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Momentos Con Cristo
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Libro electrónico112 páginas1 hora

Momentos Con Cristo

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es un libro que relata la historia de una persona que busca acercarse a Cristo y encuentra en Él la guía y el consuelo que necesita en momentos de incertidumbre y dolor. A través de diferentes relatos y reflexiones, el autor comparte cómo su fe y su relación con Cristo lo han ayudado a superar obstáculos y a encontrar la paz interior. Desde la pérdida de un ser querido hasta las luchas cotidianas, el libro explora temas universales que conectan con la experiencia humana y cómo Cristo puede transformar y mejorar nuestras vidas. "Moments with Christ" es una invitación a reflexionar sobre la fe, la esperanza y el amor, y a descubrir la presencia de Cristo en nuestra propia vida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2023
ISBN9798215839072
Momentos Con Cristo

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    Momentos Con Cristo - Charles Simeon

    Momentos Con Cristo

    POR CHARLES SIMEON

    Contents

    Palabras ociosas de las que hay que rendir cuentas

    Jonás, tipo de Cristo

    El Demoniaco Recaído

    La consideración de Cristo hacia sus obedientes seguidores

    El uso y la intención de las parábolas

    El sembrador

    Parábola de la levadura

    La cizaña

    Cristo, un maestro manso y humilde

    Cristo es más grande que el templo

    La compasión de Cristo hacia los débiles

    El Demoníaco Ciego y Mudo Sanado

    La necesidad de una adhesión decidida a Cristo

    El pecado contra el Espíritu Santo

    #1356

    Palabras ociosas de las que hay que rendir cuentas

    Mateo 12:35-37

    El hombre bueno saca lo bueno de lo bueno que tiene guardado, y el hombre malo saca lo malo de lo malo que tiene guardado. Pero yo os digo que los hombres tendrán que dar cuenta en el día del juicio de toda palabra inútil que hayan pronunciado. Porque por vuestras palabras seréis justificados, y por vuestras palabras seréis condenados.

    No hay verdad más clara ni más reconocida, en relación con las cosas naturales, que la de que por sus frutos se conoce el árbol. En moral, lo mismo sería igualmente obvio, si fuéramos igualmente imparciales en nuestro juicio al respecto. Pero, si hablamos de moral, no debemos limitar nuestra atención sólo a las acciones: también debemos tener en cuenta las palabras de los hombres, ya que por ellas el corazón se traiciona a sí mismo, no menos que por actos manifiestos. Las comunicaciones que proceden del corazón se corresponderán, necesariamente, con las materias que abundan en él; así como un arroyo manifestará la calidad de la fuente de donde mana. Nuestro bendito Señor ha determinado este punto; y ha basado en él una declaración solemnísima, que es de la mayor importancia para todo hijo del hombre: El hombre bueno saca lo bueno de lo bueno que hay en él, y el hombre malo saca lo malo de lo malo que hay en él. Pero yo os digo que los hombres tendrán que dar cuenta en el día del juicio de toda palabra inútil que hayan pronunciado. Porque por vuestras palabras seréis absueltos, y por vuestras palabras seréis condenados.

    Para grabar esta declaración en sus mentes, lo haré,

    I. Explicarla.

    Al explicar las Sagradas Escrituras, y especialmente declaraciones tan solemnes como la que tenemos ante nosotros, se debe tener el mayor cuidado posible para evitar una interpretación demasiado estricta por un lado, o una interpretación demasiado laxa por el otro. En cuanto al significado exacto del pasaje que nos ocupa, se han sostenido diversas opiniones; algunos lo limitan a las expresiones de que habían hecho uso los fariseos en el contexto precedente, mientras que otros lo extienden a las comunicaciones más inocentes de la vida social y doméstica. Los primeros enervan por completo la fuerza de la declaración; los segundos la convierten en ocasión de continua aflicción para sus propias almas.

    Intentemos primero determinar qué significa la expresión toda palabra inútil.

