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La Luz De La Palabra
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Este libro te invita a embarcarte en un viaje para descubrir la verdad profunda que se encuentra en la Palabra de Dios. A través de estudios bíblicos exhaustivos y prácticos, aprenderás a profundizar en tus conocimientos y a desarrollar una relación más estrecha con el Creador. Con un enfoque en la aplicación práctica de la Escritura en la vida diaria, este libro te ayudará a despertar a la verdad y a crecer en tu fe de una manera significativa. ¿Estás listo para descubrir la riqueza y la sabiduría que se encuentra en la Biblia? ¡Embárquese en esta aventura hoy!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 feb 2023
ISBN9798215321447
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    La Luz De La Palabra - Charles Simeon

    COMISIÓN DADA A LOS MINISTROS

    Ezequiel 2:4. Les dirás: Así ha dicho Yahweh el Señor.

    ASOMBROSA es la paciencia que Dios ha ejercido en todas las épocas hacia sus criaturas rebeldes. Después de que su maldad llegó a tal extremo que se vio obligado a derramar su indignación sobre ellas en el diluvio, todavía aplazó sus juicios ciento veinte años, para que, si era posible, pudiera recuperar el mundo por medio de Noé. Más tarde, cuando había escogido para sí un pueblo peculiar, y con poderosas señales y prodigios lo había sacado de Egipto, y éste correspondió a toda su bondad con nada más que murmuraciones y desobediencia; aunque sus provocaciones eran más allá de toda concepción, soportó con ellos por espacio de cuarenta años, y no les quitó del todo su amorosa bondad. Además, cuando envió a su pueblo al cautiverio por la multitud de sus iniquidades, y especialmente por despreciar todas sus reprensiones y perseguir a todos sus profetas 2 Crónicas 36:16, no quiso abandonarlos del todo, sino que envió a su siervo Ezequiel a predicarles en la tierra donde estaban cautivos. En las palabras de nuestro texto se nos informa de lo que Ezequiel fue comisionado para decirles: fue enfáticamente esto: Así dice el Señor Dios. No suponemos que éste fuera todo el mensaje de Ezequiel; pero era una parte peculiarmente importante y enfática del mismo: era lo que por encima de todas las demás cosas caracterizaba el fin y el objeto de su misión. Es de notar, en particular, que estas palabras no van acompañadas de ningún mensaje específico, y que también aparecen dos veces en el capítulo siguiente, precisamente de la misma manera Ezequiel 3:11; Ezequiel 3:27. ¿Podemos suponer que un encargo tan peculiar no contenga más de lo que parece a primera vista? Sin duda hay que reconocer que, o bien es muy defectuosa, o bien es muy amplia. Decir que era defectuosa sería desacreditar la sabiduría de Dios mismo: haremos bien, por lo tanto, en investigar su verdadero y amplio significado. Tres cosas estaban evidentemente implícitas en ella (que de hecho también están implícitas en la comisión dada a los ministros en este día); a saber,

    I. Declarar la voluntad de Dios.

    Dios nos la ha declarado: Y debemos declararla a otros con fidelidad y afecto: Cuando se hagan objeciones a la palabra dada, debemos presentar nuestra garantía de las Sagradas Escrituras, y recordarles de quién es la palabra: Así dice el Señor Dios. Con esto debemos estar satisfechos nosotros mismos; y debemos exigir a los demás que regulen sus puntos de vista por los dictados infalibles de la inspiración.

    II. Afirmar su autoridad

    Encontramos a los hombres en un estado de rebelión contra Dios: Nosotros, como sus embajadores, debemos ofrecerles términos de reconciliación: Si nuestros términos se consideran demasiado humillantes, debemos declarar que Dios nunca les ofrecerá otros; y que a menos que los acepten, perecerán inevitablemente: Mientras les animamos con representaciones de la misericordia y el amor de Dios, también debemos intimidarles con exhibiciones de su justicia, su poder y su verdad.

