El gran teatro ritual del miedo
En una sociedad mayoritariamente analfabeta y en la que la religión era el principal cohesionador social y político, los rituales solemnes adquirían una importancia crucial. El proceso inquisitorial y su resolución, fuese absolutoria o condenatoria, debían ser públicos, de modo que sirvieran de ejemplo y advertencia a toda la población de las consecuencias que podían acarrear las disidencias políticas o religiosas. Por ello, el llamado auto de fe se convirtió en la culminación de todo el proceso, en el broche final que con gran publicidad debía dejar muy en claro el castigo que merecían todos aquellos que se apartaban del camino dictado por la Iglesia.
Delatar para librarse
Ante las sospechas de herejías o de prácticas religiosas, personales y sociales consideradas subversivas, el tribunal del Santo Oficio se instalaba en la ciudad más importante de la región a bombo y platillo. A continuación anunciaba un tiempo de gracia –30 o 40 días– para que aquellos que creyesen que iban a ser objeto de acusación se presentaran para abjurar de sus errores y se reconciliaran con la Iglesia. Con ello se extendía el terror psicológico entre gran parte de la población pues muchos, ante el temor de ser denunciados sin saber por quién ni por qué, preferían confesar lo que fuese, pagar una pequeña multa o cumplir una leve penitencia, y librarse así de una pena mayor. De esta manera, la Inquisición también lograba una red de informadores que delataban a cualquier vecino con tal de no
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