mundo. Aunque antes nunca hubiéramos prestado mucha atención a los sentimientos de los demás, ahora sentiremos las emociones del temor y la vergüenza: nos las ingeniaremos para conciliar el cumplimiento de nuestros deberes con la conformidad a las costumbres y hábitos del mundo; y a menudo forzaremos nuestra conciencia para hacer cumplimientos con el mundo, a fin de escapar al reproche a causa de nuestra singularidad.

    Podría pensarse que las personas que se mueven en una esfera más elevada habrían aprendido a despojarse de este principio; pero cuanto más elevados son los hombres en la sociedad, más se ven influidos por las opiniones del mundo: dan más valor al aplauso de los hombres, y se sienten conscientes de que sus acciones están más expuestas a la observación.

    Aquellos de quienes habla nuestro texto, eran principales gobernantes: concebían que tenían mucho que perder; y bien sabían que su rango no los protegería de los asaltos de la intolerancia religiosa. Podrían haberse permitido vicios impunemente; éstos habrían sido consentidos, incluso por los mismos fariseos; pero la piedad cristiana en ellos habría sido una ofensa imperdonable, que el mismo rechazo del pueblo habría estado dispuesto a resentir. Pero, aunque este principio es peculiarmente operativo en los grandes, no se limita a ellos: todos lo sentimos obrar en nuestros propios pechos, y tenemos necesidad de estar en guardia contra su influencia maligna.

    2. Un principio insensato.

    ¿Qué puede hacer por nosotros el aplauso de los hombres? Es un mero soplo de aire que se desvanece en un momento; pero la aprobación de Dios es de una importancia incalculable, ya que de acuerdo con ella se fijará nuestro estado eterno. Para muchos, la elección de Moisés parecería imprudente: ¡rechazar los primeros honores de la corte egipcia, y participar más bien en las aflicciones de los israelitas oprimidos! Estimar el oprobio de Cristo como riqueza, sí, como mayor riqueza que todos los tesoros de Egipto, Hebreos 11:24-26. Esto podría ser considerado una locura por los ignorantes egipcios; pero para nosotros, que sabemos apreciar tal conducta, es un acto de sabiduría consumada.

    Mirad a los gobernantes de quienes estamos hablando: suponed que les hubieran sobrevenido todas las consecuencias que temían; ¿qué habrían sido los anatemas de los hombres, en comparación con el desagrado de Dios? y ¿qué una expulsión de la sinagoga, en comparación con un rechazo del Cielo? Si el mundo entero no puede compensar la pérdida de un alma, ¡seguro que son tontos los que cambian sus almas por el aliento del aplauso de los hombres!

    3. Un principio fatal

    Dios mismo nos ha dicho que es absolutamente incompatible con la fe salvadora: ¿Cómo podéis creer los que recibís honra unos de otros, y no buscáis la honra que sólo proviene de Dios? Gálatas 1:10. Y podemos apelar a todos, si no enfría todo afecto devoto, e impide el ejercicio de toda gracia cristiana. Nuestro bendito Señor nos ha advertido cuál será su efecto final: Si le confesamos, él nos confesará. Pero si nos avergonzamos de él y le negamos, también él se avergonzará de nosotros y nos negará, cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles. Marcos 8:38.

    DIRECCIÓN-

    1. A los discípulos secretos y tímidos

    No os ponemos a todos al mismo nivel; porque aun cuando la conducta exterior sea la misma, el principio interior puede ser muy diferente. Nicodemo y José de Arimatea no fueron tan abiertos en su reconocimiento de Cristo como debieran haberlo sido, Juan 3:2; Juan 19:38; pero, cuando se presentó la necesidad de dar a conocer sus sentimientos, se pusieron a la altura de la ocasión y le confesaron su adhesión con más denuedo que los mismos apóstoles. No pretendemos expresar aprobación alguna por su anterior timidez, sino insinuar que puede encontrarse una diferencia esencial donde no la hay externamente, y que Dios puede tener a sus ocultos incluso entre aquellos que todavía están demasiado enredados por consideraciones prudenciales. Sin embargo, no es por tales ejemplos por lo que debemos regular nuestra conducta.

    Nuestro deber es claro: el corazón y la boca han de estar consagrados a Dios por igual; el uno, para ejercitar la fe en Cristo, la otra, para confesarlo al mundo: y así como la boca sin el corazón será una ofrenda inaceptable para el

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