    III. Buscar, a pesar de todos nuestros desalientos, la salvación de sus almas.

    Debemos esperar que, si cumplimos nuestro deber correctamente, nos encontraremos con muchos y grandes desalientos: zarzas y espinas estarán con nosotros; sí, moraremos entre escorpiones. Pero nada ha de conmovernos, ni aun nuestras vidas hemos de estimar, a fin de que cumplamos nuestro ministerio y seamos limpios de la sangre de todos los hombres: La salvación de las almas es la obra que se nos ha encomendado; y debemos proseguir esa obra, tanto si los hombres soportan como si no.

    Aprended de aquí,

    1. La importancia del ministerio.

    Dios ha dejado de impartir su mente a los hombres mediante una revelación inmediata. Su palabra escrita es la que ahora instruye al mundo; y ha apartado a un orden de hombres, cuyo deber es dar a conocer su voluntad revelada. No deben enseñar como doctrinas los mandamientos de los hombres, sino simplemente declarar lo que Dios mismo ha dicho. En el desempeño de su oficio son embajadores de Dios, sí, si se puede decir así, sus representantes: hablan a los hombres en lugar de Cristo; y la palabra que pronuncian no es de ellos, sino de Dios. Mientras, pues, por una parte, magnificamos nuestro oficio, debemos, por otra, decir: ¿Quién basta para esto?.

    2. El deber de aquellos a quienes se ministra

    Cuando un ministro proclama: Así dice el Señor Dios, el pueblo debe temblar ante la palabra; y, mientras él declara todo el consejo de Dios, a ellos les corresponde recibirlo con mansedumbre y sencillez. No deben ofenderse por su fidelidad, sino estar agradecidos por ella. No elogiarían a un centinela que dejara que una familia se quemara en sus camas, antes que alarmarla con el grito de fuego; o a un centinela que permitiera que un campamento fuera sorprendido por su enemigo, porque él no los alarmaría dando aviso de su aproximación: mucho menos entonces deberían aprobar a los que profetizan cosas suaves y les hablan de paz, cuando no hay paz. Los que tienen la palabra de Dios, deben hablar la palabra de Dios fielmente; y los que la oyen, deben obedecerla alegremente y sin reservas.

    LA PROXIMIDAD DEL FIN DE LA PACIENCIA DE DIOS

    Ezequiel 7:5-9. Así ha dicho Yahweh el Señor: Un mal, un único mal, he aquí la renta. Un ingreso del fin; el fin ha llegado; vela por vosotros; he aquí, ha llegado. La mañana ha llegado a vosotros, oh moradores de la tierra; el tiempo ha llegado; el día de la angustia está cerca, y no el sonar de nuevo de los montes. Dentro de poco derramaré sobre vosotros mi ira, y cumpliré en vosotros mi enojo; y os juzgaré según vuestros caminos, y os pagaré todas vuestras abominaciones. Y mi ojo no perdonará, ni tendré piedad; os pagaré según vuestros caminos, y vuestras abominaciones que están en medio de vosotros; y sabréis que yo soy el Señor que hiere.

    EZEQUIEL es quizás el escritor más terrible de todos los profetas: hay una fuerza y una energía en sus denuncias que no encuentran paralelo: sus repeticiones son tan frecuentes que presentan ante la vista del lector los mismos juicios que predice. En el capítulo que nos ocupa se nos hace ver, por así decirlo, al ejército caldeo en el acto mismo de asolar la ciudad y el templo de Jerusalén, y de llevar al cautiverio a todos los que sobrevivieran a la mortandad ocasionada por la peste, el hambre y la espada. De hecho, el asedio comenzó a los tres años de estas predicciones, y terminó en su más exacto cumplimiento. No es nuestra intención entrar en la consideración de esta profecía en lo que se refiere a los judíos: más bien aprovecharemos la ocasión para observar en general,

    I. Que la ejecución final de los juicios de Dios se acerca rápidamente.

    El período para su ejecución está ciertamente fijado en los consejos divinos.