    Creo que debemos limitar el término a las palabras que son malas en algún sentido, porque no se puede concebir que nuestro bendito Señor hable tan enérgicamente de palabras que son totalmente inocentes. Sin embargo, la expresión debe ser muy amplia, pues de lo contrario tal declaración difícilmente se habría hecho; ya que, con respecto a las palabras que eran palpable y groseramente malvadas, no podría haber habido ninguna duda. Creo, pues, que debemos comprender bajo el término palabras sin valor

    primero, todas las que son pecaminosas en sí mismas;

    luego, todas las que son pecaminosas en su tendencia; y

    por último, todas las que son pecaminosas en su fuente y origen.

    Las sugerencias de los fariseos con respecto a nuestro bendito Señor fueron en el más alto grado injuriosas para su carácter, y profanamente impías hacia Dios. Y como éstas fueron la causa inmediata de la declaración de nuestro Señor, estamos seguros de que toda expresión que vierta desprecio sobre la verdadera religión, o inflija algún daño al hombre, debe contarse necesariamente entre las palabras que se proponía condenar. Llevan confesadamente, como todas las palabras que son falsas, o lascivas, o profanas, o escandalosas, el sello del pecado.

    Pero hay muchas palabras que no hieren el oído por ninguna ofensa positiva, pero que son malas a los ojos de Dios, por su tendencia a contaminar la mente o pervertir el juicio de quienes las oyen.

    Entre éstas yo clasificaría todas las palabras lisonjeras, que tienden a inflar a la gente con orgullo y presunción.

    Incluiría también aquellos giros jocosos de ingenio que están calculados para transmitir a la mente ideas de carácter impuro o licencioso; como los que el Apóstol llama hablar necio y bromear, y que declara totalmente impropios del carácter cristiano y desagradables a Dios.

    Tampoco debo dejar de mencionar los elogios del mundo, sus placeres, sus riquezas, sus honores, de los que tanto se oye hablar en todos los lugares y compañías, y que inducen a la mente juvenil a la opinión de que el mundo, si se alcanza, puede hacernos felices. Miles, por medio de tal conversación, son traicionados en el error, y endurecidos en el pecado; y llevados, sin ser conscientes de ello, al borde de la ruina, sí, a la destrucción eterna, tanto del cuerpo como del alma, en el infierno.

    Sin embargo, debo ir un paso más allá y decir que todo lo que indica maldad en el corazón debe considerarse comprendido en la expresión global de mi texto. Todo lo que es fruto del orgullo, o de la envidia, o de la malicia, o de la vanidad, o de la insensatez, o de la indiferencia hacia la piedad; en resumen, todo lo que revela la falta de un principio piadoso en nosotros, debe ser denominado sin valor. Creo que ésta es la verdadera distinción. No es necesario que en cada palabra aparezca un principio piadoso; pero en ninguna palabra debe aparecer la falta de un principio religioso. Puede haber mucho que no tenga nada de religioso; puede haber incluso algo que no tenga ningún tipo de solidez, como la conversación de una madre con su hijo pequeño, que sin embargo no entra en la descripción de sin valor, pero todo lo que delata la falta de un principio piadoso en el corazón, cualquiera que sea su aspecto en relación con otras cosas, es malo y ofensivo a los ojos de Dios.

    Ahora estamos preparados para oír lo que el Señor ha declarado al respecto.

    De toda palabra semejante hemos de dar cuenta en el día del juicio. No hay palabra en nuestra lengua, sino que Dios la conoce toda. Si los secretos de nuestro corazón se pondrán de manifiesto en el día postrero, mucho más se escudriñarán las palabras con que hayan hallado expresión. Serán consideradas como pruebas del estado interno de nuestras almas, especialmente en la medida en que nuestras palabras sean malas: porque es demasiado cierto que nuestras palabras pueden ser buenas, mientras que nuestros corazones son malos: pero si nuestras palabras son malas, no puede quedar ninguna duda sobre el estado de nuestros corazones, de donde fluyen. Teniendo debidamente en cuenta esta distinción, por nuestras palabras seremos justificados, y por nuestras palabras seremos condenados. No es que esta distinción sea necesaria en lo que se refiere a Dios, porque las palabras hipócritas son, a los ojos de Dios,

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