    Conocidas son de Dios todas sus obras desde la fundación del mundo. Nada se deja al azar: todo sucede según el determinado consejo y presciencia de Dios. Estamos dispuestos a considerar que las cosas dependen totalmente de aquellos por cuya agencia, o cuya autoridad, se hacen. Pero los hombres no son más que instrumentos en las manos de Dios: son su espada y el bastón de su indignación; y sólo llevan a efecto lo que su mano y su consejo han determinado de antemano que se haga. Del mismo modo, todos los elementos cumplen su voluntad. Fue en el momento preciso que él había ordenado, que las aguas inundaron la tierra, y que el fuego y el azufre consumieron las ciudades de la llanura. Como en la misma noche que había sido predicha cuatrocientos treinta años antes, Dios sacó a su pueblo de Egipto, así en el preciso período fijado por él fueron llevados cautivos a Babilonia, y dispersados por todo el mundo al ser destruido su sistema de gobierno eclesiástico y civil por los romanos. El tiempo para el día del juicio también está fijado, aunque todavía está oculto en el seno del Padre: y los tiempos, ya sean de comunidades o de individuos, están totalmente en sus manos.

    Cuando llegue ese período, serán ejecutados hasta el extremo-.

    Actualmente hay misericordia mezclada con juicio; pero en el último día habrá juicio sin misericordia. La ira viene ahora sobre los ofensores con severidad medida; pero entonces sin otra medida que sus propios merecimientos. Entonces la copa de la indignación de Dios será derramada para ellos sin mezcla, y la beberán hasta las heces Apocalipsis 14:10-11. Terrible es el nombre con que se designa el día del juicio: El día de la perdición de los hombres impíos 2 Pedro 3:7. Este tiempo presente puede, aun en referencia a los impíos, ser llamado El día de salvación; porque la salvación es ofrecida gratuitamente a cada uno de ellos; pero aquel es el día de ira, contra el cual un tesoro de ira acumulado y que aumenta cada día está guardado para ellos, y vendrá sobre ellos hasta el extremo.

    Esta visión del día del juicio muestra suficientemente,

    II. Que ese tiempo debe ser contemplado mucho y profundamente.

    Contemplemos entonces,

    1. Su aproximación gradual.

    Cada día y cada hora lo acercan más a nosotros. La demora puede parecernos larga, pero no es nada comparada con la eternidad: Mil años son a los ojos de Dios como un día, y un día como mil años. Los profanos y los infieles preguntarán, como burlándose: ¿Dónde está la promesa de su venida 2 Pedro 3:4. Pero su juicio no tarda, ni su condenación dormita 2 Pedro 2:3. Que consideren esto los que están avanzados en la vida. Sus días han de ser necesariamente pocos; y, por consiguiente, cada hora debe parecerles como lo es para los criminales condenados a muerte; hasta las campanadas del reloj deben recordarles que la hora de su partida avanza rápidamente y pronto ha de llegar. Y también los jóvenes deben recordar que ellos también están expuestos a ser cortados en la mitad de sus días; y que, aunque vivan hasta la edad del hombre, su tiempo pronto habrá pasado, y aparecerá como un sueño en la noche. Pero nuestro texto nos informa, que el fin vela por nosotros: sí, puede venir como ladrón en la noche. ¿Quién, pues, no debería permanecer en su atalaya para estar preparado?

    2. Su llegada real

    El día del juicio, cuando quiera que llegue, encontrará a los hombres tan poco preparados para él como en este momento. En los días de Noé, personas de todas clases se dedicaban a sus respectivas ocupaciones con la misma confianza que si nada se hubiera dicho acerca de un diluvio; comían, bebían, plantaban, edificaban, se casaban y se daban en casamiento, hasta el mismo día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio: así será también en el día del juicio; personas de toda edad y condición estarán tan seguras como en cualquier período de su existencia, hasta que suene la trompeta, y el Juez las llame a su tribunal. Qué sonido será entonces: ¡El fin, el fin, ha llegado!. Entonces será el fin de todo lo que ahora hace la vida deseable; el fin de todos los placeres, cualquiera que sea su clase o calidad; el fin de todos los medios de gracia, no quedando ahora ninguna oportunidad para orar y buscar a Dios: habrá un fin de toda esperanza de misericordia, cerrándose la puerta del Cielo, como se cerró el arca de Noé, por la mano del mismo Dios. Entonces será el mal, un único mal, tal que no tendrá mezcla de bien en él. Oh qué mañana será ésa, cuando suene la voz: ¡Despertad, muertos, y venid a juicio!. Esto no será un mero eco, un engaño, un sonido reverberado de las montañas; sino una realidad temible. Contemplemos por un momento el estado del mundo antediluviano, cuando vieron que la faz de la tierra desaparecía gradualmente, y que las montañas más elevadas se hundían en las aguas del gran abismo: ¡Oh, qué miedo, qué terror, qué distracción se vería por todas partes! Así, en el último día, millones de personas clamarán a las rocas para que caigan sobre ellos, y a las colinas para que los cubran de la ira del Cordero. Quiera Dios que los hombres se esfuercen ahora por darse cuenta de esa escena; y que se preparen, mientras aún les queda tiempo, para encontrarse con su Dios".

    Siendo ese tiempo el comienzo de una eternidad sin fin, es obvio,

    III. Que debemos pasar toda nuestra vida preparándonos para ella.

    ¿Cuál es la preparación que nos conviene?

    1. 1. Debemos humillarnos ante Dios por todos nuestros pecados.

    Cuando se advirtió a Nínive que en cuarenta días sería destruida, los habitantes, desde el más alto hasta el más bajo, se arrepintieron de sus pecados en cilicio y ceniza; sí, ellos, aunque paganos, y advertidos sólo con respecto a la muerte del cuerpo, hicieron esta mejora de su tiempo. ¡Cuánto más deberíamos hacerlo nosotros, que estamos advertidos de la muerte de nuestras almas, y no sabemos que tenemos cuarenta horas de vida! Si Dios nos juzgará según nuestros caminos, y derramará su furor sobre todos en proporción a sus pecados, me parece que debemos llorar nuestros pecados día y noche, y lavarlos en la fuente abierta para el pecado y para la impureza, aun en la sangre de Cristo, que limpia de todo pecado.

    2. 2. Debemos renovar nuestras almas por la gracia divina.

    Las vírgenes insensatas, así como las prudentes, esperaban la venida del Esposo celestial: pero las insensatas no tuvieron cuidado de tener aceite en sus vasijas con sus lámparas: por eso, cuando se hizo el clamor: ¡He aquí, viene el Esposo!, tenían que buscar su aceite, y por eso fueron excluidas del banquete nupcial Mateo 25:1-13. Esto nos muestra cuál debe ser ahora nuestra única preocupación. Si no tenemos el Espíritu de Dios morando en nosotros, en vano será toda nuestra profesión, en vano la llama que surge sólo de nuestros espíritus naturales: la distinción entre nosotros y los demás aparecerá rápidamente, y un juicio correspondiente caerá sobre nosotros. Cuánto puede demorar su venida, o cuán pronto puede llegar, no lo sabemos; y por eso no debemos perder ni una hora en buscar esa unción del Santo, que es la única que puede capacitarnos para la posesión y el goce de la bienaventuranza celestial.

    3. Debemos velar contra todo lo que pueda incapacitarnos para la presencia divina.

    Esta es la instrucción que los Apóstoles nos dan uniformemente: El fin de todas las cosas se acerca: sed, pues, sobrios, y velad en oración 1 Pedro 4:7; y otra vez, Sea notoria vuestra moderación a todos los hombres: el Señor está cerca Filipenses 4:5. Hay peligros y tentaciones a nuestro alrededor: no sólo las cosas malas solicitan nuestra atención, sino que las cosas que son más inocentes a menudo se convierten en una trampa para nosotros. Ciertamente entonces se vuelve los que tienen mujer, como si no la tuviesen; los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen 1 Corintios 7:29-31;. La moda de este mundo pasa rápidamente; y entonces viene el fin. Dichosos los que están preparados para ello. Felices aquellos cuyos lomos están ceñidos, y cuyas lámparas están adornadas, y a quienes el Señor, cuando venga, hallará velando por él. Lo que digo, pues, a uno, lo digo a todos: Velad.

    4. Debemos esforzarnos por terminar la obra que Dios nos ha encomendado.

    Nuestro Señor nos advierte que trabajemos mientras es de día, porque viene la noche, en la cual nadie puede trabajar. Cuando llega el fin, ya no hay lugar para el esfuerzo, ya

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